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Domingo, 14 de junio de 2009

FAN > UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA

Milonga para las seis cuerdas

 Por Alfredo Rubin

Hay una milonga que compuso Atahualpa Yupanqui que me tuvo obsesionado durante muchos años, que fue un gran misterio para mí, y que de alguna manera lo sigue siendo. Creo que se llama “milonga del caminante” o “milonga del andariego”, pero nunca pude confirmarlo. Mi historia con esta milonga se remonta a principios de los años ‘80, a una época en que anduve mucho a dedo por la Argentina, y me subí cantidad de veces a camiones, para transitar el país recopilando música, aprendiendo a tocar folklore. Fue en uno de estos camiones, en la radio, que escuché la milonga de Yupanqui que me obsesionó por años.

Aquel viaje fue en 1982. Había tomado la decisión de conocer la Argentina y a su música y a su gente desde adentro, de aprender a tocar mejor la música folklórica, viendo cómo se tocaba en los ranchos, en los pueblos; no sólo de los discos o de la radio. Aprenderlo de la gente en su propio lugar. Fue muy enriquecedor; me metí en lugares insospechados, en una Argentina totalmente desconocida, en pueblos donde sólo se habla quechua y se vive de una manera que la gente en la ciudad ni siquiera imagina. En esa época yo estudiaba guitarra y folklore, pero lo que de verdad motivó mis viajes, fue que era muy joven, tenía 20 años, y había leído mucho a Bob Dylan y toda esta cosa del guitarrista que recorre, que está en el camino. La ruta se volvió muy importante para mí, y emprendí este viaje de muchos meses que más tarde volví a hacer en varias ocasiones, siempre con esta cosa romántica y fundamentalista de no tomarme ningún medio de locomoción pago: quería que la gente me llevara, de tal manera de conocer a las personas, sus historias, de acercarme a una posibilidad que no hubiera tenido viajando en micros y trenes, donde uno no habla con nadie. Si me tenía que quedar dos días en un lugar haciendo dedo, me quedaba, durmiendo ahí, en el piso, en cualquier lado: era una mezcla entre un ciruja y un músico investigador. Por el camino llegué a hacerme amigo de Sixto Palavecino, que me hospedó un tiempo. Hubo montonazos de gente que encontré por todos lados, fueron muchas experiencias increíbles.

Y fue entonces que en una vuelta, en este viaje, me subo a un camión y escucho en la radio esta milonga. Que tiene la particularidad de que Yupanqui en un momento nombra cada una de las cuerdas de la guitarra y la distingue, tocando la cuerda que acaba de nombrar. La cuarta, la quinta, la que correspondiera. Mientras lo escuchaba por primera vez, me volví loco; me pareció un alarde de técnica, una cosa arquitectónica, una idea brillante y muy complicada de llevar a cabo. Cada cuerda tiene un sonido muy particular, muy claro, muy distinto uno del otro; era sorprendente. Le había hecho una milonga a cada cuerda de su guitarra, pero no se trataba de una destreza “de fantasía”, por así decirlo, donde el alarde técnico fuera importante; no es un firulete destinado a sorprender, sino que es pura emoción: es la obra de un compositor consustanciado con lo que está diciendo, una destreza técnica casi a pesar de él, que tiene que ver con su amor por la guitarra. Porque siempre la guitarra, como el camino, el destino, fueron los temas fundamentales de Yupanqui. Y siempre hubo también un alarde técnico, en el sentido de cómo están construidos sus temas, por todo lo que tienen, lo que nombran, lo que callan y lo que sugieren, pero en este caso, además, hay una cosa arquitectónica que a mí me volvió loco.

Un tiempo después entré a buscar esta milonga y fue imposible: no estaba en ninguna colección. Durante años, cada vez que hablaba con alguien cercano a Yupanqui le preguntaba por este tema; hasta llegué a hablar con el hijo de Yupanqui para preguntarle. Hasta que una vez, hace como un año, un amigo la encontró en una colección japonesa de obras completas de Atahualpa. Ahí está la milonga, pero esta versión encontrada empieza hablando de otra cosa que no tiene nada que ver con las cuerdas, y después sí, sin ninguna lógica en particular, pasa a la parte que yo tanto recordaba, así que no puedo saber si es o no la misma versión que escuché en el ‘82, si no serán dos milongas distintas pegadas. Pero cuando me reencontré con la canción después de más de 25 años, recuperé aquella sensación, la que tuve al escucharla por primera vez en la radio de un camión. Una sensación muy hermosa, acompañada de otra sensación, de agradecimiento a la persona que la encontró. Hoy continúa la cosa, todavía tengo interrogantes, no hay mucha información sobre esta milonga. Pero ahí la tengo, y ni siquiera pienso en interpretarla, porque sólo me interesa una cosa... lo único que quiero es escucharla.

Alfredo Rubín y Las Guitarras de Puente Alsina, con Mariano Heler y Adrián Lacruz en guitarras, presentan Lujo Total, el próximo sábado 20 de junio en el Gato Negro, Corrientes 1669.

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Autor de una obra enorme —más de 325 canciones registradas— Atahualpa Yupanqui (Héctor Roberto Chavero; Pergamino, Argentina, 1908 - Nimes, Francia, 1992), compuso, además de chacareras y zambas, vidalas y bagualas, varias milongas y muchos temas dedicados al instrumento de cuerdas que lo acompañó toda su vida: la guitarra, que aprendió a tocar de la mano de Bautista Almirón, tras un breve y frustrado intento de dominar el violín. En su autobiografía El canto del viento escribió: “Mientras a lo largo de los campos se extendía la sombra del crepúsculo, las guitarras de la pampa comenzaban su antigua brujería, tejiendo una red de emociones y recuerdos con asuntos inolvidables. Eran estilos de serenos compases, de un claro y nostálgico discurso, en el que cabían todas las palabras que inspirara la llanura infinita, su trebolar, su monte, el solitario ombú, el galope de los potros, las cosas del amor ausente. Eran milongas pausadas, en el tono de do mayor o mi menor, modos utilizados por los paisanos para decir las cosas objetivas, para narrar con tono lírico los sucesos de la pampa. El canto era la única voz en la penumbra (...) Así, en infinitas tardes, fui penetrando en el canto de la llanura, gracias a esos paisanos. Ellos fueron mis maestros. Ellos, y luego multitud de paisanos que la vida me fue arrimando con el tiempo. Cada cual tenía ‘su’ estilo. Cada cual expresaba, tocando o cantando, los asuntos que la pampa le dictaba”. Y: “¡La guitarra con su llanto y su aurora, hermana de mi sangre y mi desvelo, para siempre!”.
 
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