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Domingo, 30 de septiembre de 2007

PERSONAJES > LA EXTRAñA GALERíA DE EDWARD GOREY

Adorables criaturas

En vida, sus trabajos eran recelados, segregados o directamente rechazados por las grandes editoriales y revistas. Sin embargo, desde su muerte, en el 2000, una merecida ola de reconocimiento ha llegado a su galería de niños muertos, paisajes desolados y bromas de humor negrísimo. Reivindicado por toda una nueva generación de dibujantes góticos norteamericanos, reverenciado por Tim Burton y con sus libros-objeto de vuelta en las librerías de todo el mundo, Edward Gorey finalmente tiene lo que tanto buscó: un poco de amor para sus criaturas.

 Por Mariana Enriquez

Se cree que su trabajo finalmente se hizo famoso porque, hoy, la cultura pop está mucho más familiarizada con lo macabro, especialmente entre la que consumen los más jóvenes. Algunas pruebas contundentes a modo de ilustración: los personajes de El extraño mundo de Jack, de Tim Burton, que son parte obligatoria del uniforme de adolescente sensible y adornito de mesa de luz para los mayores; el estrellato de Marilyn Manson; la aparición de Emily la Rara, el personaje de diseño que destronará a Hello Kitty muy pronto; el ascenso meteórico de Lemony Snicket con sus libros infantiles protagonizados por huérfanos góticos que se apellidan Baudelaire; Sandman de Neil Gaiman, cómic clásico protagonizado por Sueño y Muerte, ambos vestidos y maquillados como fans de Bauhaus en los años ‘80.

Edward Gorey era escritor e ilustrador, pero mientras estuvo vivo a la crítica de arte le costó mucho definirlo. Para algunos estaba cerca de ser un historietista, para otros era un descendiente directo de los maestros del nonsense, Lewis Carroll y Edward Lear. El estaba de acuerdo y creía que, en efecto, su sensibilidad estaba cerca del nonsense, pero recargada de tristeza. “No hay música alegre, decía Schubert; de la misma manera, no hay nonsense alegre.” No hay, tampoco, libros alegres de Edward Gorey. Sí hay muchos: desde que publicó por primera vez (y autogestionado) en 1953, no paró hasta su muerte, en el 2000. Y siempre intentaba experimentar con temas y formatos: libros del tamaño de una cajita de fósforos, libros protagonizados sólo por objetos inanimados, libros sobre niños muertos, libros tridimensionales.

El universo de Gorey es en general eduardiano, muchas veces victoriano, y con un toque de años ‘20. Tinta y papel, en blanco y negro; cuando las ilustraciones tienen texto, se trata de frases de puro humor negro e ingenio, pero bellísimas, verdadera poesía; suelen leerse como un haiku. Claro que el contenido es así: “La gente que vive en el Hotel Gris/ Es toda vieja o enferma/ Los huéspedes que eligen quedarse afuera/ Yacen envueltos en mantas en la terraza/ Y voces poco gentiles/ Les hablan desde las nubes” (de The Iron Tonic or A Winter Afternoon in Lonely Valley, 1969). No es extraño que en los normalísimos años ‘50 este material no les haya gustado a los editores. Cuenta la leyenda que cuando Gorey le llevó su libro The Loathsome Couple (La pareja odiosa) a Robert Gottlieb, editor entonces de Simon & Schuster y luego del New Yorker, fue rechazado sin parpadear. ¿La trama? Una pareja infértil que, por resentimiento, mataba niños; eran descubiertos cuando las fotos de su horrible quehacer se les caían en el colectivo. “Robert me dijo que no era gracioso –contaba Gorey–. Y yo le dije: ‘claro que no es gracioso, Bob, qué forma tan peculiar de pensar la tuya’.”

Además ilustraba libros, y son célebres sus trabajos para Drácula o La guerra de los mundos. Así se ganaba la vida, mientras publicaba lo propio, siempre cuentos de infanticidio y crueldad, entre los hermanos Grimm y Goya; es decir, relatos muy cercanos a la literatura infantil que, se sabe, está superpoblada de villanos y niños muertos. Los chicos fallecidos más famosos de Gorey se encuentran en su clásico The Gashlycrumb Tinies, de 1963, que ahora es reivindicado hasta el éxtasis –y si antes no lo fue seguro se debió a un contenido de verdad macabro–. Se trata de niños y sus nombres, en orden alfabético; la imagen es la de sus muertes, o el instante inmediatamente anterior, el texto es la causa. Así: “D es por Desmond, arrojado desde un trineo/ E es por Ernest que se atragantó con un durazno/ F es por Fanny, a quien dejaron seca las sanguijuelas”.

Gorey sostenía que no le gustaban los niños, y que había vivido una infancia extraña pero divertida en Chicago. Nació en 1925; su padre y su madre se divorciaron para luego volver a casarse y en el ínterin una de sus madrastras fue Corrina Mura, la cantante que entona La Marsellesa en Casablanca. “Me gusta pensar en mí mismo como un chico sensible y pálido y lánguido, pero no lo era, me la pasaba pateando latas”, decía. Famoso por raro, recorría las calles céntricas de Chicago descalzo con las uñas de los pies pintadas de verde. Y se recibió de dandy excéntrico cuando fue a la universidad a estudiar literatura francesa. En Harvard compartió habitación con su amigo íntimo el poeta Frank O’Hara: usaban como mesa para el té una lápida robada del cementerio de Mount Auburn. Además de escandalizar a profesores y directivos caminando de la mano por los salones. “Pero nunca tuve claro si soy gay –diría más tarde Gorey–. Creo ser afortunadamente hiposexuado. En realidad, prefiero estar solo.”

Y estuvo solo hasta el final. Dejó Nueva York, donde trabajaba, a mediados de los ‘80, cuando murió el entonces director del ballet de Nueva York (“ya no había nada bello en la ciudad para mí”). Se retiró a Cape Cod, Massachussetts, a una casa de campo llena de hiedra venenosa y gatos que hoy, gracias a sus colecciones –desde ilustraciones hasta fotos de niños muertos en escenas del crimen– es un museo llamado Elephant House. Se enteró de la fama que le llegó con el cambio de siglo: “Me dicen que soy un artista de culto. Pero cuando veo a todo lo demás que recibe el título de ‘de culto’, me parecen cosas de débiles mentales. En fin: supongo que ser de culto es mejor que ser nada”. Jamás viajó, ni siquiera para sus muestras o presentaciones de libros, y salió una sola vez del país, para una breve temporada en Escocia. Por supuesto, la pasó horrible allí. El año que viene se estrenará un documental sobre su vida, y su trabajo, recopilado o por separado, se consigue en las librerías del mundo como libro objeto o, más bien, librito monstruo.

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Tapa del libro The Gashlycrumb Tinies, de 1963
 
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