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Domingo, 30 de julio de 2006

MúSICA > JUDEE SILL EN CD

Hija de Jesús

Abusada, huérfana, mística, salvaje, Judee Sill asaltó farmacias, pasó por reformatorios, entró en iglesias, se prostituyó para pagar heroína y jeringas y compuso dos discos y medio que allá en la California de los ‘70 la convirtieron en la más pagana de las santas. Ahora, a casi treinta años de su muerte por sobredosis, una reedición de sus discos en CD permite volver a escuchar el cielo en llamas de sus canciones.

 Por Rodrigo Fresán

“Bach, Pitágoras y Ray Charles”, respondió Judee Sill (1944-1979) una de las pocas veces que le preguntaron cuáles eran sus influencias, una de las pocas veces que le preguntaron algo. Después –desconocida para el gran público, pero legendaria tanto para sus amigos como en la escena de la música californiana de principios de los ‘70– Judee Sill se murió. Creyente en un Jesucristo rampante y depredador y siempre en celo, escritora consecuente de diabólicas canciones con ángeles, chica de vida peligrosa y de anteojitos de abuela, Judee Sill dejó este mundo, pero su música permanece. Dreams Come True –su inédito tercer álbum– fue rescatado de las bóvedas en el 2005 por el adorador confeso Jim “Sonic Youth” O’Rourke y editado en formato lujoso con demos, filmaciones de Judee Sill en vivo ‘73 y un librito con biografía oral y colectiva en plan el Edie de Jean Stein y George Plimpton. Ese mismo año se reeditaron Judee Sill (1971) y Heart Food (1973), los dos álbumes que grabó para el entonces flamante sello de David Geffen siendo la primera en ser fichada, antes que Jackson Browne y Joni Mitchell y The Eagles y Linda Ronstadt. Pero es ahora cuando –en tándem, cortesía de Rhino, bajo el título común de Abracadabra: The Asylum Years– se reeditan ambos potenciados por versiones alternativas y un concierto registrado en Boston 1971.

En vida, Judee Sill fue apenas conocida por su fervoroso single “Jesus Was a Cross Maker” (inspirado por la lectura de Kazantzakis, compuesto “para hacer congeniar mi fe con mi lujuria”, producido por Graham Nash, tantos años después versionado por Warren Zevon) y el éxito que tuvieron The Turtles con su “Lady-O”. Después –a pesar de haber contado con todo el apoyo de su discográfica, incluyendo el capricho de orquestas sinfónicas y coros celestiales– nada. Ahora, la sensación y el sentimiento al oírlos es el de entonces, la de siempre: algo fuera de su tiempo y de su espacio, música paradójicamente feliz de una chica trágica, cruza entre Karen Carpenter y Enya (con un decisivo e intransferible y mayoritario factor de Judee Sill, que no se parecía a nadie), armonías sacras con latidos paganos, un piano extático à la Laura Nyro y una voz finita y sacramentalmente pecadora ascendiendo hacia los cielos pero, atención, alimentada por ese combustible que sólo puede extraerse de los yacimientos más profundos del infierno.

Oremos

Pensar en Judee Sill como en la perfecta protagonista de algún libro de Denis Johnson como Jesus’ Son o Angels. Una iluminada en la oscuridad dueña de una biografía tan intensa que sólo puede resumirse en líneas breves, como de plegaria. Allí vamos. Hija de alcohólicos dueños de un bar con piano. Judee Sill se esconde debajo del piano y, desde los tres años, aprende a tocarlo por las suyas. Divorcio. La madre se casa con otro tipo duro: un premiado animador de los dibujitos de Tom & Jerry. Judee Sill lo odia y él le pega y, dice Judee Sill, abusa de ella sexualmente. El padre muere en 1952 y la madre en 1963 y Judee Sill se convierte en una leyenda en su colegio secundario: chica veloz y peligrosa que se anota en todas. Pronto, descubre los viajes místicos del LSD y –queriendo viajar lo más seguido posible– se convierte, junto con su novio, en una exitosa asaltante de licorerías y estaciones de servicio. Hasta que ponen precio por su captura y la atrapan y de ahí al reformatorio donde se destaca como organista en las misas de los domingos. Sale y se casa con el pianista Bob Harris (quien orquestaría sus discos) y ambos se hacen adictos a la heroína y ella se prostituye para pagar las facturas y las agujas y, enseguida, a la cárcel. Desesperada, llama a su querido hermano para que la ayude, pero su querido hermano ha muerto por una infección hepática. En el calabozo, tiene una iluminación: va a ser –tiene que ser– una gran songwriter. Sale de allí y compone rebelde y sin pausa, participa como invitada en un disco de Tommy Peltier, hace circular canciones, y una deellas la graban The Turtles y, milagro, una llamada de David Geffen y, enseguida, Judee Sill pasa a formar parte de lo que de inmediato se conoce como “Laurel Canyon Sound”: delicadas pero duras canciones confesionales y californianas. El California Dreaming con respiración de pesadilla delicada. Y Judee Sill es uno de esos debuts que suenan más a pináculo: una mezcla de folk y country inyectado con piano gospel y cuerdas barrocas y madrigales medievales, todo perfumado por sus lecturas de misterios de los Rosacruces y Madame Blavatsky. Pitagórica música esférica y canciones de amor en la que la carne es la forma más sublime del espíritu. Odas que no caen en el facilismo de lamentar su vida loca sino que alaban la inminencia de cataclismos universales en los que, siempre, cabalgan “hombres arquetípicos” y “cowboys fantasmas” bajo “máquinas de cielo” y sobre “expresos apocalípticos” mientras ella espera renacer como un fénix y ser besada por un Dios que, claro, se parece más a Clint Eastwood que al tipo ese que aparece en cúpulas y vitrales. Para Judee Sill, el padrenuestro cierra no con un amén sino con un amen. Heart Food resultó todavía más logrado: el espíritu es el mismo pero composiciones litúrgicas como “The Donor” lo hacen aún más extremo en su intensidad evangélica y sexual. Demasiado para lo que se escuchaba entonces. Una gira por Londres (donde, desde el escenario, rogaba al público que comprara sus discos para “no tener que seguir teloneando a bandas de mierda como la que tocará hoy después de mí”) apenas sirvió para darla a conocer. Desilusionada, Judee Sill se distancia de Geffen, nunca termina su tercer álbum, sale a conducir a toda velocidad por las noches de Beverly Hills y tiene varios accidentes de tránsito que afectaron su espalda y la engancharon a los calmantes. En una de esas ocasiones, chocó contra el auto de Danny Kaye y fue llevada al hospital por John Wayne quien, para su asombro, estaba completamente pelado. Luego Judee Sill desapareció de los sitios que solía frecuentar. Pero eran sitios que, también, solían desaparecer. Cuando en noviembre de 1979 se anunció su fallecimiento por una sobredosis de cocaína y codeína todos se asombraron mucho pero por todas las razones incorrectas: les sorprendió su muerte porque estaban seguros de que Judee Sill había o debería muerto muchos años antes.

Durante una gira por Londres, desde el escenario, rogaba al público que comprara sus discos para “no tener que seguir teloneando a bandas de mierda como la que tocará hoy después de mí”. No hubo caso.

La sobreviven sus muchos fans. Entre ellos el líder de XTC Andy Partridge –quien considera a “The Kiss” la canción más grande jamás escrita– y Jim O’Rourke, productor del ectoplasmático Dreams Come True, quien escribió: “Sus canciones eran simultáneamente personales y grandiosas. Si la gente las cantara en las iglesias, muchos de nosotros todavía estaríamos allí”.
Kyrie Eleison Freak Out.

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