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Domingo, 16 de noviembre de 2008

MITOS > A CIEN AñOS DEL úLTIMO GOLPE DE BUTCH CASSIDY EN BOLIVIA

Una de cowboys en la Puna

Este mes se cumplieron cien años de la muerte de Butch Cassidy. Muerte de la que algunos dudan, aunque los historiadores sostienen que la eterna huida del líder de la Pandilla Salvaje, acompañado por su amigo Sundance Kid, se terminó en San Vicente, sur de Bolivia, después de un robo que salió mal. Radar visitó la zona donde Cassidy pasó sus últimos días y encontró a un juez que planea abrir un museo sobre los bandoleros con material de su extensa colección personal, tours de 300 dólares al cementerio donde se encuentra la supuesta tumba del dúo, ex alcaldes convencidos de que los ladrones escaparon y hasta oficiales de la policía de Tupiza que todavía se enorgullecen de la labor cumplida por sus antecesores.

 Por Nicolás G. Recoaro

El tren serpentea por la ladera de una montaña en plena Puna. En el vagón popular, varias cholas se cubren las narices con sus mantillas para evitar el polvo seco que se cuela por las rendijas de las ventanillas. Las abarcas curtidas que cobijan los pies descalzos de los campesinos que viajan hacia Oruro se asoman entre las frazadas, mientras unas cacerolas y unos cajones con gallinas bailan en el pasillo. Hace ya tres horas que el convoy del Wara Wara del Sur avanza apunado y a los tirones ganándole terreno al altiplano boliviano. El sol cae detrás de los cerros y la bocina de la locomotora interrumpe el diálogo quechua-aymara-español que navega en el vagón. “Tupiza, señores. Llegamos a Tupiza, mamita. Cancelando sus pasajes con sencillo, por favor”, avisa el guarda mientras las primeras casas de adobe y la arboleda del valle le ganan la partida al polvo y se dibujan detrás de los vidrios manchados. “Ay... caballero, ese billetito no se lo puedo aceptar. ¿O acaso no ve cómo está este papel?”, dice el guarda antes de devolverlo. Deben ser las paradojas de seguirle el rastro a uno de los bandidos más legendarios del Far West. El guarda tiene razón, es un auténtico dólar marcado.

En la estación de Tupiza, las caseras ofrecen choclo con queso, lechón asado y hojas de coca. “Mi compadre no tiene trabajo hace años. Apenas la pensión que dio el Evo ayuda alguito. Cómpreme pues, caballero. Baratito le va a salir”, susurra una vendedora antes de recomendar el alojamiento donde trabaja su hija.

La región minera de Sud Chichas ya no vive sus épocas doradas de antaño. Aquellos tiempos en que el “metal del diablo” extirpado de las entrañas de la Puna hacía nadar en billetes a los “Barones del estaño” y atraía la sed de fortuna de aventureros, buscavidas y, sobre todo, de bandoleros. Así fue como a mediados de 1908, luego de un agitado periplo a mano armada que incluyó el arrabal porteño, los bosques patagónicos, varios cruces cordilleranos y ciudades de la costa chilena, llegaron a estos pagos los ahora legendarios Butch Cassidy y Sundance Kid. Cuentan que planeaban dar el último gran golpe de sus vidas. “Ahicito, mi amigo”, señala la vendedora, “hacia la entrada del andén. El hospedaje frente a la estación está. Y me le dice a m’hijita que me le haga descuentito más. A ver si lo ve gringo así y le cobra cualquier cosa. Aquí nadie es ratero, señor.”

Ruta de escape

Una descripción a vuelo de pájaro que debe haber notado Butch cuando comenzó a planear el último de sus golpes. El diseño urbanístico de Tupiza es tradicional: plaza principal flanqueada por la iglesia, la alcaldía y la escuela. En el extremo sur está el banco y en el norte, a media cuadra del parque, la comisaría. Un diariero me comenta que las dependencias no han cambiado mucho desde aquel tiempo. El banco pasó a ser la nueva alcaldía, pero todavía se conservan el interior y la bóveda en las mismas condiciones de antaño.

Sobre una de las calles laterales de la plaza, una cantina desentona con sus aires de lejano oeste norteamericano. “Pregunte por Cuqui, que es el dueño. Sabe mucho del Butch Cassidy”, sugiere el diariero. En la cantina de Cuqui no hay muchos cowboys bebiendo whisky. Unos turistas gringos apuran un licuado de banana mientras señalan un mapa de Bolivia que tienen abierto sobre su mesa. ¿Buscan un buen plan de escape con rutas seguras? Nada de eso, los gringos planean una excursión al cercano salar de Uyuni.

Cuentan que Butch Cassidy y Sundance Kid llegaron a Tupiza en agosto de 1908. Los meses anteriores los habían pasado arriando ganado y domando mulas en varios pueblos perdidos en la Puna boliviana, aunque las malas lenguas también les adjudican dos cronometrados atracos a trenes, sucedidos durante aquellos días. Los estudiosos de las andanzas de Butch cuentan que estaba cansado de la mala vida.

Soñaba con un retiro digno en las fértiles tierras de Santa Cruz de la Sierra, en el oriente boliviano. Pero aún faltaba solventar aquella jubilación anticipada. Butch visitaba con frecuencia la ciudad y tomaba apuntes sobre las rutinas del banco y las posibles rutas de escape. Pero el destino, mejor dicho el ejército boliviano, le jugó una mala pasada. Un destacamento de caballería del Regimiento Abaroa llegó a la ciudad por aquellos días. Maldita suerte, los militares se hospedaron en un hotel lindante al banco. Cansado de esperar la partida de los soldados, su mira apuntó a la fortuna de la Compañía Aramayo y Francke, propiedad de Carlos Aramayo, uno de los tres miembros de la santísima trinidad de los “Barones del estaño” –una suerte de sultanes petroleros de la actualidad, capaces de manejar el destino político y económico de todo el país–. Un soplón le avisó que para principios de noviembre, un empleado de la compañía minera iba a llevar una suculenta remesa de medio millón de dólares a través del desolado altiplano. El golpe parecía ser un juego de niños para un bandolero de la talla del legendario líder de la invencible Pandilla Salvaje. Un verdadero profesional con decenas de robos a bancos y trenes en todo el continente –desde Utah hasta la Patagonia–, pero también un fugitivo con mil dólares de recompensa por su cabeza y la agencia Pinkerton siguiéndole las pisadas. El retiro estaba cerca, y su leal Colt calibre 45, lista para salir de su letargo.

Spaghetti western

Cuqui es el apodo de Jorge Pereyra Ganam, “un tupiceño querendón” de su tierra, próspero empresario y ex alcalde de la ciudad. En el living de su casa, un programa futbolero de Fox Sports es la banda de sonido que acompaña a Cuqui mientras apura unos spaghetti con salsa de carne. “Creo que los tupiceños tenemos más de argentinos que de bolivianos. Y hay actas que avalan lo que digo. En 1810, cuando se da la revolución en Buenos Aires, Tupiza apoya ese movimiento. Estamos en las actas, creo que firmamos en cuarto lugar. Acá se peleó la famosa batalla de Suipacha y se llegó a la vida republicana más por influencia argentina, y no nos preguntaron a los tupiceños si queríamos anexarnos a Bolivia. Pero le voy a ser franco, soy un apasionado de los pueblos que habitaron estas tierras antes de la llegada de los españoles. La cultura chicha es la que nos puede ayudar a discernir mejor el futuro”, comenta Cuqui mientras acaricia a uno de sus perros de vigilancia.

Cuqui explica que hace varios años compró la residencia de la familia Aramayo y que la está refaccionando para abrir un lujoso spa, para que los turistas que visitan el salar de Uyuni puedan quedarse más días por sus pagos. “Muchos vienen por nuestros valles y el color de las montañas, pero también están los que llegan por lo de Butch Cassidy.” Cuqui recuerda que cuando era alcalde se le dio por investigar un poco la historia del atraco. “Agarraba mapas y trazaba líneas sobre posibles caminos de escape. Desde Tupiza hasta San Vicente, donde supuestamente murieron Cassidy y Kid, y la ruta llegaba hasta Iquique. Creo que querían salir a la costa y huir con la plata en barco. Hay dos hipótesis: murieron o escaparon.”

¿Y cuál le cierra más?

–Yo creo que escapan. Si no los pudieron agarrar en Norteamérica, ¿los van a agarrar acá? No me cierra. Igualmente, creo que es una historia apasionante y que puede funcionar como buena metáfora del cambio de época. La muerte de Cassidy y Kid representa el cierre de los tiempos de los grandes cuatreros. Ya nadie hace plata fácilmente y se extiende la sociedad industrial, donde todos ganan, pero trabajando.

El hijo de Cuqui invita a visitar las obras de remodelación en la ex mansión de Aramayo. El sol de la Puna no guarda piedad por los obreros que mezclan cemento en la obra. La casa es imponente, con detalles traídos de Europa y un sistema de calefacción y agua corriente del que seguramente más de la mitad de la población actual de Bolivia no tiene ni noticias. La sociedad industrial no ha sido tan bondadosa por estos pagos.

Ultimo momento

“Tupiza, Noviembre 5. Ayer, cuando regresaba de ésta para Quechisla, propiedad minera de los señores Aramayo, Francke y Compañía, el señor Carlos Peró, administrador de la empresa, que conducía 15.000 bolivianos para el pago de los empleados y demás gastos, fue asaltado entre Saló y Guadalupe, por dos individuos que, según se dice, deben ser norteamericanos o chilenos. Felizmente el señor Peró pudo escapar ileso.

Hay opiniones de que deben ser los norteamericanos que asaltaron el Banco de la Nación de Villa Mercedes (Argentina), que después se refugiaron en esta República, donde han llevado a cabo varios asaltos. El coronel Valdivieso mandó, inmediatamente de conocer el hecho, seis hombres, en persecución de los delincuentes.”
(La Prensa, Buenos Aires, 7 de noviembre de 1908).

Mula plateada

En un almacén frente a la Fiscalía General de Tupiza venden LP legendarios de Raphael, Leonardo Favio, Dyango, Los Iracundos y Roberto Carlos. “Piensa que la alambrada sólo es / un trozo de metal, / algo que no puede detener / sus ansias de volar..”, canta Nino Bravo desde los parlantes del local, para matizar la espera del juez Chalar Miranda. “Dígame Félix, por favor. Porque si viene por lo de Butch Cassidy, acá tiene un amigo.”

Aparte de ser hombre de leyes, Félix es un auténtico coleccionista a pulmón. Hace décadas que viene juntando material periodístico, documentación oficial y objetos históricos para abrir un museo sobre las andanzas tupiceñas del líder de la Pandilla Salvaje. “Cuando yo era niño soñaba con ser cowboy. Pero la pasión por el Butch Cassidy me viene de cuando vi la película de Paul Newman y Robert Redford. Creo que fue en Potosí, en el año 1969. No lo podía creer, esos personajes mitológicos habían estado en Tupiza”, dice mientras desempolva un Winchester original que cuelga en las paredes del improvisado museo que erigió en el garaje de su casa. “En Tupiza no se tiene noción de lo importante que es tener presente esta historia. Sólo ven lo malicioso de Butch. Antes la gente del pueblo hablaba y me criticaba. ¿Cómo un juez iba a ser fanático de dos maleantes?, me decían. Pero ésta es mi pasión”, explica Félix mientras me convida un mate de coca para evitar el apunamiento que regalan Tupiza y sus 2900 metros sobre el nivel del mar. “El problema del robo fue que Butch Cassidy y el Sundance Kid no consiguieron el botín esperado. Peró sólo llevaba 13.500 bolivianos, que era una suma muy chica. Entonces le robaron una mula, que en esa época costaba como un Mercedes Benz de ahora. Aramayo no les perdonó el atrevimiento”, expone Félix y muestra algunos de los partes telegráficos de aquel entonces. “El telégrafo fue otro de los elementos que les jugaron en contra. Todas las dependencias policiales de la zona estaban al tanto del robo casi el mismo día. Y por último, la presencia del regimiento de caballería y los furiosos mineros que habían perdido su jornal no los iban a dejar escapar así porque sí.”

Félix invita a dar una vuelta en camioneta por los alrededores de Tupiza. En el estéreo hace sonar una ranchera algo deslucida, escrita por el famoso guitarrista tupizeño Luis Rico. “Cuentan los paisanos cuentos de vaqueros, / que vivían tirando tiros y llegaron hasta aquí / Buscaban aventura, / cuentan que en los Andes afilaban sus navajas / y en el tren desde Argentina / se les hizo la piel de gallina / cuando a Tupiza llegaron. / Eran los famosos Butch Cassidy y el Sundance Kid...” Cuando pasamos por la plaza, Félix me hace notar que en el centro se erige una estatua en homenaje al barón Aramayo. “Las remesas del robo nunca aparecieron. Una de las hipótesis es que se las repartieron entre la gente del pueblo de San Vicente, donde supuestamente fueron asesinados. En una carta a las autoridades, Aramayo hace una reflexión sobre el robo y dice que para recuperar las remesas en poder de la Justicia tenía que llevar adelante una lucha más difícil que la emprendida contra los asaltantes”, dice el juez mientras estaciona la camioneta frente a la iglesia.

Antes de la despedida, Félix explica su hipótesis sobre aquella balacera furiosa en San Vicente. “Le voy a explicar algo. En los Estados Unidos se gasta mucha plata en la persecución de los delincuentes que le roban al Estado y a los particulares. Ellos tienen la CIA, la DEA, el FBI, y supuestamente son invencibles. Pero además, ellos inventan mitos peligrosos: Butch Cassidy, el Che Guevara, Bin Laden. Lo raro es cómo esos mitos les terminan jugando en contra. Butch Cassidy no era un asesino, y a mí me duele mucho su muerte, la siento muy cercana, como la de un buen amigo.”

El tour a San Butch

Los historiadores dicen que la suerte de Butch Cassidy y Sundance Kid se jugó no muy lejos de Tupiza, en un pueblito minero de mala muerte llamado San Vicente. Cuentan que mientras compartían su última cena de latas de sardinas y cervezas en un ranchito, una partida de seis soldados intentó detenerlos. Dicen que un certero disparo de la Colt de Butch hirió de muerte al soldado Víctor Torres. Dicen también que ésta fue la primera vez que Butch mataba a alguien. La balacera fue digna del Far West. La tapera quedó más agujereada que un colador y después vino un silencio de ultratumba. Cerca de las seis de la mañana del 7 de noviembre de 1908, los guardianes del orden entraron en la casilla y encontraron a Sundance sentado en un banco detrás de la puerta, abrazado a un jarrón de adobe, y con un disparo en la sien. Butch estaba recostado en el piso de tierra; tenía una herida en el brazo y otra en la cabeza. Su Colt no fallaba nunca.

En la entrada de la empresa de turismo que ofrece tours a San Vicente y al salar de Uyuni hay pintada una caricatura algo deforme de Butch y Kid que promete 30 mil dólares de reward por sus cabezas. El dibujante los esbozó feroces, con ciertos aires del villano Pierre Nodoyuna en versión western. Juan, un empleado de la empresa, dice que no están haciendo tours a San Vicente porque la camioneta está en el mecánico. Es un alivio escuchar esas noticias cuando informa el precio del tour: poco menos de 300 dólares, un verdadero lujo, reservado para turistas de billeteras gordas. “En San Vicente queda poco y nada. Se puede visitar el pueblo y conocer el cementerio. Aunque –susurra bajito– la tumba que dicen que es de Cassidy es una farsa. Hace años hicieron un ADN y los huesos eran de otro hombre”, confiesa Juan. “Hay historias que cuentan que al Butch Cassidy se lo vio años después en Ecuador, otros dicen en Uruguay, otros en el país de los gringos. El hombre tenía más vidas que un gato.”

La fiesta de los polizontes

En la plaza de la ciudad la policía está de fiesta; es su día. Los petardos, tres tiros y matasuegras explotan en el aire y quiebran el tranquilo mediodía tupiceño. Luego del discurso de honor y el desfile de los uniformados, la comitiva se traslada al patio del cuartel general. Chicha, tamales, trompetas y bombos de morenada se mezclan en un baile de danzarines lookeados de gala en tono verde oliva. El suboficial mayor Oscar Moscoso informa que anda a las corridas y que solo puede brindar algunos minutitos. “Sí, señor. La policía boliviana, juntamente con el ejército, pudo eliminar a estos delincuentes norteamericanos que violaron la ley en aquel tiempo. Y es todo un honor que ponderó a nuestra policía desde hace un siglo”, comenta Moscoso mientras muestra un cuartito donde cuelgan fotos de los delincuentes más buscados del país. “Tupiza es una ciudad muy tranquila, con muy poco índice de delincuencia. Pero siempre tenemos el problema del cruce de cocaína a la Argentina y algún ratero peruano, que son los más peligrosos. Pero se sabe, el que las hace, en Tupiza las paga. Bueno, y que le vaya bien”, y Moscoso cierra el diálogo abruptamente –sin dar chance de repreguntas– y se une al trencito de policías y cholas que bailan en el patio.

En la puerta de la comisaría, un cadete pide un cigarrillo y dice que la fiesta va a durar hasta bien entrada la tarde. Esa sí que hubiera sido una buena noticia para Butch Cassidy y Sundance Kid. Tupiza: zona liberada hasta el atardecer. El convoy que va para La Quiaca debe traer algunas remesas. Ya casi son las tres de la tarde y es mejor apurar el paso hasta la estación. Si hasta el horario de salida tiene nombre de western: es el tren de las 3.10.

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Butch Cassidy, imagen clásica.

El juez Félix Chalar, fan de Cassidy y Kid, con su Winchester.

Revólver y foto de la Pandilla Salvaje en la alcaldía de Tupiza.

Acta judicial original con el cierre del caso en la justicia boliviana.
 
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