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Domingo, 11 de febrero de 2007

ESPECIAL SORIANO II > REPERCUSIONES Y POLéMICAS

Una historia verdadera

 Por Osvaldo Bayer

Llego del otro mundo, el domingo pasado, y todavía en el aeropuerto encuentro mi nombre en Radar, bajo el título “Una historia falsa”. Es una nota de la señora Beatriz Sarlo que reprueba un relato mío que yo habría hecho en el pasado acerca de cómo se trató a Soriano en la cátedra de la cual ella era titular. Sí, Sarlo reprueba pero agrega “por ser franca, no me interesa mucho lo que diga Bayer sobre mí”. Esto hace nacer la pregunta: “Si yo no le intereso, ¿para qué me dedica una página de Radar?”.

Y le respondo porque esto habla de, y deja en claro, las diferencias entre el llano lenguaje del aprendizaje y el academicismo de acentos aristocráticos. Sin darse cuenta, en su nota la señora Sarlo pone el acento en la poca importancia que le daba a la obra de Soriano. Dice: “Nunca invité a Soriano”. Y “escribí y hablé sobre Saer y Puig, Saer y Piglia o Borges y Cortázar”. Es decir, está claro que a Soriano no le abrió la puerta de su academia. Debo decir que yo, en cambio, les abrí sí las puertas de mi cátedra a todos aquellos que tenían que ver con el tema de los derechos humanos: poderosos y humildes, protagonistas, testigos y olvidados. Hasta la invité a la propia señora Sarlo para que viniera a mi cátedra a debatir con David Viñas, después del episodio televisivo que terminó en un altercado cuando Viñas le reprochó a Sarlo sus sustanciales cambios ideológicos. Yo mismo le hablé por teléfono a la señora Sarlo para invitarla al aula y seguir allí con Viñas el debate sobre aquellos años. Pero ella me contestó en el teléfono sólo con cuatro palabras: “No, no tengo tiempo”. En cambio, David Viñas sí concurrió y respondió ante el alumnado que desbordaba el aula magna.

Pero vayamos a Soriano. Estando ya muy enfermo me llamó muy triste para decirme que había tenido una muy mala experiencia en la Facultad de Filosofía y Letras. Eran los fines del curso del ’96. Me relató que un grupo de docentes y alumnos de la cátedra Sarlo lo habían invitado a un reportaje en vivo. El concurrió y fueron todas preguntas para humillarlo. La definitiva fue: “Dígame, Soriano, ¿usted qué estudios tiene?”. “Le respondí la verdad: ‘Tercer año nacional’. Esto provocó la carcajada general de los presentes”. Hubo un silencio de su parte y yo le respondí: “No te hagas problemas, Osvaldo. Yo te voy a invitar a mis clases de los viernes, la haremos en el aula magna, y te reivindicaremos”. “Te agradezco infinitamente”, me respondió. “¿Sabés una cosa? Y quiero entrar a la Facultad por la puerta grande.”

Pero mientras esperábamos el próximo curso, Soriano falleció en ese verano. A pesar de todo, apenas reiniciadas las clases hicimos el acto en su homenaje, en el Aula Magna de esa Facultad de Filosofía y Letras. Los memoriosos señalan hoy todavía que fue una de las clases magistrales más concurridas de la historia de nuestra facultad. La anunciamos previamente por todos lados, en lo que nos ayudaron fundamentalmente las representaciones estudiantiles. Sí, no pudo estar Osvaldo presente, pero sí, en el medio de la primera fila estaban su viuda, Catherine, y su hijo Manuel, de siete años, que estuvo toda la noche en silencio mirando con grandes ojos. Fue una de las jornadas de más emoción en mi vida. Hubo hasta un apagón en esa parte de la ciudad y nos quedamos sin luces. Mejor: fuimos a comprar velas y con esa iluminación hablaron los oradores. Primero hablé yo y relaté mi relación con Osvaldo en el exilio y el regreso, y cómo se lo había humillado en esa misma facultad. Después de mi prefacio lo invité a hablar a Ricardo Piglia, no sólo un consagrado escritor y docente universitario de literatura en la Argentina sino también en el exterior. Piglia comenzó así: “Los tres más grandes escritores argentinos no terminaron sus estudios secundarios: Domingo Faustino Sarmiento, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges”.

Estaba todo dicho. Todavía resuenan en mis oídos los aplausos del público. Hubo una emoción muy grande. Justamente en la misma Facultad de Filosofía y Letras donde los titulados academicistas se habían querido burlar del querido escritor del pueblo.

Todo eso tuvo una enorme trascendencia en la facultad. En los pasillos quedaron durante mucho tiempo los ecos del acto por el cual el escritor Osvaldo Soriano había entrado por la puerta grande. El Centro de Estudiantes publicó los discursos.

Lo que me llama mucho la atención es que pese a la resonancia del acto, la profesora Sarlo no haya reaccionado en aquel tiempo. Lo hace recién diez años después, mientras tanto guardó silencio. Ahora, ella misma, en la nota de Radar, señala que su alumna Sylvia Saítta le relató que yo en Berlín, en un seminario sobre Roberto Arlt, había narrado esa experiencia sobre Soriano. Vuelvo a preguntar: ¿por qué la señora Sarlo no reaccionó entonces y lo hace sí cuando han pasado diez años del hecho? Si, como usted dice, todo es mentira, a pesar de los cientos de testigos que hay del hecho, ¿por qué no me inició juicio por calumnias e injurias? Esto me hace recordar al general Elbio Carlos Anaya, quien sostuvo que era mentira lo que yo había sostenido sobre los fusilamientos ordenados por él de peones patagónicos en 1921. Pero poco después, en un reportaje en La Opinión al señor general se le escapó la verdad: “Los fusilados por mi orden lo fueron de acuerdo al código militar”.

La profesora Sarlo esperó diez años para señalar que todo es mentira.

Pero, profesora, aunque todo esté prescripto, recurramos al debate. La invito al mismo lugar desde el que se hizo el desagravio a Soriano. Lleve usted a dos de sus colegas que piensan como usted. Yo por mi parte invitaré a David Viñas y a Ricardo Piglia. Luego dejamos al público que diga su opinión, como prueba de la verdad democrática, que es lo único que vale.

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