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Domingo, 1 de noviembre de 2009

EL DEBUT SOLISTA DE SANTULLO, EX EL PEYOTE ASESINO

El payador electrónico

Nació en Montevideo, pero de chico vivió en México, y ahora tiene su hogar en las afueras de Barcelona. Antes de partir para Europa, Santullo formó parte del grupo de rap El Peyote Asesino. Ahora que aquella banda se reúne para unos shows en Uruguay, Santullo cruza el charco para presentar un trabajo solista en colaboración con el Bajofondo de Santaolalla, donde se convierte en el más rioplatense de los rappers.

 Por Martín Pérez

Cuando fue rapper, Fernando Santullo se bautizó L-Mental. Con ese nombre se puso al frente de El Peyote Asesino, aquella desafiante opción uruguaya de la factoría Santaolalla hacia mediados de la década pasada, cuando todo el continente parecía rockear con las más polémicas opciones producidas por el ex Arco Iris, desde Molotov hasta Bersuit Vergarabat. El hip hop de los Peyotes era duro, casi tirando a heavy, pero Santullo señala que tenía una gran dosis de ironía, que no siempre era advertida. “Esas letras al estilo ‘te voy a pegar un tiro’, era todo joda –explica–. Si éramos unos manteca. No le podíamos pegar un tiro a nadie. Fijate el nombre que me elegí, cuando todos los rapper cancherean con sus apodos. L-Mental, estaba clarísimo. ¡Era un gil!”, se ríe ahora Fernando, que una década más tarde sigue rappeando, pero presentado por Bajofondo. Santaolalla otra vez, claro. Pero también Juan Campodónico, su ex compañero en aquel Peyote que implosionó antes de poder recoger los frutos de una influencia que ahora, una década más tarde, todos parecen reconocerle. Pero mientras el Peyote se reforma del otro lado de Río de la Plata para algunos shows de autohomenaje –y de descanse en paz, por qué no–, Santullo acaba de cruzar el charco para presentar aquí su nuevo proyecto, en donde aquel talento para releer al rap y el hip hop californiano –en el preciso momento en que estaba sucediendo– hoy se reinventa bajo la forma de payador rítmico y urbano, lo más lejos posible del reggaetón que anuncia playa y verano eterno. Santullo se planta y canta desde la ciudad, y también le escapa al bandoneón. Hay discos que se definen por lo que no son, y el fascinante debut de Santullo es uno de ellos. Su recitado está lejos del hip hop y sus ritmos antes que nada tienen invierno. Y Río de la Plata, claro. “Algo que viene más que nada por el lenguaje, porque no hay ninguna imagen ancle las canciones geográficamente”, aclara Santullo, que desde hace casi una década vive en Barcelona, pero que –con su disco terminado– está de regreso. Al menos por un rato.

Rap del exilio

Criado en las afueras de Montevideo y lejos de la costa, en un lugar llamado Puntas de Manga, y rápidamente exiliado a México siguiendo a sus padres, Fernando Santullo acepta con una sonrisa ser uruguayo, pero acusa cierta distancia sobre esa uruguayidad. Que tal vez sea, más exactamente, la distancia que separa Montevideo de Castelldefels, el suburbio barcelonés en el que actualmente habita. “Crecí entre la cultura uruguaya y mexicana, entre Zitarrosa y Los Olimareños, y cantantes como José José”, cuenta risueño, rememorando viejas épocas formativas. Pero si algo lo marcó musicalmente fue cuando, a mediados de los ‘80, volvió a Montevideo y lo recibió la mejor música de la época: Jaime Roos sacando Mediocampo, Eduardo Darnauchans con Nieblas y Neblinas, Galemire con Segundos Afuera y Fernando Cabrera con el Viento en la cara. Discos en los que resonaba todo el rock anglosajón que había descubierto en México y que lo fascinaba, desde el Beatles que anidaba en Jaime hasta el Dylan en Darno. Y que al mismo tiempo sintió como propia. “De hecho, para este disco el ejercicio de memoria que hice fue el de recordar qué cosas me impactaron cuando volví a Uruguay, con qué música me fui quedando. Trate de sacarla del recuerdo y meterla en estas canciones”, dice Santullo, que confiesa que apenas volvió a Montevideo se puso a estudiar Ciencias Económicas, y no duró ni un semestre. Después fue Analista de Sistemas, y duró menos. El refugio fue la Sociología, y un trabajo de librero, que lo terminó depositando en el periodismo, el oficio con el que se ganó la vida, primero en Montevideo y luego en Barcelona, hasta hace apenas un año. “Cuando decidí dedicarme sólo a la música, me quedó tanto tiempo libre que me puse a componer. Ya tengo más de una decena de canciones que aún no se qué destino tienen”, confiesa Santullo, que exactamente así retomó el camino que del Peyote lo llevó a Bajofondo. Con un puñado de canciones que no parecían tener un destino fijo.

Termo, mate y computadora

Aunque el cruce de egos entre Santullo y Campodónico fue lo que separó al Peyote, se volvieron a juntar cuando –más grandes y sin tener que defender el proyecto de su vida– el segundo le mostró al primero lo que estaba haciendo con Bajofondo. “Apenas lo escuché le dije algo que creo que lo ofendió”, se ríe ahora Santullo. “Le dije que para mí le faltaba una pata, que era la del narrador, el tipo que te cuenta una historia, algo que es clave en el tango. Y ahí empezamos a pelotear”, recuerda Fernando, que venía trabajando algunas canciones con Sebastián Peralta, tecladista de Kano, el grupo que arrancó después de la separación del Peyote. “La idea era componer con un formato pequeño y accesible: sentados los dos con un termo, el mate y la computadora –recuerda–. Así fueron apareciendo las canciones, y no todas tenían ese payador electrónico. Pero muy pronto fueron yendo hacia ese lugar.” Por entonces Santullo estaba escuchando un grupo británico como The Streets, y también prestándole atención a los rappers españoles, que no disfrazaban su acento. Y se fue soltando, rioplaterizándose, por así decirlo. Cuando para el segundo disco de Bajofondo –donde metió algunas canciones, como “El mareo”, que canta Cerati– el tango electrónico dejó de ser tan relevante, cuenta, la idea de hacer algo como Bajofondo presenta Santullo empezó a redondearse. El resultado es un disco que es más Santullo que Bajofondo, y más rioplatense –o directamente montevideano– que cualquier otra cosa. Por más de que, como afirma Fernando, no haya ni una sola imagen en el disco que lo ancle geográficamente. “Hay un tema que habla de un viaje en tren, y apenas si se menciona el T 10, que es un boleto que hay en el transporte público de Barcelona. De hecho, lo que cuenta ese tema es el viaje en tren entre Castelldefels y Barcelona. Pero terminan siendo sólo imágenes, de ningún lugar concreto”, dice el ex L-Mental; entre el seleccionado de músicos uruguayos que es su disco, se destaca Fernando Cabrera (“Es mi referente de la música uruguaya, porque cuando dice algo sobre un barrio, un amigo o una mujer, define mejor que yo lo que quisiera decir en la misma situación”) cantando el tema “No juego más”, el guiño más montevideano de un disco con el que Santullo regresará a Barcelona dispuesto a presentarlo en vivo cuando se edite por allá. Además de subirse al Bajofondo –como lo viene haciendo– cuando el concierto lo amerite. Y seguir siendo bien de Montevideo, aunque el mundo sea todo suyo. Y ajeno, claro está.

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