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Domingo, 14 de septiembre de 2008

CINE > ZOHAN: LA COMEDIA SOBRE EL CONFLICTO áRABE-ISRAELí

La política del buen vecino

Munich, de Spielberg, había sido la última gran incursión del cine norteamericano en el conflicto árabe-israelí, y no fue liviana exactamente: dramática, compleja, extremadamente política, mostraba la vida de un israelí reclutado por la Mossad, su deserción tras cumplir su extenuante misión y su nueva vida en Nueva York. Zohan, la nueva comedia de Adam Sandler, pareciera retomar esa idea, pero en clave cómica: un ex soldado se va a Estados Unidos a trabajar como peluquero y a integrarse junto a sus nuevos vecinos de barrio, los árabes. Pero, ¿cuán incorrecta es su incorrección?

 Por Natali Schejtman

La incorrección política no es algo gracioso en sí mismo. Correr los límites de lo risible hasta el terrero escandaloso, agresivo, impúdico, zarpado, reírse del “negro” o de la víctima desde “lo progre”, hacer de la mordacidad indomable el guiño de complicidad correcta tampoco es un mérito. Pero No te metas con el Zohan, la nueva película escrita por Adam Sandler, Robert Smigel y Judd Apatow y dirigida por Dennis Dugan, sobre un soldado israelí que finge su muerte y se va a Estados Unidos con otro nombre a rehacer su vida como peluquero, está confeccionada por unos cuantos hilos de, digamos, maestría.

Esta película va respondiendo a muchos ejes temáticos: se mete con el conflicto árabe-israelí de una manera casi absurda –lo toma como un hecho inexplicable, no pretende encontrarle ninguna causalidad histórica sino más bien considerarlo una suma de caprichitos ninjas–, desarrolla en paralelo el tono de una comedia afilada y desbordante, llena de gags coyunturales e integra todo esto con una sagaz historia de inmigrantes en Nueva York, que hablan un inglés raro (con tono árabe, con tono israelí, da igual) y sufren las vicisitudes de no ser la raza aria-broker de la big manzana.

Repasemos: tenemos al ratón simpático y judío de Fievel que hizo pie en el nuevo continente porque “no hay gatos en América y las calles de queso son”. Tenemos su contracara, Ratatouille, una rata fea que, sin papeles, de incógnito y siempre a punto de ser repatriado a su mundo de alcantarillas, hace la comida cara que comen los ricos en París. Con Zohan y sus amigos del Medio Oriente tenemos una mezcla: Estados Unidos es para el israelí la utopía que fue América para los judíos después de los pogroms rusos a fin del siglo XIX y después de las dos guerras mundiales. Pero como estamos en 2008 y las festejables referencias políticas se ocupan de decírnoslo (discusión barrial de comerciantes: ¿le darían a la esposa de Bush, de Obama o de McCain?), Estados Unidos ya es el país que le teme al inmigrante de piel oliva, el que mata la épica soñadora desintegrándola en la mundanidad más aplanada y el que lo banaliza todo, incluso el conflicto árabe-israelí, algo que está lejos de su glamour cosmopolita, pero al mismo tiempo muy presente como una huella que imprime sus comportamientos y sus relaciones.

No te metas con Zohan se traga ligero aunque recorra dramones: tal vez sea porque lo hace con una gracia extrema y sofisticada pero de manera superficial –y lo avisa–. Agrede con sentido común en un código inventado y fantasioso que denigra toda solemnidad, sin ser tampoco “incorrecta” ni mucho menos subversiva sino más bien... jodona. En sus chistes punzantes o en sus intensiones ofensivas (un 0600 para el terrorista, la omnipresencia del humus para el israelí o el mismo protagonista: un ex soldado convertido en peluquero, que brinda servicios sexuales a las veteranas con cada corte de pelo), no hay ninguna pretensión de reflexión. Cuando la hay, el tono es más naïf y biempensante que insolente en esta historia de inmigrantes de pueblos enemistados que se “lavan” en la tierra prometida: un barrio de comerciantes de Estados Unidos. Claro: sería injusto embanderarse en una película así para mofarse de las películas que recorren este tema con cierto grado de rigor o compromiso. Pero mientras pensamos una y otra vez si existe tal cosa como lo pasible de ser hecho comedia y lo que no, disfrutémosla: entre el bizarro hip hop israelí, el protagonista que siempre tiene una respuesta desbordante e inesperada, los diálogos dorados y las actuaciones secundarias festejables, la comedia intensa que esperábamos está entre nosotros.

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