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Domingo, 6 de julio de 2008

MúSICA > EL NUEVO DISCO DE SPINETTA

La flecha del tiempo

Cuando se están por cumplir cuarenta años de su primera grabación (“Tema de Pototo”, el 20 de agosto de 1968), Luis Alberto Spinetta presenta un disco nuevo, su disco número 36, un disco llamado, sugerentemente, Un mañana. Un disco en el que se nota el rastro no sólo de las virtudes que lo acompañaron durante todo este tiempo, sino de las condiciones que hicieron posible, hace ya cuarenta años, el surgimiento de este músico excepcional.

 Por Diego Fischerman

El disco se llama Un mañana. La tapa, notable diseño de Alejandro Ros, es un paralelogramo no rectángulo pero también una especie de flecha. Hay una dirección y el personaje de tinta que escala la reafirma. En el anverso se ve, en efecto, el dibujo de unos pliegues que remedan una escalera y, en la foto del folleto, Luis Alberto Spinetta señala con su brazo izquierdo y su dedo índice extendido. Quien marca el futuro es alguien cuya primera canción publicada tiene cuarenta años. “Tema de Pototo”, registrada en los Estudios TNT el 20 de agosto de 1968, marcó el comienzo de muchas cosas que la mitología terminó llamando rock nacional. Pero, sobre todo, señaló un mañana todavía posible para un autor que no se parecía a nadie, cuya manera de escribir letras era absolutamente sorprendente pero que, además, reciclaba de una forma única la rítmica de los rasguidos de Pete Townsend, una cierta melancolía del tango, las estructuras armónicas de Procol Harum, las amplias melodías de los estribillos de los Beatles, el folklore cantado en el colegio y las acentuaciones y los acordes de funcionalidad ambigua del jazz.

Si algo sigue presente en este disco que invoca al futuro es el vasto sistema de referencias que alimentó el universo estético de Spinetta desde el pasado. Podría pensarse que, como toda la generación que llegó a un rock recién inventado –conviene recordar que en el momento del “Tema de Pototo”, la Banda del Sgt. Pepper tenía apenas un año y Abbey Road todavía no había visto la luz–, Spinetta se formó escuchando muchas más cosas que rock. 1968 fue el año del Doble blanco de los Beatles, de A Saucerful of Secrets de Pink Floyd, de Axis: Bold as Love de Jimi Hendrix, de Shine On Brightly de Procol Harum, de Odissey Oracle de The Zombies y de Mr. Fantasy de Traffic. El año anterior se habían publicado Sell Out de The Who y Butterfly de The Hollies. En ese momento, la RCA y la CBS argentinas editaron también innumerables discos simples, con sólo dos temas, conteniendo “música beat” y marcando lo que comenzaba a convertirse en un cierto movimiento comercial que haría eclosión entre 1969 y 1970, con festivales como el patrocinado por la revista Pin Up en el Anfiteatro Buenos Aires y el primer BA Rock, en el Velódromo Municipal. 1968 fue también el año del estreno de María de Buenos Aires, de Piazzolla y Ferrer, y de Juguemos en el mundo, el show y el primer disco para adultos de María Elena Walsh. Y en 1968, año en que Berio mezclaba a los Swingle Singers con Mahler en su Sinfonía, y se hablaba de Penderecki, su Treno por las víctimas de Hiroshima y la vanguardia polaca, en Buenos Aires también se escuchaba bossa nova, a Dave Brubeck y el “Take Five” compuesto más de diez años antes por su saxofonista Paul Desmond, al Modern Jazz Quartet, a la música de Burt Bacharach para Butch Cassidy –nuevamente las voces à la Swingle Swingers, imitadas, a su vez, en una propaganda de la nueva Ford F 100– y a Los Chalchaleros, Los Fonterizos y la recién surgida Mercedes Sosa.

Seguramente no todas estas músicas eran oídas por las mismas personas y no necesariamente todo lo producido en 1968 fue percibido ese mismo año. Pero puede reconstruirse un clima de época que, aunque no explica a Spinetta, lo hizo posible. Es decir, Spinetta pudo ser diferente porque se formó en años en que no sólo la enciclopedia al alcance de un joven de 18 años era vastísima sino que esa vastedad, la curiosidad y el espíritu de cambio se celebraban públicamente. Pero Spinetta fue diferente de otros de su misma generación porque su manera de procesar esas informaciones –y más adelante a Led Zeppelin y después a Return to Forever, entre muchas otras cosas– fue original. En “A estos hombres tristes” está ese jazz escuchado de refilón, y los Swingle Singers, desde ya, y en “Figuración” está María de Buenos Aires, así como en el “Tema de Pototo” está el beat de la época, pero ninguna de estas canciones reproduce con exactitud sus modelos y, además, cada una de ellas es absolutamente diferente de cualquier otra hecha en esos mismos años. No viene al caso recorrer toda la trayectoria desde ese momento fundante hasta la actualidad pero sí vale la pena comprobar hasta qué punto las mejores virtudes siguen presentes. Ya el acorde inicial de “La mendiga” –y antes, en realidad, los cuatro golpes de la batería– dan una idea. Y la acentuación en los tiempos débiles, tan del jazz, y esa frase únicamente imaginable para alguien crecido a la vera del tango (“Ahora, más te miro y más me asombra / la mañana que no asoma por tus horas / que no pasan y no vuelven / y no hay nadie que te espere alguna vez... / y la mañana que no asoma / y que asoma sin cesar...”). Todo eso, y el teclado de Claudio Cardone y la batería de Sergio Verdinelli y desde ya el hecho de haberlos elegido, marca un territorio que, igual que hace cuatro décadas, sigue separando a Spinetta del resto. Un mañana tiene un aire más a Bajo Belgrano que a sus últimos discos; hay allí esa mezcla entre melodías de clara raigambre pop –la segunda sección de “La mendiga”, “Mi elemento”, “Tu vuelo al fin”–, texturas espesas que a esta altura sólo pueden ser denominadas spinettianas y una rítmica que a lo que más se acerca es al jazz. Hay, por otra parte, algo que bien podría ser leído como declaración de principios: el tema que da título al disco es instrumental. En todo caso, como en Piazzolla o como en los mismos Beatles, ninguno de los elementos alcanza para caracterizar la totalidad. Y algo más. Si hay algo que todavía sigue siendo central en la música llamada popular, es el papel jugado por la interpretación. Una canción de Schubert sonará distinta cantada por Dietrich Fischer-Dieskau o por Matthias Goerne pero será siempre la misma obra. Está, de alguna manera, completa antes de ser interpretada. Las canciones de Spinetta, en cambio, sólo lo son, por lo menos en su forma más acabada, cuando él las canta –y es, desde ya, un cantante excepcional–, cuando aparecen esos solos de guitarra (como los de “Un mañana” o la fantástica “Despierta en la brisa”) donde una firma resultaría redundante, y cuando esos grupos meticulosamente elegidos –pueden ser Machi y Pomo, o Cardone, Nicotra y Verdinelli–, más allá de su mayor o menor virtuosismo individual, logran encarnar lo que todavía, aunque siempre un poco distinto y afortunadamente capaz de sorprender, sigue siendo el “sonido Spinetta”.

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Imagen: Eduardo Marti
 
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