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Domingo, 5 de octubre de 2008

FAN > UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA

La cadena del recuerdo

 Por Ramon Navarro

Hay una canción que me relaciona no sólo con la música sino también con La Rioja, con mi casa, con la infancia, con la adolescencia, y a través de los años, con toda mi familia. Es un vals, de autor anónimo, que se llama “El vals del ruiseñor”. Lo cantaba mi padre, siempre, él me enseñó a cantarlo; él era odontólogo, pero le gustaba mucho el fútbol y la música, el arte en general, y además algo hacía con la guitarra. Y solía cantarlo con una voz pequeña, muy linda, muy dulce; él me enseñó los primeros acordes y este valsecito. Y quedó incorporado como una especie de –decir himno sería demasiado grande–, como una especie de referencia familiar, con respecto a las reuniones, a cada celebración; siempre lo cantamos entre todos.

También fue importante en el transcurso de mi carrera artística, desde que me vine a Buenos Aires, porque siempre han sido las canciones las que fueron abriéndome camino. A Ariel Ramírez lo conocí a través de Félix Luna que, al igual que su mujer, tiene ascendencia riojana, y a quien le pasé un casetito familiar donde había grabado unas canciones. Fue por ese casetito que Ramírez quiso conocerme y fue un punto de partida para mí, para mi debut discográfico y mi carrera. Y yo siempre asocio este episodio, que parece no tener tanto que ver, con “El vals del ruiseñor”, porque es donde empezó todo, ese vals produjo en mí la afición por el canto, por la música, por la composición. Yo no lo grabé nunca; sí lo grabó mi hijo, en un trabajo discográfico en el que puso unas palabras de mi madre, hablando. Ese disco se llama Chuquis, que es el pueblito nuestro en La Rioja, el pueblito de la infancia y la adolescencia, que queda metido allá, a 80 kilómetros de la ciudad, al noroeste de la provincia, bien pegado al cerro. Esa casa y ese pueblo son la razón por la que ese vals, a pesar de que yo no lo grabé nunca, es parte de mi propia persona. Hace un tiempo en La Rioja me hicieron un gran homenaje en el teatro, y como cada vez que hay una gran celebración, una juntada de esa naturaleza, terminamos todos cantando este vals, que empezaba diciendo: “Oigan un vals que antenoche soñé/ y al despertar en silencio me hallé,/ vuelvo a dormir, vuelvo a soñar/ y siempre el vals recordándome está”. También tiene un estribillo que me gustaba especialmente, y que decía: “Al despertar el día el vals se transformó (y en cantos de alegría cantaba el ruiseñor)/ te quiero con locura, te amo con pasión / y es éste el vals señores el vals del ruiseñor”. Es muy, muy hermoso, incluso ahora, mientras lo recuerdo, me vuelve a conmover. Las canciones hacen eso, te llevan a un momento de tu vida, y en el caso del “El vals del ruiseñor” es toda mi vida, desde chico.

Guardo muchas escenas de esa infancia, en el pueblo de Chuquis. En el verano íbamos siempre para allá, cuando terminaban las clases. Nunca veraneamos en otro lugar que no fuera el pueblo: yo el mar no lo conocí hasta después de los 22 años. Y es que esa casa que teníamos en el pueblo estaba para eso. Allí había un inmenso nogal de más de 200 años, que era como otra casa más. A la sombra de ese nogal, a la tardecita, antes de que se entrara el sol, ya se empezaba a armar la reunión; venían amigos de La Rioja, de la ciudad, a visitarnos. Y entonces armábamos una rueda inmensa, empezábamos a hacer un fueguito para el asado, y después del asado los vinitos, y después del vinito la guitarra. Y cantábamos sobre todas las cosas, siempre folklore, de autores riojanos como José Oyola, catamarqueños como Atuto Mercau Soria. Esa casa tiene todas las connotaciones que hacen a la idea de un pueblo, con sus callejones, las calles de tierra, la gente que sale a sembrar y cosechar la uva, cortar la alfalfa, a señalar las cabras cortándoles las orejas; todo ese aprendizaje campesino que después tiene que ver con aquello que ha provisto la inspiración para todas mi canciones. También me devuelve a la época del carnaval riojano, a la chaya, la fiesta máxima junto con el Tinkunaco de la provincia: venían “pacotas” (grupos de vidaleros) de los pueblos vecinos a cantar, a caballo y yo me subía a las ancas, a cantar vidalas con ellos, tenía 12 años y nunca paré. Todo mi apego a estas canciones viene desde ahí, de eso; es la columna emocional de mi vida y mi carrera: por eso, si uno quiere encontrar un tema que vaya uniendo como una cadenita todo ese recuerdo, me quedo con “El vals del ruiseñor”.

El vals del ruiseñor

(anónimo)

Oigan un vals que antenoche soñé
y al despertar en silencio me hallé
vuelvo a dormir, vuelvo a soñar,
y siempre el vals recordándome está.

Al despertar el día el vals se transformó
y en cantos de alegría cantaba el ruiseñor.
Te quiero con locura, te amo con pasión
y es este el vals señores el vals del ruiseñor.

Mujer cruel me juraste tu amor
y yo te entregué de mi pecho una flor
y hoy que esa flor marchita está
mi corazón de pena morirá.

Al despertar el día el vals se transformó
y en cantos de alegría cantaba el ruiseñor
Te quiero con locura te amo con pasión
y es este el vals señores el vals del ruiseñor

Ramón Navarro presentará Los caudillos el miércoles 8 de octubre, con la orquesta de Juan De Dios Filiberto, el Coro Polifónico Nacional, y dirección de Fabián Bertero, en el Teatro Cervantes, Av. Córdoba 1155. La presentación se repetirá el 16 del mismo mes en el Encuentro Nacional de Cultura, en Tucumán.

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LA CASA DE CHUQUIS, LA RIOJA, EN LA QUE RAMON NAVARRO PASO LOS VERANOS DE SU INFANCIA Y SU ADOLESCENCIA Y TANTAS REUNIONES CON FAMILIA Y AMIGOS. “EL VALS DEL RUISEÑOR”, DICE NAVARRO, LO DEVUELVE A AQUELLA CASA Y AQUELLOS TIEMPOS.
 
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