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Domingo, 26 de agosto de 2007

PERSONAJES > SKAY BEILINSON, UN SOLISTA REDONDO

Skay with diamonds

Desde hace tres discos y poco menos de un lustro, Skay Beilinson ha demostrado que hay vida después de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. El guitarrista de aquella banda, que vivía en medio del secreto y tocaba poco, hoy toca siempre que puede, disfrutando de eso que, asegura, es la razón por la que vino al mundo como músico: tocar en vivo. A veinte años del disco que lo hizo famoso junto a su grupo de siempre, Skay estrena La marca de Caín, su nuevo álbum, y recorre su vida, pasando de las zapadas a las canciones, de la cocaína de los ’80 al comic de la contracultura.

 Por Martín Pérez

Uno de los programas de computadora para reproducir música cada vez más hegemónicos en los últimos tiempos es el iTunes. Cada vez que se pone un compact nuevo, el caprichoso iTunes decide –vaya uno a saber cómo– si lo reconoce o no. Si no lo reconoce, el disco y sus correspondientes temas quedarán sin nombre, salvo que su dueño se tome el trabajo de ingresarlos uno por uno. Pero si el disco es reconocido, toda clase de datos aparecerán mágicamente en el iTunes: el nombre del artista, el del disco, el de cada uno de sus temas e inclusive un ítem particular del programa, que especifica la clase de género de la música en cuestión. Como si quien sea que se encargue de completar esos datos se resignase a llenar dicho apartado sólo para completar los requisitos necesarios para atravesar la frontera de la reproducción digital, las definiciones del rubro suelen ser básicas, rutinarias e impersonales. Sin embargo, cuando se pone en la computadora La marca de Caín, el nuevo disco de Skay Beilinson, la columna dedicada a delatar géneros sorprende por su fraternidad conspirativa. Allí se lee que la música que se va a escuchar es “inclasificable”.

Cuando se le comenta este curioso detalle a Skay Beilinson, el ex guitarrista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota mira sin entender de lo que se le está hablando. “No tengo nada que ver”, explica con una sonrisa, una vez que se lo ha iniciado en los vericuetos de la reproducción musical en una computadora. “Tampoco creo que lo haya hecho nuestro asistente que se encarga de la producción de los compacts, porque nos lo hubiese preguntado.” Ya sea porque a alguien se le haya ocurrido escaparles a los rótulos, o porque alguna computadora completó el apartado de manera automática, ese unclassificable que casi mágicamente aparece en el iTunes le hace honor, sin embargo, a la larga trayectoria de Skay dentro del rock local, que se remonta a los lejanos comienzos del género y atraviesa su historia siempre desde el margen, incluso cuando su grupo de siempre haya llegado a ubicarse en el mismísimo centro. “Simpático, ¿no?”, dice Skay de esa ausencia de definición que es toda una definición, sobre un disco –el tercero de una carrera solista– que, al igual que la de su eterno coequiper en los Redonditos, sólo podría definirse con su propio nombre. Porque Skay Beilinson siempre será un Redondo. Y la única definición precisa que existe para su rock es que es Redondito.

Vamos las bandas

Una de las claves tanto del nuevo disco de Skay como de sus presentaciones en vivo es que –a la manera de cuando se avisa en los picados informales que ya está listo el próximo desafiante para el que quede en cancha– hay banda. Bautizada para el disco como Los Seguidores de la Diosa Kali, pero en realidad cambiando de nombre recital tras recital, el grupo que acompaña al guitarrista menos heroico de los héroes de la guitarra locales no sorprende por el hecho de haberse armado, sino por haber tardado tanto en formarse alrededor de un músico que durante toda su carrera se especializó, justamente, en armar grupos.

“Tocar en una banda es tocar con otros, y el gran secreto es saber escuchar porque uno toca sobre la sonoridad general. Hay algunos músicos que les cuesta, y tocan solos. Pero cuando empiezan a escucharse es cuando aparece una cosa más rica.”

¿Vos cuánto tardaste en escucharte?

–¿En escuchar al resto? En realidad es una cosa que fui aprendiendo desde muy chico. Desde las zapadas que hacíamos alrededor de un fogón, que yo dirigía con la guitarra, y en la que todos tocaban tambores, panderetas, platos, lo que había, bah. Una manera de ir dirigiendo esa especie de caos era justamente escuchando. Alguien tiraba alguna punta para seguir y había que cazarla en el aire, y tratar de dirigir toda esa energía hacia ese sector...

¿Dónde sucedían escenas como las que me estás contando?

–Cuando empezó todo, cuando estábamos en las comunidades...

¿Qué cantaban?

–No eran canciones, eran zapadas. Era una época en que yo no podía componer. Siempre me preguntaba cómo podía hacer para componer una canción con eso, era imposible. Pero un buen día descubrí que, si tomaba una parte de esas cosas que zapaba y le daba una cierta estructura, terminaba convirtiéndose en una canción. Las zapadas tenían la maravilla de ese momento único, pero la desgracia de que eran algo irrepetible.

¿Cuál fue tu primera canción?

–Ah, el ejercicio de la memoria no es lo mejor que me podés proponer (se ríe).

¿Y la primera letra?

–Cuando paramos con Los Redondos, la novedad fue tener que ponerle letras a las canciones. Fue el paso siguiente de aquel aprendizaje que había comenzado hace tiempo, y fue algo interesante. Porque creía que una letra era algo que aparecía en un rapto de inspiración, que era una genialidad y que por el hecho de aparecer ya estaba lista. A mí me pasó alguna vez: escribía algo, pero lo agarraba al día siguiente y era una pedorrada. Así que siempre las rompía. Pero cuando empecé a tomarme más en serio escribir letras, me di cuenta que es un proceso. Como el de componer una música: hay que darle tiempo. Ahora por ahí escribo una letra, y al día siguiente rescato sólo una frase, o una palabra, y vuelvo a empezar hasta que está terminada. Por eso creo que todas las personas somos potencialmente algo que desconocemos. Porque hasta entonces yo pensaba que era incapaz de escribir una letra de una canción.

Yo no me cai del cielo

Arriba de un escenario, Skay se mueve de una manera muy particular, casi flotando en el aire, como una marioneta rocker. Detrás de él, suenan Los Seguidores de la Diosa Kali, esa banda que sólo recientemente terminó de formarse. “El otro día leía en algún lado que Kali era una diosa salvaje. Y yo pensaba que era salvaje como el rock. Porque parece que lo único que la calmaba era cuando Shiva se convertía en bebé y se ponía a llorar”, cuenta Skay, que siempre ha mezclado en la imaginería de sus letras lo trascendente con personajes del mejor cine Clase B. “Creo que lo que más me atrae son todos los mundos que conviven dentro de uno. Y encararlos de una manera medio de comic me permite desdramatizarlos. Porque si no, uno puede tener una visión bastante desgarradora de la vida”.

Esa fascinación por los comics siempre estuvo también en los Redondos.

–Supongo que debe ser por nuestra generación. De Robert Crumb en adelante, las historietas impregnaron mucho en toda la cultura rock y en la contracultura.

Desde sus comienzos y hasta ahora, los Redondos fueron sucesivamente una leyenda, un grupo de pub, los preferidos de los periodistas y finalmente el grupo más convocante de la escena local; un peligroso fenómeno que los condenó a tocar apenas un par de veces por año. “Ahora me estoy tomando la revancha”, asegura Skay, que puede tocar seguido porque, justamente, está tocando seguido. Todo lo contrario al Indio Solari, que desde que se separaron los Redondos sólo tocó una vez, en el Estadio Unico de La Plata, ante una multitud comparable a las épocas de los Redondos. “Bueno, los músicos somos músicos, y vinimos a la Tierra a hacer música. Y una de las cosas que tenía esa última época con los Redondos era que no podía hacer justamente lo que más quería hacer.”

A veinte años de la edición de Un baión para el ojo idiota, el disco con el que el grupo saltó a la popularidad, y las letras de sus canciones comenzaron a ser utilizadas para titular en los diarios, Skay no recuerda aquello como algo que los haya sorprendido. “Porque fue algo siempre gradual –explica–. Conocíamos a mucha gente, y no nos habíamos aislado, seguíamos yendo a los bares de siempre. Eso de que la gente rodease el hotel donde estábamos parando fue algo que sucedió mucho después.” Lo que también ha sido algo gradual es el hecho de que en los shows de Skay sus canciones como solista se mezclen cada vez con más naturalidad con las de los Redondos. “Parece algo caprichoso, porque todas las canciones que hicimos con el Indio son de los dos. Pero las que elijo para tocar en vivo son las que la música originalmente la llevé yo.” Así es como aparecen en la lista de temas de sus últimos shows clásicos como “Negrita”, “El pibe de los astilleros” o “Jijijí”, pero también sorpresas como “Semen up”. O si no “Rock para los dientes”, uno de los temas por los que se suele asegurar que, junto a Charly García, los Redondos fueron los que con más sinceridad se retrataron a sí mismos y a su entorno durante la década del ‘80, en las que la cocaína circulaba por las calles porteñas y metaforizaba todo, o casi todo.

Maldicion, va a ser un dia hermoso

Skay nunca fue un hombre de muchas palabras. Hay una memorable entrevista que le realizó Claudio Kleiman para la revista especializada El Musiquero, tal vez la primera de su vida, en la que el periodista utilizó las pocas y repetitivas respuestas monosilábicas de su entrevistado y construyó con ellas un poema. Pero aquello sucedió hace mucho tiempo, aún formaba parte de los Redondos, y por lo tanto el que hablaba era el Indio. Cuando empezó con el oficio de ser solista, completar con música y letra sus propios temas, sacar discos y dar entrevistas, disco a disco fue aprendiendo a soltarse ante un grabador encendido. Ya sin esconderse detrás de sus anteojos oscuros, sentado cómodamente en el sillón de un pequeño livingcito en el que está rodeado de fotos de toda su vida y los libros que el tiempo ha ido dejando entre sus manos, Skay es capaz de terminar esta charla haciendo un balance de los 40 años del verano del amor que se cumplen en estos días, y supo ver pasar ante sus ojos.

Algunas cosas han mejorado, otras se han anquilosado y perdido su sentido. Pero lo que me acuerdo que estaba bien claro era que el mundo que nos ofrecían era una mierda, y nosotros no lo queríamos. Entonces cualquier aventura, cualquier desafío, era mejor que eso. Aun cuando, con el paso del tiempo, la realidad nos demostró que el mundo era algo más complicado de lo que creíamos...

Sin embargo, hoy todo el mundo parece estar a favor del rock.

–Lo que pasa es que perdió aquel mensaje revolucionario y se convirtió en un producto de consumo. Entonces todos adhieren desde ese lugar. Pero hay pocas experiencias de gente que esté jugada en una revolución de su propia vida, para transformar este mundo. Yo me acuerdo que cuando empezó todo esto el mundo era gris. Y lo que trajeron el rock y el hippismo es que de golpe apareció el color en un mundo gris. Hoy todo es una especie de cacofonía de colores, pero en realidad el mundo así termina siendo apenas como de una especie de marrón. Yo no encuentro otra manera de hacer que la vida se me haga más grata que la de seguir rodeándome de la gente que quiero, y seguir descubriendo las novedades que ofrece este camino maravilloso que es la música.

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