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Domingo, 8 de octubre de 2006

INVESTIGACIONES > LA HISTORIA DE RUSIA A TRAVéS DE SUS BILLETES

El capital

Moneda respaldada por las reservas de opio del Banco Central. Gobiernos contratando falsificadores. Billetes de curso legal impresos en hojas de cuaderno. Billeteras con hasta cinco monedas diferentes para atravesar el día al ritmo de los cambios de gobierno. Vales, tickets y bonos al lado de los cuales un patacón parece un dólar. Marcelo Gryckiewicz acaba de presentar el primer tomo de Russian Bank Notes, su titánico proyecto de reconstruir la historia rusa a través de los avatares reflejados en sus billetes.

 Por Natalí Schejtman

Hay dos historias que cuenta Marcelo Gryckiewicz para dar indicios de cómo se despertó su interés por la numismática, disciplina que estudia el dinero en todas sus formas. La primera tiene que ver con descubrir que los baúles en que sus abuelos, inmigrantes, se habían traído sus pocas cosas estaban forrados en billetes. Ante el hallazgo, indagó en los relatos orales de su abuela y en los escritos de los libros para reconstruir la hiperinflación de los primeros años de la Rusia soviética. A tal punto no valían nada, lo supo después, que mientras la gente los usaba para sus artesanías de urgencia, una bombonería hizo traer una parva de billetes vírgenes que habían sido impresos en Estocolmo para borrarles su aspiración a vil metal y enrollarlos alrededor de chocolates. La segunda historia también fue disparada por la lengua inquieta de la abuela, responsable de que Marcelo hablara antes ruso que castellano, a escondidas de su papá (que le tenía prohibido hablar esa lengua porque a él eso le había costado unos cuantos castigos físicos en la escuela argentina). Alrededor del año 1916, Anton Gryckiewicz, con 16 años, había peleado en la Primera Guerra Mundial y formaba parte de la retaguardia de las tropas alemanas invasoras que lo habían movilizado en su región. La revolución rusa lo agarró en la zona del Báltico. Confundido y agotado, recibió órdenes de seguir peleando, y pronto se encontró próximo a un llamativo hombre de apellido Avaloff, que se había cargado al hombro la ambiciosa tarea de defender de polacos y rusos un territorio todavía sin nación, sustentado por Alemania (que no quería perder esa zona). Tenía ejército y moneda, y las regiones que iba dominando eran obligadas a aceptarla, aunque no tuviera ningún respaldo en nada. Después de dos años, el sueño terminó: los barcos ingleses llegaron para armar al gobierno lituano, polaco, letonio y acorralar a Avaloff y su gente. Finalmente expulsados, quedaron varias planchas de sus billetes interrumpidas, impresas de un solo lado. Lejos de tirarlas por representar al viejo enemigo y ante la falta de papel que había en ese momento, Letonia las usó para hacer sus estampillas. Varias décadas después y con esa historia retumbándole en la cabeza, Marcelo fue juntando los pedacitos que se ocultaban detrás de cada estampilla letona hasta dar, en dos años, con un billete reconstruido de esa nación que nunca fue.

Entre la historia política y económica de Rusia y la reconstrucción autobiográfica de las migraciones familiares, Marcelo fue avanzando durante 20 años desde su oficina de Avellaneda en una investigación grandilocuente, que tiene como resultado los diez tomos de pura notafilia (dentro de la numismática, la encargada de los billetes) de Russian Bank Notes. El primero acaba de ser presentado en la Casa de Rusia y desarrolla todo lo referido a Rusia propiamente dicha. En los siguientes tomos se irá dedicando a la región de Asia Central, países Bálticos, Transcaucasia y otras regiones que fueron parte de la URSS, hasta finalizar con una colección que comienza en 1769 y no tiene todavía fecha de cierre. Su afán de coleccionista empezó tímidamente, como un interés general por todo lo que era la URSS, hasta que algunos recovecos de la billetología y lo desértico de la disciplina en la Argentina (a pesar de la cantidad de inmigrantes) lo guiaron hacia la especialización, cosa que, dadas las distancias, se vio ayudada por los parientes que mandaban cartas, los viajes o ciertas casualidades de la coyuntura nacional, como recuerda Marcelo su vínculo con varias oleadas de marineros rusos que empezaron a venir asiduamente al país por un convenio pesquero de Alfonsín: “Yo ya estudiaba ruso en dos instituciones y una de ellas tenía mucha relación con los marineros: íbamos a jugar a la pelota, ellos venían a los clubes nuestros, hacíamos asados. Entonces en ese intercambio también aparecían billetes y también llevó a mi coleccionismo: ‘Traeme esto, llevate esto, buscame esto...’”.

En el año 1919, el gobierno de Moscú emitió billetes que luego serían denominados como billetes Babilónicos, por tener la consigna dada por Karl Marx, Proletarios del mundo, uníos, en siete idiomas.

Como el grueso de los coleccionistas, Marcelo manifiesta un nivel de obsesión a prueba de todo: pasó una semana de su luna de miel encerrado con su flamante esposa en el Museo del Banco de Finlandia, tomando fotos de incunables y de planchas antiguas, y conociendo las caras de los primeros diseñadores y directores de bancos; reconoce los billetes por su olor, acostumbrado a identificar los tratamientos con acetona que los planchan y desvalorizan; puede enumerar el recorrido de un cliché (el molde del billete) por regiones y épocas (como el cliché de la época zarista, con el zar Pedro I el Grande y la mujer zarina representante de Rusia que luego, en 1924 en Transcaucasia, circuló con las mismas proporciones, pero reemplazados por una hoz y un martillo y una mujer campesina) y contar las historias más sorprendentes, siempre motivado por la adictiva “manco-lista”. Su debilidad no es justamente el orden institucional: “A mí me gustan esos momentos de inestabilidad. El penúltimo billete soviético se hizo en el año ‘61, y del ‘61 al ‘91 no cambió. Durante treinta años no existió otro billete. Pero en el ‘90 o ‘91 había lugares en los que llegaban a no pagar durante 7 u 8 meses, entonces cada granja colectiva empezó a hacer vales para que su gente comprara con eso los productos que ellos mismos producían. Esos billetes hoy son rarísimos. Se produce la ley económica que indica que la moneda mala elimina a la buena de circulación. Es como en nuestra época de patacones: si a vos te pagaban con patacones, tratabas de sacártelos de encima rápido y atesorar la moneda buena. Pagás todo lo que puedas con la mala. La moneda mala termina circulando mucho más tiempo y por lo tanto se termina desgastando más, por lo tanto se destruye, y es mucho más difícil de conseguir para un coleccionista”. La otra época de gran cambalache monetario es el período de post-revolución bolchevique: “En Odessa (lo que es Ucrania), por ejemplo, circulaban los billetes de tranvía en tanto no estuvieran tickeados, porque no había moneda. La gente te aceptaba eso. Era una moneda, circulaba como moneda. Había ciudades que cambiaban de bandos entre los rojos y los blancos todo el tiempo, y como no había papel moneda, empezaron a aparecer los resellos. Dentro de un billete aparece un sello que invalida el anterior y vale con el sello. Hoy valía este billete porque estaba este gobierno, mañana no valía. Algunas ciudades cambiaban constantemente de manos. Ellos tenían cuatro o cinco monedas en los bolsillos y, dependiendo de qué gobierno estaba, las usaban o no. En esa época de guerra civil, en una ciudad cerca de la frontera con China, un maestro de dibujo de una escuela primaria terminó haciendo los bocetos para los billetes, porque no había gente que conociera lo que era hacer un cliché para billetes. Incluso hay cosas más exóticas: en el Cáucaso, los billetes los hicieron dos falsificadores rusos, que estaban presos y los llamaron y terminaron haciendo billetes para un gobierno. A veces hay billetes que están hechos sobre papel de cuaderno porque no hay papel y se notan los renglones. También la región de Alma Ata fue ocupada por el gobierno soviético y tuvo que emitir su moneda sin respaldo en oro. Entonces respaldaron esos billetes en opio, que tenían en el Banco Central. Con eso uno puede ir leyendo la historia de Rusia, cómo eran los movimientos en esa época, cuándo faltaba, cuándo sobraba”.

“Había ciudades que cambiaban de bandos entre los rojos y los blancos todo el tiempo. Entonces, la gente llevaba cuatro o cinco monedas en los bolsillos y, dependiendo de qué gobierno estaba, las usaban o no.”

Una vez caída la URSS, explica Marcelo, el conglomerado de naciones sueltas va tratando de volver a sus poetas, fauna y flores nativos. El sigue trabajando en el tomo dos, clasificando e historizando los billetes de Georgia, Armenia y Azerbaiyán, y en unos días estará viajando a una convención en San Petersburgo sobre la diáspora de los pueblos eslavos de la ex URSS, en la que contará la perspectiva desde los billetes. Durante el viaje, aprovechará para seguir visitando museos y especialistas autóctonos, cosa de seguir llenando sus arcas de billetes de colección: “A mí me llama la atención cuando hay algo precario o algo bien tosco o algo que uno no sabe qué puede ser y que hay que descubrir, más allá de que el billete en sí a veces te atrapa por el diseño o por los colores. Pero a veces eso no es lo importante sino saber que se hizo algo que duró una semana o 10 días o que se destruyó, o billetes que no se llegaron a usar porque estaban en pleno diseño y cuando llegó el momento de usarlos el gobierno ya había caído. A mí me interesa el caos”.

El libro se consigue por medio de la página web: www.ussrbanknotes.com

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En 1920, en Vladivostok, puerto ruso del Pacífico, se encontraban acantonadas distintas fuerzas intervencionistas que apoyaban al gobierno blanco de Siberia. Cada nación pagaba a sus tropas en su propia moneda, lo cual se sumó a las cinco monedas diferentes que ya circulaban por Rusia. Algunos comerciantes decidieron emitir sus propias monedas, y de esta manera evitar que los cantineros tuvieran que hacer tanto cálculo. Restaurantes, bares, cabarets y prostíbulos tenían sus propias casas de cambio y quien ingresara, podía cambiar su moneda por dinero sólo utilizable en el lugar de la transacción. Estos billetes son muy difíciles de conseguir hoy en día.
 
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