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Domingo, 10 de mayo de 2009

Endurecerse sin perder la ternura

Vicente Battista vuelve a cultivar el policial argentino detrás de los pasos del célebre comisario Meneses.

 Por Alejandro Soifer

Cuaderno del ausente
Vicente Battista

Editorial El Ateneo

El género policial gozó siempre de una popularidad alta entre el público local. En la base de todo relato policial hay una representación de los conflictos de clase y quizá por eso podríamos llegar a encontrar una explicación de nuestro gusto por el género en momentos altos de politización de las elecciones estéticas. No por nada nuestra tradición de escritores de género policial es extensa y fructífera, con algunos exponentes muy destacados que propician la aparición anual, a veces tímida pero constante, de una media docena de novelas “negras” al año. Es común comprobar que aquellos que escriben las mejores de estas historias son lectores acérrimos que devoran con una pasión inusual, sólo explicable por el fanatismo, otros relatos de la misma índole. Es, sin dudas, el caso de Vicente Battista, que perteneció a la redacción de la revista El escarabajo de oro. La revista y sus integrantes resultaron fundamentales en la producción de una literatura que les debía mucho en influencia y estética a los “padres fundadores” del policial moderno, lo que puede verse ya desde el título, que hacía alusión al cuento de Poe, que puso algunas de las piedras fundamentales de ese edificio. Cuaderno del ausente, nueva novela de Battista, es una apuesta a la continuidad del género y está bien lograda.

Benavides, periodista free lance, recibe una tarde el encargo de una nota corta sobre la vida de Meneses, un comisario muerto hace años que supo ser un duro, pero con códigos, en sus años de esplendor.

El problema es que Benavides lleva varios días encerrado en su casa, esperando alguna señal de Laura, que se fue diciéndole que esperara su llamada, registra un peligroso rojo en su cuenta bancaria y apenas socializa con Eugenio, un amigo algo atorrante. Este primer encuentro con el personaje sirve de lazo empático para que el lector lo identifique como típico protagonista noir: un sujeto masculino de mediana edad, perdedor en lo sentimental, viviendo con lo justo, sagaz e inteligente y en el fondo, un romántico. Si a Philip Marlowe le preguntaban cómo podía ser tan duro y tan tierno a la vez y él respondía que si no fuese duro no podría estar vivo y si no fuese tierno no merecería estarlo, en ese mismo sentido va Benavides, aunque con un poco más de deseperanza y peor suerte con las mujeres.

Luego de una breve investigación sobre el comisario, el periodista escribe la nota, la manda y pretende olvidarse del asunto. Pero pronto recibe la propuesta de Erika, madama de un prostíbulo de San Cristóbal, que se ofrece a revelarle aspectos desconocidos de la vida del ex policía. Benavides, sin quererlo del todo, sin saber bien por qué, terminará involucrándose en la historia que le revela la mujer, que asegura haber sido amante del comisario.

En la medida en que las citas con Erika se suceden y ésta le vaya revelando cada vez nuevas anécdotas sobre el policía, Benavides empezará a mimetizarse con Meneses sin darse cuenta, enamorándose de una vieja foto de la madama, empezando a imitar los hábitos del difunto y viviendo una vida de aventuras, probablemente producto de su imaginación, que lo sacan del tedio diario.

El periodista irá convirtiéndose en una especie de Don Quijote empeñado en revivir o reescribir en su propia experiencia las aventuras del comisario. Benavides/Meneses así cobra sentido como un juego de espejos que se complementan en un inteligente homenaje al género que es en sí mismo un relato lleno de suspenso y un clima enriquecido por su progresivo enrarecimiento.

La traumática adaptación del género policial en la Argentina, pese al mencionado gusto local, es sorteado con gran cintura por el relato, que no cae en lugares comunes ni en detectives privados difíciles de imaginar en nuestra fauna. La resolución abre nuevas preguntas y posibles interpretaciones que se aprecian por la incomodidad que producen, dejando el resabio en la boca de que un crimen perfecto ha sido cometido.

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