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Domingo, 6 de julio de 2008

Exhibición de atrocidades

Después de Sangre, su trabajo anterior, en el que retrataba escenas de violencia en la Argentina, Brasil y Colombia y el modo en que esos sucesos sangrientos e inesperados irrumpían en la vida cotidiana, Diego Levy decidió trabajar en una serie de sucesos igual de sangrientos e inesperados. Pero en vez del blanco y negro y las víctimas en primer plano, para los accidentes de tránsito optó por el color y la ausencia absoluta de cuerpos. El resultado es el ensayo fotográfico Choques, que presenta en estas páginas, en el que la gelidez de esas imágenes sólo vuelve más estridentes el chirrido de las frenadas, el crujido metálico de los choques y el golpe seco de la muerte.

 Por Mariana Enriquez

Hay un viejo cuento de Ray Bradbury, publicado en la década del ’40, que casi hace debutar el horror de los accidentes de tránsito en literatura. Se llama “La multitud”, y lo protagoniza el señor Spallner, un hombre que descubre un hecho inquietante: que la gente que se junta alrededor de las colisiones es siempre la misma, una especie de ronda sobrenatural que decide sobre el destino de las víctimas. Claro que el cuento, que es una pequeña obra maestra, juega con la ambigüedad, y no queda del todo claro si en efecto el señor Spallner descubrió una hueste macabra o sencillamente está loco y paranoico. En cualquier caso, Diego Levy le hubiera dado un susto espantoso al señor Spallner, porque de hecho él fue una de esas caras en la multitud durante dos años, sólo que con una cámara en la mano y pidiéndoles a los otros curiosos que se corrieran, porque no los quería en sus retratos de choques. Quería sólo el fierro, retorcido, aplastado o patas arriba, sin gente, sin sangre, sin movimiento, sin caos.

El resultado es un trabajo llamado sencillamente Choques, de alrededor de setenta fotos –una de las cuales, de un camión incrustado en la autopista cerca de Rosario, acaba de ganar el Premio Nacional de Artes Visuales– que detiene el tiempo y permite ver eso que el vértigo impide mirar. “Son imágenes casi abstractas: luces, contrastes, sombra, asfalto. Este trabajo es todo lo contrario al anterior, Sangre, donde retraté violencia urbana en la Argentina, Brasil, Colombia: ahí lo importante era la escena y lo que pasaba alrededor. Acá es solamente la escena. En Sangre hay muchas fotos de gente mirando y queda claro que el suceso es la gente, o cómo el suceso se mete en la vida cotidiana de la gente. Con Choques quise concentrarme en algo más plástico: son fotos de paisajes, pero sigue siendo un trabajo documental. Les presté mucha atención a la luz, a los colores, a la forma, no tanto al momento ni a la acción. En Sangre, la búsqueda era la opuesta: si había una luz de mierda, que no funcionaba, lo importante era el suceso, y la foto se sacaba igual. Acá no: he ido a miles de accidentes en los que la luz no funcionaba y me fui, porque no daba la foto. La idea era recortar estos paisajes con una estética bella.”

Y son hermosos los choques, con su violencia detenida: algunos parecen instalaciones, como un camión anaranjado que parece apoyado en la vereda, o un acoplado sobre la ruta, que forma una figura geométrica con la línea blanca del camino. Es en esa frialdad, en la gelidez impersonal de coches ya sin conductores, de pavimento sin rastros de sangre, de chasis solitarios, que se revela la verdadera atrocidad de una carnicería que no se ve, aunque se huele. Pero llegar a esta mirada supuso decisiones para Levy: “Siempre me dieron curiosidad los choques y los accidentes. Me paro a verlos, hago la típica de disminuir la velocidad y quedarme mirando, o directamente parar. Pero más allá de esta especie de morbo, me preocupa lo que pasa con los accidentes en la Argentina: me da miedo manejar, cada vez que voy a la ruta me pongo loco, detesto que me peguen la trompa al auto y me quieran pasar... Y me dije: ‘Bueno, tengo que hacer algo con este tema’, porque por un lado me interesan los accidentes estéticamente, y por otro me preocupa la situación seriamente. No la llego a entender. Empecé a pensar en cómo hacerlo hasta que un día tomé una decisión definitiva: los choques en concreto, sin gente, en color. Y cambiar todo para que no tuviera nada que ver con Sangre; si en ese trabajo usaba blanco y negro y 35 milímetros, acá usé color y formato medio 6x6. Necesitaba ese salto por motivos totalmente personales: pasé un tiempo largo, casi dos años, pensando que no tenía más temas, sin saber qué hacer, una especie de bloqueo de fotógrafo”.

Material no le iba a faltar: el año pasado, en la Argentina murieron 8104 personas en accidentes de tránsito, lo que significa 22 por día y 676 por mes; es la principal causa de muerte en personas de hasta 35 años. Es una verdadera masacre. “Me levantaba muy temprano, me ponía a escuchar el informativo en la radio y me detenía en el reporte del tránsito. Cuando anunciaban un accidente en tal lugar, en vez de seguir afeitándome como haría una persona normal, agarraba el auto y me iba a verlo.” No sabe cuántos vio, pero sabe que vio muchas cosas: camiones a punto de caer de la autopista, asientos rojos tirados en la banquina de la autopista del Oeste, fierros retorcidos por el impacto de un tren, una camioneta blanca incrustrada en la Facultad de Medicina, un taxi dado vuelta frente al Luna Park. Como ya tiene mucho material, Levy no sale todos los días, salvo que “vea algo estéticamente interesante en la tele, y me mando. Lo estético es lo principal. Si yo digo que una de estas fotos es una maqueta, tal vez alguien me crea, pero son absolutamente reales. Es que es cierto que parecen publicidades, o escenografías: eso habla de la violencia de los impactos, y de cómo la gente se estrola todos los días, de cómo se caga en la vida propia y ajena. Estudié un poco el tema y no es un problema de rutas o señalizaciones o lo que sea: el problema, en la Argentina, es sobre todo de velocidad”.

Por eso lo detenido. Por eso el detalle, y la hermosura, estos paisajes de la destrucción y la negligencia. Porque Levy, con su estilo modesto, lo que quiere es que quienes se paren ante las fotos –cuando las muestre, a gran formato, en copias de un metro por un metro, en sala todavía a elegir– las vean. “Lo más interesante me parecía poder ponerse frente a la foto y, además de cierta belleza, encontrar una reflexión sobre cómo estamos. Pero desde otro lugar, no desde el predecible de crónica de sucesos. Porque el problema no es una cuestión de loquitos sueltos, es algo mucho más profundo. Quería detener el tiempo, y así detener la mirada para que se concentre en el detalle. Yo todavía encuentro cosas en las fotos. Y también sé que algunas imágenes son, digamos, simpáticas: hay una risa maliciosa ahí, no es políticamente correcto decirlo, pero la ironía está. Pasa que hay maneras de contar la tragedia con humor. Tal vez es la única forma de contarla.”

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