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Domingo, 6 de julio de 2008

ARTE > LA MUESTRA DE CATALINA LEóN EN DANIEL ABATE

El hornero amable

Lo primero que las muestras de Catalina León ponen en evidencia es una peculiar sensibilidad para combinar la urgencia y la calma de las obras que nacen de la necesidad. Particulares, privadas, artesanales, y a la vez de resonancias inevitablemente universales, sus obras suelen crear climas acogedores y desconcertantes en las galerías. Y su última muestra no es una excepción: un nido de hornero a escala humana, una persiana pintada y un relato sobre una rama escrito en la pared que los une convierten la galería Daniel Abate en un espacio despegado del suelo. En estos textos –uno sobre el hornero como ave nacional, el otro sobre el nido de hornero construido por Marta Minujín en 1976 y el tercero una carta en la que explica por qué no podía presentar una obra “transportable”–, la misma Catalina León expone el trasfondo político, emocional y vernáculo que encierra su nido de hornero.

 Por Catalina León

La carta

M:

No voy a poder hacer que el nido sea transportable. Pensé algunas formas de realizarlo, pero no me resultaba grato (aunque de todos modos hacer una obra no tiene por qué ser siempre grato). La cuestión es que no podía dejar de preguntarme: “¿No es el pájaro el que vuela, y no su nido?”.

Y sí, así es. El pájaro vuela, el nido lo aguarda a su retorno.

El tema es que hacerlo transportable implica prácticamente hacer un aparente nido de hornero y yo lo que quiero hacer es un nido de hornero, para humanos pero verdadero.

Por otra parte, no pude evitar preguntarme: ¿por qué tendría que viajar la obra? Claro, ahora todo viaja. Pero, ¿debería yo adaptar esta obra a una situación que le es casi por completo ajena? Sí, ya lo sé: hoy las obras viajan, se venden, se muestran aquí y allá. ¿Pero no son acaso estos factores secundarios?

No es que tu sugerencia me resulte descabellada, pero ciertamente modificaría la naturaleza de esta obra.

Naturaleza de la obra. ¿Qué cosa o parte de una obra es su naturaleza?

La obra aparece después de mucho buscar, o cuando ya no buscamos más, o cae así de repente como fruta de un árbol. La obra es vista como se ve la primera gota que anuncia la lluvia.

Puede pasar alguna vez confundir el agua que cae de algún balcón con el agua que cae del cielo, son esas cosas de vivir en la ciudad. Pero la lluvia es la lluvia y el agua de balcón no sabe igual.

Ayer, después de la tormenta, Tomás me dijo: “En estos días, después de que cae la lluvia todo se ve más definido, cada hoja es la que es. Cada cosa tiene su importancia”. Y cierto que así es.

Eso que es visto puede ir modificándose, puede tomar otra forma, incluso pueden ser agentes totalmente ajenos a la obra las que la hagan tomar otro rumbo...

Lo importante es que, en ese ir transformándose, la obra no pierda la temperatura, su temperatura. Una temperatura que tienen todas las cosas de este mundo cuando son verdaderas, cuando están hechas con amor, cuando son lo que tienen que ser.

Cuando la obra tiene esa temperatura, misteriosamente comienza a respirar. ¡Sí! La obra respira, como todas las cosas que cuando están vivas respiran.

Estoy segura de que vas a entenderlo. El nido no puede ser de otra cosa que no sea barro macizo, pesado. Además es importante hacer el trabajo paso a paso, tal como lo haría el hornero. Entonces el nido es de adobe, no es transportable. Y, tal vez, la única forma de moverlo sea rompiéndolo.

El nido no viaja, pero puede hacerse una y otra vez en cualquier parte del mundo.

Cada temporada de lluvia el hornero fabrica un nido. Una vez que sus pichones crecen, lo abandona y construye un nido nuevo para dar cobijo a las futuras crías. El nido viejo es habitado por otras aves: gorriones, ratoneras, cotorras. A veces el hornero deja el nido a medio hacer; eso sucede cuando se da cuenta de que lo orientó mal. Entonces, no importa cuánto haya trabajado, lo deja, lo abandona así sin más.

Hay un dicho que dice: “En casa con nido de hornero no caen rayos”. Parece ser que es de buen augurio que el hornero haga su nido en el techo de una casa o por ahí cerca, porque es señal de que la tierra dará abundantes frutos.

Entonces, ¿cómo podría yo hacer de un nido así, una mera imitación?

El ave nacional

En 1928, un diario hizo una encuesta entre los niños de las escuelas primarias sobre cuál debía ser considerada por sus propiedades y características el ave nacional. Más de 39 mil respuestas llegaron a la redacción del diario y salió primero el hornero, también llamado caserito, con 10.752 votos.

¡Qué bello y auspicioso saber que fueron niños los que eligieron nuestra ave nacional!

Algo me suena raro al leer ave nacional, ave de la Patria. No es por el hornero, claro.

Creo que son las palabras Patria y Nacional las que me resultan incómodas. No puedo decirlas sin dejar de ver un montón de uniformados, vestidos de verde triste y pelo rapado. Pasa igual con los símbolos patrios: la bandera, la escarapela, cargan sobre sí demasiada pérdida, demasiada furia y engaño. Una nube densa cubre nuestros símbolos patrios. Hasta el ceibo. Sí, el precioso ceibo tiene una leyenda sangrienta.

Sin embargo, el hornerito parece estar a salvo de todo eso.

No es que quiera ahora escribir un texto político; no estoy en condición de hacerlo. Tampoco busco hacer arte político. Aun así, plantearme esta cuestión me resulta inevitable, ya que el nido que quiero hacer, uno en el que todos tengamos oportunidad de entrar, es el del ave nacional.

No sé si pensé en esto cuando imaginé este inmenso nido. Puede que sí.

Cuando trabajo nunca sé muy bien qué vino antes y qué vino después.

La idea del nido apareció. No sé ni dónde, ni cómo: apareció.

Hacer un nido de hornero para humanos. Enorme, oscuro, de barro pesado. Respirar dentro de él. Hacer noche en el día, al dar un paso dentro del nido. Hacer el nido con mis manos; con ayuda, pero con mis manos. Hacer el mismo recorrido que hace el pájaro, juntar las ramitas y el estiércol y detenerme a cantar, tal cual lo hace el hornero. Trabajar como un ave: el ave de mi Patria.

Para descomprimir el espesor que resuena en las palabras Patria y Nacional voy a buscarlas en el diccionario.

Patria. Al comienzo dice “conjunto de personas que están asociadas entre sí de corazón”.

¡Eso sí que suena bonito! (Me sorprende cómo muchas veces las palabras acaban por vincularse con significados que son tan opuestos a su sentido original.) Ahora que leo esto, voy a tomarme el atrevimiento de cambiar pájaro de la patria o pájaro nacional por pájaro de los que están unidos entre sí de corazón.

Este nido ya estuvo por aqui

En 1976, dentro de la serie Deconstrucción de mitos, Marta Minujín hizo entre otras obras (El obelisco acostado, El obelisco de pan dulce, Comunicado con tierra, Carlos Gardel de fuego) El nido de hornero gigante. Un nido de hornero de mil kilos, dentro del cual había un televisor y sillas para sentarse a ver programas de TV.

A lo largo de esta serie de obras, Marta reflexiona sobre los símbolos nacionales, los modifica, busca alterarlos para convertirlos en otros. Los deconstruye, pero no simplemente para desmitificarlos sino para devolverles su potencia adormecida. Y entre esos símbolos también está el nido, que –sospecho– ya era símbolo mucho antes de ser elegido el hornero ave nacional.

Ahora, 32 años después, nuevamente desciende el nido del árbol al piso. Es el mismo nido, pero es otro. Y es que así suele suceder con los símbolos. Pareciera ser que gustan de aparecerse una y otra vez en distintas civilizaciones (incluso algunas muy lejanas entre sí), portando muchas veces sentidos similares. Esto da cuenta de una unidad, de un algo misterioso que busca asomarse.

Nuestro nido

Por Juan Ignacio Boido

Un hornero inmenso seguramente nos aterraría, pero uno de sus nidos, hecho a nuestra medida, con la misma seguridad nos cobijaría. No hace falta ser fan de esas películas de terror en que arañas gigantes persiguen a humanos aterrados para saber que la vida no es una cuestión de tamaño sino de escala. Porque así como en esa desproporción anida el terror, también late en ella la secreta armonía del universo. ¿O acaso no nos asombra el hecho de que un átomo, con su núcleo y su hula-hula de protones, neutrones y electrones, sea igual a nuestro sistema solar, con su sol y su hula-hula de planetas? ¿O acaso no nos asombra que toda una vida pueda caber en la línea que corre por la palma de una mano? Por eso –universal como esa armonía se encuentra en el microscopio y en el telescopio, artesanal como esos monstruos pantagruélicos de pelo y látex que nos enseñaron que ciertos desencuentros son de terror, alegórico como la palma de la mano, y real como un nido de hornero– el nido de hornero de Catalina León nos ofrece la posibilidad de experimentar algo de lo que en general somos apenas testigos asombrados.

El hornero construye su nido cada temporada de lluvias para su cría. Un nido con forma de iglú, con forma de carpa. Tracey Emin, en los ’90, presentó su carpa del amor. Tracey Emin era una de los nuevos angry young men del arte inglés. Catalina León no es sólo de otra generación sino también de otro país: la de los hungry young men argentinos: una generación que vio el hambre, el derrumbe, el cartoneo, los escombros. De ahí el nylon de una y el barro de otra.

Es justo, incluso, que el nido de hornero de Catalina León esté sin terminar: la experiencia completa es construirlo, no comprarlo hecho. Si no, seríamos como esos animales que usan los nidos abandonados por los horneros después de las lluvias: ratones, ratas, en el mejor de los casos pájaros que viven de los nidos ajenos. El nido de Catalina León nos permite entrar para pararnos ahí, en el centro de nuestras posibilidades: la de construir nuestro propio lugar. El hornero lo hace así, nos dice. ¿Y nosotros?, nos pregunta.

El hornero construye el nido con palitos, barro, ramas. Con ramas como la que se incrusta en el cuello del hombre pintado en la persiana que mira al nido desde la pared de la sala. La historia de esa rama, escrita a mano, que corre por la pared como una caravana de hormigas laboriosas, y de ese hombre que la llevó clavada en el cuello, puede guardar la esperanza de Catalina León: la esperanza de que podamos construir algo más noble que una carpa del amor, que podamos construir un nido con las ramas que se nos incrustan, con los palos de las lanzas que nos atraviesan.

Cruz Imaginal
Catalina León
Daniel Abate Galería
Pasaje Bollini 2170
de lunes a viernes de 12 a 18
hasta el 17 de julio

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