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Domingo, 8 de marzo de 2009

Son Noés

Parece una broma, y de alguna manera lo es: después de años de cargar con el peso de llamarse como el salvador de la humanidad, el inventor del vino y la justificación del racismo, el pintor Luis Felipe Noé y el escritor Noé Jitrik decidieron hacer algo juntos con eso que compartían además de una amistad: su nombre. El resultado es un extraordinario trabajo a cuatro manos que se convirtió en muestra y libro, de un humor sutil y agudo, que incluye las teorías más estrambóticas sobre el Arca y el Diluvio, el poder de los relatos religiosos y la figura de ese ancestro que los une: el primer Noé.

 Por Angel Berlanga

Foto: Nora Lezano

Apenas se ven, uno dice: “Parecemos hermanos”. Y es cierto. “¿Y qué tal si ponemos unas arcas, acá adelante?”, propone otro. También, de acuerdo. Se sientan bastante simétricos, como pide la fotógrafa. Y serios, como suelen presentarse los personajes de la Biblia. El apellido de uno, Luis Felipe Noé, el pintor, y el nombre del otro, Noé Jitrik, el escritor, los asocia por tradición a aquel marino, carpintero y zoólogo ancestral que fue a parar con su navío al monte Ararat, el nieto de Matusalén, el elegido por Dios para dar fe de su capacidad de enojo con la humanidad, de la potencia de su castigo. Tras dos o tres tomas, sin embargo, y quizá debido a los años transcurridos desde el Diluvio, la escena parece desarmarse, porque ambos comentan sonrientes (y acaso entusiastas) sobre las noticias que hablan del inicio de una campaña para renunciar al catolicismo, “no en mi nombre, apostasia colectiva”, cuyo primer adherente es un amigo que tienen en común: León Ferrari.

El cuadro que tienen a sus espaldas, para más datos, está en la casa-estudio-atelier del Noé pintor, donde transcurre la entrevista. Fue hecho por él en 1961 y se llama, apunta, Invitación al infierno.

Y como el nombre los asociaba bíblicamente en algún momento impreciso, quizás hace unos cinco o seis años, ambos se pusieron de acuerdo: tenemos que hacer algo. Sí, puede precisarse el lugar en el que se gestó la idea: la casa de León Ferrari, claro. “Cada vez que nos encontrábamos hacíamos un chiste: ‘Donde él termina empiezo yo, y al revés’ –cuenta Noé escritor–. Hasta que la gente que estaba cerca nuestro se hartó y Nora (Murphy, la mujer del pintor) dijo: ‘¿Por qué no se dejan de embromar y hacen algo con eso?’. Y entre los dos nos miramos y dijimos: ‘Bueno, pero, ¿qué?’. El resultado es En el nombre de Noé, una exposición de pinturas y textos que se inaugura el martes en el Centro Cultural Recoleta y, también, un libro que desde la próxima semana distribuirá la Editorial Universidad Nacional de Quilmes.

–Estaba Piglia, ¿te acordás?, en esa reunión.

–No, no.

–Sí, estaba.

–No, seguro, seguro, seguro.

–Fue en la casa de León.

–En la casa de León.

–Pero también estaba Piglia.

–No lo creo.

–Sí, sí, estaba Piglia, yo lo recuerdo.

–Bueno, entonces yo no.

Tampoco es necesario que estén de acuerdo en todo.

“A poco de ese encuentro, yo, que soy muy obsesivo, muy compulsivo, dije: ‘Bueno, voy a retomar la molestia que me causa mi nombre’”, cuenta el Noé escritor. “Siempre me molestó un poco, aunque a lo sumo esa molestia no pasó de ligero escozor que, haciendo gala de ingenio, algunos, al oír mi nombre, desembucharan la palabra ‘arca’, como si fueran los primeros a quienes se les hubiera ocurrido esa genialidad”, escribe. El tono de su relato es amable, sarcástico, cargado de humor, y remite a un paseo por aguas mansas, aunque en su recorrido aluda a la gran catástrofe diluviana; en ese recorrido entrelaza anécdotas personales con reflexiones sobre Dios y la religión, el bien y el mal como gran motor del arte, los descubrimientos arqueológicos con su colección de arcas de juguete centroamericanas, la inundación y Martínez Estrada, la inundación y el Maldonado-Juan B. Justo, lluvias reales y lluvias imaginadas, los animales y el viejo Noé. “Una especie de narración que no fuera erudita, porque no pretendía eso –dice–. Quería algo como juguetón. Se la mostré a él y se enganchó.”

“Pero él lo hizo muy rápido y yo, en cambio, tardé muchísimo –dice Noé pintor–. Porque creí que iba a ser más fácil si lo encaraba mezclando dibujos con cosas de computación, pero yo la computadora... siempre es por intermedio de otro. La cosa es que no funcionó. Pasaron los años y siempre que lo encontraba a Noé me daba vergüenza, no sabía qué decirle. Y el año pasado dije: ‘No. Ahora lo hago de un saque o no lo hago más’.” “Creo que lo que trabó, en todo este período, y ahora me doy cuenta –interviene el escritor–, es que al principio Yuyo pensó que debía ilustrar, y no era eso.” “Yo no sé –retoma el pintor– porque medio he ilustrado y medio trabajado. Cuando sale bien, uno se pone en el espíritu del autor y sale. El otro le da pie.” “Yo insisto, porque hay una noción, que es la de la lectura –vuelve Jitrik–. De la ocurrencia yo hago una lectura, equis; y él hace otra, que es muy personal, es él. Aunque mi texto le haya sugerido. Y esto es lo que me parece interesante de esta iniciativa: que confluyan dos discursos autónomos, que se tocan y arman un diálogo interno. La gente que trabajó en la diagramación (el diseñador Hernán Morfese) lo entendió muy bien, porque parece que los bloques de textos hablan con las pinturas. Salió algo que no estaba del todo previsto al principio y que me da mucho placer y alegría, porque uno siempre busca una relación.” “Sí, fue divertido”, dice el pintor.

La amabilidad de la prosa del escritor contrasta con los sacudones que da en su obra un pintor para quien “el caos no es el desorden”, un artista que conecta con la oscuridad, el desborde, la desmesura, el cataclismo. La zona de confluencia de En el nombre de Noé se da en lo corrosivo del humor. “Mis queridas bestias, éstos son dos impostores”, se queja el Noé bíblico acodado en el arca. “¡Fuera!”, les grita a unos dinosaurios con ganas de subirse, en un dibujo. “Cuando veas que este hombre se pone a juntar animalitos –le explicó un amigo de Jitrik a un niño– quiere decir que va a llover mucho tiempo.” “Pasa que es un nombre como muy cargado –dice el escritor–. Y gravita sobre quien lo lleva encima.” “Yo espero que no me hayan puesto Luis Felipe por el rey –dice el pintor–. Una vez, en Francia, le oí decir a alguien: ‘Louis Philippe, oh, que nom ridicule’.” “Bueno, sin darles a estas situaciones un carácter sistemático, siempre algo pasa –vuelve el escritor–. Y a ese algo ahora hemos tenido la suerte de sacarlo un poco afuera, él con sus obras, que son divertidísimas, sutiles, refinadas, aunque no chistosas, porque no se burla de nada. Y yo he tratado de hacer algo tenue, no muy serio, porque cualquiera me refuta casi todo lo que digo.” ¿Y al pintor le pesa su apellido? “Nooo –dice–. Noé es un viejo borracho y a mí también me gusta beber. Hay una canción italiana que dice: ‘E viva Noé,/ chi fu l’inventore/ dal sacro liquore/ che alegre che fa’.”

Los Noé se conocieron en Bogotá, en 1989: uno hacía una exposición en el Museo de Arte Moderno y el otro fue a una Feria del Libro. “Hasta ahí nos conocíamos sólo de nombre, teníamos un montón de amigos en común”, dice el pintor. “Desde los ’90 nos empezamos a ver junto a León Ferrari”, dice el escritor. El pintor va hasta una biblioteca y vuelve con diez, doce libros sobre el tema. “Tengo un montón, en un momento los coleccionaba”, dice. Infantiles, científicos, de investigación, en varios idiomas, espamentosos, solemnes, “del mismo autor que El misterio de la Atlántida”. “Mirá, este libraco es todo de cultura naïve en distintas partes del mundo sobre el Arca –enseña, va y vuelve con otra pila–. Y éste es un catálogo de una exposición con toda clase de juguetes relacionados.” Una historieta de Walt Disney sobre el mito, un inflable con figuras de animales de goma espuma dentro, un libro con las reproducciones de una muestra hecha en Francia sobre la visión del Diluvio desde el Renacimiento hasta el siglo XIX. El escritor se asombra un poco con el despliegue y observa: “Para hacer sus obras no consideró nada de esto”. “No, porque mi interpretación es totalmente distinta.” ¿Cuál es? “No sé mucho –dice el pintor–. Pese a que dice que no hice ilustración, yo tenía texto y me daba pie. Aunque a veces no: en un momento empecé a dibujar dinosaurios y él corrigió un poco la frase.” “Una conclusión que se podría sacar, también, lejana –dice Jitrik–, es el poder del libro, porque al hablar de estos mitos también hablamos de la Biblia. Uno lo toma como un conjunto de leyendas, pero eso formó religiones que atravesaron miles de años. Ese libro, que es un conjunto de fantasías, es de una radiación impresionante.”

¿Es un tipo que les cae bien, Noé, el personaje bíblico? Al pintor, sí: “Hacía papelones, se desnudaba, andaba por todos lados”, dice. Además de lo del liquore. “Según leí, era medio racista, no le gustaban los negros”, apunta el escritor. En cuanto a la impostura, hay un dato que un poco los deschava: ninguno estuvo en el monte Ararat. “Si no hicimos montaña cuando éramos jóvenes, menos vamos a hacerla ahora”, dice uno. “Pero sería bueno hacer una presentación del libro ahí”, opina el otro.

El libro En el nombre de Noé se presentará el viernes 20 de marzo a las 19.30 en el Cedip (Centro de Documentación, Investigación y Publicaciones) del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930, CABA). Rodolfo Alonso, Eduardo Stupía y el rector de la Universidad Nacional de Quilmes, Gustavo Lugones, presentarán la obra junto con los autores, Noé Jitrik y Luis Felipe Noé. Entrada libre y gratuita.

La exposición En el nombre de Noé se inaugurará el martes 10 de marzo en la Sala 10 del Centro Cultural Recoleta y permanecerá abierta hasta el domingo 12 de abril.

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