radar

Domingo, 18 de marzo de 2007

PLáSTICA > DANIELA LUNA: SEXO, DINERO Y ARTE

Preferiría sí hacerlo

Acaba de ampliar una galería que había inaugurado con dos pesos en el 2005. Está decidida a que el arte absorba y refleje la hiperinformación a la que todos estamos expuestos. Pretende que los artistas de su galería puedan vivir de su trabajo. Planea solventar a los menos “vendibles”. Quiere buscar entre los adolescentes. Y no le faltan ideas para conseguir dinero. Artista, galerista y curadora, Daniela Luna se propone llevar adelante un proyecto integral que inyecte hormonas y color al arte argentino y cuya primera avanzada ya desembarcó en el Centro Cultural Borges.

 Por Natali Schejtman

Un paseo por el site appetite.com.ar es un desfile flúo y movedizo de mujeres en éxtasis (o en su búsqueda), dentaduras animales lascivas y salivosas, cuerpos casi desnudos y distintas escenas de humo y fuego. También, un catálogo abrumador de links (de la misma galería) que enseñan todos los formatos de pulso presente con los que hoy las personas y los proyectos pueden comunicarse: my space, blogspot, fotolog, YouTube. Pero además, esos incontables trampolines a nuevas y nuevas ventanas de fotos, novedades y videos no sólo son las recargadas herramientas con las que cuenta un espacio llamado Apetito, sino que también son puertas de entrada, titilantes en neón cibernético, a otros dos proyectos, que pretenden ser tan claros en su propuesta como el proyecto madre: Devora-me y Tanto deseo. Ah, encima, la banda de sonido que comienza instantáneamente para este recorrido que intenta desesperadamente rebasar los límites de una pantalla de computadora arranca con la cantante R&B-bombón asesino llamada Kelis que susurra: No tienes que quererme, incluso no tienes que gustar de mí... Pero vas a respetarme... ¿sabés por qué?... ¡Porque soy una mandona!... Okay, entendimos: rabia, carne, calentura. On line.

Pato para montar de Daniela Luna, cubierto de látex y cera chorreada.

Hambre, hambre, hambre

La mujer que esculpe toda esta hormodelia fálico-virtual se llama Daniela Luna y, si quisiera, podría corregir el lema de Marta Minujin (“¡Arte arte arte!”) por uno más acorde a su condición de pac-woman: esto es hambre hambre hambre. Hambre y sexo, una yunta psi que puede ser un poco la bandera –conceptual, y a veces literal– de este nuevo espacio de arte contemporáneo, y también un nuevo sacudón a la abulia que pintó de gris algunos escenarios culturales y jóvenes: “Cuando quise empezar con esto sentía que había ciertas necesidades que no estaban siendo contenidas y quizás explotadas. Varias de ellas relacionadas con la cuestión del sexo dentro del arte y dentro de la vida”, explica Luna, que supo pintarse a sí misma en posiciones muy osadas y mostrarlo al público sin ningún pudor, aunque por ese trabajo descubrió significativos prejuicios propios y ajenos. Este ímpetu sexual, es cierto, es muy sensible al contexto que amenaza todo el tiempo con limitar semejante declaración de intenciones a la espectacularidad y el exhibicionismo. Como carta de presentación, como gesto y como realidad en varios artistas, como Yamandú Rodríguez o la misma Luna, igual es un giro atractivo: “sexualidad, color, energía”, tres patas de su interés.

Luna: artista, galerista y curadora.

Mucho ojo

Cuando Luna decidió a mitad del 2005 materializar en una pequeña galería de arte muy contemporáneo un proyecto ambicioso llamado Appetite no sabía exactamente para dónde iba a ir, pero se dejó guiar por sus ganas de hacer cosas. Su interés fue siempre darle un lugar privilegiado no sólo a la experimentación, que defiende a ultranza, sino también al mercado del arte: buscarlo y crearlo cuando no existiera, como pasa frente a algunos artistas, para lograr que su troupe pudiera vivir del arte. También, se entregó a algo que repite y mitifica: una estrategia. Es justo acá donde parece haber un corte con la comparación obligada, Belleza y Felicidad, galería y espacio muy local que en 1999 reformuló el circuito y la idea de legitimación en el arte y se convirtió en base y centro de reunión de un movimiento joven prolífico y un referente ineludible en cualquier discusión cultural, aunque nunca hizo alarde de una impronta muy comercial. A comienzos de este año, Fernanda Laguna anunció el cierre de la galería (no del espacio), que más o menos coincide con la ampliación de Appetite.

Una foto de Yamandú Rodríguez, una de las artistas de la galería que saca fotos de chicas (de las que no muestra la cara) que conoce por chat o fotolog.

Mientras que en un principio Luna apenas pudo alquilar un local en la calle Venezuela (que ahora se prepara para Tanto deseo, un proyecto de experimentación artístico-erótica pero sin exhibición al público), el crecimiento sostenido de la galería le permitió mudarse a fines del año pasado a un espacio mucho más grande. En el primer Appetite, todo era más espontáneo o inclinado a la hojita colgada dibujada con birome. También, era más pobre: “Tiene que ver con la estrategia. Cuando empecé tenía muy poco dinero: o me fundía o funcionaba. Mi proyecto tiene más que ver con un lugar como éste, pero Venezuela fue como un primer paso y la única manera que se me ocurrió en ese momento para romper con la primera impresión de local común (no tenía plata para darle una onda más elaborada) fue hacerlo más como lo viviríamos nosotros. Surgían obras espontáneas y los artistas, al integrarse con el lugar y al vivir en el lugar, empiezan a dejar cosas y la gente a veces no se daba cuenta de qué era obra y qué no: eso me interesaba para descolocar. Tal vez la gente ahora se esté dando cuenta de que todo era mucho menos ingenuo de lo que parecía”. En este nuevo Appetite hay dos salas: una, la blanca, tiene la decoración más clásica de las galerías, con cuadros en formatos más convencionales, pero con una sobrecarga de información visual (hay decenas de cuadros de distintos artistas en una misma pared) 100 por ciento planificada y muy a tono con el frenesí visual esquizoide postera fotolog-google-etcétera que la galería ensalza y aprovecha, en donde el juego se da entre la contemplación y el ojeo ansioso. El otro, en el fondo, más galpón, es un espacio gigante reservado para obras de formato menos aprehensible: “Yo soy así. Me gustan las cosas espontáneas, me llama el caos, pero a la vez me interesa mucho la estructura y el orden. Acá puedo combinarlos mejor”.

Una de las paredes de Appetite que respira el espíritu de Luna: saturadas de obras, como el público está saturado de información.

Que se vengan los chicos

Pero Luna no es una yuppie del arte joven, ni por cerca. El discurso de afianzar económicamente la galería y a sus artistas, que tampoco es cínico e incluye un proyecto de gestión para solventar económicamente a artistas cuya obra es poco “vendible”, va de la mano y se retroalimenta con toda naturalidad con el deseo de convertir a Appetite en un lugar inmenso y lleno de tentáculos en el que pase de todo. Por eso la inauguración vino con bandas, por eso a partir de abril habrá una kermesse por mes (organizada por el diseñador Rubén Zerrizuela). Luna quiere todos los públicos y ahora está entusiasmadísima por empezar a trabajar incluso con la energía de los adolescentes. En principio, tiene planeada una muestra con ellos de “Fans” para junio. Pero además, ya incluyó en sus paredes hiperpobladas a una artista de 20 años, Victoria Colmegna, que se destaca por juguetear con temáticas de una preadolescencia bien: tapas de libros de la colección Sweet Valley y pijamas-parties con camisones rosas y todo el sabor del chicle globo, pero con tanto colorante que puede ser medio tóxico.

Obras de tres de los cinco artistas de Destroyers, la muestra que Luna curó en el C.C. Borges.

Dentro de esta táctica expansiva, Appetite está presentando una muestra en la entrada del Centro Cultural Borges. Bajo el nombre Destroyers (que casualmente coincide en el Borges con “La guerra al malón”, de Carlos Alonso), cinco artistas de Appetite jugaron con el espacio y con algo relacionado con la violencia, también armada, poniendo en primer plano una ambigüedad muy sugerente y provocativa de los elementos que utilizan. Hay un ejército de Alicias en el País de las Maravillas enfiladas en el suelo (de Mercedes Cosci), un hombre casi en cueros con los ojos tapados y una pistola en la cintura pintado sobre una pared y, sobre otra, un besote sorpresivo de chica a chica, con ganas y fuerza (ambos de Ana Vogelfang), además de un helicóptero tamaño real (de Ariel Cusnir), entre otras cosas. Luna contempla la variedad de obra que hay en esta muestra (y sonríe por lo desconcertante que puede resultar), pero insiste en remarcar la característica que subyace a todos. Y que a ella le interesa más que otras: “Todos tienen ganas de crecer. A mí me interesa trabajar con gente que tenga ganas, hambre, voracidad. Sin eso, no me interesa”.

La muestra Destroyers estará en el Centro Cultural Borges hasta el 19 de abril. Appetite se encuentra en Chacabuco 551.

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.