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Domingo, 28 de septiembre de 2008

TAPAS > CICERONES, UNA ONG QUE OFRECE RECORRIDOS TURíSTICOS PERSONALIZADOS Y GRATUITOS

Está buena Buenos Aires

No todos llegan a Buenos Aires para conocer el Obelisco, bailar en una milonga y comprar cuero en la calle Florida. Para todos esos turistas que llegan con sus obsesiones a cuestas se creó una organización gratuita, llevada adelante por voluntarios, llamada Cicerones. Sus integrantes ofician de guías, escuchan los pedidos más caprichosos de los visitantes y les organizan recorridos a medida. Otros directamente ofrecen un paseo por sus propias obsesiones. Llevan 1600 salidas y han satisfecho las curiosidades más diversas: desde los lugares donde vivió en Buenos Aires el poeta Roberto Juarroz hasta afiches publicitarios viejos, stencil y arte callejero, pasando por mercados, supermercados y fábricas de pastas porteños, el circuito del judaísmo en la ciudad y hasta carnicerías.

 Por Natali Schejtman

Suena caradura, pero hay que decirlo: no es fácil ser turista. Entre la ansiedad por conocer, la angustia de no conocer, el temor de ser “típico” y la sensación de que uno es, tantas veces, carne de lucro ajeno, las dificultades pueden ganar cierto protagonismo en nuestra experiencia con la ciudad desconocida. Como locales, lo vemos: tanto tango, tanto sobreprecio, tanto cuero de exportación. ¿Y si cuando llegamos a otra ciudad sólo conocemos su calle Florida?

Pero mientras Buenos Aires puso al turista entre ojo y ojo y unos cuantos empresarios (y políticos) vieron en la devaluación de 2001 una solución a la ruina del pequeño comerciante, hubo quienes pudieron abstraerse de lo netamente coyuntural y pensar qué significa, en términos casi conceptuales, recibir visitas y ser vistos permanentemente por otros ojos. Más o menos éstas eran las inquietudes para el grupo de amigos que formó la ONG llamada Cicerones. Sin fines de lucro, con una fuerte confianza en todo lo que la ciudad tenía para mostrar más allá del poster y en la importancia de que fueran los propios habitantes los que se tomaran ese trabajo, la idea se fue afilando también en la comunicación con una organización neoyorquina de características similares. Básicamente, los ejes se fueron consolidando alrededor de una experiencia turística diferente y todo apuntaba a la singularidad: que el servicio fuera gratuito, dado por porteños de manera voluntaria y para grupos reducidos.

En base a Internet –con una página traducida actualmente a seis idiomas– buscaron visitantes, promoción y voluntarios, hoy cerca de setenta. Los perfiles de los voluntarios, los pedidos de los turistas y el entusiasmo filántropo con el que se satisfacen, entre muchas otras cosas, constituyen una de las principales particularidades de este emprendimiento.

UN AMIGO EN LA CIUDAD

“Principalmente no somos guías turísticos”, explica Eduardo Di Costa, diseñador gráfico, profesor de inglés y voluntario entusiasta. “La gente busca el patrimonio humano, la gente que vive en la ciudad. A un nivel más informal también está bueno tener un amigo en una ciudad nueva que uno no conoce. Ellos entran en contacto con nosotros previamente y antes del encuentro hay unos cuantos mails.” Como una especie de brigada amistosa deseosa de descubrir la ciudad en sus recovecos más específicos, los pedidos suelen tener muchas veces un interés puntual o una búsqueda acotada. Ese es un caldo de anécdotas. El mismo Eduardo guarda unas cuantas. Entre ellas, la pareja de norteamericanos con los que salió que, en confianza, le comentaron su apertura y le pidieron que los llevara a un night club o cabaret.

Joaquín Brenman, uno de los fundadores, también tiene historias que llaman la atención. “Una vez salí con una diplomática de Suecia y dos amigas. Yo había preparado una salida más bien culturosa. Empezamos visitando el museo Quinquela Martín. Fuimos a la Fundación Proa... pero cuando terminamos me preguntaron cómo son los cortes de la carne y terminamos yendo a una carnicería a ver bien los distintos cortes y dónde estaba cada uno. Esa fue la salida.”

Tanto los Cicerones como los turistas priorizan la comunicación como uno de los atractivos más importantes entre las distintas nacionalidades. A veces, incluso, la salida puede radicar sólo en eso. Sigue Joaquín: “Otra vez, fui con una familia de Bristol, Inglaterra. Me habían pedido hacer una visita a museos. Yo me había preparado todo y cuando llegué me dijeron ‘discúlpeme, ¿podríamos cambiar un poquitito? Usted me deja el itinerario para hacerlo otro día. Quisiéramos charlar un poco’. Eso empezó a las once de la mañana y terminó a las cuatro de la tarde. No dimos un paso más allá de ir del café al restaurante. Todo fue conversación, desde qué pensamos nosotros sobre los ingleses, cómo quedaron las cosas después de la guerra, recetas de cocina y hasta la relación de los padres con los hijos”.

Las historias son muchísimas (llevan más de 1600 salidas): desde un centroamericano interesado en recorrer todos los lugares referidos al poeta Roberto Juarroz, paseíto que llegó hasta Banfield, donde vive su viuda, especialista en Samuel Beckett, hasta otro que quería ver afiches publicitarios viejos, otro de los pedidos que dio como resultado una expedición urbana y el hallazgo de afiches de hace cincuenta años que todavía habitan en algunas paredes de las calles. Hubo interés por la Buenos Aires del stencil y el arte callejero, por las postas en donde los porteños compramos nuestra comida (mercados, supermercados, fábricas de pastas) y recurrentes pedidos para conocer el circuito que el cicerone proponga sobre el judaísmo en la ciudad, cosa que puede incluir el Templo de Paso o el museo judío y también algunos lugares que fueron base de la Zwi Migdal, mafia polaca de prostitución de comienzo de siglo pasado. También, recuerda Eduardo, una historia plenamente cinematográfica: un japonés ingeniero de Toshiba que había venido en 1978 porque mandaba la señal del Mundial vía Brasil por cable y se había sacado una foto con una Polaroid en La Boca con un fondo de casas de colores. Lo que buscaba el hombre era repetir esa foto, casi 30 años después, ahora con una cámara digital supertecnológica. “La buscamos, estuvimos recorriendo y, entre las referencias con respecto al puente y algunos colores, finalmente la encontramos. Se puso muy contento.”

ALGO MAS

“Te preguntan de historias, de lugares, pero les interesa mucho el tema de cómo vivimos nosotros. Te preguntan mucho de cómo están los jubilados acá, tu familia. A veces pasás con ellos todo el día y quieren irse con vos a tomar algo, a comer algo, quieren saber, todavía Argentina es una cosa medio rara”, cuenta la abogada Mariana Egidi. El requerimiento mínimo que se pide en la entrevista de admisión es de una salida mensual, que puede ser los fines de semana si la agenda del voluntario así lo requiere. Según coinciden los Cicerones, a los turistas les cuesta creer que un servicio así sea gratuito, pero no por eso pierden la exigencia. Los hay de todo tipo, claro: han venido escritores, profesionales, viajeros itinerantes, artistas. Y, como puede esperarse, este tipo de experiencias de turismo relajado genera relaciones duraderas. Daniel Pena, cuya especialidad es la historia argentina y es experto en las historias multicolores y apasionantes que encierra el cementerio de la Recoleta, cuenta que está pronto a recibir a un panameño que viene por tercera vez y con el que ya son amigos. “Nosotros brindamos una visión más social o más real. El perfil del turista que se contacta con nosotros no es el turista que compra paquetes y se deja llevar de un lado a otro por guías tradicionales que muchas veces le muestran todo a vuelo de pájaro, tirándole un montón de datos. Le damos una visión más real. Si bien le podemos contar cosas de la historia o darle una explicación de por qué Buenos Aires es como es, en definitiva, no ponemos el acento en el dato puro sino que acompañamos con lo que es la vida cotidiana. Tal vez somos como acompañantes y demás está decir que nosotros mismos hemos redescubierto la ciudad por medio de estos paseos”.

Como sucede con el resto de los Cicerones, cada uno tiene cierto fanatismo por el tesoro escondido y por la información de algún lugar novedoso y desconocido que ni los locales ni los extranjeros se pueden perder. Hace poco, de hecho, como una especie de seminario interno, Daniel los llevó a todos al cementerio de la Recoleta para introducirlos en sus rarezas, como la tumba del matrimonio de Salvador María del Carril y Tiburcia, enfrentado en vida, y en la muerte, con sus bustos colocados espalda con espalda.

El próximo jueves y viernes, Buenos Aires será la sede de un encuentro internacional de organizaciones de este estilo, para conversar modalidades y experiencias. Joaquín es el encargado de resumir el emprendimiento: “El que llega a Cicerones está buscando algo distinto, no es fácil llegar a nosotros y ellos se toman su trabajo para hacerlo. Son gente que quieren salir de lo común. Y también los Cicerones. El nivel de compresión de la idea de Cicerones no es accesible a una persona que no tenga cierta inquietud. Si no, se traduce en qué obtengo, qué no obtengo, cuál es la moneda de cambio. Entender que esto es una satisfacción necesita cierto nivel de abstracción”.

Para más información: www.cicerones.org.ar

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Eduardo Di Costa llevó a una pareja a un cabaret y también ayudó a un japonés a buscar el mismo paisaje de La Boca en donde se había sacado una foto 30 años antes. Variadito.

Mariana Egidi suele acercar a los turistas a una glorieta en Barrancas de Belgrano donde los locales bailan tango sin aparato for export. También tuvo que informarse unos días antes sobre las aves de la reserva ecológica para una pareja de avistadores.

Experto en la historia de Buenos Aires y con su fuerte en el cementerio de Recoleta, Daniel Pena puede contar la historia de una pareja enfrentada en la vida y en la muerte y el porqué de varias tumbas con un crucifijo y un candelabro judío de ocho brazos.

Joaquín Brenman es ingeniero y uno de los fundadores de Cicerones. En su anecdotario hay de todo: desde una salida que se convirtió en una charla de cinco horas sobre los argentinos y los ingleses hasta otra que cambió museos por una carnicería.
Imagen: Xavier Martin
 
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