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Domingo, 20 de mayo de 2007

PERSONAJES > RAúL CASTELLS: ¿PERFORMER, OPERADOR MEDIáTICO O POLíTICO EN CAMPAñA?

Vamos a un corte

La participación de Nina Pelozo en Bailando por un sueño 4 es el punto más alto, hasta ahora, de la notable capacidad de su marido, Raúl Castells, para ubicar el reclamo del movimiento piquetero que lidera en los escenarios más inesperados (y gozar, así, de la repercusión mediática que genera): el comedor en Puerto Madero, las tortas fritas en la Avenida Alvear y La Matanza Fashion & Arts. Radar entrevistó a periodistas, sociólogos, publicistas y hasta miembros del jurado para indagar en el fenómeno mediático-político más inasible de los últimos años.

 Por Natali Schejtman

“¿Si Nina llega a bailar mal qué hago? ¿Soy honesto conmigo y le pongo un voto que me va a ocasionar la rechifla de toda esta tribuna?”, se preguntaba Gerardo Sofovich frente a Nina Pelozo la primera vez que ella se presentó en Bailando por un sueño 4, ovacionada por compañeros del MIDJ (Movimiento Independiente de Desocupados y Jubilados) que asisten adentro y afuera del estudio cada vez que ella baila. Esta intervención del jurado (con final feliz: Nina bailó muy bien) también fue una de las piedras basales para los comentarios más insólitos y los debates menos pensados que atravesarían, a partir de entonces, momentos de demagogia (“Me encanta que estos grasitas lleguen a la televisión”, Lafauci), de historizaciones sospechosas (“La música disco representaba a esos jóvenes que venían de la recesión, Vietnam, Watergate, no tenían un peso”, Alfano, cuando Nina bailó disco), de vulgarizaciones consensuadas (“Mirá que te hacen un piquete”, varios, o su versión “Piquete de ojos”), zonas de explícitos y simpáticos choques de clases (“Yo para la próxima traigo sushi”, Pancho Dotto, al ver las tortas fritas de los Castells, o “Ahí están los piqueteros de La Horqueta”, Tinelli, en referencia a Ricardo Piñeyro y amigos presentes en la tribuna), jugadas de provocaciones solapadas y lamentablemente no recogidas (“Es la Gloria Estefan argentina”, acordaron, después de que bailara salsa), tonos conspirativos en las denuncias hacia el Gobierno y un seguimiento actualizado de los avatares nacionales. Todo con un promedio de 30 puntos de rating, en una puesta en escena extraña, pero nada desalineada de los backgrounds que ostentan los dos protagonistas de este show dentro del show: uno más obvio, Marcelo Tinelli, pero el otro igual de coherente y bastante más sorprendente: Raúl Castells.

Foto: Xavier Martin

De las gomas a los gomas

“Hay que venir con semejante cartel –por el del maestro Carlos Fuentealba– a un programa que es básicamente un show pero con fuerte contenido social, porque no podemos ignorar que este programa es el centro de la atención de la Argentina en este momento”, decía Graciela Alfano con esa pretensión de teorización constante, somera y polirrubro que invade a todos los maestrulis del jurado. En este caso, una vez más, una sentencia ligera puede ser un nada despreciable destello de sinceridad: por algo está Nina Pelozo ahí y alguna relación tiene que guardar esta aparición con el desfile de desgracias de “gente común” devenida “soñadores” en horario pico o, por qué no, con Larry de Clay, ahora triste reidor y acotador pero con una vida paralela como candidato a intendente de Escobar. O, también, con las varias veces que disimuladamente o no Tinelli metió su hocico y olfato en la cosa pública (incluidos desde todas las imitaciones hasta el blooper de De la Rúa).

Aunque tal vez la más atrevida, ésta no es la primera vez que Bailando apuntala el casting con el diario abierto. Pero en un año de elecciones, con aislados programas políticos en los canales de aire, los coqueteos transversales de Tinelli se toparon con un verdadero inclasificable como Raúl Castells, que en su carrera político-social-mediática va dejando imágenes para una memorabilia ininteligible: piquetes, el comedor popular de Puerto Madero (un emprendimiento que es también un atractivo turístico más y que lo tuvo a Huberto Roviralta sirviendo comida donada a fin de año, apuesta televisiva mediante), su imagen con el 20 por ciento del cuerpo quemado después de un desalojo, la aparición de Nina Pelozo sexy y rimbombante en la tapa de Noticias en el 2004, la intervención en el Alvear Fashion & Arts con su movimiento y una frase de antología: “Si nosotros cortamos la calle es un piquete. Si lo hacen ellos, lo dicen en inglés y le ponen Fashion and Arts”.

Castells ve en esta enumeración un recorrido claro, y explica su relación con los medios de la A a la Z (o de A a B, como la filosofía de Andy Warhol, un libro con increíbles coincidencias con el piquetero): “El objetivo de nuestra lucha política es el socialismo, pero no tenemos recursos económicos y por eso usamos los medios de comunicación para difundir ideas. Una cosa es hacer una revolución social hace 100 años y otra cosa es hacerla a esta altura, donde prácticamente en cualquier casa hay un televisor y 7 millones de personas tienen Internet. Siempre decimos que hace unos cuantos años vimos una propaganda de Coca Cola. Nos han chicaneado, porque justo era Coca Cola, pero ellos decían que había que ser recurrentes y ocurrentes. El socialismo, el gobierno de los trabajadores y el pueblo y demás, tiene que estar planteado en forma que sea ocurrente”, dice Castells, entrando a un teatro en donde se va a presentar una función especial de la obra Planeta Show producida por Guinzburg para los trabajadores en conflicto del Casino de Buenos Aires, seguido en su ingreso por unos cuantos que quieren sacarse una foto con él y por unas estudiantes de cine documental que lo vienen siguiendo con una camarita de última generación.

Cuando explica su estrategia, Castells compara a Nina bailando con Evangelina Carrozo –reina del Carnaval de Gualeguaychú y ex participante del certamen– en la cumbre de Viena, y destaca que sus métodos de comunicación ya despertaron el interés en universidades como la Di Tella o la de Belgrano, dos ejemplos de los muchos intrigados tanto por estos alaridos mediáticos como por los inefables gestos de apoyo o las alianzas impensadas (ahora con Bonnie Bullrich, curador de aquel evento en el Alvear) para un referente que se define socialista. El sigue su exposición sobre por qué no duda en poner su cuerpo en espacios mediáticos tan polémicos: “Para nosotros, el problema no son los dueños de los medios sino quienes los consumen. Si no, no tendríamos que ir a tal programa porque está tal periodista que estuvo ligado a tal gobierno, no tendríamos que ir a tal medio de comunicación porque es de un monopolio internacional que nos sojuzga, no tendríamos que usar ningún medio de comunicación porque no hay ni grandes canales obreros, ni diarios de cooperativas ni radios masivas que sean de la lucha popular. Para nosotros no es el interlocutor, es el otro que está escuchando o leyendo”.

Tortas fritas con champagne

Cuando Castells intervino el Alvear Arts & Fashion con sus compañeros, 48 fotos que documentaban “la realidad social”, tortas fritas y la intención de armar una olla popular frente al hotel, generó algunos lazos con los mismos artistas que paseaban sus copas de champagne por el hotel y la avenida alfombrada. A tal punto tuvo resonancia su presencia que algunos de ellos lo acompañaron en su contraevento en Laferrère: “La Matanza Fashion & Arts”. Es, sobre todo, en este tipo de movilización que Castells gana definiciones lindantes con alguna forma de arte contemporáneo y resiste análisis que van más allá de sus objetivos declarados y más inmediatos. El periodista Pablo Schanton viene poniendo atención a las acciones con firma y aura de Castells: “Es un gran dislocador. Seguramente, no leyó las teorías estético-políticas de Jacques Rancière. Sin embargo, intuye que los excluidos sólo pueden hacerse visibles y reclamar su inclusión si dislocan los espacios convenidos (y convenientes) en la sociedad para cada acción. Ya no importa cuánto hay de realmente reflexivo o estratégico en sus acciones. Importa que tienen lugar. Y consecuencias. Porque de ocupar lugares se trata y justamente hablamos de ocupaciones, desocupados, exclusiones, disloques y... piquetes”. Pero además, agrega que en él, el “movimiento” es mucho más que una letra en la sigla de su partido: “Su virtud radica en exagerar como puesta el ‘fuera de lugar’ de aquel que fue puesto ‘fuera de lugar’ en la sociedad. Es un ‘solicitante descolocado’. Experimenta con cambios de posición inesperados ante todos nosotros y por todos nosotros. Se ocupa de moverse. Los demás, de interpretar precozmente (prejuiciosamente) sus movimientos, buscando neutralizarlos. Cambió la movilización por el disloque: hasta ahora, convirtió en táctica lo que era una condena social. Ya que es moda hacer ‘arte político’, él propone una nueva forma de arte de la política. Y cuando nos desconcierta, también está dislocando lo que ya creíamos saber. Nos hace un piquete en medio de nuestras convicciones. Sus acciones nos exigen pensar una y otra vez de qué se trata –y cómo se trata– eso de la lucha de clases hoy en día”.

Aun desde una vereda y perspectiva diferentes, el sociólogo Luis Alberto Quevedo, director del Proyecto Comunicación y del posgrado Gestión y Política en Cultura y Comunicación de Flacso, también remarca ese afán de hacerse ver: “Su movimiento no es como uno típico de los ’60 o ’70, cargado de valores ideológicos. Hace un trabajo social muy importante con desocupados y jubilados, pero no se define por principios a los que podría llegar a traicionar, tiene un perfil muy pragmático y la principal estrategia es no perder nunca visibilidad. El es un producto bien del pop, podría haber sido pintado por Warhol”.

Vote o bote

La aparición de los Castells en Bailando... y su acento puesto en hacer ver su condición de minoría (a diferencia de, por ejemplo, Florencia de la V) hizo arder a opinólogos de todo tipo, sobre todo en un momento en el que la televisión insiste en hablar permanentemente de sí misma (y en consecuencia, Castells y Nina tienen garantizada reproducción constante) y en que los noticieros ganan en proporción de notas de color, olas de frío, picos de calor, presentación de canciones en exclusiva, mientras que, como contrapunto, los shows y las telenovelas muestran límites más porosos frente a la agenda cotidiana y a la gente-común (y en consecuencia, Castells y Nina pueden aparecer en todo tipo de programa). Pero entonces: ¿Castells y sus denuncias, su posibilidad de engarzar una jodita de Tinelli sobre sus celos con el reclamo de un grupo de mujeres de la intendencia de Morón que están ahí mismo en la tribuna, embadurnan de baba la protesta piquetera o, caso contrario, adosan un rasgo de política explícita a un programa que definió espectacularmente a los ’90?

Para Quevedo, si bien no mira con simpatía eso de llevar carteles de Fuentealba porque es meter en un registro frívolo algo que es de otro tinte, la firma de Tinelli es esa mezcla y el choque discursivo: “El otro día con el tema de las amenazas que recibieron Alfano y Lafauci para que Nina siguiera en el programa se generó una discusión. ¿De qué género fue eso? ¿Género político, de denuncia o melodramático? Es una mezcla de todos estos géneros, es la continuidad del circo criollo y funciona. El pacto que tiene la televisión con sus contenidos es mucho más laxo que el que tiene con su demanda permanente de rating”.

Para muchos, esta recurrencia farandulera puede darle los frutos que busca Castells, como si tal cosa fuera tan clara. Jorge Lafauci, el “exigente” del jurado, responsable de otro de los momentos altos cuando discutió con el piquetero sobre si las mujeres del pueblo tienen que tener o no más pudor que una vedette (“La sensualidad no tiene clase social”, sentenció), no vacila: “Las críticas parten de un supuesto de que la política es menos banal que la actividad artística. Si me das a elegir entre un político y un artista, yo elijo a un artista. Me parece que está muy bien mostrar cómo una campesina puede llegar a compartir un show con artistas y también me parece que esto lo hace más simpático a Castells, sobre todo frente a las clases medias y más altas”. Así, empieza a darle sentido a ese uso funcional que Castells dice tener de los medios, aunque no dejan él y su esposa de verse espontáneos y verdaderamente cómodos entre los flashes. Para el publicista Fernando Braga Menéndez, responsable de la campaña de Kirchner, la actitud de Castells es básicamente repudiable pero tiene un mínimo costado admirable: “El rol que cumplen personajes como Castells es blanquear a las clases altas. Lo que meta-comunica es que los ricos lo ayudan a superar su pobreza a él, que supuestamente es un representante de los pobres, y que no tienen nada que ver con la pobreza de los pobres. Usa la necesidad de los pobres para construir su narcisismo. Pero lo admirable es que en el mundo capitalista no es nada fácil obtener una trascendencia pública, y él, a partir de estas situaciones que sabe crear, logra una interesantísima y habilísima amplificación mediática y sabe manejar los rebotes”.

Pero, claro, en otra de las alegorías inquietantes del universo Tinelli, y a diferencia de otros picos como el de Roviralta trabajando en el comedor de Puerto Madero o las tortas fritas en la Avenida Alvear, una vez que Nina Pelozo caiga en la sentencia, “la gente será la que decida”. En otra puntada con hilo, Castells no sólo tiene subvencionada algo así como una campaña masiva, sino que podrá, cuando ese aterrador momento llegue, acceder a estadísticas más que interesantes.

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