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Domingo, 9 de noviembre de 2008

Del Toro por las astas

La semana que viene se estrena el último derroche de Steven Soderbergh: Che (El Argentino). Producida y protagonizada por Benicio del Toro y con un casting digno de una revista de moda (Rodrigo Santoro como Raúl Castro, Santiago Cabrera como Camilo Cienfuegos y Demian Bichir como Fidel), al menos esta primera parte (las otras dos horas y pico vendrán más adelante) no da mucha tela para cortar: es prolija, sin riesgos estéticos ni apuestas ideológicas. Sin embargo, José Pablo Feinmann se pregunta por qué la industria prefiere glorificar a un guerrillero marxista y no a una reformista popular como Evita.

 Por José Pablo Feinmann

Pocos personajes han dejado de significar lo que significaban hasta tan extremo punto como Ernesto “Che” Guevara. En los ’60, uno decía “Guevara” y no sólo decía “lucha armada”, decía “foco insurreccional”, “preferencias de la guerrilla rural sobre la urbana”, “relaciones distantes con la Unión Soviética”, “crear dos, tres, muchos Vietnam”, “hagamos de nuestros hombres frías máquinas de matar”, “sólo un pueblo con odio puede vencer a un enemigo despiadado”. El desangelado Mario Vargas Llosa en cierta nota de los años ’90 festejó que ninguna de las ideas del Comandante quedaba en pie. Es posible. No es él, al menos, el que las encarna. El Che, hoy, sólo una cosa encarna: la lucha contra la injusticia, la idea de la rebeldía. Pero, ¿qué injusticia? La de todos. Para el Che era la del imperialismo norteamericano, “el más grande enemigo de la Humanidad”. ¿Qué rebeldía? La rebeldía contra el sistema de producción capitalista, en el que el hombre explota al hombre.

Ahora, Hollywood hace una película sobre el Che. La de Benicio del Toro. ¿Por qué los yanquis aceptan al Che y escupen sobre Evita? Porque el Che es un muchacho de buena familia. Un pibe urbano. Es hombre, no es mujer. No tiene un pasado sórdido. Si cogió, es un hombre y nada más natural ni estimulante que un hombre coja. Eso lo hace un macho. Si Evita cogió, es una puta. Si cogió para trepar, peor todavía. Es una mujer. Mujer que coge, mujer puta. Era populista y no marxista. El Che tiene tras de sí Das Kapital. Evita, los folletines baratos que se leían en las provincias hacia 1930. El Che se llama Guevara de la Serna. Tiene una familia. Es hijo legítimo. Tiene padre, madre. Es culto. Ha estudiado. Conoce la universidad. Jugó al rugby. Evita es una bastarda. Hija ilegítima de un viajante de comercio pobretón. Se dice que en la casa de su madre funcionaba un burdel. Se rajó de Junín porque se acostó con el cantante Magaldi, apenas a los dieciséis años. El Che recorrió en moto América latina. Se emocionó en los leprosarios como el mismísimo profeta de Nazareth. Evita agredió, para trepar, a la lustrosa oligarquía argentina. El Che derrotó a un tirano sangriento, a un sargento bruto y bastante negrazo. Si le pulimos la ideología, si atenuamos sus rasgos antiimperialistas, haremos de él lo que queremos hacer: un héroe, el símbolo del aventurero, del idealista. Total, ya no jode a nadie. A Evita que la haga Faye Dunaway, que aparezca bastante desnuda en el afiche y con una gorra militar en la cabeza. Se la sacó, para juguetear, al teniente o al coronel con el que se acostó esa noche. Que la haga Madonna, que da puta, que da loca, que canta y se pone la mano entre las piernas. ¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué el imperialismo se traga al marxista Guevara y escupe sobre la populista Eva? Por lo dicho. Evita es el insulto, la agresión, la falta de respeto. Porque Evita es el Otro. El Che es de la misma estirpe. Porque el Che es un muchacho de clase alta, de linaje, educado. Evita es una rea, una bastarda y una trepadora que usa el sexo para su incesante ambición. Cada polvo, un escalón más. El Che muere en la lucha, agotándose, es el asma el que lo agota. Se lo ve en el piletón de Vallegrande, con los ojos abiertos, como si aún viviera, como si nunca fuera a morir porque es inmortal. Evita muere de cáncer y el cáncer lo tiene entre las piernas. Todo es sucio en ella, hasta eso. Evita les faltó el respeto. Más que el Che. Le añadió al odio el mal gusto y la bastardía y la mala vida.

Benicio del Toro tiene asma casi todo el tiempo. Admira pensar que el Che haya podido hacer algo con pulmones tan deteriorados. Pero la voluntad del héroe se sobrepone a todo. Ya no importa que el héroe haya odiado al capitalismo. Ahora le será útil. Acaso prepare el camino para arreglar las relaciones con Cuba de una vez por todas. También para que la famosa remera empiece a imprimirse con la cara de Benicio del Toro, algo muy posible y que sería uno de los últimos golpes para lograr su inexistencia.

La primera parte de Che (El Argentino), que es la que se estrena la semana que viene, son dos horas y aún los guerrilleros no han entrado en La Habana. Si se logra mostrar que las revoluciones son largas y aburridas algo más se habrá logrado. En suma, las verdaderas caras del Che y de Evita, o mejor dicho: la restauración de esas caras, su restitución, no vendrá del marketing hollywoodense; vendrá, si viene, de las viejas luchas que ellos encarnaron contra las infamias de este mundo. De quienes puedan asumirlas hoy. Si alguien, un grupo, un pueblo, una nación, un país, un continente, las actualiza, las trae combativamente al presente, ellos volverán a vivir. Como mercancías seguirán atractivos, vistosos, pero muertos.

Che (El Argentino)
(Steven Soderbergh, 2008)

Filmada en dos partes que suman más de cuatro horas, con un presupuesto relativamente bajo de 65 millones de dólares, sobre un guión de Peter Buchman (basado en los Recuerdos de la guerra revolucionaria cubana, de 1963, y el Diario del Che en Bolivia, 1968) el Che de Soderbergh puede ser la película más respetable que se haya filmado hasta ahora sobre el personaje y su historia. Acaso el costo de esa corrección haya sido una pulcritud digna de una dramatización televisiva: ordenada, expositiva, demasiado pedagógica, la primera parte de Che, subtitulada El Argentino, cubre la historia de la Revolución Cubana, desde su gestación en México D.F. en los años ’50 (narrado el encuentro del joven Guevara y el exiliado Castro) hasta la toma de Santa Clara, terminando con los revolucionarios triunfantes camino a La Habana y el Che diciendo a sus hombres que ahí es recién donde comienza la revolución. Y —explicativa al fin— obligando a uno de los suyos a devolver un auto robado a uno de los hombres ricos del régimen de Batista. Hay, también, flash-forwards que hacen saltar el relato hasta los años ’60, hasta la visita del Che a Nueva York como ministro del gobierno cubano, su paso por una fiesta en la que agradece al senador Eugene McCarthy por la invasión a Bahía de Cochinos (porque “ayudó a azuzar las conciencias revolucionarias”) y su presentación en las Naciones Unidas, que también es recreada con fragmentos de su discurso, en un blanco y negro que apela a una cierta idea de registro documental. La existencia de Diarios de motocicleta, el film de Walter Salles que Soderbergh dice admirar (y que “forma una trilogía con estas dos películas”, según dijo en Cannes), libera a esta primera parte de la necesidad de dar un origen o una explicación psicológica a su película. En la segunda parte, titulada Guerrilla (y que acá tiene fecha de estreno en febrero) asistiremos a la partida del Che a Bolivia, con la intención de “encender la llama revolucionaria” en el resto de América latina.


Che, ¿la viste?

El Che Guevara
(Paolo Heusch, 1968)

Filmada apenas al año siguiente de su ejecución en Bolivia, la primera película sobre el Che fue esta producción italiana basada en un libro de Adriano Bolsoni, con la estrella española Francisco Rabal en el protagónico. No es un film fácil de ver hoy día, pero se suele endilgar sus falencias (y sus imprecisiones históricas) a escasez de información que había aún sobre caso y personaje: sus diarios bolivianos aún no habían sido publicados y todavía no había devenido objeto de leyenda y mito global. Lo único de lo que dispuso Bolsoni para escribir su novela (y luego adaptarse a sí mismo para el guión) era, al parecer, las noticias en los diarios. Rabal compuso una versión tempranamente romántica de Guevara, mientras que tanto guerrilleros como enemigos parecían de cartón pintado. Régis Debray apenas aparece mencionado como “el periodista francés”. También se la conoció por los títulos de Bloody Che Contra; Diary of a Rebel y Rebel with a Cause (Rebelde con causa).

Che!
(Richard Fleischer, 1969)

La primera de las encarnaciones “importantes” de Ernesto Guevara en el cine estuvo a cargo de un gran director (Fleischer, realizador de, entre otras grandes películas de aventuras, Los vikingos) y los guionistas Sy Bartlett y Michael Wilson, que estuvo en las listas negras del macartismo (y que coescribió Lawrence de Arabia y El planeta de los simios). Entre ellos y su protagonista Omar Sharif crearon la imagen cinematográfica más recordada (aunque no celebrada) del Che hasta por lo menos Diarios de motocicleta. Al Guevara de Sharif lo acompañaba el Fidel Castro bizarro (y consumidor de anfetaminas) interpretado por Jack Palance. En su momento, el influyente crítico norteamericano Roger Ebert escribió que “en la película hay abundante evidencia de que a nadie relacionado con este pescado podrido le importaron un comino el Che Guevara, Castro, la Revolución Cubana o nada que requiriera más de cinco segundos de reflexión”, que por lo tanto “hubiera sido mejor una película en contra del Che que una así de indiferente”, y marcó entre sus mayores vergüenzas, una escenografía inverosímil, el recurso de fragmentos símil noticiero documental y diálogos hechos de puro cliché. “La derecha salió a atacarla sin siquiera verla.” La escueta trivia de la película disponible en imdb.com se limita a consignar que “la película fue considerada tan ofensiva en Chile y Argentina que en algunas salas en las que se proyectó se lanzaron bombas molotov contra la pantalla”.

Hasta la Victoria siempre
(Juan Carlos Desanzo, 1997)

Con la excepción de algún documental y dos “apariciones” del Che como personaje entre los sketches del grupo humorístico inglés Monty Python, Ernesto Guevara no volvería a ser de interés para el cine de ficción histórica por más de dos décadas. El film del argentino Desanzo (realizador de varios policiales criollos de los ’80 y ’90: El desquite, En retirada, Al filo de la ley; y luego Y pegue Carlos, pegue, sobre Carlos Monzón, y Eva Perón) no funcionó como reparación histórica. Coproducción cubano-argentina, contó originalmente con un guión de José Pablo Feinmann que planteaba una reflexión sobre Guevara y sobre la violencia en la lucha política que, como no gustó nada en La Habana debido a sus ambigüedades, debió ser desechado. La película final, con guión de Martín Salinas, es otra pieza elogiosa que difícilmente haya aportado algo a la comprensión de la compleja figura de su protagonista (interpretado por Alfredo Vasco), al que se aborda a través de episodios que van desde su infancia, sus estudios y sus prácticas en los leprosarios y hasta su militancia con Fidel y su muerte.

Fidel
(David Attwood, 2002)

Dos años antes de interpretar al Che joven para Diarios de motocicleta, el más internacional de los actores mexicanos, Gael García Bernal, ya había sido Ernesto Guevara en este telefilm inglés que acá se consigue en dvd. Fidel cuenta, por supuesto, la vida de Castro (Víctor Huggo Martin) desde los ’50 hasta principios del siglo XXI: cómo sus aspiraciones políticas originales fueron en primera instancia aplastadas por Batista, y cómo reagrupó fuerzas junto al Che para derrocarlo, se le ha criticado no detenerse en los episodios más importantes posteriores a la Revolución Cubana. El Che es, entonces, un personaje secundario, como ocurrió poco más tarde con la rabiosamente anticastrista The Lost City (2005), que el actor Andy García protagonizó y dirigió sobre guión de Guillermo Cabrera Infante, rapiñando ideas de la saga El padrino, y con infinidad de cameos de famosos (Dustin Hoffman, Bill Murray) y el cubano-norteamericano Jsu Garcia, que aparece brevemente como Ernesto Guevara.

Diarios de motocicleta
(Walter Salles, 2004)

Acaso la más lograda de todas las películas sobre el Che filmadas hasta el momento, la adaptación de las Notas de viaje de Guevara y de Con el Che por América latina, de Alberto Granado fue una superproducción internacional con capitales de norteamericanos, ingleses, argentinos y mexicanos, entre otros; con el brasileño Salles (Estación Central) al mando, Robert Redford como productor ejecutivo (la película fue ovacionada en su festival, Sundance), los locales Burman y Ducovsky entre sus coproductores, Gael García Bernal como el Che y la banda sonora de Gustavo Santaolalla. De algún modo, Diarios de motocicleta funciona como la “precuela” de la parte de la historia más visitada del Che: sus viajes de juventud, su épica iniciática junto su amigo Alberto Granado (celebrada actuación del argentino Rodrigo de la Serna), a los 22, 23 años de edad, en 1952, por Latinoamérica. Ambos parten de Buenos Aires en su desvencijada moto La Poderosa, y cuando ésta se les desbarata en Chile, siguen su camino a pie y a dedo, siguiendo el derrotero que así lo postula la película, poniéndose demasiado grave en sus tramos finales— habrá de dar forma a la conciencia del héroe-guerrillero, coronando la aventura con la visita al leprosario de San Pablo.

Che Guevara
(Josh Evans, 2005)

Toda la información que circula sobre esta película norteamericana, de producción independiente, hablada en inglés, filmada hace tres años pero prácticamente inédita en todo el mundo, indica que se trata de un auténtico despropósito. El director Evans convocó al español Eduardo Noriega cuando su madre (que no es otra que la estrella de los ’70 Ali McGraw) le señaló su presunto parecido con el Che. La película narra sus años en Sierra Maestra y está atravesada por las cartas, leídas en off, de Guevara a su madre (Sonia Braga) y a sus hijos. Según Noriega, “es una película de acción y que a través de la acción se acerca al hombre: yo al menos he intentado olvidarme del mito”. El italiano Enrico Lo Verso hace de Fidel. Puede verse el trailer en Youtube.

Che, documental

Puede decirse que Ernesto Guevara tuvo algo más de suerte en el cine documental que en el de ficción: el argentino Miguel Pereira filmó sus primeros viajes en Che... Ernesto (1998), una propuesta interesante que no recurre a la imagen del Che sino que traza un recorrido por los lugares que éste atravesó en su viaje entre Buenos Aires y Veracruz. Unos años antes, el prestigioso documentalista suizo Richard Dindo realizó Ernesto Che Guevara, diario de Bolivia (1994), con material de archivo, extensas citas de su diario y testimonios de gente que lo conoció en sus viajes. Más cerca en el tiempo, Eric Gandini y Tarik Saleh dirigieron para la televisión sueca el film de una hora Sacrificio. ¿Quién traicionó al Che Guevara? (2001), armado con profuso material de archivo. Un expediente, el de echar mano a las imágenes de archivo del Che real, que en los últimos años se multiplicó de manera notable: entre otros títulos, pueden citarse Ernesto Che Guevara (Roberto Massari, Italia/Cuba, 1995); Kordavisión (Héctor Cruz Sandoval, EE.UU./México/ Cuba, 2005, sobre el fotógrafo que tomó la imagen icónica del Che, Alberto Díaz Korda); Personal Che (Douglas Duarte, Adriana Marino; EE.UU., 2007, con testimonios de Jon Lee Anderson y Christopher Hitchens, entre otros); y el anunciado Chevolution (2008, sobre la iconografía alrededor de Ernesto Guevara).

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Del Toro en Che, el argentino, de Steven Soderbergh.
 
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