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Domingo, 6 de julio de 2008

MúSICA > PABLO KRANTZ, DE REGRESO

Sin la frente marchita

En 2003, Pablo Krantz dejó Buenos Aires por París: bilingüe desde pequeño, tenía la fantasía de que su verdadera patria estaba en Europa, el lugar donde se sentiría cómodo como cantautor y escritor. Allí consiguió el reconocimiento, con pequeños éxitos literarios, discográficos y de crítica. Pero se dio cuenta de que su lugar estaba en Buenos Aires. Y volvió, y presenta su CD de argentinísimas canciones francesas, Les chansons d’amour ont ruiné ma vie.

 Por Mercedes Halfon

Pablo Krantz volvió a la Argentina a presentar su nuevo disco hace unos meses y decidió quedarse. El, más francófilo que François Truffaut, había decidido irse a París hace cinco años motivado por esa fantasía –tan típica de los alumnos de “liceos” de un país– provocada por hablar francés desde los cinco años, y que lejos de desvanecerse con la realidad en la Ciudad de las Luces, se había fortalecido: rápidamente pudo comenzar a trabajar de guitarrista, de letrista, luego publicó sus cuentos en una editorial nueva y prometedora, escribió una novela de aventuras, y finalmente editó un disco íntegramente cantado en francés. A pesar de eso, y después de esos años placenteros y áridos de exiliado voluntario, un día notó que ya no quería ser extranjero. El, que se había sentido toda la vida un turista en Buenos Aires, achinando los ojos por Avenida de Mayo, intentando imaginar allí los bellos edificios de París, se había dado cuenta, estando del otro lado del océano, de que no, que en realidad era argentino, y que la “experiencia francesa” había sido feliz, pero había terminado.

SER BILINGÜE

Krantz se mudó a Francia en 2003, a ver qué pasaba. Y pasaron cosas: al tiempo empezó a editar sus cuentos en una revista literaria llamada Rue Ambroise y poco después le propusieron publicarlos todos juntos en un volumen que se llamaría El santo cleptómano y la chica de la vagina dorada. Algunos de esos relatos se habían incluido en El día que falló la ley de gravedad, libro que Krantz publicó años antes en Buenos Aires. Así que rápidamente comenzó a traducir los que estaban en español, escribir otros directamente en francés, poniendo a prueba en un idioma y otro su tono melancólico y cínico en historias que coquetean con lo autobiográfico, provocando por momentos fuertes efectos de humor. Cuenta Krantz: “Yo venía componiendo canciones en francés. Pero fue con ese libro de cuentos que hice mi aprendizaje de escribir en francés. Y la verdad es que está buenísimo cambiar de idioma, aparecen un montón de recursos que en tu primera lengua no tenías y que la otra te los permite. Tenés un montón de nuevas palabras, porque no son exactamente las mismas. Es como si fueras músico y de golpe tenés una serie de sonidos y notas que no sabías que existían. Frases, proverbios, un mundo nuevo de posibilidades”. Después de que el libro estuviera en la calle le encargaron una novela de aventuras para jóvenes, Paul et Nadia, que fue catalogada como un Salinger para niños y que funcionó tan bien que se convirtió en una saga con dos tomos en la calle y uno más en producción.

Como Pablo Krantz es bilingüe también en otro sentido –hace música y escribe–, al tiempo quiso terminar ese disco de canciones que venía componiendo desde que llegó a Francia. Entre Buenos Aires y París, con músicos de un lado y de otro, con un título que salió de una frase escrita en un cuaderno añoso de su adolescencia, llegó el precioso y raro CD de nuevas canciones francesas, Les chansons d’amour ont ruiné ma vie.

LA ANECDOTA MAGISTRAL

Uno de los cuentos más graciosos de El santo cleptómano... es “Mi padre era un oficial nazi”, donde cuenta el encuentro entre dos jóvenes escritores. Mientras toman un vino bueno sentados en un umbral y discuten los textos que el protagonista acaba de mostrarle a su amigo, este último lanza una teoría irresistible: lo que hace trascender a un escritor no tiene demasiado que ver con la literatura que practicó sino con esa “anécdota magistral” que engloba la vida de esa persona en dos o tres frases inolvidables. Henry Miller perduró porque se supone que era borracho, vividor y escandaloso. Rimbaud, porque escribió hasta los veinte años y después se fue a Etiopía, donde se hizo traficante de esclavos. Dylan Thomas, porque se tomó dieciocho whiskies y se murió, y así. Krantz dice, retomando ese cuento y salvando las distancias, que lo que sucedió con su música en Francia fue algo parecido. Un argentino, escritor y músico, de apellido Krantz, que canta y susurra en francés como el más parisino, no podía no llamar la atención. Y así fue: el disco salió a mediados de 2007, se sucedieron presentaciones, entrevistas, una pequeña ola mediática. “Un comentario muy bonito decía que mi disco demostraba que no hacía falta haber nacido en Menilmontant, el barrio popular y artístico, para devolverle a la canción francesa toda su grandeza.” En otra nota favorable, el diario Libération afirmaba que cuando se escucha el disco por primera vez la ilusión podía ser perfecta, pero cuando se lo escucha por segunda vez empezaban a surgir las preguntas sobre si este Pablo Krantz, con ese nombre tan extraño, no sería extranjero. En esa mezcla radica su toque de gracia.

EL ULTIMO CANTAUTOR

Según cuenta, en 2003, cuando partió para Europa, percibía que la escena musical porteña era un poco reacia a lo que él hacía. En su apreciación, las aguas se dividían entre el rock que llenaba estadios de banderas, el pop que intentaba disputarse el trono de Soda Stereo y una incipiente escena de rock indie. Dentro de ese último grupúsculo se ubicaba Krantz con su banda El Pesanervios. Pero lo que no había antes y ahora parece haber por cada rincón, es la idea del cantante, songwriter, el cantautor. El lo ve así: “Yo soy un cantautor, me siento parte de una cierta tradición en la que están Leonard Cohen, Lou Reed, Bob Dylan, Nick Drake, Serge Gainsbourg, esas son mis mayores influencias. Una de las razones por las que me siento contento en Buenos Aires es que siento que hay más lugar para lo que hago. Antes la gente iba a los conciertos a arengar o a mostrar cuán cool era. Cuando vivía en Francia, me decían que estaban apareciendo cantautores que seguían la senda que yo había iniciado; creo que no la inicié yo, pero veo una escena de cantautores muy buenos y que, sobre todo, hay lugar para ellos, gente que quiere escuchar canciones y emocionarse”.

Algo que puede hacerse perfectamente con Les chansons d’amour ont ruiné ma vie; a pesar de que las letras estén en francés, el título del disco no deja lugar a dobles interpretaciones.

Pablo Krantz toca el jueves 10 de julio a las 22.30, en el Podestá (Especial Pete’s Birthday), Armenia 1740.

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