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Domingo, 29 de junio de 2008

MúSICA >EL DISCO SOLISTA DE ROBERT FORSTER, LA OTRA MITAD DE THE GO-BETWEENS

El médium

Hace dos años, Robert Forster perdió a su mejor amigo y su compañero de banda, Grant McLennan. La muerte repentina del compositor desarmó para siempre a The Go-Betweens, una de las mejores bandas australianas, de esas que suenan con toda la vastedad del desierto y la luz de las playas ardientes. El sobreviviente acaba de editar un disco llamado The Evangelist donde conjura al fantasma de su amigo, usando melodías y notas póstumas recobradas de un cuaderno que la familia le cedió. Y se trata de uno de los adioses más sentidos y sensibles que se puedan escuchar.

 Por Rodrigo Fresán

El disco se llama The Evangelist, pero bien podría subtitularse De cómo un intermediario se convierte en médium para después, una vez apaciguado el fantasma cumpliendo su última voluntad, descubrir la manera para seguir recorriendo el camino del resto de su vida.

El fantasma es el de Grant McLennan —mitad indivisible del equipo—compositor de la banda justicieramente legendaria australiana The Go-Betweens— que una tarde del 2006, a los 48 años, se fue a dormir una siesta para juntar energías para la fiesta de estreno de su nueva casa y, cortesía de un ataque cardíaco, ya nunca se despertó.

El intermediario que se convirtió en médium es su socio y hermano de sangre, Robert Forster, que sobrevive y se sobrepone al dolor para cantar la historia e invocar y honrar a su amigo y socio en un álbum al que no cuesta calificar de perfecto y que —ya se dijo— se llama The Evangelist. Un púlpito circular y láser donde se predica la buena nueva de un talento que sigue vivo y entre nosotros por más que ya no se encuentre de este lado.

FUNERAL PARA UN AMIGO

En una sentida elegía —ganadora de un prestigioso premio de periodismo musical— Robert Forster escribió: “Su refugio era el arte y una naturaleza romántica que lo convertía en alguien adorable por más que en ocasiones la llevara a extremos ridículos. Aquí había un hombre que, en el 2006, no sabía conducir un auto, que no tenía billetera, tarjetas de crédito, reloj ni computadora... Yo siempre admiré esta faceta suya que llegó a ser parte fundamental de la dinámica de nuestra relación. El me llamaba ‘el estratégico’. El era el soñador. Y nos divertía la perversión de este hecho que era el exacto reverso de la percepción que nuestro público tenía de nuestros roles artísticos dentro de la banda”.

Contemplar esta rara y sublime y muy irrepetible química en el DVD That Striped Sunlight Sound filmado live en el Tivoli de Brisbane en junio del 2005 o en la antología medio/póstuma y tan reveladora de responsabilidades que Forster extrajo a sus respectivos discos solistas en el 2007 con el título de Intermission.

Y volver a encontrarla, ahora, a solas y dentro de un Forster que habla y canta en lenguas. Con la suya y con la de McLennan. Así, en The Evangelist —su primer álbum solista en 12 años por todas las razones incorrectas y tan penosas y el primero de una nueva etapa en la que, ya ha sido informado por el responsable, el nombre de The Go-Betweens no volverá a utilizarse bajo ningún formato o concepto— Forster se propuso el experimento y se impuso el desafío de, ahora y a solas, ser dos en uno.

Y en los créditos de The Evangelist se lee “Todas las letras por Robert Forster con la excepción del estribillo y las cinco primeras líneas de la primera y tercera estrofas de ‘Demon Days’, el estribillo de ‘Let Your Light In, Babe’ y el estribillo de ‘It Ain’t Easy’, que son de Grant McLennan”.

Y lo que pasó es que poco antes de la inesperada muerte de McLennan, Forster lo había visitado en su casa para intercambiar ideas acerca de lo que sería el siguiente trabajo de The Go-Betweens. Estaba claro que tenía que ser algo bueno luego de que el dúo/banda volviera a reunirse en el 2000 retomando una relación artística que entre 1977 y 1989 había producido trabajos magistrales y que ahora, en su segunda etapa, acababa de publicar el brillante y muy celebrado Oceans Apart (2005). Allí se intercambiaron melodías (“Grant y yo escribimos nuestras canciones cada uno por nuestro lado, aunque en los créditos del disco aparezcan todas las canciones compuestas por Forster y McLennan. Sin embargo, cada uno adopta las del otro como si se tratara de hijastras”, explicó alguna vez Forster) y fue entonces cuando escuchó el bosquejo del vals “Demon Days”, algo que Forster no dudó en calificar y envidiar sanamente como una de las mejores piezas de su amigo. Algo a la altura de “Cattle and Cane”. Algo que no merecía ser enterrado bajo tierra sin darle la oportunidad de sonar en el cielo.

Así que Forster le pidió a la familia de McLennan el libro de notas de su otra mitad y encontró esos versos que no había podido olvidar y se puso a invocar al fantasma.

Y el fantasma respondió y así es como la figura de McLennan se pasea por varias de las canciones de The Evangelist y, muy especialmente, por ese vals casi funerario llamado “Demon Days” donde se repiten una y otra vez los versos “Pero algo no está bien / Algo ha salido mal” en estrofas en las que todo está bien y nada sale mal.

TRES GOLPES

“Demon Days”, admitió Robert Forster, fue el tónico revulsivo y el elixir mágico. De este modo, quien había jugueteado con la idea de retirarse definitivamente descubrió que no podía sacarse esa canción de la cabeza y que no podría hacerlo hasta terminarla. Y The Evangelist salió de allí, naturalmente y sin trabas, con McLennan dando tres golpes en tres canciones y embrujando a las otras siete cobijadas bajo un título que parece hablar de alguien que no sermonea las hazañas de un inmortal al que vieron pocos sino las proezas de un muerto al que disfrutaron muchos.

El resto de The Evangelist —que abre con la marcial “If It Rains”, una especie de balada para tiempos de sequía y aires de spaghetti-western con carne de canguro en la salsa— se pasea por paisajes melancólicos primordialmente acústicos o delicadamente electrificados a bajo voltaje lo-fi. Y Forster sonando a veces como un Morrisey sin afectaciones (“Did She Overtake You”) y en otras (“A Place to Hide Away”) como un Robyn Hitchcock al que le han cortado las alas de la psicodelia para que camine y no vuele por un desierto del Down Under. Pero lo que se impone siempre es ese aire de retro-dandy de biblioteca curtido por los grandes espacios abiertos que define a Forster desde siempre y que se paladea a fondo en la misteriosa canción de amor marinero y creyente que da título al disco. Un creyente elegante aquí sostenido por los miembros de la última encarnación de The Go-Betweens (Adele Pickvance y Glenn Thompson) y los arreglos de cuerdas de Audrey Riley, que ya había trabajado con la banda a la altura de Liberty Belle & The Black Diamond Express (1986). Pero esta compañía de privilegio no es lo que más importa, porque quien aparece todo el tiempo es McLennan. Una y otra vez. Como una sombra detrás de una puerta o aferrándose a los barrotes de una canción inconclusa que Forster decide terminar para así morder las lágrimas. Así, “It Ain’t Easy” es una saltarina y casi country/rockabilly tonada ferrocarrilera donde Forster reconoce que “Fue todo un viaje mental / Fue una amistad / El me recogió cuando yo pude haber caído y no haber hecho nada / Una mueca socarrona que se usaba para ganar / No volveremos a ver a alguien de su clase / No es fácil cuando el amor es triste, el amor es triste”.

Pero acaso lo mejor de todo llega al final de todo. Una canción de cuna para mecer ataúdes. Un adiós en toda regla titulado “From Ghost Town” en el que Forster se sienta al piano para aporrear una circular melodía infantil y soplar una armónica desgarrada apoyado en la voz compañera de Adele Pickvance y un cello y tres violines y así helar la sangre y calentar el corazón con los versos más sensibles y sentidos que se han escuchado en mucho tiempo: “David escribió en su nota de despedida ‘Ahora todo es diferente’ / Y está en lo cierto y espero hacerlo bien mientras continúo, mientras avanzo / Es fuerte, sí sí sí, aquello que hicimos juntos durante mil años no desaparecerá / Había sitios en los que podría haberse quedado pero tuvo que irse porque amaba la lluvia / Y se ha ido sí sí sí y está muy mal y por qué tiene que ser así sí sí sí / Y él sabía más de lo que yo sabía / Y odiaba lo mismo que odiaba yo / Y hay tantas cosas que extraño mientras continúo, mientras avanzo / Se ha ido si si si y está mal y por qué tiene que ser así por qué por qué por qué”.

Y está claro que The Evangelist no ofrece ninguna respuesta válida o consoladora para esto último. Pero también es cierto que, al menos, completado un legado y cumplida una misión, en alguna parte, seguro, sí sí sí, un fantasma sonríe y un muerto descansa en paz consciente de que le tocó en suerte, en muy buena suerte, el mejor médium posible: su mejor amigo, su amigo de toda la vida.

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