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Domingo, 14 de enero de 2007

EL CATADOR CATADO > LOS DIRECTORES MEXICANOS EN HOLLYWOOD

Hijos de la chingada

Una nueva generación de directores mexicanos está tomando el cine industrial por asalto, y tres películas de sus nombres más emblemáticos estarán en cartel esta semana: El laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro, Niños del hombre, de Alfonso Cuarón, y a partir del jueves Babel, de Alejandro González Iñárritu. Agobiado por el calor en Buenos Aires, nuestro héroe, el querido Catador Catado, se metió en un cine con aire acondicionado a verlas. Y salió incendiado.

 Por Mariano Kairuz

“La inocencia puede ser más poderosa que la experiencia”. Alejandro González Iñárritu dijo esto unos seis años atrás, cuando estrenaba su primer largometraje, Amores perros, en Estados Unidos; y de alguna manera consiguió mantenerse ligado a esa “idea” elemental en la producción de sus dos películas posteriores. Los resultados han sido calamitosos.

Primero fue 21 gramos (2003), un insufrible revoltijo de historias personales motorizadas a pura “intensidad”. Ahora, en connivencia con su guionista de siempre, Guillermo Arriaga, arremete con algo “más grande”. Del caótico DF mexicano de su opera prima a la experiencia norteamericana y ahora al resto del mundo: Arriaga e Iñárritu parecen convencidos de que era hora de hablar del estado de cosas de toda la Humanidad, de comunicar un mensaje a gran escala. En cuanto a “la inocencia”, se han empeñado en que los niños sean el eje en el que se cruzan las cuatro historias de Babel. Dos chicos marroquíes juegan con el rifle que su padre acaba de comprar para proteger a sus cabras. Tratando de poner a prueba su alcance, le dan un tiro a una turista norteamericana (Cate Blachett) que viaja reposada contra la ventana de un ómnibus. Su marido (Brad Pitt) desespera cuando se encuentra con que los recursos locales –están en medio del desierto– para socorrerla son escasos. Las cosas vienen mal para el matrimonio, que intenta infructuosamente recuperarse de la muerte de su hijo más pequeño. Mientras tanto (en rigor, un poco después, en un efecto de leve desajuste temporal que aspira a redimir al matrimonio norteamericano), en la casa californiana de Pitt & Blachett, la niñera que ha quedado a cargo de sus dos hijos decide llevárselos con ella hasta México, sin permiso, para poder asistir al casamiento de su hijo. Un cruce de frontera no autorizado que, se sabe desde el principio, está llamando a la desgracia. En Tokio, una chica sordomuda intenta canalizar su angustia (por el suicidio de la madre, entre otras razones) a través de una desenfocada búsqueda sexual. Esta historia parece estar desconectada de las otras, pero no: todo está ligado de manera más o menos azarosa y especialmente dramática en la Humanidad según Babel. Lo que hacen unos afecta inexorablemente las vidas de los demás. Actos inocentes o desesperados de unos –de niños y desprotegidos– disparan tragedias propias y ajenas. Como si todo lo malo que pasa en el mundo fuera el resultado de las acciones más o menos inconscientes de un montón de nenes tontos. Como si la guerra, y la marginalización y las desigualdades más salvajes no fueran otra cosa que el resultado de un mero malentendido, de alguna torpeza. Iñárritu y Arriaga ya se habían pasado de graves y de importantes anteriormente, pero esta vez se vuelven realmente pueriles e insultantes con sus cuentitos morales.

Esta enfermedad, la de la grandilocuencia, no es nueva, pero en el panorama actual –ahora mismo: 2006/2007– lo que está pasando en el cine internacional se parece bastante a una epidemia. No es estrictamente un caso mexicano, pero hay por lo menos un dato insoslayable: un puñado de películas mexicanas o de películas europeas y hollywoodenses dirigidas por mexicanos que están estrenándose por todo el mundo casi al mismo tiempo, parecen andar por carriles pavorosamente similares. Películas desprovistas de todo sentido del humor, que no hacen nada por matizar sus aspiraciones de grandes-dramas-humanos-que-nos-conciernen-a-todos.

Parcialmente española en su producción –pero distribuida por una compañía norteamericana en buena parte del mundo y nominada al Globo de Oro por México–, El laberinto del Fauno posiblemente sea el ejemplo menos grave: un director especializado en cine fantástico y de terror que, con cierto prestigio, un par de producciones hollywoodenses en su haber y alguna más por venir, se empeña en demostrar que el cine de género también puede “decir cosas serias”. Y entonces se manda un soberbio plomazo sobre el salvajismo de la Guerra Civil española donde nuestra puerta de entrada es, una vez más, la mirada de la niñez, utilizada para una contraposición más bien boba. Por su parte, Alfonso Cuarón filma la novela futurista de P. D. James sin descuidar jamás que quede en claro una cosa: que este espantoso mundo que describe no es tanto una realidad inminente como lo que está pasando ya, hoy mismo. Que Londres bombardeada y los alaridos de desesperación de sus habitantes mutilados no son sino Kosovo. Sin llamados de Hollywood al parecer pero sí con banca del festival de Cannes, Carlos Reygadas –“auteur” de declarada inspiración tarkovskiana desde Japón, su opera prima– se despachó el año pasado con Batalla en el cielo, de próximo estreno por acá, en la que “observa” las acciones y costumbres de “la servidumbre” (y otros personajes de clase baja) con una distancia, una severidad y una frialdad abrumadoras. El efecto de esta circulación internacional restringida de artistas latinoamericanos puede ser peligroso: el de creerse que esto es escuchar la diversidad; la autoindulgente y un poco culposa sensación de creer que la gran industria está finalmente dándoles una posibilidad a las ideas iluminadoras de artistas provenientes del Tercer Mundo. Algo parecido a la compulsión con la que empresas como Paramount o Sony abren divisiones con nombres como “Classics” para estrenar películas de posibilidades comerciales reducidas, bajo la incomprensible categoría de “cine-arte”, para el público norteamericano que sí ve películas con subtítulos, y de paso, para el resto del mundo.

Lo que vuelve especialmente irritante el caso de Babel son los Globos de Oro –es la película que más nominaciones tiene este año– con que fue inflada y que presagian algún tipo de continuidad en los Oscar, y el consecuente peligro de que en los próximos años tengamos que ver muchas más películas repletas de ideas importantes de tipos que equiparan “conciencia” con falta de humor, y que dicen creer que las buenas películas pueden salvar al mundo. Un medio texano en español citó a González Iñárritu diciendo que “En Babel dos niños marroquíes y Brad Pitt tienen exactamente la misma importancia y tiempo en pantalla, porque el mensaje de la película es precisamente ése: Todos somos iguales”. A Alfred Hitchcock, que nunca intentó salvar a nadie con sus películas, se le suele adjudicar una cita que bien podría devolverles un poco de perspectiva a las cosas: “Para los mensajes está el correo”.

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