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Domingo, 31 de mayo de 2009

CINE > TERMINATOR 4, LA PELíCULA QUE IBA A CONTAR EL FUTURO

Termínenla

El final de Terminator 3 prometía lo que todos venían esperando desde la primera: la secuela que finalmente contara ese futuro en que las máquinas tomaron el poder, aniquilaron a 3 mil millones de humanos y los sobrevivientes se sublevaron para luchar por su vida y su libertad. Pero Terminator 4 llega con las manos vacías. ¿Cuántas más tendremos que ver?

 Por Mariano Kairuz

El futuro ya no es lo que era. Hace un cuarto de siglo, la primera Terminator imprimía en nuestras cabezas las imágenes icónicas de un porvenir oscuro y violento: la estampa de la resistencia que intenta salvar lo queda de la raza humana diezmada por las máquinas. Eran apenas un puñado de escenas de guerra ideadas por James Cameron para aquél film inicial y su primera continuación, que se convirtieron en referencias clave de la ciencia ficción contemporánea. Cuadros con una capacidad tal de excitar el imaginario tecnofóbico de su tiempo, que merecían una película entera. A tal punto que las dos primeras secuelas, la exitosísima T2: El juicio final, y T3: La rebelión de las máquinas, fueron pura dilatación, la larga postergación de la historia que realmente había que contar: la de cómo las máquinas toman efectivamente el control del planeta, deciden prescindir de su elemento más destructivo (los humanos), el alzamiento de los sobrevivientes, y la guerra. Es decir, el origen, ese pasado que se inicia en el futuro. Ahora, seis años después de la última entrada de la saga –y con una funesta serie televisiva de por medio— llega Terminator: La salvación, la película que debía contar el futuro, pero que una vez más nos gambetea, demora, nos escatima lo prometido.

Lo cierto es que cualquiera que asumiera la responsabilidad de retomar la saga Terminator —en este caso McG, el director de las dos Los Angeles de Charlie— la tenía difícil. El mundo, el cine, y la relación del público con la tecnología son absolutamente otros que los de 25 años atrás. Si el tema de la inteligencia artificial que se pasa de inteligente al punto de desafiar a su creador tenía antecedentes (la primera adaptación, televisiva, del Yo, robot de Asimov) y al menos un hito en 2001: odisea del espacio, de 1969, el argumento de un mundo dominado por las máquinas —y del despertar y la revolución de los dominados— fue refundado por Matrix quince años más tarde, marcando un antes y después narrativo y estilístico. Cameron estrenó la primera Terminator en 1984, año fértil para una fantasía de terrores bélicos hípertecnológicos: plena era Reagan, con su proyecto misilístico Star Wars en marcha; la pc empezaba a invadir el espacio doméstico, y el año anterior se había estrenado la paranoide Juegos de guerra. Remake cara apenas disfrazada de continuación, T2 fue otra apuesta al hardware por parte del ex camionero Cameron pero matizada por el diseño de su robot de mercurio líquido. Absurda y muy entretenida, borraba con el mouse parte de lo que tan rigurosamente había dibujado el original —la idea determinista del destino escrito, el villano protagónico dándole título a la historia— pero, quizá anticipando una era política un poco más, sino progre, amable, tras la caída del muro y ante la inminente salida de Bush padre, proponía un chiste simpático: el robot bueno (Schwarzenegger) adoptaba la identidad de un motoquero cool, mientras que el malo (Robert Patrick) se vestía de policía. Animada por un espíritu retro, T3 —2003, con los Estados Unidos nuevamente en guerra— retomaba la idea del Apocalipsis inevitable, y aunque no hacía avanzar demasiado el argumento, al menos llegaba hasta las puertas de la catástrofe tan anunciada, anticipando que la siguiente película, encargada a los mismos guionistas, debería ocuparse ahora sí o sí del futuro y de la guerra.

Así que, al no contar con la desmesura habitual de Cameron detrás, Terminator: La salvación estaba destinada a decepcionar. Además de no cumplir con su obligación de contar efectivamente cómo es que las máquinas se apoderan de la Tierra matando a tres mil millones de personas, ni de llegar al clímax del asunto para ponerle fin de una vez por todas, la distancia de sus predecesoras una falta de nervio narrativo que proviene de su incapacidad para crear personajes sólidos que lleven adelante la historia. Cada una de las películas previas supo centrarse en no más de un par de protagonistas humanos, y uno o dos cyborgs. Acá, por primera vez no hay un Terminator que se imponga: sí vemos fábricas de Terminators, robots gigantes (que parecen diseñados para competir con la inminente Transformers 2), “moto-terminators” y otros cachivaches, pero no hay un robotín con la personalidad de Schwarzenegger, que por primera vez está ausente de la saga (salvo en una aparición digital, a modo de guiño para fans). Tampoco está Linda Hamilton, y el John Connor que compone Christian Bale con cara de póker, de guerrillero oscuro y sufriente, no nos permite asomarnos a los motivos que lo impulsan a convertirse en líder de la resistencia, al lado humano de la fuerza que era lo que mantenía el equilibrio dramático de la serie: la perseverancia de una humanidad con que la nos interese identificarnos, la cara sensible de un mundo al cual valga la pena salvar. Y así como no nos ofrece un robot con onda, el guión tampoco se decide a enfocarse en su héroe predestinado, sino que lo rodea de un vasto grupo de personajes, una guerrilla entera de secundarios sin interés, siguiendo esa suerte de virus que está plagando la ficción norteamericana contemporánea (¿desde el 11-S?) que es el héroe colectivo. Es decir, a lo Lost, o como en todas esas superproducciones (ya se trate de Wolverine o de Una noche en el museo 2) que Hollywood siente la compulsión de vendernos exhibiendo a cada uno de sus veinte protagonistas en cada afiche. Y el cine de guerra, puede ser, tal vez sea un género de héroes colectivos, pero La salvación no se siente como una película de guerra, porque aunque se empeñe en crear imágenes que sugieran prisiones nazis, o escenarios desérticos como los de Medio Oriente, nunca consigue convocar la sensación de evento histórico, de desastre global, que en tan pocas escenas sugirió Cameron 25 años atrás. Para peor, la película incorpora al personaje de Kyle Reese (el futuro padre de Connor, en versión adolescente), pero no se digna a llegar hasta el 2029, año del viaje desde el futuro que disparaba todo el asunto, sino que se clava en el 2018. Lo cual nos advierte sobre las intenciones de los productores de seguir estirando esto, convirtiendo este episodio en apenas una batalla. Y una perdida: porque si sus secuelas van a seguir esta línea, si el futuro de la ciencia ficción es este cine sin vida, un cine autómata incapaz de hablar del mundo que lo produce como lo hizo Cameron en el ya lejano ‘84, entonces para qué seguir viéndolas, si ya está, ya ganaron las máquinas.

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