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Domingo, 12 de agosto de 2007

CINE Y MúSICA > SE DA LA PELíCULA SOBRE DANIEL JOHNSTON

Yo soy yo

Es un músico de talento y sensibilidad increíbles, pero un trastorno psíquico ha desviado el foco de la atención durante años para convertirlo en un fenómeno de feria. Por suerte, músicos como Kurt Cobain, Tom Waits, Beck y Bright Eyes han hecho mucho en todo este tiempo para devolverle el lugar que se merece y el esfuerzo empieza a dar resultados. La proyección de una película sobre él hecha con filmaciones caseras es una gran oportunidad para conocerlo.

 Por Mariana Enriquez

En la secundaria lo llamaban “el tipo del globo ocular”, porque eso mismo dibujaba por todos lados, era su marca registrada: un ojo solitario, caído o arrancado, algo frenético, mirando desde todas partes. En la secundaria, Daniel Johnston recién empezaba a sufrir los primeros síntomas de su enfermedad psiquiátrica, el desorden bipolar que en el futuro le impediría continuar con la universidad. Es la última época en que se lo ve como relativamente relajado y alegre. En su primera juventud ya aparece registrado como un hombre desencajado, a veces demasiado eufórico, otras muy tímido e incómodo, otras directamente delirando.

Es notable que haya tanto registrado en Súper 8 de la vida de Daniel Johnston, 44 años, artista de culto, protagonista del documental The Devil & Daniel Johnston, una película paradigmática en el uso de películas caseras para la realización de largometrajes. En un principio, él mismo hacía sus films caseros, cortos satíricos donde solía imitar, travestido, a su madre, además de pavadas típicas de chicos –el codirector era su hermano–. Y, de vez en cuando se registraba dibujando o tocando la guitarra y el piano, el germen de lo que más tarde sería un talento enorme, talento que creció junto a su enfermedad, tanto que muchos de sus apologistas sostienen que es talentoso porque está enfermo, lo que es casi ofensivo.

LA MUSICA DEL AZAR

La historia cuenta que cuando la estabilidad pareció imposible, sus padres –dos cristianos muy estrictos– retiraron a Daniel de la universidad y lo enviaron con su hermano a Texas (ellos viven en Virginia) para que trabajara en un McDonald’s. Daniel lo intentó, pero se pasaba la mayor parte del tiempo en el sótano, escribiendo canciones y dibujando. En sus ilustraciones aparecían con recurrencia el Capitán América y Gasparín, sus héroes. Y en las canciones, Laurie, una chica con la que estaba obsesionado, a la que eligió como musa, filmó y grabó hasta el cansancio, destinataria de casi todas sus muchas canciones de amor.

Las canciones de Daniel Johnston son unas cuando las interpreta él y otras cuando se convierten en covers. La voz del autor es aniñada, suena como la de un chico de once años, sólo que las melodías son demasiado complejas para haber sido pergeñadas por un nene, que además no podría cantar cosas como la letra de “Living Life”: “Abrázame como lo haría una madre/ como siempre supe que alguien debería/ aunque mañana no se vea tan bien/ Esto servirá para remarcar que es verdad cuando la gente diga que somos una pareja extraña/ Doris Day y Mott The Hopple/ Veo doble/ esto es la vida/ y todo está bien/ Viviendo la vida/ Esperanza para el desesperanzado”. Son inquietantes, desbordantes de enfermedad y confusión, pero también bellas y alegres, algo torpes. Muchas dan miedo, involuntariamente. Otras conmueven. Su famoso primer casete, Hi, How Are You, grabado en el sótano de la casa de su hermano, hoy suena como la banda de sonido de una película de terror naïve. Suena con mala calidad, claro, la idea es no limpiar demasiado la cinta con la digitalización, pero tiene una fuerza rara y, en ocasiones, un auténtico optimismo. Con el tiempo, una vez más profesional, Johnston limpió su sonido hasta hacerlo accesible a quienes no tienen interés en un héroe low-fi. Y aparecieron discos donde otros artistas versionan sus canciones, para que se note cuán buenas y hermosas son lejos de su problemático compositor. De estos discos, el mejor es Dead Dog Eyeball’s de Kay McCarthy, una cantante texana que fue novia de Johnston durante un breve tiempo de su juventud; realmente encuentra las canciones y con violines y pianos afinados las lleva a cumbres pop. El otro es Discovered Uncovered: The Late Great Daniel Johnston, donde lo reversionan nombres como Tom Waits, Beck y Bright Eyes. ¿Por qué resulta más amable escuchar las reversiones? Porque en los originales a veces se escucha una desorientación y un sufrimiento propios de la enfermedad que, en ocasiones, el oyente no tiene ganas de atravesar. Porque a veces escuchar a Johnston es morboso y tiene mucho más de freak-show que otra cosa. Su enorme talento no se merece ese morbo y tampoco se lo merecen sus canciones.

COMO UN ACROBATA DEMENTE

Daniel Johnston ganó fama con dos eventos, a mediados de los ’90: primero, Kurt Cobain solía llevar una remera con la tapa de su casete clásico Hi, How Are You; después, él mismo apareció en un segmento de un programa de MTV que ya no existe, Cutting Edge. Su actuación fue tan buena que, de repente, todos estaban interesados en él, que todavía trabajaba en McDonald’s, donde hacía todo mal y en general lo destinaban sólo a la parte de limpieza. El relativo éxito lo llevó a una gira por Texas que terminó en desastre por varias razones: Daniel tomó mucho ácido lisérgico y nada de su medicación, cosa que empeoró su estado (jamás se recuperó –en grabaciones de la época se lo puede ver diciendo “yo solía ser Daniel Johnston, ahora no lo sé”); y comenzó su obsesión con el demonio. También hay registro de shows en los que empieza a “predicar”, y grita: “El mal, señoras y señores, el mal”. Sí, tocar en este estado le ganaba mucho público, y sí, Daniel Johnston lo sabía (y lo sabe), porque está bastante loco, pero no es nada tonto. Escribía en la aparentemente alegre y casi beatlesca “Like a Monkey in a Zoo”: “Los días pasan tan lento, no tengo amigos/ Excepto toda esta gente que quiere que haga trucos para ellos/ Como un mono en el zoológico/ Y te podría pasar a vos/ Podrías estar en mi lugar/ Yo no fui siempre así, y no lo vi venir./ Estoy tan solo, pero ésta es mi casa”. Ese brote de éxito en los ’90 terminó con un Daniel internado después de escaparse con un carnival, esos parques de diversiones ambulantes tan típicos de Estados Unidos. La medicación lo dejó postrado en cama durante un año. Cuando se recuperó, viajó a Nueva York, a tocar y grabar. Terminó teniendo un episodio psicótico en el Bowery; sostenía que el diablo lo perseguía; los integrantes de Sonic Youth mandaron llamar a sus padres. Pero Daniel se bajó antes del micro donde viajaba de vuelta a casa y asustó a una anciana metiéndose en la casa. A esta altura, no tomaba medicación cuando tocaba, porque sabía que “loco lo hacía mejor”. Y así, después de un festival, cuando volvía a casa en la avioneta de su padre, le quitó las llaves y se estrellaron; Daniel creía que era Gasparín. No se sabe cómo salieron vivos. A Daniel se lo ve muy contento en las fotos de después del accidente. Y terminó otra vez en el hospital.

Hoy, Daniel Johnston está estabilizado y vive con sus padres. Su arte se cotiza muchísimo, porque entra dentro del muy de moda y rentable outsider art (una reinterpretación y ampliación del art brut francés) y expone con regularidad. Su familia se encarga de sus negocios. El rezonga: “Estoy de gira, y estoy bien. Conocí tanto... hasta Japón. Pero sé que me podría ir mejor si tuviera dinero. Pero no me lo dan, es decir, no me lo dejan guardar. Lo ahorra mi padre, para que yo no lo malgaste. Por eso, no puedo comportarme como una persona rica. Ni siquiera puedo comprarme una Coca-Cola, a veces”. En la casa de sus padres, Daniel –que tiembla permanentemente por las pastillas, está obeso y parece diez años mayor– reprodujo aquel sótano de su adolescencia y despliega su creatividad muy tranquilo. En 2005 una infección renal casi lo mata –estuvo en coma–, pero se recuperó. Su hermano admite: “A veces la gente nos cuestiona si Daniel debe tomar medicación o estar internado; es un genio, como Van Gogh, ¿y uno internaría a Van Gogh? Lo que les contesto es que si a Van Gogh le hubiera hecho bien el tratamiento, quizá no hubiera muerto tan joven. Nosotros cuidamos a Daniel. Lo hacemos lo mejor que podemos y lo respetamos. Mis padres viven con él, son ancianos. Todo es difícil. Pero somos conscientes de su talento y queremos que sea capaz de usarlo. Lo que sucede es que nosotros, que lo vivimos desde adentro, no confundimos enfermedad con genio, ni psicosis con creatividad”.

The Devil & Daniel Johnston de Jeff Feuerzeig se verá el jueves 23 a las 20 en el C. C. R. Rojas, Corrientes 2038, dentro del ciclo Películas familiares: de lo privado a lo público.

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Johnston (izq.) y uno de sus grandes amigos de la infancia en un momento de la película, en la que se dibujan mutuamente.
 
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