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Domingo, 25 de octubre de 2009

Regreso pero no vuelvo

Se fue en 1999, después de que su hija recibiera una amenaza de muerte. En España empezó de cero y se convirtió en un actor de cine, teatro y televisión con éxito de público, reconocimiento y premios. Sin embargo, poco y nada de todo eso llegó a la Argentina en todo este tiempo. Pero el éxito de la excelente Bruno Sierra, el rostro de la ley, la miniserie policial que emitió Canal 7 hasta hace poco, bien puede ser un indicio de que la tendencia bien vale ser revertida. Ahora, además, estrena en cines El corredor nocturno, con Leonardo Sbaraglia y el productor de El secreto de sus ojos y Las viudas de los jueves. Radar lo entrevistó y comprobó que eso que le endilgan como aspereza es, en rigor, sinceridad.

 Por Juan Pablo Bertazza

Cuando, hace aproximadamente quince años, Miguel Angel Solá arremetía contra la televisión diciendo que “el monopolio privado ha deshecho su posibilidad creativa porque los que hacen las mediciones son los mismos dueños de las empresas”, muchos podían llegar a pensar que se trataba de un tipo difícil que simplemente no encajaba con el sistema; un actor problemático que tenía el tupé de salir a decir que “una vez recuperada la democracia, todos los que habían dominado la TV de los militares permanecieron en sus puestos”; un inconformista capaz de hacerle un juicio a Canal 9 para poder cobrar la mitad de lo que le debían.

Los archivos prejuiciosos dirán que Solá es un tipo huraño, serio y, sobre todo, quejoso. Y la queja de Miguel Angel Solá parece, por momentos, justa, por momentos exagerada, e incluso por momentos leve. Pero, sobre todas las cosas, la queja de Miguel Angel Solá es la programática declaración de principios de un tipo coherente.

Además de principios, Miguel Angel Solá parece haber adquirido un fuerte acento español. Utiliza modismos como “¡hombre!”, aun cuando se dirija a una mujer y dice “papelero” en lugar de “tacho de basura”. Sin embargo, se sigue reconociendo como argentino.

CINEMA VERITE

Hoy, con la calma para nada resignada que le dieron sus 59 años de vida, ya no quedan dudas de que Solá es capaz de quejarse incluso de aquello que no lo perjudica, como hace, por ejemplo, con ese arte séptimo que siempre le ha dado trabajo y contra el cual, sin embargo, no deja de marcar sus diferencias.

“En los últimos años, después de la primera charla con el director me daba cuenta de cómo iba a ser la metodología del trabajo y ya estaba roncando antes de arrancar a filmar. Sí, el cine me aburre mucho.”

¿Qué es lo que te molesta puntualmente?

–Cuando la dirección nunca está en el plano artístico y sólo se preocupa por cumplir el plan. Yo entendí desde el vamos que lo único importante es cómo se narra una historia y que la historia la narran los seres vivos, no una lente. Nadie va al cine a ver una buena fotografía. Si lo que te narran los seres humanos no te interesa, no sirve, no nutre y no te despierta la curiosidad, no pasa nada.

¿Eso te pasó tanto en España como en la Argentina?

–Sí, por eso rechacé mucho cine, incluso algunos guiones muy buenos. A mí me gusta trabajar mucho tiempo, hacer una secuencia o un plano por día, soy un obsesivo del trabajo y, por lo general, en el cine no tenés diálogo con el director porque está en mil quinientas cosas distintas. Dicen que así se trabaja en Estados Unidos, pero es mentira: ellos tienen muy en claro que el que vende la historia es el actor, aunque haya mucho libro de Hitchcock dando vueltas.

Parece mentira que ésas sean las palabras de un actor que el jueves que viene estrenará una nueva película. El corredor nocturno –dirigida por el español Gerardo Herrero, productor de éxitos como El secreto de sus ojos y La viuda de los jueves–, basada en el libro de Hugo Burel (publicado en 2005), marca el regreso desde lejos de Solá al cine argentino luego de Arizona sur (2004). Ahora Solá encarna a Ramiro Conti, un misterioso personaje que en ese “no lugar” que son los aeropuertos llega a la vida de Eduardo López (Leonardo Sbaraglia) para guiarlo, ayudarlo y, acaso, apropiarse de su vida; un personaje sin escrúpulos que invade su familia y su conciencia haciéndole recordar al joven algunas cosas que prefiere olvidar como, por ejemplo, el modo con el que fue trepando en la compañía de seguros en la cual trabaja como gerente. Una rara y eficaz mezcla de Mefistófeles, súper-yo-súper-relajado y corrupto bon vivant. Un tipo que nunca se queja, salvo cuando le dicen que no.

¿Qué te atrajo de El corredor nocturno?

–En primer lugar, Gerardo, el director: es un tipo íntegro y trabajador como nadie, ha peleado durante mucho para, realmente, tender un puente entre la Argentina y España, produce muy buen cine y pelea por el talento argentino en España. El me pudo garantizar la apertura en cuanto a la forma de trabajo, el vínculo que trazamos enseguida con Leo, teníamos poder de opinión y, a su vez, era todo muy sensato. Después, la trama de la novela vale por sí sola. Casi no puedo hacer la peli porque estaba filmando la segunda parte de Bruno Sierra pero, por suerte, se postergó, y pudimos coincidir.

¿Cómo describirías a tu personaje?

–Es alguien que quiere imponer algo, pero que está más allá de cualquier represalia; es el que viene a imponer la obediencia debida, un tipo que digita cómo tiene que vivir el otro y qué es lo que tiene que hacer. La película habla de la mala conciencia que siempre depende de una elección, por lo menos hasta que esa mala conciencia se manifiesta y se pierde todo el sentido de equipo y todo valor. Ya entonces la persona en cuestión va a ser la misma con o sin éxito, siendo el número uno de la empresa o no, y sin saber que lo es circunstancialmente para pronto ir a parar al papelero.

¿No hay posibilidad de redimirse ante una caída?

–Si esa persona no se anima a aceptar el castigo, se pierde la posibilidad. Si para subir y subir, el tipo cagó a éste, y a éste, y arruinó a un tercero, llega un momento que tiene que seguir así, no meter la moral en el medio. Ahí tenés gran parte de la humanidad, ahí tenés los últimos cincuenta años de nuestro país.

BUENOS AIRES ME MATA

Luego de juicios, protestas y mucha mala sangre, un día llegó la gota que rebalsó el vaso: amenazaron de muerte a su hija María Luz, que por entonces tenía dos años, y entonces Solá decidió emigrar a España para empezar de cero. Era julio de 1999. Siguiendo el itinerario de sus entrevistas, lo que en los primeros años constituía una intensa nostalgia se fue transformando en una profunda bronca que él mismo plasmó en una frase lúcida, estremecedora: “Siento nostalgia de Buenos Aires cuando estoy en Buenos Aires”.

¿Qué es lo que extrañás cada vez que volvés?

–Tengo un recuerdo de otra Argentina, me crié pensando que el trabajo y el estudio elevaban a la persona y a la sociedad, y que la libertad es una herramienta para vivir y hacer vivir mejor al que está al lado tuyo. Paseate por Buenos Aires y te vas a dar cuenta: mirá la planta baja que es donde se convive, esto es Kosovo, si levantás la cabeza te torcés el tobillo, te hacés mierda el pie y eso te impide mirar lo que fue el sueño de esta ciudad. Han logrado una sociedad desequilibrada. Cuando no tenía ni doscientos cincuenta años de vida, éste era un país que daba de comer a media humanidad, viniera de donde viniera. Todo ese espíritu es el que extraño cada vez que vengo.

¿No creés que hubo más de una mejora en los últimos años?

–Puede ser porque en los últimos diez años no viví lo cotidiano; pero hablo de la esencia de una tierra. ¿Vos creés que con un territorio como el nuestro los japoneses no serían dueños del mundo? La pregunta es qué es lo que hace que nosotros estemos paralizados. Este es un país aterrorizado, lo ves en las caras.

¿Aterrorizado por qué?

–No sé, tal vez de verse a sí mismo. Antes había un sistema educativo, un sistema de seguridad social. No soy un filósofo para explicar lo que pasa, pero lo que pasa está mal y lo sé hace muchos años y me fui por eso: es absurdo que desaparezcan treinta mil personas y que todo siga igual; y además de los militares que fueron herramientas, hablo también de los civiluchos que generaron todo eso y nunca pagaron: están todos libres, los que no se murieron, están todos libres. Es absurdo también que un grupo afectado trate de movilizarse y cuando se movilizan se los tiña de violentos y los ensucien. En este país tenemos de todo, pero nos falta vocación de querernos.

¿Y cómo ves la situación en España?

–Llegué a España grande, con la obligación de subsistir y nada más. Yo no voy a generar mi vida, voy a tratar de que mi vida no sea peor de lo que fue. Me cambié de país en un momento en que no era aconsejable cambiarse de departamento, pero lo logré. Y comprendí que el ser humano no es un árbol que crece donde lo plantan, se traslada.

¿Por qué no llegan a la Argentina los trabajos (películas, premios) que hiciste en España?

–Es que el empresariado de este país no me quiere nada: soy un buen actor que piensa y encima piensa mal de los otros.

VOLVER, ¿VOLVER?

En esa queja con causa que expresa Solá acerca de la escasa atención que su trabajo en España despierta en nuestro país, hay una excepción que no confirma la regla sino que parece ser el puntapié inicial para revertirla: Bruno Sierra, el rostro de la ley, el duro policial que exploraba los mecanismos que se ponen en práctica a la hora de enfrentar una desaparición y los dramas ocultos que va causando en la propia familia. Esta miniserie sorprendió y brilló hasta hace poco en Canal 7, marcando el regreso de Solá a la televisión argentina luego de catorce años (lo último que había hecho, Leandro Leiva, un soñador). Claro que, otra vez, se trata del regreso del que no vuelve: la serie se hizo y se pasó primero en España. “Tristán Bauer hizo un gran trabajo con el canal Encuentro, y quiere hacer buenamente algo bueno del canal estatal, ojalá que lo logre. Pero que no espere que lo quieran mucho si logra hacer algo bueno; el rating canibaliza y la única manera de que no haya canibalismo es romperles los dientes a los caníbales”, resume Solá, entre contento y enojado.

¿Te costó ponerte en la piel de un policía?

–Yo creo en los seres humanos, y creo que hablar solamente mierdas de determinadas personas es un error enorme porque lo que hay que hacer es rescatar la esencia de por qué eligieron un camino. Para hacer este trabajo me sirvió mucho mi experiencia de Bajo bandera: ése era un tipo legal, que se atenía a la ley y tenía que actuar contra los suyos, eludiendo el corporativismo. La Guardia Civil era un órgano represivo, sí, pero no te das una idea de cómo cambió. La policía o el ejército, esas estructuras cerradas y verticales, no pueden descubrir su función real si la sociedad también es vertical y cerrada.

INTIMO & INTERACTIVO

Según esos archivos prejuiciosos (que dicen que Solá es un tipo huraño, serio y, sobre todo, quejoso), si resulta bastante riesgoso y problemático hacerlo hablar a este actor tan reflexivo acerca de temas generales y ajenos a su vida privada, hacerlo hablar de su intimidad significaría casi un imposible. Sin embargo, Solá no sólo no se enoja con ninguna pregunta sino que incluso no hay pregunta que deje sin contestar. Incluso aquella relacionada con un terrible accidente que tuvo en el año 2006 en una playa de España, debido a un fenómeno natural que tiene hasta nombre propio: “marea del pino”. “Sí, son dos olas en picada de mierda que se forman con un intervalo de dos minutos cuando el mar está normal. De repente me encontré con una ola de cuatro metros que no me dio tiempo a reaccionar, me pegó en el cuello y estuve un minuto y medio ahogándome; de milagro no me rompí los pulmones. Yo creo que es porque no me desesperé. Me salvó el conserje del hotel: la segunda ola la aguantó él en la espalda, por eso me pudieron sacar”, se explaya Solá, casi totalmente recuperado, aunque ese accidente lo haya obligado a abandonar uno de los trabajos más exitosos y felices que realizó en su vida: la obra teatral El diario de Adán y Eva, que, además, hacía junto a su mujer Blanca Oteyza. “Sí, la verdad que es el personaje que más me gustó hacer. La obra creció de manera increíble: cuatro años, más de 2700 funciones. Yo pensaba jubilarme con ese trabajo, mirá hasta qué punto me encantaba, pero después del accidente ya no lo pude hacer físicamente como quería, así que buscamos con Blanca una obra con la que me animara a subir al escenario. Así surgió la idea de la nueva obra, Para volver a verla, que parece estar tomando el mismo camino.”

A propósito, ¿cómo se conocieron con Blanca Oteyza?

–Trabajando en el ciclo Luces y sombras. Me enamoré enseguida, pero recién pasó algo tres años después, porque yo estaba terminando una relación de muchísimos años que fue muy bonita. Pero nunca había sentido algo tan total, a partir de ahí no nos separamos, llevamos catorce años juntos.

Tu familia es española y está históricamente ligada a la tradición actoral. ¿Considerás que en tu carrera hubo algo de predestinación?

–Sí, creo que hay cosas que están en la sangre. Pero a veces eso no te garantiza nada. Te da el trampolín, digamos, después lo que hagas en el salto es cosa tuya. Tampoco tuve tanta oportunidad de que me transmitieran experiencias porque tuve la desgracia de sufrir muchas muertes seguidas en mi familia cuando yo era chico: vivíamos en una casa muy grande y vi morir a mi madre, tíos y primas. Creo que, además del dolor, eso me generó el miedo a ver si yo podía sobrevivir a determinada edad. Mi madre murió a los 54 años de cáncer y hasta esa edad yo viví con el miedo de que me pasara lo mismo.

¿El actor necesariamente debe ser una persona culta y pensante?

–La diferencia y la falencia de los actores con respecto a los pensadores es que nosotros enhebramos, por lo general, de lo conocido y cuando raramente damos con algo desconocido necesitamos elaborarlo durante mucho tiempo e incluso llevarlo al cuerpo. Pero sólo se pueden comparar las intenciones: hay actores que lucran, actores que sólo quieren enriquecer su ego. Claro que es más bonito ver actores que incluyen una visión de las artes y de la vida. Creo que la función de cualquier trabajo debería ser hacer vibrar a los demás y eso puede llegar a repercutir en la sociedad; el día en que no crea en eso, dejo de trabajar. Bueno, no voy a poder porque tengo que mantener a mi familia...

¿Cuál es su mayor orgullo?

–Mi orgullo como profesional es saber que aun en las cosas que después no me gustaron puse lo mejor de mí. Tengo muchos orgullos en la vida y no le debo ni le pido nada a nadie, he ayudado todo lo que he podido, he metido la pata como todos desde la buena fe o desde la cobardía de no animarme a cosas, pero no pisé ni jodí a nadie.

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Imagen: Nora Lezano
 
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