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Domingo, 25 de marzo de 2007

Fragmentos argentinos

 Por Anibal Ford

¿Cómo pensar a Rodolfo Walsh hoy? Si le sacamos los mármoles y bronces que le pusieron –síndrome de toda la cultura argentina– y nos ubicamos frente a ese hombre que fue valiente y jodón, inventor, descifrador, estratega, extrañamente escritor, actor en la vida, traductor, capaz de “enfrentar a la partida”, como realmente lo hizo, de ir a buscar testimonio de los leprosos de la Isla Cerrito o de los sobrevivientes de un remolcador, escribir el discurso del 1º de Mayo para la CGTA, o también perderse en proyectos dislocados o entrar disfrazado en las villas de Retiro el del coraje civil que toma a fuerza de pistola el avión que lleva los fuegos artificiales al Paraguay para poder sacarle la confesión a Perez Gris o el de la carta a la Junta o el de ANCLA. Sí, si dibujamos la vida de este hombre, algún despistado lo ubicaría en el molde de algunas películas de aventuras descendiente del siglo XIX o de principios del XX.

Sin embargo, Walsh fue así. Y lo fue porque la cultura argentina fue así. Walsh, por arriba de sus valores personales, es un claro representante de esa cultura de la Argentina. Creo que él, gozador de la vida; él, que, aunque de manera conflictual, se peleaba fuerte con las versiones individualistas como lo hizo en el texto sobre Hemingway que publicamos en Crisis, hubiese estado de acuerdo. En perderse en un colectivo social.

Entonces, al razonar Walsh, uno se pregunta también: ¿hay que levantar ese modelo cultural? ¿Hay que escrachar el modelo cultural actual? ¿O al revés? Y en el medio muchas preguntas, complejas o grises. Pero no dejemos que el hilar fino nos impida el hilar grueso. Ni empecemos con los firuletes.

Hubo un proyecto, una manera de pensar la Argentina con viejas raíces y que cruzaba el país, que los milicos del proceso y el capitalismo financiero internacional, o si se quiere el neoliberalismo, hicieron pomada. Esto ya se olfateaba en los ’60. Explica esos años. Es fácil demostrarlo. Y sólo quedaron fragmentos, cachos de la Argentina, que la situación internacional de hoy exige rearmar. En pistas nuevas y viejas. Y con América latina.

Seguro que si estuviera vivo, Walsh estaría razonando fuerte y con inteligencia ese rearmado, y no lo haría, por cierto, de una manera “políticamente correcta”. Y esto no es una prepeada en un país donde –sabés Rodolfo– se reprodujeron los hijos de puta y los logreros.

Tal vez por estas cosas, si se quiere razones, Walsh sea uno de esos cachos de la Argentina que sobrevivió empecinadamente, que está bien presente, aunque su tumba no tenga ni nombre ni lugar.

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