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Domingo, 21 de enero de 2007

MúSICA > EL ROCK LES CANTA A LOS CHICOS

Cantarse encima

El rock y el pop siempre tuvieron un costado infantil, juguetón, despreocupado, caprichoso. En fin: siempre fueron una chiquilinada. Y, en estos tiempos, ya nadie lo disimula. Además de coros de niños entonando “Space Oddity” de David Bowie y películas desenfadadas como School of Rock, ahora verdaderos reyes del indie como Belle & Sebastian y Paul Westerberg se ponen al servicio de la infancia.

 Por Rodrigo Fresán

Seamos sinceros: desde siempre, desde el vamos, el rock’n’pop es juego de niños. Desde los pasos de pato de Chuck Berry, desde la perversamente meliflua voz de Buddy Holly, desde los meneos de Elvis, desde las morisquetas al piano de Jerry Lee Lewis: de lo que siempre se trató es de hacer gritar y llorar a casi niños vestidos como sus padres y de ahí que hoy se editen CD con títulos como A Child’s Celebration of Rock Music incluyendo cosas como “La Bamba”, “Lollipop” y “Rock Around the Clock”, tan útil para aprender a saber qué hora es (hora de NO dormir).

Después, Brian Epstein “descubre” a unos Beatles casi punk y los infantiliza para el consumo de masas: esas caritas, estos trajecitos, esos pelitos. Y, claro, los Rolling Stones proponiéndose como los chicos malos de la misma idea. Y una vez que los Beatles le hacen cantar a Ringo (quien con los años narraría para la tele las aventuras de Trencito Thomas) la primera de sus muchas adultas canciones niñas, “Yellow Submarine”, ya no hay vuelta atrás y todos juntos ahora, a bordo, inmersión. Y la paradoja de que la vanguardia pase por componer enormes canciones para pequeños y de ahí en más todos atienden ese juego: las ganas de parar la pelota para jugar un poco. Y así las canciones con animalitos y colegiales de The Kinks (y el colegial guitarrista de AC/DC), el “At the Zoo” de Simon and Garfunkel, la psicodelia en bicicleta del primer Pink Floyd conectando directamente con las alucinaciones febriles de Robyn Hitchcock. The Velvet Underground y “I’m Sticking with You” y el gnomo que ríe de David Bowie y el hombre que les puso nombre a todos los animales de Bob Dylan, ese tipo con una voz tan graciosa y que –me cuentan– hace partirse de la risa a los hijitos de sus músicos cuando visitan el estudio de grabación. ¡Y avalancha!: Todo ese candor heavy-sinfo con magos y dragones y guerreros, el berrinche punk, los bebés insomnes de Talking Heads, el sinsentido de Regatta de Blanc, The B-52’s, Nirvana haciendo rimar “pingüino” con “albino”, la “Shinny Happy People” de R.E.M., Springsteen galopando su “Pony Boy”, los hombres espaciales de Nilsson, el pato de Badly Drawn Boy y Randy Newman que empezó cantando aquello de “Mama Told Me Not to Come” y hoy compone oscarizables canciones para Disney y Pixar. Y jugar desnudos en el barro de Woodstock. Y pintarse de colores y peinarse raro. Y meterse en la boca y en las venas cosas que no hay que meterse. Y mostrar el culo o las tetas en el escenario. Y pelearse y amigarse y pelearse otra vez. Y creer en cosas que no existen. Y los más infantiles de todos: Bono y Madonna –los reyes de la casa– cuando pretenden convencernos de que ellos sólo quieren salvar al planeta. O por lo menos a Africa. Te lo juro.

Si no compras este disco me pongo a llorar

Ya nadie siquiera intenta disimularlo. Ahí está esa película llamada School of Rock, el disco de canciones mex-infantiles de Los Lobos, los dos perfectos álbumes de canciones para irse a la cama a saltar o decodificar los misterios del A–B-C de They Might Be Giants y el formidable y ominosamente titulado Innocence and Despair a cargo del coro infantil de la canadiense Langley School: sesenta niños campestres entonando, por ejemplo, “Space Oddity” de Bowie o la bizarra “Calling Occupants of Interplanetary Craft” de los Carpenters con pathos digno de un acto de fin de mundo y no de fin de curso. Y, por supuesto, todos esos discos a beneficio de infantes rebosantes de buenas intenciones pero, todos, compartiendo un mismo error y defecto: no son discos para niños sino para adultos que se dicen preocupados por los niños.

De ahí la muy celebrable gracia de Colours Are Brighter: Songs for Children and Grown Ups Too: lo que se recaude con su ventas irá –vía la organización Save The Children– para financiar la educación de 43 millones de niños en zonas de conflicto sin una escuela donde ir. Perfecto. Genial. Pero lo bueno es que aquí no se trata de juntarse todos a cantar que no hay nieve en el Sahara por Navidad o a regrabar la milésima versión de “Imagine” (el himno utopista más equívoco de la historia) o de descubrir cómo suenan juntos Sting y Pavarotti. No: la idea de los chicos de Belle and Sebastian –promotores del asunto, la producción corrió por cuenta de su bajista Mick Cooke– fue convocar a amiguitos y armar un auténtico disco de canciones infantiles sostenidas por las pataletas del rock and pop. Un disco que no hará dormir a ningún párvulo (para eso, aseguran los pediatras más respetados, está Enya) y así, invitados a la fiestita, acudieron Four Tet junto a la Princess Watermelon, Rasputina, Franz Ferdinand, Snow Patrol, The Divine Comedy, The Kooks, Half Man Half Biscuit, The Barcelona Pavillion, Jonathan Richman, el Ivor Cutler Trio, The Flaming Lips, Kathryn Williams y, por supuesto, los anfitriones Belle and Sebastian. Y como en todas partes, hay chicos más lindos que otros y, por supuesto, el inevitable freak feliz de serlo y la chica perfecta y la chica graciosa. Pero, por supuesto, todos son perfectos a su manera aunque no se puede evitar tener favoritos. Y los míos son: Franz Ferdinand con su “Jackie Jackson”: canción demencial y siniestra –con propiedades didácticas-matemáticas– sobre un niño que no deja de comer tortas (más de 200) hasta reventar y morir y Roald Dahl estaría orgulloso. Snow Patrol con la espacial y melancólica “I Am an Astronaut” cantándole a la soledad del viajero estelar pero, también, al placer de flotar a solas. Belle and Sebastian y la anárquica y regocijante “The Monkeys Are Breaking Out the Zoo” suplantando la rebelión en la granja por la revuelta en el zoológico. Kathryn Williams y su “Night Baking” cerrando la puerta y los ojos y refiriéndose a los placeres de cocinar sueños. Half Man Half Biscuit y “David Wainwright’s Feet” y los peligros peligrosísimos de no usar zapatos del tamaño apropiado. The Divine Comedy y la “Pooh Trilogy” poniéndoles música victoriana a los sensibles versos que A. A. Milne dedicó a su insoportable Winnie. The Flaming Lips y su ya característico sonido kitsch-sci-fi en pañales con “The Big Ol’ Bug is The New Baby Now”: canes mordisqueantes y una sentida oda a los juguetes irrompibles y una dolida elegía por los juguetes rotos. Y, last but not least, el eternamente niño Jonathan Richman –tal vez por ser el más auténticamente peterpánico de todos– queriendo aguar la fiesta con la casi insoportablemente triste “Our Dog is Getting Older Now” que, con su deprimente solo de clarinete y un pitbull que ya no puede subir por las escaleras sin ayuda, servirá a la perfección para comenzar a explicarle al pequeñuelo qué es eso tan raro de la muerte. El resto hace muy bien lo suyo pero no me caen tan bien como éstos, así que no voy a escribir nada sobre ellos aunque me lo pidan todo el día. No, no y no.

Y atención: Paul Westerberg acaba de editar su último disco. Se llama Open Season y es el soundtrack para una película de dibujos animados con osos. Baladas lentas y veloz rock and roll. Es buenísimo, sí; pero quién iba a imaginar que el maleducado, cascarrabias, autodestructivo, caprichoso, siempre sucio y despeinado y genial ex líder de The Replacements iba a terminar haciendo algo así. Quién no. Y ya que estamos: Open Season incluye también “Wild Wild Life”, aquella canción de Talking Heads que comenzaba corriendo y gritando aquello de “Tengo puesto mi pijama peludito / Voy montando una papa caliente / Le hace cosquillas a mi imaginación / Hablá más fuerte que no te escucho”.

Y aunque me lo pidas un millón de millones de veces no te lo voy a prestar.

Ja.

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