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Domingo, 11 de mayo de 2008

CINE > LA ADAPTACIóN DE CRíMENES IMPERCEPTIBLES, DE GUILLERMO MARTíNEZ

Matemática, ¿estás ahí?

Acaba de estrenarse Los crímenes de Oxford, la nueva película de Alex de la Iglesia basada en una novela del escritor argentino Guillermo Martínez. Y Radar entrevistó al autor para hablar sobre la posibilidad de llevar al cine la matemática dura y el auge de los códigos y las sociedades secretas en los best-sellers y la literatura popular.

 Por Mariano Kairuz

La transformación de la novela Crímenes imperceptibles de Guillermo Martínez en una película implicaba un problema de adaptación especialmente difícil de resolver. La cuestión no era tanto cómo trasladar de un medio a otro las explicaciones matemáticas que se proponen en el argumento sobre la serie de asesinatos que tiene lugar, que después de todo se exponen en los diálogos entre los protagonistas; trasladarlos a una película planteaba fundamentalmente una cuestión de ritmo. Porque de lo que habla la novela no es tanto de una serie lógica matemática de crímenes, sino de personajes obsesionados por la matemática. Es decir, de gente atrapada en su propio juego, de la compulsión para pensarlo todo matemáticamente, de leer series lógicas en toda repetición de sucesos, y del instinto de completar esas series. Un universo mental que Martínez desarrolla en palabras y que no es precisamente sencillo traducir a la dinámica dramática de una película de aspiraciones masivas.

Ahora que la adaptación, rebautizada Los crímenes de Oxford, dirigida por Alex De La Iglesia, acaba de llegar al cine, se comprueba esa dificultad: el guión (de De La Iglesia y su colaborador habitual Jorge Guerricaechevarría) reemplaza desde una de sus escenas iniciales el núcleo matemático duro por una disquisición más existencialista que le inyecta a todo el asunto una vaguedad que Martínez buscó evitar en su novela. (Además de omitir una escena que describe una presentación del prestidigitador argentino René Lavand en Oxford y que, más allá de su poder de encantamiento, ofrecía una clave más de lectura: “La magia y la matemática tienen una raíz común, y custodiaron durante mucho tiempo el mismo secreto”). En el capítulo 12 de la novela, Arthur Seldom (eminencia matemática que en la película interpreta John Hurt) dice que lo que lo llevó a dedicarse a la matemática es “que fuera inofensiva. Que fuera un mundo que no se toca con la realidad”. ¿Y qué lo llevó a Martínez? ¿Cuál es su postura personal respecto de la definición de Seldom? “Lo que digo esencialmente en Acerca de Roderer: a diferencia de otros conocimientos, que son relativamente horizontales y de ‘erudición’, hay en la matemática un ahondamiento permanente en profundidad, diferentes niveles de abstracción”, contesta Martínez, por e-mail, desde el país de Pitágoras, donde se encuentra de viaje. “Creo que la matemática es como un refinamiento de la filosofía, donde los conceptos se separan, no ya con el lenguaje natural, sino con los filos más sutiles de las fórmulas. En la definición de Seldom incluyo el otro elemento para mí interesante, la posibilidad de erigir conjeturas prodigiosas y complejísimas que dependen a veces y quedan suspendidas en el aire por puro ilusionismo lógico... Y que pueden borrarse sin dejar huellas una vez que finaliza el razonamiento.”

¿Cómo fue que se te ocurrió que una novela de misterio con matemática podía funcionar?

–Nunca pienso mis libros en términos de que puedan “funcionar” o no. Yo fui el primer sorprendido por el éxito que tuvo esta novela en particular. Apareció antes del boom Paenza y creo que nadie hubiera podido prever que una novela con diálogos extensos sobre lógica y matemática podría tener un público amplio. Durante más de veinte años publiqué mis libros sin preocuparme demasiado por la repercusión que tuvieran. Y soy absolutamente “gánico” al momento de elegir mis temas. Cuando muchos en mi generación escribían la Juvenilia de los años ’90 o peroraban sobre el fin de las novelas de ideas, yo escribí una novela fáustica totalmente atemporal. En este caso quise escribir una novela que pudiera leerse a la vez como un policial casi clásico y como una novela epistemológica, la parte de matemática que incluyo, sobre las series lógicas, o el experimento de la habitación china, tiene en realidad, para el que conozca algo del pensamiento de Wittgenstein, profundas implicaciones en las maneras en que se regula una sociedad, en lo que se puede y no se puede trasmitir a través del lenguaje. Quise también recuperar algo del Oxford que había visto en una época demasiado ocupada por la matemática. Y divertirme y jugar otra vez al tenis.

Hay algo que parece emparentar a Crímenes imperceptibles con libros disímiles que van de El nombre de la Rosa a El código Da Vinci. Se habla de sectas antiguas, de claves secretas que se alojan en libros que están disponibles para todos. ¿A qué te parece que se debe el interés actual en esa zona de la ficción?

–A mí me interesaba pensar en una variante con alguna originalidad sobre la cuestión de los procedimientos de los distintos detectives en la literatura, como continuar la serie Dupin, Holmes, Poirot... Por eso digo que es más bien una novela epistemológica. Seldom piensa con ciertos modelos más elásticos que la lógica habitual y repara en la cuestión de la atracción estética de las distintas teorías, y cómo esa atracción se impone por sobre el grado de verdad que pueda tener cada una. Toda la novela es en el fondo la utilización hasta las últimas consecuencias de esta idea. No me molesta la comparación con El nombre de la rosa, que me parece una gran novela. La distancia literaria entre El nombre de la rosa y El código Da Vinci prueba una vez más, si fuera necesario, que lo que importa no es el tema, sino lo que hace cada autor con él. Como ha dicho Pablo De Santis recientemente, también Borges se ocupó muchas veces en sus ficciones de sectas ficticias o reales. En cuanto a qué se debe el interés por estas cuestiones, quizá sea que las sectas, como el country, o como el mundo monacal de Oxford, dan la sensación de mundos bien definidos, a la vez integrados, próximos, y sin embargo extraños, donde todo lo que es conocido tiene o puede adquirir otra rareza... De esto trata finalmente en general la literatura: la extrañeza radical que puede haber en el mundo habitual.

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