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Domingo, 12 de agosto de 2007

UN MES DESPUES DE LA NEVADA

Aquella primera vez

 Por Diego Fischerman

Me piden que cuente de nuevo lo mismo. Quieren saber cómo fue aquella primera vez. Y la verdad es que yo no me acuerdo. O, para ser más exacto, no me acuerdo si lo que recuerdo es lo que pasó o la historia que repetí tantas veces. No es con lo único que me sucede. En general veo las cosas como en sombras. No me refiero a lo que se ve alrededor, aunque eso también lo veo en sombras, sino a las cosas que me fueron pasando en mi vida.

Se sientan siempre en el mismo lugar, vienen a verme y me piden que les cuente. Y yo me aferro al recuerdo de lo que conté la última vez y trato de contar lo mismo. Algunas caras las conozco, o me parece que las conozco o se parecen a algunas que conozco. O que conocí. Pueden ser mis nietos, o por ahí ya son los hijos o los nietos de mis nietos. Y quieren que cuente cómo fue cuando nevó en Buenos Aires aquella primera vez. Les digo que las calles no eran como las de ahora, que el ritmo de vida era diferente y que, al principio, cuando empezaron a caer copos, la sorpresa era tal que nadie sabía muy bien si realmente era nieve o no. Y cómo la gente estaba contenta de ver nieve aquí y todo parecía un milagro.

No es que tenga problemas de memoria, simplemente algunas cosas a veces se me van de la cabeza. Son demasiadas cosas, demasiadas personas; uno se confunde. Cualquiera se confundiría un poco. Y además a veces tengo la sensación de que ya no entiendo mucho lo que pasa. A veces estoy en un lugar y, en ese momento, no me acuerdo cómo llegué. No digo nada, simplemente me dejo llevar.

El mundo es cada vez más complicado, eso es lo que trato de contarles a los que me piden la historia de la primera nevada. Ahora ya no hay tiempo para nada, se vive corriendo. Ya no hay ese encantamiento con las cosas sencillas. Es cierto que a veces digo cosas que no se me entienden. Piensan que desvarío, pero no se enojan, les causa risa. Como esa frase que me viene a la cabeza y no sé ni de dónde sale. “Verde que te quiero verde”, repito para mí, y se matan de risa. Acá, en el lugar donde siempre me vienen a buscar, en el hueco hecho en el mismo hielo, al lado de lo que era el Gran Río, preguntan: “¿Qué quiere decir verde?”. Y yo contesto siempre lo mismo. Mientras alguno despelleja alguna rata y la golpea para deshelarla y se la van pasando de a uno para mordisquearla un poco, ellos se siguen riendo y les digo: “Es el color que tenían algunas cosas que desaparecieron hace mucho tiempo, antes de que empezara la nieve”.

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