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Domingo, 17 de diciembre de 2006

MODA > LO CRIOLLO REVISITADO POR 20 DISEñADORES EN EL MALBA.

Nobleza gaucha

Hace más de treinta años, cuando fue convocada por Romero Brest para presentarse en el Di Tella, la diseñadora Mary Tapia se convirtió en una pionera exponiendo lo que los europeos ignoraban y los argentinos ninguneaban: los diseños autóctonos de la Argentina. Ahora, cuando el país es destino de millares de turistas, las revistas de moda le dedican dossiers y el mate es un souvenir que cotiza, las periodistas Felisa Pinto y Victoria Lescano antologizaron el trabajo de Tapia, homenajearon a sus escasos seguidores e invitaron a diez diseñadores nuevos, vírgenes de folklore, a redescubrir las bombachas de gaucho, las boleadoras y la alpargata de yute. ¿Una moda de moda o una reconciliación con lo local?

 Por Cecilia Sosa

Si Jorge Luis Borges, al que tanto le gustaba recordar que en el Corán no hay camellos, hubiera podido ver por estos días las blanquísimas escaleras del Malba, habría saltado de asombro al descubrir tamaña sucesión de maniquíes enfundados en telas collas, vestidos de barracán, tapados de oveja negra, tan imponentes como imposibles en una tarde de diciembre. ¡Y no sólo! ¿Qué hubiera dicho el más ferviente detractor del color local al descubrir, exhibidas en pequeñas cajas de acrílicos y celebradas casi como reliquias, las más curiosas bombachas de campo psicodélicas, collares-boleadoras, chiripás con tules y hasta alpargatas de suela de yute con taco y brillos dorados con sesgo leopardino? ¿Qué extraña comedia de “lo auténtico” acontece en el museo que todo lo hipea?

La muestra Moda con identidad criolla, curada por las afiladísimas escritoras y periodistas Felisa Pinto y Victoria Lescano, propone una vibrante combinación de localidad prêt-à-porter donde se reúne una retrospectiva de Mary Tapia –la más celebrada precursora de la moda local–, las versiones más osadas de la nueva generación de diseñadores hasta ahora vírgenes de todo folklore y una videoinstalación de cuerpos y prendas danzadas de los que siempre coquetearon con la moda folk.

¿Un museo plagado de contradicciones y tensiones irreconciliables? ¿El guiño cómplice y autocelebratorio de los últimos destellos de modernidad local? “El gaucho look fue una moda que siempre intentó imponerse de afuera, una especie de show de tango, un mamarracho que duraba un mes y listo. Amenazas de lo folk tuvimos varias veces en el siglo. Pero ahora pasa otra cosa”, advierte Pinto. Leer para creer.

Boceto de zapato y vaca porta termo Boceto del zapato diseñado por Chelo Canton (Mishka): cuero de vaca, lunares de glitter, espigas de trigo y suela de yute que cita a la alpargata.
Vaca para el porta termo de mate “Mi-Mu” (Abarquero y Di Stilio).

Por un Tapia auténtico

Los inicios de una moda criolla tienen un instante casi mítico. Allá por 1969 Mary Tapia fue invitada por Romero Brest a exhibir su obra en el Instituto Di Tella. Y la tucumana saltó con los tacos de punta: “A Buenos Aires la moda no llega nunca. Porque recién seis meses después hay que ponerse lo mismo que usan las europeas. En cambio, qué bárbaro lo que hacen nuestras collas, las mujeres del Paraguay, o las indias de Zuleta”, decía la tarjeta invitación a su muestra Pachamama Prêt-à-porter, donde advertía que la creación de una moda criolla se había convertido en su “obsesión” personal.

Desde entonces, Tapia vistió a tres generaciones enteras, paseó su adoración por barracanes, ponchos y guardas por Nueva York y París, y recibió, entre otras cosas, unas merecidas Tijeras de Oro de la Cámara Argentina de la Moda en 2001. Cuenta la leyenda que las intelectuales chic de los ‘70 llegaban a la Galería del Este en busca de un Tapia auténtico para lucir en la presentación de un libro de Borges (¡qué paradoja!) y que estaban dispuestas a embargarse por un bolso de chagua, esa red vegetal tejida por los indígenas del Chaco, “con la que nos vestimos los aspirantes a hippies de los ‘60, colgando de nuestros hombros de militantes progres y ecologistas avant la lettre”, recuerda Pinto. Por eso, ¿cómo no celebrar que Identidad criolla comience en los maniquíes que cual serie museística exhiben treinta de sus prendas, realizadas entre 1966 y 2006, y rescatadas de las manos de sus abnegadas clientas?

En la tardecita de la inauguración, el público –en el que se cruzan al menos tres generaciones– y cazadores de tendencias intercambian sonrisas, miradas estudiosas o inquietas de sólo imaginarse envuelto en un barracán de pies a cabeza. La Tapia, condecorada por las curadoras como “la antropóloga de la moda”, deambula feliz entre sus creaciones y no se sonroja ante la aspiración por lo “auténtico”. “En los ‘60 yo era una chica rebelde. No me importaba qué se usaba y qué no: yo quería una moda que tuviera que ver con lo nuestro. Y creo que sembré una semilla que está dando frutos: los jóvenes están mirando un poco más para adentro. Aunque una alpargata con tacos.... ¡eso sí que es raro!”, ríe.

Boleadoras High Tech

Y, claro. A metros de la obra de Tapia y en pequeñas cajas de acrílicos de 60 x 60, celebrando casi una obra de arte, los más reconocidos diseñadores de la “moda de autor” muestran su particular mirada de lo “folk”. Es entonces cuando toda búsqueda de la “autenticidad” se tiñe de guiños, citas e ironías para anudar en 10 curiosas reversiones del chiripá (de Cecilia Gadea), las bombacha de campo (Pablo Ramírez y Marcelo Ortega), el buzo-corralera (Valeria Pesqueira), el poncho con lentejuelas, las botas de potro (de los hermanos Estebecorena) y la famosa alpargata de cuero de vaca, lunares en glitter y espigas de trigo y ¡tacos! que para colmo se llama Tolón-Tolón (de Chelo Cantón, creador de Mishka); y hasta Un hogar para mi-mu, un bolso simulador de ambiente criollo para situaciones de mate con vaca incluida (de Abarquero y Di Stilio). Cada petit prenda/souvenir lleva su valiosísima marca de autor y es el resultado de la consigna de Lescano que los animó a incursionar en las versiones más libres del placard folklórico. ¿El denominador común? No haber abordado jamás la moda criolla.

Ortega, creador de la marca Humo, fue uno de los invitados a dar su versión folk de la típica bombacha argentina. “Me puse a estudiar el origen y encontré que no tienen nada de locales. En 1856, durante la guerra de Crimea, Cerdeña, Francia e Inglaterra se unieron para defender a Turquía de Rusia. Lograron reunir un ejército mercenario y los trataron de uniformar un poco con las bombachas. Pero la guerra terminó rápido y el remanente fue enviado para el Río de la Plata. Parece que al gaucho le cayeron muy bien las bombachas y las usó para reemplazar el clásico chiripá”, cuenta. Habría que ver qué tal le hubiera sentado al gaucho el modelito b-boy de bombacha roja bailando de cabeza y acompañada de botitas con calaveras.

Boceto de zapato y vaca porta termo La bombacha de Ramirez del boceto anterior y "Barbarie", el poncho con lentejuelas (Laura Valenzuela).

Deconstruyendo pasarelas

En medio de tanto brillo de high tech y barracán, una amplísima pantalla disputa la atención del público. Es la videoinstalación de Mariana Belloto y Carlos Trilnick, que subvierte la ortodoxia del tradicional desfile de modas en una danza high tech donde se visten (y devisten) las colecciones de los nueve diseñadores locales que desde los ‘70 se mostraron como los más fervorosos cultores de lo “folk”. Así, danzan las prendas de Medora Manero, Manuela Rasjido, Marcelo Senra, Araceli Pourcel, Mariana Dappiano, Martín Churba, Mariana Cortés, Gaba Esquivel, Clara de la Torre y Diana Dai Chee Chaug. Las coreografías exaltan el humor, la ironía y el erotismo y no faltan zambullidas, caídas, apariciones súbitas y hasta teletransportaciones, que tributan a los clichés de las series de ciencia ficción de los ‘60.

“Es increíble lo difícil que es ser autónomo en Argentina. Tienen que pasar 30 años para que se imponga la moda de lo local”, neuronea Martín Churba, creador de la marca Tramando (con sucursales en Nueva York y Tokio, donde el verano del 2005 presentó su colección telúrica Monte), y da rienda suelta a una teoría del “gaucho-guacho” que amerita nota aparte. “Al fin podemos celebrar algo propio. Esta muestra no tiene sponsors en euros sino artistas locales que quieren trabajar acá. Las alpargatas se venden, las bombachas de campo también y el cinturón rasta no, pero lo compran los turistas”, sonríe.

Destellos locales

Fin de vernissages. Sonrisas acentuadas y champagne que escasea. Gana la suave sensación de flotar en un mundo donde lo global y lo local comulgan sin chispas. ¿Será que ser argentino dejó de ser una fatalidad o que el último grito de la moda resultó irremediablemente criollo?

La muestra Moda con identidad criolla se puede visitar hasta el 15 de enero en el Malba, Avda. Figueroa Alcorta 3415. Gratis.

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Boceto de Petit Bombacha Bataraza (Pablo Ramirez).
 
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