radar

Domingo, 30 de diciembre de 2007

CINE > AMERICAN GANGSTER, LA HISTORIA DEL REY DE LA HEROíNA

Un tal Lucas

En los años ’70, en Harlem, un hombre negro llamado Frank Lucas monopolizó el negocio de la heroína y se convirtió en poderoso y multimillonario. Basándose en su historia, y con las actuaciones de Denzel Washington y Russell Crowe, el director Ridley Scott ejecuta una narración de ascenso y caída donde se relata también una época, un sistema, y tal vez hasta un mundo que termina.

 Por Mariano Kairuz

Un título tan amplio como American Gangster (castellanizado como Gánster americano, sic) promete todo o nada: o bien un relato más o menos ya visto con personajes reciclados (y un efecto cool cimentado por años de películas muy divertidas como Buenos muchachos, Tiempos violentos y Los infiltrados), o en el mejor de los casos hasta una gran épica de la mafia capaz de arrimarse al menos en ambición a las cimas de Érase una vez en América.

Escrita por Steve Zaillian (La lista de Schindler, Pandillas de Nueva York), ofrecida alguna vez por Universal a Brian De Palma (pensando en su Scarface, seguramente) y finalmente dirigida por Ridley Scott, American Gangster no es ni una cosa ni la otra pero termina por darle un sentido muy preciso a su título. Zaillian basó su guión en un “El regreso de Super-Fly”, un artículo del periodista Mark Jacobson publicado hace siete años en la revista dominical del New York Times, que consistió básicamente en una entrevista a quien fuera el rey de la heroína en Harlem a principios de los años ’70, Frank Lucas, y cuyo título alude a Super Fly, un clásico del blaxploitation cuyo protagonista era un dealer. American Gangster formula su historia como una de ascenso y caída donde no sólo se retrata en paralelo la construcción de dos personajes sino que con ellos se relata también una época, un sistema, y tal vez hasta un mundo que termina dando paso a otro.

Los dos personajes a los que seguimos simultáneamente son Lucas (Denzel Washington), y Richie Roberts (Russell Crowe), policía de Nueva Jersey a quien se le encarga crear su propia e informal división antinarcóticos. A la muerte, en 1968, de su jefe, el legendario Ellsworth “Bumpy” Johnson (el Jefe en Harlem desde los años ’30) Lucas comienza a construir su imperio sobre las transparentes lecciones de su mentor: para apoderarse del negocio hay que eliminar a los intermediarios. Y diseña un plan para importar heroína de máxima pureza del sudeste asiático, contrabandeándola en aviones del ejército norteamericano. Cuando sus proveedores orientales le preguntan para quién trabaja, reciben con incredulidad su respuesta: “Para mí”. Simultáneamente vemos a Roberts lidiar con su ex mujer, pero fundamentalmente con sus compañeros de trabajo, enfurecidos con él que, de tan honesto que es, devuelve el millón de dólares descubierto e incautado en un caso, en lugar de “compartirlo” con los muchachos (un vínculo directo a Sérpico entre numerosas citas a Contacto en Francia, dos títulos de la época). Los paralelos son marcados sin sutilezas en el guión de Zaillian y la dirección y el montaje de Scott: Lucas (un marido dedicado y fiel) y Roberts (un mujeriego que no puede con su vida familiar) llevan adelante sus respectivas tareas “limpiamente” (una noción que en la película va mucho más allá de la legalidad). Lucas se convierte en todo un empresario: su heroína, comercializada bajo el nombre Blue Magic, se vuelve popular por ofrecer el doble de pureza a la mitad del precio de los otros “productos” que circulan por los barrios. Roberts se dedica a su trabajo con mucha más honestidad y por mucho menos dinero que sus compañeros.

De algún modo American Gangster aborda una parte del Gran Relato de la Historia de la Mafia en Norteamérica que empezó a narrarse en El Padrino, cuando el propio Vito Corleone se rehúsa rotundamente a participar del nuevo negocio millonario de la droga, que tal vez sea la marca más significativa del inicio de una era, quizá la fundación de la mafia contemporánea. Víctima de ataques racistas durante su niñez en Carolina del Norte (a manos de la policía, él y toda su familia, quienes luego serán sus empleados) Lucas nunca se define como un “afroamericano”, sino como un norteamericano orgulloso de vivir en el mundo libre. Lucas encarna el triunfo de un nuevo capitalismo, que cree en la libre competencia y elimina a sus rivales con armas nobles. Cerca del final, Roberts lo extorsiona amenazándolo con llamar a declarar en la corte a la mafia siciliana. El ascenso, le dice, de “un hombre de negocios negro, representa para ellos el progreso. Un tipo de progreso que les va a hacer perder mucho dinero”. Frente a la mafia italiana tradicional, Lucas encarna al empresario criminal norteamericano por excelencia.

Pero Roberts está menos obsesionado con encerrar de por vida a Lucas que por acabar con la red de corrupción policial encabezada por el arrogante detective Trupo (un gran, usualmente desperdiciado, Josh Brolin) que ha estado viviendo de las comisiones del narcotráfico y humillando y entorpeciendo a uno y a otro por largo tiempo. En la vida real, cuando Roberts finalmente atrapó a Lucas, negoció con él para atrapar a los verdaderos malos, y eventualmente se convirtió en su representante legal, consiguiéndole al narcotraficante una reducción de su pena de 70 a 15 años. En la actualidad ambos son amigos.

American Gangster no es, está claro, una película de policías buenos y mafiosos malos. Los verdaderos villanos son los policías malos. Y de alguna manera, uno no puede dejar de sentir cierta simpatía por el tipo que hace un millón de dólares diarios en las calles de Harlem con heroína ingresada al país en los ataúdes de los soldados norteamericanos muertos en Vietnam. Scott pega una secuencia de imágenes sórdidas de muertos por sobredosis a un posterior encuentro entre Lucas y su principal competidor en Harlem, Nick Barnes (interpretado por Cuba Gooding Jr., y personaje real que es centro de un documental actual llamado Mr. Underground que estaría bueno poder ver en Argentina), en el que el Zar lo increpa por adulterar su producto y de esta manera perjudicar la marca que ha consolidado en el barrio (vender el “Blue Magic” fraccionado es violación de marca registrada, dice Lucas sin perder la calma). El efecto es sugestivo: esos negros muertos por sobredosis a los que nos expone la película han consumido heroína de la mala. Visto de esta manera –desde el punto de vista de Lucas, el self made man que no puede menos que fascinar– puede tomarse como una película a favor de la heroína “buena”. Una súper-heroína, un criminal honesto y policías malditos para el retrato salvaje de una brutal paradoja en el corazón mismo del american way of life.

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.