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Domingo, 18 de noviembre de 2007

HISTORIETA > EL GATO DEL RABINO: JUDAíSMO, AVENTURAS Y SENSIBILIDAD

Los bigotes de Dios

Uno de los últimos fenómenos de la historieta mundial narra las aventuras de un gato que habla y discute de religión con su dueño. Ambientada en la Argelia de comienzos del siglo pasado, El gato del rabino es obra de Joann Sfar, una de las nuevas estrellas de la bande dessiné francesa. En sus páginas, felino y rabino deambulan por Argel, se pierden en el desierto africano y viajan a París, entre otras aventuras que ya es posible descubrir en comiquerías y librerías porteñas.

 Por Martín Pérez

“A los judíos no les gustan demasiado los perros. Creo que es porque el perro te muerde, te persigue y te ladra. Y hace tanto tiempo que a los judíos los muerden, los persiguen o les ladran que, al final, prefieren a los gatos. Bueno, no sé qué pensará el resto de los judíos, pero mi dueño así lo dice.” Con estas palabras comienza el primer tomo de la saga titulada El gato del rabino, narrada por el felino del título, que vive junto a su dueño –y a su hermosa hija, Zlabya– en la Argelia de comienzos del siglo pasado. Aunque su voz es la que cuenta siempre cada una de sus historias, el gato aprende a hablar recién unos cuadritos más adelante, cuando se come al loro de la familia: un animal tonto y que no deja nunca de hablar bobadas. Allí es donde comienzan realmente sus aventuras, ya que su amo desconfía de ese milagro y a la vez esa desgracia que es que su gato sea capaz de hablar. Porque, según el rabino, no hace más que decir mentiras, como asegurar una y otra vez que no se ha comido al loro. “La palabra sirve para expresar el mundo y no para desvirtuarlo”, se queja el rabino, que no quiere dejarlo a solas con su hija, temeroso de que le meta malas ideas en la cabeza. Por eso pretende hacer del gato un buen judío, aunque el animal decide que si es judío quiere tener su bar-mitzva. Así es que el rabino lleva a su mascota a la casa de su maestro, para preguntarle si su gato que habla puede tener su bar-mitzva. Como era de esperarse, el maestro asegura que eso es imposible, y el desafiante gato comienza a polemizar con él. Lo saca de sus casillas, y termina sugiriéndole a su discípulo que lo ahogue. “Le digo al rabino del rabino que soy Dios, que ha tomado la apariencia de un gato para comprobar su fe”, se enoja entonces el gato. “Le digo que no estoy nada satisfecho con su conducta. Le digo que ha sido conmigo tan dogmático y obtuso como lo son algunos cristianos con los judíos. Se arrodilla e implora que le perdone. Le digo que es una broma, que sólo soy un gato y que ya se puede levantar. El rabino del rabino dice que blasfemo, que miento, que usurpo el nombre de Dios y que deberían ahogarme.”

Si bien esta escena es una perfecta síntesis tanto del carácter del gato como de la naturaleza del entorno en el que se mueve, apenas en el primer tomo de sus aventuras el felino aparece como su verdadero protagonista. Como corresponde a un buen personaje, en los siguientes cuatro tomos que hasta ahora se llevan editados de su saga, el animal es testigo –a veces mudo, a veces locuaz– de lo que sucede a su alrededor mientras sigue a su amo a París o lo acompaña en una travesía por el Africa, entre algunas de las tantas historias que desarrolla su autor, Joann Sfar, en cada uno de los por ahora cinco álbumes de lo que se ha transformado en un fenómeno en ventas en Francia, con 80 mil ejemplares por libro, al ritmo de uno por año. Ya se ha estrenado una obra de teatro basada en sus aventuras, y –luego del éxito de la adaptación animada de Persépolis, la historieta de Marjane Satrapi– el cine es su próxima e inevitable frontera. “La película de Persépolis constituye un evento histórico, no sólo por sus implicaciones políticas y artísticas, sino porque es la primera vez que una historieta se apropia del cine, cuando en realidad siempre fue al revés”, ha dicho Sfar de la adaptación cinematográfica de una obra similar a la suya, al menos en su exitosa intención de tender un puente de cuadritos y globos entre Oriente y Occidente.

“Joann Sfar no es un rabino, pero describe mejor que nadie el dilema religioso con ternura, inteligencia y humor”, ha dicho la autora de Persépolis. “Dibuja más rápido que su sombra, y aparece con nuevas historias como si estuviese bebiendo un vaso de agua. Habla más que nadie. Y es extremadamente talentoso, extremadamente inteligente y extremadamente gracioso.” Uno de los indudables talentos de la llamada nueva historieta francesa, que revolucionó el género tomándolo por asalto en los últimos años, Sfar se destaca por su abundante producción. “Dibujo tres páginas por día desde muy niño. Para mí dibujar es como respirar”, contó alguna vez este historietista de 36 años. “Perdí a mi madre a los tres años y medio y, desde entonces, el dibujo es el centro de mi existencia. No se trata de desarrollar la parte estética, sino de contar historias, dar vida a personajes, tal y como lo hicieron nuestros antepasados. Inventé una especie de religión previa a la religión, por la imperiosa necesidad de tener una presencia; como un niño con un osito de peluche. Seguramente esconda alguna neurosis, pero desembocó en un trabajo que me permitió integrarme perfectamente al juego social.” Tan bien se insertó Sfar en la sociedad, que desde que comenzó a publicar a mediados de la década pasada casi simultáneamente en las tres editoriales más importantes de Francia, tanto independientes (L’Association) como tradicionales (Dargaud), lleva publicados más de 100 libros. Su serie infantil El pequeño vampiro llegó a estar en la lista de más vendidos de The New York Times, y devino en una serie animada. En sociedad con uno de sus compañeros de generación, Lewis Trondheim, creó La mazmorra, una delirante serie de aventuras (“Mezcla de Conan, el Bárbaro y El Show de los Muppets”, la definió irónicamente) que revolucionó el mercado de la historieta europea. Pero El gato del rabino, por el que ganó el prestigioso Premio Angouleme, tal vez sea su obra más destacada, cuyo buen recibimiento –en conjunto con el suceso de La mazmorra– está propiciando una apurada traducción del resto de su trabajo al español.

“La culpa de todo la tiene mi amada esposa”, reveló Sfar. “Vino una vez a mi estudio y me dijo: ‘Si hay algo que dibujas bien es al gato. ¿Por qué no le hacés una historia?’ Así que comencé a dibujarlo y, una vez que se me apareció el título, sólo fue cuestión de empezar.”

Nacido en Niza allá por 1971, hijo de una cantante ucraniana y un abogado argelino, ella de sangre ashkenazi y él sefaradí, Sfar no puede dejar de incluir la religión en sus historias. “Es divertido preguntar cosas que molestan a la gente”, confiesa. “Cuando hago hablar a mi gato, siempre estoy pensando en mis abuelos. Vengo de una familia muy judía y muy irónica, pero no tengo una pasión por el judaísmo, sino que sólo hablo de lo que conozco”, explica el artista, cuya mirada han comparado con la del Nobel de Literatura Isaac Bashevis Singer. Pero Sfar sólo ha nombrado al dibujante francés Fred como su referente. “Mi modelo es la realidad, no las historietas”, asegura. “Y, para mí, la mejor narradora de historias siempre fue mi abuela.” Con el primer álbum terminado un mes antes del atentado a las Torres Gemelas, un gran logro de El gato del rabino es que en sus páginas resuenan temas como la religión, el racismo y la intolerancia, pero siempre en función de la historia del gato, el rabino y, más que nada, su entorno. Lleno de queribles personajes secundarios, que en muchos casos devienen en protagónicos, otro de sus atractivos es un dibujo libre y virtuoso, pero principalmente narrativo. “No me pongo en el lugar del creador de la historia, sino de su primer lector. Por eso para mí siempre lo primero es la narración”, cuenta Sfar, al que le gusta anticipar el título de su próximo libro al final del que acaba de terminar, aun cuando sea lo único que tenga en claro del mismo. “Es una suerte de homenaje a las viejas películas de James Bond, que en el final anticipaban el título de la siguiente. Es verdad que a veces uno queda atrapado por ese título, pero siempre es bueno tener algo con lo que empezar.” Un problema que, sin embargo, el prolífico Sfar parece haber solucionado desde hace mucho tiempo.

El gato del rabino (Norma España) se consigue en Camelot, Corrientes 1388 y otras comiquerías y librerías de Buenos Aires.

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