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Domingo, 17 de diciembre de 2006

NOTA DE TAPA

Yo ya soy parte del mar

Después de un año en el que, sin aparecer demasiado en público, filmó su segunda película, volvió a grabar un disco para una discográfica y largó una gira por todo el país, Fito Páez aceptó dar una entrevista sin la presión de las presentaciones y la promoción. Relajado, en su nueva casa de hombre solo, charló con Radar de su último disco, de la amistad, la parranda y la canción con Elvis Costello, de la tradición tristemente quebrada entre el rock y la música popular, de las obsesiones que no deja de incluir en sus canciones, de la película que está terminando, de las críticas que ya no le importan, y del inmenso placer de mirar todo de afuera.

 Por Martín Pérez

El piano en cuartas, la batería con el bombo sincopado, el bajo siguiendo ese bombo, y orquesta y vientos en contrapunto. Esa es la fórmula para que una canción suene como si fuera de Fito Páez. "Al menos así te va a dar algo muy parecido a lo que a mí me gusta", afirma el propio interesado, cómodamente tirado en el piso de una de las habitaciones de su cómodo, amplio y luminoso departamento en pleno barrio de Recoleta. Semejante síntesis llega porque la charla llegó en algún momento hasta "Cadáver exquisito", un tema complejo y uno de sus preferidos, con el que Fito asegura haberse obsesionado durante un largo rato. "Fueron dos meses de locura", explica. "Pero en un momento hacés así y en quince minutos te sale un tema como ‘Dar es dar’. Y decís: ‘Guau, qué bueno que la música también sea así’."

Aunque durante toda esta semana ha estado dedicado al cine, encerrado en la sala de edición dándole los toques finales a la que será su segunda película, a Páez no le cuesta nada hablar de música. Con él siempre hay de qué hablar. Pero, claro, hablar de música con Fito implica hablar también de algo más que música. Por eso inmediatamente se detiene en su elogio de la sencillez, y aclara: "Ojo que soy un respetuoso de las formas matemáticas de la música y sus dilemas casi... algebraicos, te diría". Para agregar a continuación, explicando su titubeo: "Lo que pasa es que ahora hay un tema con la sencillez y la complejidad. Parecen figuras morales, en donde la sencillez está bien y lo complejo no. Porque lo complejo no-lo-entiende-todo-el-mundo. Y ésas son ideas que atrasan la aguja", explica, moralista a su vez en su lucha contra semejante falsa dicotomía. Falsa para él, ya que en su mundo caben tanto "Cadáver exquisito" como "Dar es dar". Son la sístole-diástole de su sistema compositivo. Complejo-sencillo, yin y yang, dos partes de una misma persona. Un camino que también se puede leer en sus discos: de la lucha por volver a ser Fito Páez en Naturaleza sangre –que editó por su cuenta, ya que no tenía contrato discográfico– a la espontaneidad del flamante El mundo cabe en una canción, con el que ha vuelto a tener un sello discográfico detrás.

Cuando volvió a escuchar los elogios de la crítica luego de un gran disco como Influencia, Charly García disfrutaba contando el chiste del gurú que, cuando uno de sus discípulos le pregunta dónde está el éxito, señala hacia una dirección. Allí va su discípulo y recibe una furibunda golpiza. Una y otra vez. Cuando por última vez vuelve y se atreve a recriminarle el consejo, su maestro le dice que el éxito está efectivamente en esa dirección, justo después de las trompadas. Páez lanza una carcajada al escuchar el chiste y admite que así está él hoy: más allá de las trompadas. "Ya no me peleo más con la época. Porque tengo hijos y preocupaciones más específicas. Porque ya te venís grande y entendés que el mundo fue siempre así", explica el tipo que confiesa haber sentido el golpe de la crítica contra su primera película, el tipo que se quedó sin discográfica, el tipo que dejó de llenar Obras. Pero que ya está de regreso. En todo sentido. "Yo no me quejo de nada", dice Fito. "Creo que tengo un lugar de privilegio, de libertad absoluta. No hay muchos hombres dentro de este negocio que te puedan decir eso. Porque yo ahora no tengo que discutir nada con nadie, y se hace lo que yo digo. Y eso, para mí, no tiene precio", dice este Fito recoleto, agotado y sonriente casi al mismo tiempo, que supo vivir en todos los barrios de Buenos Aires. Y hoy se asoma a su ventana para decir: "Ahí, en ese piso, vivió Bioy Casares". Un Fito Páez que sabe que su mundo cabe en más de una canción.

El chico de la tapa

El imaginario telón del último acto discográfico de Páez fue bien real y se abrió en el verano del año pasado, en el festival de rock realizado en Cosquín, en el que Andrés Calamaro se decidió a regresar a los escenarios. Aquella segunda jornada del evento en cuestión, cuyo cierre nocturno tuvo un lleno total, comenzó a pleno sol en un anfiteatro vacío, salvo por los pocos que estaban al tanto de la sorpresa. Que cuando se abriese el telón de uno de los escenarios laterales, la banda que saldría a tocar tendría a Fito Páez entre sus integrantes. La banda en cuestión eran Coki y sus Killer Burritos, y sobre ese escenario también estaba Vandera, otro de los amigos rosarinos de Páez, que se reunieron con él en Córdoba para sumarse en la preparación de ese disco del que aún no había nada, pero estaba claro que iba a llegar. "Ahí empezó todo", confirma Fito. "Venía de una gira muy larga y hubo un momento en que empecé a sentir que se venía algo. No siempre sucede así. Pero como el diablo sabe más por viejo que por diablo, empecé a preparar todo. Con paciencia quirúrgica, casi te diría. Me fui unos meses antes con mi hijo a Córdoba a elegir casa para el verano y, cuando llegó el momento, me llevé todo: los teclados, las guitarras... pero no tenía nada."

¿Ni siquiera alguna frase?

–Apenas algunos compases aquí y allá. Y tenía, si, el estribillo de "Te aliviará", con su melodía. También el comienzo de "El mundo cabe en una canción" y la segunda parte, que estaba hecha desde hacía dos años... ¡pero yo no sabía que la tenía! Pero sí sabía que tenía un espíritu predispuesto para escribir nuevas canciones. Armamos todo, y así fue. Desde el primer día.

"Mis amigos son hermanos del alma, canallas, divinos/ Mis amigos ya perdieron todo, pero nunca el estilo", canta Fito en "Fue por amor", uno de los temas de su último disco, el único con música ajena, autoría de Coki Debernardi. Junto con Carlos Vandera, forman la dupla de amigotes especiales que Fito convocó para grabar El mundo cabe en una canción. "Ellos en principio son amigos y después son artistas", explica. "Es gente con la que puedo tener una intimidad creativa muy fuerte. Coki desarrolló todas las ideas rítmicas del disco, pensando en que queríamos grabar con Pete Thomas, el baterista de The Attractions, la banda de Elvis Costello. Y Carlos me ayudó a armar todo el enjambre vocal. Son gente en la que puedo confiar. Hacen la tarea sucia, pero con tanto cariño que termina siendo una tarea hermosa." A Coki, Fito lo conoce desde que produjo, a mediados de los ‘80, el primer disco de Punto G, la banda donde su amigo comenzó su carrera. "Me acuerdo de esa grabación en Caballito: varias semanas porteñas con esos locos de mierda", se ríe Páez. Por aquella época, Vandera formaba parte de otro grupo rosarino, Certamente Roma, que grabó su álbum debut con producción de Fabián Llonch, bajista de Fito por aquel entonces. "Los dos son grandes compositores de canciones... ¡en casa escucho sus discos! Les gustan las mismas cosas que a mí: somos fans de Costello, les gusta el jazz. Compartimos el humor. ¿Qué más te puedo decir? Son colegas... ¡mala gente!".

Once canciones y un instrumental, eso es lo que contiene el último disco de Páez. "El ‘Intermezzo’ fue lo primero que compuse, mientras probábamos los equipos en Córdoba. Quedó ahí, y justo cuando estábamos por mandar el disco al mastering me di cuenta de que le faltaba algo. No sabía qué, pero faltaba. Y me volví loco. Me puse a revisar todas las grabaciones, hasta que lo encontré. Lo grabamos ahí mismo y completamos el disco". Resulta poco menos que curioso que un tema instrumental sea el comienzo y final del proceso de un disco en el que Páez por primera vez en mucho tiempo parece anclado a tierra, y habla de cosas de todos los días: de chicas, de canciones, de no perder la bronca, de seguir adelante. "¡Es que ya estoy grande!", se esconde Fito.

No digamos que es un disco de separación... ¿Pero el de un hombre solo?

–(Piensa.) De un hombre. Y punto. Yo ya resolví que hay cosas de la intimidad que no voy a contar más. Porque el mundo es de un vampirismo delirante. Soy un hombre de 43 años, con una fuerza vital que me hizo llegar hasta acá con entereza, más allá de los devaneos sentimentales.

No deja de ser curioso que sea justo el artista que, desde Del 63 en adelante, más hizo carne eso de crecer en público –que practicaron primero Los Beatles y bautizó Lou Reed en el título de un disco–, el que haya decidido escaparle decididamente a cualquier confesión. "En cierto punto, y por favor que no se enoje Andrés Calamaro, yo no creo en la honestidad brutal, porque es una idea incompleta. Es una frase muy feliz, eso sí. Pero no lo creo para mí. Porque hay muchas cosas que no decís o travestís o cambiás en tus canciones. Pero por naturaleza, no para ocultar algo nadie, ¿eh? Porque en realidad siempre se trata de revelar."

¿Tal vez las cosas hayan cambiado demasiado desde aquellos primeros años, y todo hoy en día se exacerbó demasiado, hasta hacerse intolerable? "Siempre fue así. Desde que el mundo es mundo. Los seres humanos somos de una voracidad y de un morbo ilimitado. Siempre nos va a gustar saber de una miseria ajena y nunca nos va a gustar la virtud del otro. Es algo que parece inscripto en el corazón humano. Por eso uno se divierte tanto leyendo el Museo del chisme de Cozarinsky, y le da tanto morbo hojear la Caras", se confiesa Fito. Y con una sonrisa traviesa agrega: "Por eso, cuanto más al margen estés de eso y más te puedas divertir desde afuera, mejor".

fito paezImágen: Nora Lezano

Tercer Mundo

Desafinaba Tom. La máquina de hacer pájaros invisibles. Pichuco. Mercedes es la voz. El París de Thelonius Monk. La Cantilo y Kate Moss. Kim Novak en Vértigo. McQueen en Papillon. Y así.

Desde que hace un par de meses El mundo cabe en una canción está en las disquerías, una constante en las reseñas ha sido el comentario –y por momentos directamente la queja– de que Fito insiste en enumerar sus preferencias en las canciones. "Bueno, hay que hacerse cargo de esas cosas", contesta cuando se le recuerdan las críticas. "Yo me hago cargo de mi imaginario y las cosas que me interesan y me gustan, y no tengo ningún prejuicio en nombrarlas, porque no soy un tipo acomplejado", explica. Y después, ya más guerrero y encendido, contraataca: "Yo me podría sentar con Jobim a charlar sobre música, a lo mejor a las personas que no pueden les da un poquito de vergüencita".

Pero si se le explica que lo que tal vez pase es que a veces esas enumeraciones pueden sonar a impostura, a contar lo que no se tiene, Páez vuelve a la carga. "Yo me considero un compositor muy noble en ese aspecto: no me siento a buscar algo, me siento a jugar. Y lo hago con todo lo que tengo. Con lo que me inspira un disco de Art Tatum, una peli o lo que coño sea en la vida. Conocer a una persona, por ejemplo. Con eso te sentás, y tenés un montón de armas para plasmar eso que vos sentís. Y muchas veces suceden cosas increíbles, que terminan en algo totalmente diferente a lo que deseabas en un primer momento. Pero ésas son las cosas hermosas que tiene la música."

Igual, hay que atreverse a meter en una letra a Holly Goligthly... ¡Con lo difícil que ya es leerlo por primera vez de corrido!

–¡Y no sabés lo que es cantarlo! (Risas.) Llevo ese nombre conmigo desde la primera vez que leí Desayuno en Tiffany’s. Pero igual lo tuve que practicar bastante...

Una vez que aparece el tema de las críticas, es imposible no querer seguir hablando del tema. Porque este Páez tan cómodamente sentado en el piso ante el grabador es un artista que lo tuvo todo, pero que también finalmente llegó a escuchar –y a sentir en carne propia– esas críticas que empiezan a hacerse escuchar cuando está en la cumbre, pero entonces muy difícilmente lleguen a los oídos del criticado. "Son sensaciones", corrige Fito, que sabe de qué se está hablando. "Pero sí, se puede instalar esa sensación de que se te pasó el cuarto de hora... ¡y es verdad, pero porque estás en el cuarto siguiente! Lo que pasa es que es una sensación amarga, en el sentido de que te deja solo. Pero eso sólo me pasa en Buenos Aires... no me pasa en Rosario, ni en Montevideo, ni en Madrid ni en ningún otro lado. Me pasa sólo acá."

¿Y por qué?

–La verdad, que no lo sé. Me siento más cómodo en Rosario, donde no se ve el debate alrededor de Blumberg. Ni el de Arjona. Ni la revista Gente. Todo el boludismo mediático no existe allá. Tal vez debería pensarse Buenos Aires un poquito a ver qué pasa, ¿no? Ha perdido mucha virulencia artística, ha ganado mucha berretada...

Pero vos tuviste tu momento justo acá, en Buenos Aires, en la primera mitad de los ‘90...

–¡Pero a esta altura te diría que eso fue un milagro estético! Porque yo recuerdo 40 mil personas cantando "Tumbas de la gloria". Andá a pensar en eso hoy, con Robbie Williams bajándose el pantalón, o los temitas de Ricardito... No me entiendas mal: lo que yo reclamo es que una historia centenaria, como la de la música popular argentina, con altos momentos estéticos y de fuerte impronta... ¡No puede ser que estemos en lo que estamos ahora! ¡Si se lo contás a alguien no se lo cree! Voy a ser más específico: para mí la cocina grossa de la modernidad argentina a nivel de música popular está en Nebbia, los grupos de Spinetta, La máquina de hacer pájaros y Seru Giran. Eso fue lo último importante que pasó. Y no estoy haciendo revisionismo. Porque te puedo hacer rápidamente una conexión entre las orquestaciones de Salgán y la manera en que Charly presenta "Cuando ya me empiece a quedar solo". O pegar las melodías de Gardel con las de Nebbia. Y el texto de "Naranjo en flor" con "Los libros de la buena memoria". Hay una cadena ahí, que en un momento, ¡tras!, desaparece. Eso es lo que me llama la atención... Ahí hay algo. Tal vez lo que pase es que somos demasiado acomplejados. Nadie se quiere meter en el gueto del otro. Porque teme perder algo, que puede que sea el público, o parte de su prestigio, o esas vanidades que no sirven para nada. Y en ese punto, al tener tan poca curiosidad, al haber acuñado una frase, el "por algo será que no me meto", eso crea una conciencia monstruosa en el tiempo. Y genera incomunicación. Y nos dejan islas. Buenos Aires es la isla más grande del mundo, te diría. Una isla en sí misma.

Yo vengo a ofrecer mi corazón

Al igual que en las letras de sus canciones, en la nueva casa de Fito sus gustos y fanatismos están esparcidos por todos los ambientes. Un cuadro de Fontanarrosa en la pared. Un enorme poster de Blow Up dominando todo un ambiente. Una caja con una cuidada reedición completa de todos los discos de Chico Buarque al lado del piano. "Una vez en Brasil vi una muestra con objetos de Chico que recorrían toda su vida. Cartas discutiendo composiciones... una maravilla. ¿Por qué nadie hará eso con Luis Alberto Spinetta?", comenta al pasar, cuando ve al cronista observando los discos. Lo hace contento, feliz. Es una tarde luminosa y está a punto de subirse a un auto para ir al estudio, a seguir trabajando en su película, que tiene fecha de estreno para mayo del año que viene. "Ya tengo un corte de una hora cuarenta, ahora le estoy sumando unos minutitos, recuperando algunas cosas", explica mientras posa para las fotos. Entre los tesoros ajenos, también están los propios: el vinilo del primer disco de Baglietto. Otro vinilo, esta vez de El amor después del amor. "Es colombiano, acá nunca salió en vinilo", revela Fito. También hay un Blood On The Tracks, de Bob Dylan. "¿Sabés quién produjo ese disco, ¿no?", cancherea. Se le dice que sí, que fue Phil Ramone, el mismo tipo que le produjo un disco a él. "Dos", responde, generando carcajadas cómplices con todos los presentes.

¿Habrá sido aquí o en alguna casa anterior de Páez donde Elvis Costello y toda su banda dijeron presente y se quedaron trasnochando el día que tocaron por primera vez en Buenos Aires? "Elvis es un colega", explica Fito. "Lo conocí cuando estaba grabando en Nueva York con Phil Ramone y el gordo me dijo si lo quería ir a ver. Le dije que por supuesto, y no sólo me consiguió entradas en primera fila para el show, sino que además me metió en una exclusiva conferencia de prensa que se hacía el día anterior. Como a Costello le dijeron que venía un argentino con el que compartía discográfica, el tipo se tomó el laburo de escuchar el disco, y cuando nos presentaron hablamos diez minutos. Le había gustado, por ejemplo, el tema "Las noche del sol, las tardes del agua". Ahí quedamos colegas, en una relación por mail, e hice un tema para él. Cuando vino estuvimos tocando juntos y me dijo que ya le había hecho una letra. Aún está trabajando en ella, pero la hizo viajando de Montevideo a Buenos Aires, son imágenes que vio en ese viaje. ¡Es un tipo encantador y le gusta enrollarse!".

El nombre de la película en la que ha estado trabajando Fito durante toda esta semana –en un alto de la gira presentación de El mundo cabe en una canción, que recién en marzo llegará a Buenos Aires– es ¿De quién es el portaligas? En realidad, Páez rodó durante el verano pasado en Rosario la película. Y empezó a trabajar en ella recién cuando pudo sacarse de encima la mochila del fracaso de Vidas privadas. "Empecé a escribir algunas cosas y cuando me di cuenta de que no eran ni cuentos ni canciones, entendí que era una nueva película." Lo primero que recuerda haber escrito, en un viaje de Nueva York a Los Angeles en el 2002, fue el primer monólogo de una película que tiene todo el aroma de los disparatados ‘80, una década que Fito vivió a pleno y conoce muy bien.

Alguna vez dijiste que si hubieses empezado filmando una película así, de rockeros, no te hubiesen saltado tan al cuello, ¿no?

–Eso me decía Alan Pauls, el guionista de Vidas privadas.

Qué nos viene a hablar un rockerito de esta clase de cosas...

–Es que yo tenía un mensaje de las tripas, algo que tenía que contar. Pero eso ya no te lo cree nadie. Porque el mundo está tan chiflado de verdad, que nadie cree que a alguien le pueda pasar eso.

El último show de Páez en su presentación de este nuevo disco fue el sábado pasado, en Rosario. En aquel recital, según Fito, su nueva banda se sacó un diez. "Se agrandó Chacarita", se burla de sí mismo. Por eso no fue a ver el primer show de Calamaro con Ariel Rot. Pero el domingo, aunque ya estaba aquí, tampoco fue. "Es que se me complicó, estaba con mis hijos y sus madres estaban en el concierto... ¡Alguien tiene que ser responsable!", sigue burlándose. Sobre la mesa de ese living lleno de instrumentos y teclados en un tercer piso frente a Plaza Francia, hay un CD. Es la reedición del olvidado segundo disco solista de Fabiana Cantilo, que grabó junto a Los perros calientes y que fue producido por Páez. "Esa es la banda de sonido de la película", apunta Fito cuando se da cuenta de que el cronista lo está mirando. "Fabi fue una musa inspiradora", agrega.

¿De qué trata la película?

–Escribí sobre tres amigas. Dos de ellas hacen una vida muy disipada, muy diletante, incluso de buen pasar económico. Y la otra es una laburante, que tiene hijos, y que les termina arreglando todos los quilombos a estas dos palurdas. Pero la historia es como una excusa para contar algunas cositas que me interesan del mundo, de los vínculos. El paso del tiempo, la amistad...

¿Es una comedia?

–Entre comillas... Me parece que es como mis discos: no tiene género.

¿Como qué película que te gusta te gustaría que fuera?

–No tengo un ideal. Porque yo aún estoy buscándome como autor. Por supuesto que hay un cine que me gusta, pero no me quiero parecer a ese cine. Como en la música, que cuando empecé no quería ser Charly, estaba buscando mi firma. Pero en ese primer disco ya había un "Tres agujas". Creo que en Vidas privadas también hay dos o tres momentos "Tres agujas". Por supuesto que acá hay otro tono. No tiene ese tono sombrío, desesperante, agónico. Pero también está el paso del tiempo y va a haber lugar para otras cosas.

Cuando Calamaro estaba grabando Honestidad brutal, dijo que ese disco ya lo había grabado en 1975 y se llamaba Blood On The Tracks. ¿Tu película ideal como director ya la filmaron y se llama Torrentes de amor?

–¡Ojalá! Es una película maravillosa, pero es tan triste... Lo que más me atrae es el acorde abierto. Que todo puede ser de una forma pero también de otra, de acuerdo con quién la mire. Y Cassavettes es un tipo que no juzga. Hay una sabiduría en él como artista, es superior. Torrentes de amor es su cumbre. Una película sobre el amor, lo que él pensaba del amor, y es de hecho su despedida. Haciendo una película no sobre el amor de pareja, sino algo más profundo. Su vida familiar, sus fracasos, su hermana, ese hijo que no se sabe si es de él pero con el que se emborracha aunque tiene sólo seis años. Es una película demente, pero en la que a la vez hay mucha verdad y es muy salvaje. Hay una parte mía como artista en la que me siento muy cerca de un tipo así, por la forma en la que piensa las situaciones. Cuando yo me encuentro con un dilema musical, antes de resolverlo, prefiero que el acorde esté abierto...

¿Y en la parte personal?

–Es, justamente, algo personal. Pero yo siempre voy a pensar que tengo que dejar abierto el acorde. No sé cómo se llamaría un disco sobre mi vida, no tengo título para eso...

Estamos hablando de una película...

–Torrentes de amor no estaría nada mal...

Crímenes perfectos

En un año de versiones y homenajes, Fito Páez apenas si tiene algo para decir al respecto. Asegura no haber escuchado, por ejemplo, la versión que Luis Alberto Spinetta hizo de “Tres agujas” en el tan oficial homenaje a los 40 años del rock argentino. “Mañana mismo la escucho, te lo prometo”, dijo ante la incredulidad del cronista. Eso sí, el disco de Fabiana Cantilo –era de esperar– lo escuchó. “Si canta Fabi, me interesa”, argumenta. Ahí hay un par de temas suyos, pero para Páez el mejor tema es el de Miguel Cantilo, “Yo vivo en una ciudad”. Si bien no apareció en el disco de los 40 años, producido por Lito Vitale, Fito participó del Homenaje al Salmón. Lo hizo con una versión de madrugada de “Crímenes perfectos”. “Me encantó que le gustase a Andrés”, comenta. Pero confiesa que lo primero que grabó fue un oscuro tema del primer disco de Calamaro: “Amor iraní”. “Cuando yo estaba grabando Del 63, en el mismo estudio, pero a la mañana, Andrés también grababa su primer disco solista. Y de esa época quedé impactado con el arreglo de Charly para ese tema. Lo escuchaba y me volvía loco. Así que me saqué el gusto e hice una versión Steely Dan, con tempo alto. Pero después Afo Verde me mandó una lista de temas, entre los que estaba ‘Crímenes perfectos’. Esa misma noche que me llegó, la grabé. Y a las 5 o 6 de la mañana me senté a escuchar los dos temas. Me di cuenta de que ‘Amor iraní’ era más un tema de diseño y que ‘Crímenes...’ tenía una letra monumental, me dio una emoción increíble”.

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Imagen: Nora Lezano
 
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