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Domingo, 22 de abril de 2007

MúSICA > YOKO ONO REVISITADA

Gritos y susurros (y más gritos)

Un disco en el que ella misma se homenajea rodeada de los más prestigiosos avant-garde de la escena musical, otro en el que los Pet Shop Boys la remixan para hacerla bailable, y el lugar que le da el documental The U.S. vs. John Lennon que se estrena la semana que viene, vuelven a resucitar la eterna polémica alrededor del arte y la música de Yoko Ono: ¿artista opacada por su viudez o viuda catapultada por su marido?

 Por Rodrigo Fresán

Entre las varias posibilidades que suelen invocarse al intentar definir/catalogar/juzgar a la artista Yoko Ono (Tokio, 1933) hay tres que suelen ser las más frecuentadas.

La primera tiene que ver con el sitial de preferencia que le corresponde en la Gran Cosmogonía Fab: la mujer mala que separó a Los Beatles o la benéfica sacerdotisa que liberó a John o –picotear en la muy criticada pero tan divertida bío de Albert Goldman The Lives of John Lennon cuya lectura, dijo Ono, la llevó casi al suicidio– como la implacable mujer de negocios y tiránica esposa con esposo prisionero y drogado entre las paredes del Castillo Dakota y, más tarde, destrozada testigo de asesinato y viuda negra y explotadora del legado de uno de los fantasmas más ciertos y saludables del pop.

La segunda se ocupa de su vida y obra como más o menos reconocida artista de vanguardia (Fluxus, La Monte Young, John Cage, Ornette Coleman, Jonas Mekas y George Maciunas destacando su muy lindo y muy ingenioso libro de aforismos/instrucciones/zen de 1964 titulado Pomelo) antes de que John Lennon asistiera a una de sus inauguraciones (la leyenda asegura que Ono no sabía quién era el beatle, pero yo no me la creo) y la lanzara al estrellato y, digámoslo, la adoptara como musa todopoderosa (inspiradora directa de canciones muy buenas como “Happiness Is a Warm Gun” y “Everybody’s Got Something to Hide Except for Me and My Monkey” entre muchas otras) y la acompañara en varias muy publicitadas performances/happenings/papelones así como en manifiestos políticos más bien ingenuos.

La tercera se concentra en su hacer y deshacer musical que algunos consideran intolerable y otros –como su difunto marido, quien alguna vez la llamó eufórico por teléfono desde un club luego de oír por primera vez “Rock Lobster” de The B-52’s para informarle de que, al fin, habían comprendido sus enseñanzas– señalan como demasiado adelantado a su tiempo para su propio bien e incuestionable avanzada de la New Wave (incluyendo al lado más shamánico de Patti Smith) y buena parte del freak-rock que vino después con Björk y Joanna Newsom incluidas.

Aquí y ahora, Yes, I’m a Witch –homenajeante álbum de autohomenaje donde buena parte de los más raritos del presente le rinden tributo– y Open Your Box –remezclas concept-discotequeras de prestige a cargo de los Pet Shop Boys & Co.– intenta cotejar todas esas versiones y poner las cosas en su sitio. Y, por supuesto, no lo consigue.

Pero aún así...

La dama dragon

...hay que reconocer la inteligencia de la control-freak Yoko Ono (suya fue la selección de intérpretes, suya fue la cláusula de reservarse el derecho a veto y la aprobación final de esta primera parte; ya hay otra terminada) al “armar” Yes, I’m a Witch con una ayudita de sus amigos y discípulos, subrayando así su status de pionera del asunto.

“Disfruté mucho de la experiencia de ser parte de la experiencia. No fue algo muy diferente de mi obra como artista plástica en la que yo invitaba a los espectadores a participar de ella sin decirles exactamente cómo... Y si algo me gusta es que todo esto se encuentra bajo el título de Yes, I’m a Witch. A lo largo de los años, cuando la gente se la pasaba llamándome Mujer Dragón yo no podía evitar una mueca de desagrado. Entonces un día me dije: “Ok. Muchas gracias por llamarme Mujer Dragón ya que el dragón es un animal muy poderoso. Y todo eso de ser considerada una bruja: las brujas suelen tener una muy mala reputación, pero el hechicero, la forma masculina de la bruja, es a menudo entendido como alguien muy respetable y digno de admiración. Yo estoy orgullosa de ser mujer y, por lo tanto, orgullosa de ser una bruja”, declaró Ono a la revista Mojo. De este modo y con la pócima hirviendo en el caldero –y condimentos muy diferentes a los utilizados en el otro álbum tributo de 1984, Every Man Has a Woman, con las presencias más “clásicas” de Elvis Costello, Roberta Flack, Eddie Money, Rosanne Cash and Harry Nilsson, entre otros– a The Apples in Stereo, DJ Spooky, The Flaming Lips, Anthony and The Johnsons, The Polyphonic Spree, Peaches, Le Tigre, Craig Armstrong, Cat Power y Jason “Spiritualized” Pierce y siguen las firmas se les permitió salir a jugar en el bosque con las canciones de la Gran Bruja pero se les obligó, también, a conservar algo del original. Casi todos –acaso temerosos, acaso porque ésa es la marca registrada de la anfitriona– optaron por su voz y colgar adornos y loops y ruiditos y beats a su alrededor. Es decir: lo contrario que se suele hacer con los remixes donde las palabras quedan sepultadas por los ritmos. Pero los gritos primales y los susurros primitivos son, de algún modo, el ritmo de toda yoko-canción. Y en ocasiones, el resultado es tan terrorífico como asombroso y ahí está lo que hacen The Flaming Lips con “Cambridge 1969” retitulada aquí “Cambridge 1969/2007” en la que el alarido pre-punk muta a aullido post-psicodélico a paso de rave. A destacar también “Death of Samantha” por Porcupine Tree y la sorprendentemente spectoriana “Nobody Sees Me Like I Do” en versión de Apples in Stereo. Y en casi todos los casos, la audición de Yes, I’m a Witch –álbum brujeril si alguna vez lo hubo– obliga a reconocer cierta grandeza que ya estaba en los originales pero, también, nos hace pensar en que, a la hora de la verdad, Yoko Ono es la legítima autora de algunos nobles momentos pop como “Kiss Kiss Kiss”, “Walking On Thin Ice” y “Every Man Has a Woman Who Loves Him”. Y que el resto –Ono jamás tuvo ni tendrá el sentido melódico de la ululante Kate Bush– es sonido y furia y unas artísticas e incontenibles ganas de ser alguien cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

La mujer bruja

John Lennon alguna vez la describió como “la artista desconocida más famosa del mundo: todos saben quién es pero nadie sabe lo que hace”. La frase tiene su gracia pero no es del todo cierta porque –para bien o para mal– todos siempre han tenido perfectamente claro lo que hace Yoko Ono así como que eso que hace no es para todos los paladares o, mejor dicho, tímpanos. Los especialistas de uno o de otro bando argumentan que a) de no haberse casado con Lennon, Ono hoy sería una de las mujeres más respetadas del mundo artístico o que b) de no haberse casado con John Lennon, Ono hoy no sería absolutamente nadie.

Una cosa es cierta: en los últimos años su obra ha sido reevaluada para mejor, sus acciones han subido y hasta hay algunos exaltados que no vacilan en proponerla como versión hembra de Andy Warhol. No es para tanto, está claro. Pero también es cierto que hoy nadie le critica sus modelitos de guerrillera con hot-pants de antaño, nadie la acusa ya de haber arruinado Double Fantasy, el chiste de llamarla a Ono con el apodo de Oh, No! es demasiado conocido (aunque no ha perdido del todo su gracia; no así el que asegura que Chapman iba por ella y que Lennon se cruzó en el camino de las balas) y todos reconocen que –como viuda legendaria– ha demostrado tener mejor conducta y mucha más sustancia que Courtney Love. El amor que vivieron –honrado como insuperable en “Be My Yoko Ono”, canción de Barenaked Ladies– ya no es tema de duda o discusión. Y aunque de tanto en tanto desentierre el hacha de guerra para enfrentarse a McCartney y haya escandalizado a toda Liverpool en el 2004 con su exposición de vulvas y tetas, Ono parece una mujer tranquila y realizada y feliz de ser quien es sin que le moleste en absoluto ser, si se puede, todavía un poquito más.

El 23 de abril de 2003, la revista Time dedicó todo un número a los Asian Heroes y Yoko Ono figuró entre ellos. Se lo merece, por supuesto. Pero nada es perfecto y la realidad es dura: para la tapa, los editores de Time eligieron –gritos y susurros (y más gritos)– a un tal Jackie Chan.

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