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Domingo, 11 de marzo de 2007

MúSICA > EL ROCK NACIONAL SEGúN ALINA GANDINI

Construyendo hoteles

 Por Juan Andrade

Cómodamente instalada en un antiguo bar de Palermo que rompe sin estridencias con la hegemonía modernosa del barrio, Alina Gandini está embalada hablando del disco que marca su debut como solista. Pero en un momento dado, hace una pausa y parece cambiar de tema: “Partamos de la base de que a mí me encantan los hoteles. Me gusta mucho la vida de hotel, y también estar en los aeropuertos. Son lugares que mucha gente padece, pero a mí me resultan divertidos. Los hoteles te permiten tener una minivida: te vas a un lugar cualquiera, te llevás tu mejor ropa y vivís una fantasía perfecta que dura tres días”. Entonces queda claro que el título del álbum en cuestión es algo más que una simple ocurrencia. En la tapa de Alina Gandini & Hotelera, la flamante intérprete luce como una diva del cine de los ‘50 junto a una variada lista de clásicos del rock argentino de los ‘80 como “El rock es mi forma de ser”, “Sobredosis de TV”, “La bestia pop”, “Cerca de la revolución”, “Mil horas”, “Polaroid de locura ordinaria” y “Mi novia se cayó en un pozo ciego”. Más que de versiones jazzeras se trata, en sus propios términos, de una relectura “estilo hotel, como género”, de un puñado de piezas salientes del repertorio de Spinetta, Charly García, Abuelos de la Nada, Virus, Soda Stereo, Redondos, Fito Páez y compañía.

La referencia a Ambient 1: Music for Airports de Brian Eno puede resultar tan obvia como exótica, pero la idea que daba vueltas por su cabeza durante la grabación estaba emparentada con la música funcional. Y, también, con la semilla que dio origen al proyecto: en los ensayos de Acida, el dúo de electro-pop que formaba junto a Tweety González, Alina solía hacerse huecos para experimentar con versiones etéreas de esas y otras canciones, al tiempo que se ilusionaba: “Qué lindo tocar en el lobby de un hotel y que nadie me dé bola”.

Hace dos años finalmente se animó, lo encaró a Alan Faena y le propuso un espectáculo distinto para el living de su exclusivo hotel de Puerto Madero. Palabras más, palabras menos, le dijo: “Quiero reemplazar al típico pianista que toca cualquier tema en versiones horribles. Mientras las señoras comen sandwiches, en vez del pianista voy a estar yo”. El calvo emprendedor le dijo que sí al toque y ella salió a buscar músicos de urgencia. “El primer domingo fue poco antes de Navidad. Y vino Charly. Justo era uno de esos días en los que está precioso, amoroso. Hizo coros, se portó rebien”, recuerda. El ciclo pintaba bien, pero concluyó de manera abrupta: “La pasamos divino, duró tres domingos, hasta que nos echaron por fumar un porro en la pileta”.

ES SU FORMA DE SER

Alina cuenta que es fan de estas canciones desde que tiene uso de memoria. A los once años su padre, el pianista y compositor Gerardo Gandini, le regaló para Navidad un par de casetes compilados. Uno de ellos era Lo mejor de Sui Generis, o algo así. “Me acuerdo patente cuando apareció Del ‘63 en el ranking de Badía en Radio Rivadavia y fue ‘guauuu, ¡qué temazo!’. A los doce ya tenía la pared de mi cuarto tapizada con revistas Canta Rock. Toda la vida estuve al mango con eso. La música que te gusta cuando sos chico queda para siempre: nunca más algo te vuelve a gustar de esa manera. Bueno, ésta es la música con la que hice flash. No creo que los ‘80 fueran la mejor década, tiene que ver con algo autorreferencial”, confiesa. Y más tarde agrega: “En mi vida son standards, no sé: son como ‘Zamba de mi esperanza’”.

La malograda experiencia en el Faena la dejó con ganas de más. Por eso, para poder volcar su inquietud en un estudio de grabación, se reunió con el productor Fernando Moya. En el medio los tiempos se dilataron, el rock argentino cumplió 40 años y el aire se inundó de tributos, homenajes, versiones, covers y otras redundancias por el estilo. Alina se dio cuenta sobre la marcha, pero decidió seguir adelante. Después de todo, según los créditos del librito interno se ocupó de los detalles la Productora como quieras (no le importa el qué dirán): “En principio, soy una persona a la que todo le chupa un huevo. Pero cuando salió el disco estaba lista para que me defenestraran. Porque vinieron los 40 años, la catarata de homenajes, los bossa n’stones y toda la sanata. Y de pronto quedé como si fuera parte de una corriente. Por suerte, no pasó”.

Rodeada de músicos reconocidos dentro y fuera de la escena jazzera (Quique Sinesi, Mariano Otero, Matías Mango, Marcelo Baraj), su principal pedido/indicación podría resumirse así: “Tocá como si fueras tu abuelo. Es un jazz simple, fuera de toda experimentación. Salvo cuando vino mi papá, que hizo algo muy volado, porque lo cafón no le sale”. En apenas una semana, consiguió que se sumaran al disco nada menos que García, Calamaro, Cerati y Páez. “Entré al estudio y, al tercer día, dije: ‘lo voy a llamar a Charly. Si viene, viene’. Y vino. Entonces seguí llamando. Podría ser una buena productora ejecutiva: esto empezó un lunes y al lunes siguiente habían grabado todos”, se jacta.

Lo cierto es que la precipitación de los acontecimientos y el azar mismo le permitieron dar con una de las claves del álbum: el tono con el que interpreta esas letras que sabemos todos y que ahora parecen cantadas en un nuevo idioma, o casi. “¿Viste que pasa algo con las letras? Van para otro lado, toman otro sentido. Pero lo de la voz sí que fue raro. El día que empezaba a grabar las voces estaba por venir Charly, me tenía que apurar. Y me salían feas: me estaba haciendo la cantante de jazz y quedaba una cosa muy forzada. Hasta que de pronto canté un tema muy suavecito, susurrado. Y todos empezaron ‘¡Así, seguí con lo que estabas haciendo!’. Entonces canté todo el disco de un saque, con ese tonito que había encontrado, porque al día siguiente me iba a olvidar cómo lo había hecho”. Alina dice que admira a Elis Regina y a Ella Fitzgerald porque no se les nota el esfuerzo cuando cantan. Salvando las distancias, ésa es la impresión que produce al escucharla. Ella se limita a decir: “Disfruto mucho tocando mi música favorita. Cuando uno toca lo que compone se le va la vida en eso: la pasás mal. En cambio, esto es más relajado. Es raro, porque no me considero y nunca me consideré cantante. Pero soy fan de esas canciones y me da mucho placer poder cantarlas. Me quedaría todas las noches tocando en el living del Faena: es la música ideal para un lugar así. ¡No voy a fumar más, lo prometo!”.

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