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Domingo, 29 de julio de 2007

TELEVISIóN > EL CINE SEGúN FEINMANN

La bestia contraataca

El cine por asalto puede ser considerada la versión televisiva de las notas sobre cine que José Pablo Feinmann viene publicando en Radar desde hace años. Junto a Cristina Mucci en la conducción, Feinmann divierte y se divierte contando escenas de películas, hilvanadas por un tema o una idea o incluso un pequeño detalle en común. Y las cuenta bajo la misma premisa con la que funciona su amado cine clásico hollywoodense: que no hace falta detener la acción para exponer las ideas. Por eso, Radar lo sentó para averiguar cuáles son, entre todas esas películas, sus amores y odios más acérrimos.

 Por Mariano Kairuz

Foto: Nora Lezano

En sus notas y sus libros, ha contado infinidad de escenas, pero ¿cuál es su favorita?

–Una de Rocco y sus hermanos, cuando la cámara toma por detrás a Simone (Renato Salvatori): él es una especie de gorila negro que avanza con su navaja hacia Annie Girardot, que está recostada en un árbol. Ella abre los brazos recibiéndolo. El la toma del cuello; él la acuchilla; la muerte es como un acto de amor. Eso siempre me rayó, me volvió loco; me parece monumental, y tiene la música de Nino Rota, que en la primera parte es una especie de canzonetta napolitana y en la segunda es un desarrollo de la Sexta Sinfonía de Tchaicovsky, y están maravillosamente mezcladas.

Y de entre todos los guiones, ¿cuál le hubiera gustado escribir?

–Testigo en peligro, de Peter Weir, con Harrison Ford: me parece un guión perfecto y, sin ser una película intelectual, puede atraer tanto al gran público como deleitar a quien tiene mayores exigencias. La escena de la construcción del galpón con música de Maurice Jarré es genial. Juegan mucho con las balas del revólver de Harrison Ford: el personaje de Kelly McGillis le pide que las quite porque está viviendo con los amish, que son gente pacífica, y las guarda en un frasco de harina. Las balas quedan blancas, y él carga su revólver y mata a Danny Glover en un maizal. El guión juega mucho con un desarrollo interno con las materias primas de la agricultura. Está perfectamente estructurado.

¿Y sus actores favoritos?

–Hay muchos actores que me gustan mucho, pero fan, lo que se dice fan, lo soy desde chico de un villano: de Richard Widmark. Me hice fanático con Night and The City, con el El rata, con El tesoro del ahorcado, donde era un cowboy muy malvado. Ahora soy miembro de su fan club, y me han llegado cantidad de e-mails de un montón de locos de distintos lugares del mundo que hablan de sus películas; con lo que me dio la sensación de que yo no era el último de los mohicanos. Y entre las mujeres, soy fan de Michelle Pfeiffer desde Las relaciones peligrosas y Los fabulosos Baker Boys, hasta cinco años atrás que me enfurecí porque dejó el cine. Al final de Batman vuelve, ella dice un texto increíble: Batman se saca la máscara y le dice: “Celina: vení a vivir conmigo a la baticueva”. Ella le responde: “Me gustaría ir a vivir con vos, pero ¿cómo voy a vivir con vos si no puedo vivir conmigo misma? Esta vez no habrá final feliz”. Pfeiffer nunca superó ese papel.

Hay muchas listas de mejores películas de la historia, pero ¿cuál le parece la más sobrevalorada?

–El ciudadano, un caso increíble de sobrevaloración. Me parece magníficamente cerebral, pero no hay una sola situación que me emocione, salvo cuando Jedediah (Joseph Cotten) escribe la crítica en contra de la mujer de Kane, cae borracho y viene Kane y la termina tal cual la hubiera escrito Jed. Pero después me quedo admirando una estética que no le corresponde del todo a Welles, porque ahí están Gregg Toland, un director de fotografía sensacional; Herman Mankiewicz, que hizo el 80 por ciento del guión. Welles, sí, tenía un enorme talento, pero a mí los tipos que tienen un gran talento y después entran en el desorden total y no saben armar una carrera y se pasan la vida quejándose de que Hollywood les arruinó su genialidad, me revientan; prefiero artistas como Ford, Huston, Hawks, Hitchcock, que eran genios aun trabajando dentro de la industria. Welles es demasiado brillante, pagado de sí; en la película se ve que está diciendo: “Esto es una obra maestra, yo soy un genio de 25 años”.

Hablando de decir, ¿cuál es su línea de diálogo preferida?

–“Siempre nos quedará París”, de Casablanca. Pero hay otras: en el western Jardín del mal, de Henry Hathaway, Richard Widmark es un tahúr muy habilidoso con las cartas; Gary Cooper es el héroe, y Susan Hayward es la hermosa mujer que se disputan. Llegan a un acantilado donde pueden apostarse y defenderse de los indios que vienen a matarlos; saben que si uno se queda y los demora, los otros dos podrán irse. Widmark le dice a Cooper: “Juguémoslo a las cartas”, pero Cooper le dice: “Me vas a hacer trampa”. “Te juro que no”, le contesta el otro. Juegan y gana Cooper, que se va con ella, pero cuando llega al valle y escuchan los tiros, él dice: “Qué estúpido soy. Claro que hizo trampa, pero para quedarse él. Es mucho mejor hombre de lo que yo pensé. Tengo que volver”. “¿Y a qué vas a volver?”, le pregunta ella. “Tengo que volver a decírselo”. Cooper llega y el otro está moribundo, y lo toma de la mano, y se lo dice. Maravilloso.

Y ya que estamos, entonces, ¿su muerte cinematográfica favorita?

–La de Richard Widmark en Siniestra obsesión. El le ha dicho a Gene Tierney, a quien le arruinó la vida: “Ofrecen 50 libras por mí. Te las voy a dar. Corré, vos corré”. Ella no le entiende, pero él corre atrás de ella gritándole “Judas, ella me denunció...”, y en su locura cree que le van a dar a ella las 50 libras que ofrecen por él, y que eso lo va a reivindicar por todas las canalladas que le hizo. Pero entonces lo agarra este luchador que interpretaba Mike Mazurksy, y lo quiebra y lo tira al río como una bolsa de papas. Y Herbert Lom, que es el capo de los mafiosos de Londres, termina su pitada y tira su cigarrillo al río, y así termina la película. Una muerte devastadora.

¿Cuál es la gran película que nunca se hizo?

–Acá me resulta difícil evitar la vanidad, porque yo creo que la gran película que nunca se hizo es la de El ejército de ceniza, que es mi tercera novela, sobre un coronel loco que sale a perseguir a un ejército inexistente por la llanura de Buenos Aires en 1829, y que como no encuentra al enemigo empieza a matar a sus propios soldados. El coronel podría ser Ed Harris un poco más joven que ahora, o Gregory Peck en su mejor momento. Y podría dirigirla el primer Aristarain, el de La parte del león, Tiempo de revancha y Ultimos días de la víctima. Aunque el mejor director posible sería una mezcla de John Ford y Coppola.

Supongamos que muere y va al infierno. ¿Con qué película podrían intensificar su padecimiento eterno?

–Con las de Sarli: no me las banco, ni siquiera su encanto camp. Me parecen porno para los pobres. Incluso cuando viajaba por la empresita que tenía, vi Fuego en un cine popular de Córdoba, y había que escuchar a los cordobeses, las cosas que decían. Creo que sí, si me pasaran la filmografía completa de Bo sufriría mucho en el infierno.

Ahora supongamos que al morir descubre que el cielo existe, que va a pasar allá la eternidad y que ahí arriba hay un videoclub... Pero cuando va, le dicen que no tienen esa película sin la que usted se querría matar si no estuviese ya muerto. ¿Cuál sería?

–Es muy difícil elegir, pero elijo Casablanca. La vi toda mi vida y la voy a seguir viendo.

El cine por asalto, con la destacable producción de Mariana Mejías y Fabián Roggero, se da todos los sábados a la 0.30 por Canal 7.

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