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Domingo, 22 de septiembre de 2002

TRISTEZAS

Muere otro día

La noticia es devastadora: Warren Zevon padece un cáncer de pulmón incurable. Mientras sus pocos y acérrimos seguidores de todo el mundo se dan cita en Internet para agradecerle por las canciones con las que transfiguró sus vidas para siempre, Warren pasa los días encerrado con su familia, grabando y “tratando de aguantar hasta el estreno de la nueva Bond”. Antes de que sea demasiado triste, Radar le rinde homenaje y espera contra toda esperanza que las velas ardan un poco más.

 Por Rodrigo Fresán

Hoy leí el diario, oh boy, y ésta es la noticia, la mala noticia, la noticia insoportable entre tanto 11 de septiembre, Irak, Bush, todo lo que venga y el maldito titular que anuncia: El rockero Warren Zevon padece un cáncer de pulmón incurable. Y después, más abajo: “El rockero Warren Zevon, conocido por el éxito ‘Werewolves of London’, padece un cáncer de pulmón incurable. Haciendo gala del ingenio y el cinismo que sus seguidores tanto alaban, el cantante y autor señaló que aceptaba el diagnóstico, pero que sería ‘una mierda’ si no aguantase hasta el estreno de la próxima película de James Bond. La portavoz del cantante, Diana Baron, indicó que los doctores informaron a Zevon de la enfermedad hace un mes y que el artista, de 55 años, pasa su tiempo en compañía de sus hijos, escribiendo y grabando discos”.
“El cáncer de pulmón que se le ha diagnosticado a Zevon, que comenzó su carrera en 1969 con Wanted Dead or Alive, presenta un estado demasiado avanzado como para poder operarlo, según los doctores. En su álbum más reciente, My Ride’s Here, que salió al mercado este año, contribuyeron el periodista y escritor Hunter S. Thompson y el poeta irlandés Paul Muldoon, entre otros. La compañía discográfica Rhino Records tiene previsto lanzar una recopilación de canciones de Zevon el próximo 15 de octubre y...”
Leí todo esto mientras desayunaba y –a veces la no-ficción adopta los modales más reprochables de la ficción, esas sospechosas casualidades permanentes– en mi equipo de música sonaba “My Ride’s Here”, la canción que da título al asunto. Una última canción –Zevon es un especialista a la hora de elegir la canción de despedida de sus álbumes– sobre el fin de la vida cuyo título eufemístico podría traducirse como “Hora de partir”, “Vinieron a buscarme” o “Llegó mi taxi” o lo que mejor les parezca y donde Zevon canta: “Hombre, me gustaría quedarme, pero voy camino de la gloria y ya estoy saliendo: vinieron a buscarme”. En la portada del compact aparece Zevon adentro de un auto, sentado en el asiento de atrás, anteojos con lentes espejadas, la ventanilla a medio camino. Buen viaje, Warren.

UNO
“El Sam Peckinpah del Rock’n’Roll”, “El Salvaje Más Educado del Mundo”, “El Hermoso Perdedor”, “Gatillo Caliente Zevon”, “El Rey de la Canción Noir”... A Warren Zevon se le pusieron muchas etiquetas a la hora de intentar precisar esa leyenda en la que conviven la pasión por las armas con el amor a Keats y definir esas canciones únicas donde comulgan los gorilas, los asesinos a sueldo sin cabeza, los junkies, los desaparecidos de Hollywood, los chicos excitables que construyen jaulas con los huesos de sus novias muertas, los que ayudaron a Jesús a cargar esa cruz, los hombres lobo de Londres, los muertos de Denver, los que todas las noches sintonizan Radio Mohammed, los que se han metido en un gran lío que sólo podrá ser resuelto por la ecuación de abogados y pistolas y dinero o los que buscan un corazón o gozan de un espléndido aislamiento oyendo el murmullo del aire acondicionado y esperando que California se hunda en el océano mirando el techo desde una habitación de hotel bajo la vasta indiferencia del cielo... Warren Zevon les cantó a todos ellos consiguiendo el perfecto perfil de artista de culto, el músico para músicos, el escritor para escritores, el genio para una minoría que lo siguió y lo sigue y lo seguirá hasta que también vengan a buscarlos.
Todos ellos dejaron mensajes en el site oficial de Zevon por estos días. Y al leerlos –premio consuelo, pero consuelo al fin– se comprende que Zevon supo conseguir fans a su altura. No es cosa sencilla. Tal vez no sean millones, pero son los mejores. Ahí, ahora, se leen cosas como ésta: “Tuve el placer de oírte cantar en un lugar muy pequeño y a menos de dos metros de tu piano. Estreché tu mano antes del show. Y una vez le enseñé a cantar a treinta borrachos ‘A Bullet for Ramona’ en la psicótica agencia de publicidad donde trabajaba. Cumplo 55 años y te he admirado por más de la mitad de mi vida. Para mí nadie te llega a los talones. Gracias portodo y buen viaje, Warren”. O ésta: “Ha llegado el momento, todos juntos: SUBAMOS EL VOLUMEN AL MAXIMO PARA QUE TODOS LO OIGAN DE UNA JODIDA VEZ”. O ésta: “Soy un diseñador de armas de fuego y un día cambiaron las leyes del estado de California y jamás pude hacerte llegar el prototipo de mi Zevon 1. Señor Zevon, yo no soy un simple fan: yo soy un hombre transfigurado por su música y su poesía, y nunca podré agradecerle lo suficiente todo aquello que hizo por mí”. O esto: “Me acuerdo de mí bailando a los cinco años tu canción del gorila. Ahora tengo 29. Mi padre siempre corría a comprar tu nuevo disco el mismo día en que salía a la venta y era una fiesta esperar que volviera para escucharlo todos juntos”. O esto: “Muy triste de enterarme de que otra vez te tocó el palito más corto, Warren. Jamás olvidaré todas esas largas noches escuchando tus discos a solas: mi esposa jamás te entendió”. O eso. O aquello. O todo.

DOS
Ahora, antes del final, la tristeza por la enfermedad de Zevon no es –no debe ser– esa tristeza modelo I-coulda-been-a-contender de Marlon Brando en Nido de ratas. Ésa será, seguro, la fácil intención en la que caerán las necrológicas de siempre y por eso –habiendo redactado demasiados obituarios sobre demasiada gente a la que quise y quiero– me adelanto y escribo esto con un Zevon todavía live y coleando, aunque le cueste un poco. Un Zevon que todavía canta y cuenta el cuento. Y que nadie diga que Zevon fracasó o pudo haber sido el más grande o confundió las instrucciones de un mapa. A mí me parece que –aunque no hubieran estado mal unos cuantos dólares más– Zevon hizo lo que quiso hacer del modo en que más le gustó y mejor le sale. De acuerdo: no fue fácil conseguir My Ride’s Here. Tuve que encargarlo. Demoró. Pero lo importante es que llegó a tiempo y en el momento justo; porque siempre fue un momento perfecto el que escogió Zevon para grabar un nuevo puñado de canciones y siempre hay un momento perfecto para volver a oírlas una y otra vez. Momentos perfectos por el solo hecho de grabarlas. Canciones que nunca se gastan. Suele ocurrir con los clásicos más clásicos y My Ride’s Here es una -otra– obra maestra rebosante de señales premonitorias o no. Un cover de Serge Gainsbourg que se llama “Laissez-Moi Tranquille”, otro de Dan McFarland titulado “I Have to Leave”, una canción escrita junto a Hunter S. Thompson que advierte que “You’re a Whole Different Person when you’re Scared”. Esas cosas que uno canta y hace cuando todavía no está muerto, pero...
Ahora, dice el diario, Zevon se encerró para registrar todo lo que pueda hasta que no pueda más. Ahora saldrá un recopilatorio. Ahora, tal vez, por fin, alguien apretará el botón que obligará a la postergada versión compact de los inconseguibles The Envoy y Stand in the Fire (cuyos casetes conservo, pero no me atrevo a oír por temor a que se estiren y se estiren). Ahora llega el momento de la pompa, los últimos ritos y los primeros demos y las reediciones de bonus-tracks y las valoraciones tardías.
Ahora el tiempo vuela y todo empieza a temblar, como suele temblar California.
La última edición de la revista Uncut –con Springsteen en la tapa– le dedica a Zevon cuatro páginas y, entre tanta teoría y práctica del periodista a la hora de intentar acorralar al fugitivo, Zevon lo explica todo con una sonrisa amarga, pero sonrisa al fin: “El arte tiene que ser algo practicado por personas constantemente asombradas por el simple hecho de existir. Eso es todo. La responsabilidad del artista es la de recordarle a la gente que la vida es muy corta, es cierto, pero que también puede ser algo increíblemente dulce. Así que mejor que pienses en qué vas a hacer para divertirte esta noche y, cuando te venga el sueño, a dormir. De eso se trata. Yo me metí en esto para poder llevar todo el conocimiento y las referencias intelectuales que tenía sobre el siglo XXal terreno del pop. Mucho de lo que a mí me interesa es, supongo, algo completamente tonto e inútil para la mayoría de las personas. Pero tal vez le interese a alguien tarde o temprano. Y después, claro, está el negocio de la música, donde sólo se puede ser dos cosas: honesto o hipócrita. ¿Adivina qué fue lo que elegí ser yo? No importa, a la hora de la verdad yo soy mejor que ellos. Yo soy de otro color. Yo soy mucho mejor que ellos porque yo soy un intelectual”. Y Warren Zevon agrega: “Ya sabes: bang bang”.
Así es.
Licencia para cantar.
Zevon, Warren Zevon, y la próxima película de James Bond se titula Die Another Day. Muere otro día.
Los diamantes y las canciones son eternos y una de las más brillantes e inmortales de las canciones de Zevon –una imponente y bestial celebración de la dolce vita hasta que las velas no ardan– se titula “Dormiré cuando esté muerto”.
Dulces sueños, Warren.
Que duermas bien.
Pero todavía no.
Dejémoslo para otro día.

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