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Domingo, 6 de agosto de 2006

MUSICA > EL DEBUT SOLISTA DE CELSA MEL GOWLAND

Una voz familiar

Es la gran voz oculta de los ’80, la que cantó con casi todos –sólo le faltó Charly García– y gracias a evitar los excesos se convirtió en la testigo lúcida y en la memoria de aquella época. Con la edición de su primer disco, Como si nadie estuviera escuchando, Celsa Mel Gowland habla de las giras, las grabaciones exaltadas, cómo es ser parte de un reality cazatalentos, su trabajo como entrenadora vocal con clientes famosos, y quién es el único músico que la dejó muda sobre el escenario.

 Por Martín Pérez

Apenas vio la foto que una amiga había tomado, de una cabeza de muñeca descubierta entre la arena, Celsa Mel Gowland decidió que iba a ilustrar con ella la tapa de su disco debut como solista. Cuando se le pregunta por qué esa foto, Celsa desliza que porque fue tomada en la playa de La Pedrera, un balneario que considera su lugar en el mundo. Pero lo piensa un rato más, y se da cuenta de que lo que la movilizó fue el hallazgo de esa muñeca expuesta al sol, al viento, al agua: la cabeza de un juguete que parecía perdido para siempre, y sin embargo alguien encontró, fotografió y sacó del olvido. “Así es como en mi vida parecen haber pasado las cosas”, murmura Celsa, una muñeca expuesta al sol, el viento y el agua del mundo de la música durante más de veinte años de grabaciones, giras y discos ajenos, pero que ahora parece haber encontrado su lugar. Un lugar propio, al menos. Materializado en un flamante disco, al que bautizó con el nombre Como si nadie estuviera escuchando. “Me parece que ése es el estado de máxima felicidad para un cantante –explica–. Tiene que ver con una frase que escuché alguna vez: en la vida hay que amar como si nunca te hubiesen hecho daño, hay que trabajar como si no necesitases la plata y bailar como si nadie te estuviese mirando. Bueno, yo creo que a eso hay que agregarle que en la vida hay que cantar como si nadie te estuviese escuchando.”

Algo que, de alguna manera, Celsa tuvo la suerte de que le sucediese durante casi toda su extensa carrera. Porque desde que comenzó a cantar junto a Miguel Zavaleta –en un antecesor de lo que luego sería el grupo Suéter– Celsa Mel Gowland supo sumar su voz en coros y armonías para artistas que se robarían la atención del público durante los años siguientes. La suya es la gran voz invisible del rock argentino durante los años de oro de la década del ochenta, y luego supo extender eso a la docencia y a una década de trabajo junto a Diego Torres, para culminar en este presente junto a Nu Jaazz, un octeto en el que ella, la voz, está incluida dentro del grupo. Su nombre está al frente, claro, pero Celsa quiere seguir imaginando que nadie la está escuchando. Para, por supuesto, cantar más feliz y mejor que nunca.

Una chica de Flores

Aquel homenaje a John Lennon había sido organizado por el Sexteto MIA, y juntó a muchos grupos durante cinco días en el Auditorio Buenos Aires. La década del ochenta recién había comenzado, aunque en rigor de verdad para Celsa tal vez haya empezado realmente cuando cantó ahí junto a Suéter las canciones que luego formarían parte del primer disco del grupo. “Hacíamos coros con Fabiana Cantilo, y las dos íbamos vestidas de largo y de dorado, con un tajo hasta el culo, jugando a la ruleta en una mesa que habíamos armado en el escenario, mientras Miguel Zavaleta cantaba eso de ‘Quiero vivir en una isla repleta de minas/ daikiri en mano/ pensar que todo es una maravilla’. ¡Era una oda a la frivolidad! Me acuerdo que el público de MIA nos odió.”

Lindas, sensibles y atorrantas. Así es como Celsa describe a las chicas de Flores, entidad imaginaria de la que ella forma parte, por supuesto. Hija de un padre al que recuerda tocando la armónica en los fondos de su criadero de aves en Florencio Varela, rodeado de sapos que se acercaban a escuchar su música, Celsa explica que cantó desde pequeña pero que alguien elogió su canto recién a los veinte años. Por eso sus sueños infantiles nunca incluyeron la música, y siempre quiso ser bióloga. “Concebía la felicidad con un guardapolvo y un ojo en el microscopio”, cuenta. Fue un sueño que nunca abandonó: se recuerda viajando por la mañana al Museo de Ciencias Naturales de La Plata para rendir ictiología, y regresando a Capital para grabar en Signos, de Soda Stereo. “Me acuerdo que, como Cerati no sabía si yo cantaba bien o no, una noche me llevó a su casa y me hizo grabar los temas para el demo del disco. ¡Grabamos las voces en el baño!” El primer recuerdo musical de Celsa es el de un simple de Janis Joplin, que compró a los 11 años. “De un lado tenía ‘Cry Baby’ y del otro ‘Me and Bobby McGee’. Lo debo haber agujereado de tanto escucharlo.” También recuerda la cola para comprar las entradas de un show de Aquelarre, cuelgues con amigos escuchando Jethro Tull y Premiata Forneria Marconi y sus lecturas de la revista Crisis. Pero también confiesa un temprano fanatismo por Sandro, que se cuidó muy bien de ocultar. Pero cuando aquel chico que conoció en la Facultad le dijo que cantaba bien –Fabián Palmada, su pareja desde hace 25 años, aunque nunca compartieron banda–, para Celsa se abrió un mundo nuevo. Empezó a cantar junto a Zavaleta en Suéter, y después formaría Metrópoli junto a Isabel de Sebastián, Fricción junto a Richard Coleman y la lista continúa casi de manera interminable. “Con el único que nunca canté fue con Charly García”, simplifica Celsa, a la que Fito Páez bautizó como La Alemana en la época de la gira de su disco Tercer Mundo, ya que solía mantener siempre la disciplina. Por eso se dice que, como evitó los excesos de los ochenta, es la que se acuerda de todo. “Es cierto: yo estuve ahí y lo vi todo. Pero no me gusta contarlo. Porque lo que importa es la música que quedó de esa época, que es maravillosa.”

Llorando en la vereda

Pese a sus entendibles reparos, es casi inevitable que al final termine siendo una fuente inagotable de historias. Pero, claro, elige qué cosas contar. Por ejemplo, cuando cuenta que el primer disco en el que grabó fue Vida cruel, el segundo solista de Calamaro, es inevitable no preguntarle por el legendario descontrol que reinó en esa grabación, en la que estuvieron Charly García y Luis Alberto Spinetta haciendo un tema juntos, y que han comentado desde Ariel Rot al propio Calamaro, en las liner notes de la reedición en CD. Pero para ejemplificar el descontrol y la fiesta en las grabaciones de aquellos años, Celsa elige contar otra anécdota, del álbum debut de Clap, donde había tanta gente y tal relajo en el estudio, que la tapa de una botella voló hasta caer en el carrete abierto del master, destruyendo la cinta. “Me acuerdo del técnico Mariano López, que por entonces tenía apenas 17 años, echando a todo el mundo de la peor manera.”

También se le escapa con una sonrisa que donde vio mayor cantidad de mujeres entregándose a quienes estaban sobre un escenario fue en los shows de Sandra y Celeste. “Nunca me trataron tan bien como en esa gira. Yo estaba amamantando a mi hija y tenía que llevar a una acompañante, por lo que necesitaba una habitación toda para mí. Nadie nunca me lo reclamó, y gracias a ellas pude seguir trabajando”, cuenta Celsa, que recuerda que el siguiente capítulo de la educación de su hija fue subirse al micro de gira de Páez, donde debajo de los asientos, a cada frenada o acelerada, rodaban las botellas.

Pero la anécdota que define la década del ochenta en toda su veleidad estética y su milagro artístico a pulmón es sobre el show que realizaron con Virus en el estadio de Vélez, en aquel Festival Rock & Pop en el que tocó Nina Hagen. “Por entonces aún no se había profesionalizado todo, y no nos movíamos con micros o handies. Para ir de la casa de la vestuarista al estadio, lo hicimos en cuatro taxis. Nos tocó cargar con toda la ropa, y cuando nos bajamos y el auto se fue, nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado todo en el baúl. Me acuerdo que me arrodillé en la vereda, mientras la gente pasaba al lado mío, llorando porque pensaba en cómo iba a decirle a Federico Moura que no iba a poder vestirse como quería. Estaba ahí todavía cuando el taxista, que había parado en una estación de servicio a cargar nafta y se dio cuenta de todo, reapareció milagrosamente con lo que nos habíamos olvidado.”

Tratar de estar mejor

Aunque no sabe tocar ningún instrumento, Celsa Mel Gowland es una cantante infalible, dueña de un impecable oído armónico, que le permite hacer grandes arreglos de voces. Por ejemplo, suyos fueron los arreglos que acompañaron aquella sinfonía que Deep Purple estrenó dos años atrás en Buenos Aires. La historia es fascinante: las partituras de aquella obra se habían perdido, y un fan las reconstruyó de oído. Pero faltaban las que correspondían a las 5 voces del coro, que debió arreglar en una semana antes de su estreno porteño.

Semejantes virtudes fueron las que le permitieron no sólo cantar con (casi) todos, sino incluso pasar a ser contratada para optimizar el trabajo vocal de los artistas durante sus grabaciones. “El primer trabajo que hice fue para el disco Algo mejor, de Fabiana Cantilo. Tweety González me había invitado a visitar la grabación, pero una vez ahí me puse a ayudar a Fabi, que tiene una timbre de voz maravilloso y es un cantante única, con ciertas dificultades muy precisas. Le daba consejos de cómo poner el cuerpo, cosas así. Y como las cosas anduvieron bien, Fito –que era el productor– decidió contratarme para todo el disco.”

Allí se le abrió una nueva oportunidad de trabajo, que fue la que finalmente le permitió dejar más de dos décadas de giras, que durante casi los últimos diez años había realizado ininterrumpidamente junto a Diego Torres. “Con él tuve un lugar de privilegio, siempre me ponía en el centro del escenario en sus shows”, destaca. ¿Quiénes fueron sus mejores alumnos en esto del coaching vocal? Celsa destaca a la Sole, que se esforzó para ampliar su registro vocal en el disco Adonde vayas. Y también a Iván Noble, que cantó mejor que nunca en los discos que se dejó entrenar. Una cosa lleva a la otra, y esta labor docente sumada a su fluida relación con la industria musical hizo que Celsa casi inevitablemente formase parte del primer reality show para descubrir un cantante. Conducido por Julián Weich, La oportunidad de tu vida fue un trabajo que a Celsa le provocó una gastritis. “Porque me ponía muy nerviosa ver cómo a las discográficas se les escapaba la tortuga delante de sus narices –explica–. Fueron detrás del éxito fácil, y no de artistas con un potencial increíble, que podrían haber desarrollado para toda una carrera. Pibes que aún deben estar deprimidos, encerrados en su casa. Así que nunca más quise participar de algo semejante. Me di cuenta que no sirvo, por ser parte de eso se me enfermaron el cuerpo y el alma.”

Una canción para vos

Una década antes de Nu Jaazz, Celsa intentó un proyecto propio con las Soul Fingers, un grupo vocal femenino con el que llegó a grabar un disco. “Nuestro mejor show fue teloneando a Simply Red en Chile –recuerda–. Aquella noche el cantante se nos acercó después de nuestro set, invitó a ver su show desde el backstage, y luego a una fiesta en su cuarto de hotel. Fuimos pensando que nos habían tomado por colegas y resultó que para ellos no éramos más que groupies, y en la habitación la fiesta íbamos a ser nosotras. Cuando vimos que sólo estaba él y un enorme jacuzzi llenándose frente a su cama, miré a mis compañeras y les dije: ‘Acá hay que entregar o irse’. Y nos fuimos. Te juro que, después de años de compartir escenario con muchos grupos y haber visto toda clase de cosas, nunca me sentí tan despreciada por otro músico.”

Con su álbum debut en sus manos, Celsa confirma que le tomó un lustro terminar de dar forma a este nuevo proyecto. “Para mí los ochenta no terminaron nunca, y la pasión que les ponía entonces a las cosas que hacía la sigo poniendo ahora. Por eso no me preocupa tener continuidad en lo que hago. Saco algo a la luz sólo cuando me gusta mucho.” Como si nadie estuviera escuchando tiene un repertorio muy particular, en el que Celsa recorre canciones que la fascinaron durante toda su vida, como “A Song for You” de Leon Russell o “Entierro submarino”, de ¡la banda de sonido de la película Los aventureros! “Nadie va a venirme a decir qué tengo que cantar. Así como nunca vamos a tocar menos de los que somos: para hacer esta música hacen falta 8 personas, y eso no se negocia”, explica orgullosa Celsa acerca del grupo que se inició a partir de su encuentro con el rosarino Juan Blas Caballero, productor de la mayoría del disco. De los músicos con los que cantó alguna vez, Celsa sólo ha incluido en su disco un tema de Luis Alberto Spinetta. “Tocar con él fue el punto más alto de mi carrera. Como sé que no le gusta mucho que hagan versiones de sus temas, fui a hacérselo escuchar y a pedirle permiso. Si él no quería, lo sacaba del disco. Pero por suerte me dejó. Para mí él sigue siendo lo máximo, es nuestro mejor poeta. Las pocas veces que me olvidé de entrar a tiempo en un tema fue junto a él, por quedar deslumbrada por lo que acababa de hacer a mi lado, sobre el escenario.”

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