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Domingo, 6 de diciembre de 2009

TELEVISIóN > RICARDO FORT Y ZULMA LOBATO: LOS BORDES DE LOS EXTREMOS

Las dos caras de la moneda

Una empezó muy de abajo y ahora consiguió cobrar por las presentaciones, las imitaciones y las burlas. El otro pagó fortunas para su autopromoción y consiguió aparecer en los cuatro canales al mismo tiempo. Ella dice ser una segunda Eva Perón. El, un talento único que el mundo todavía no descubrió. Los dos ocupan el podio de los mediáticos del año y quizá de la década. ¿Por qué ellos y no otros, como Guido Süller, Mitch, Jacobo Winograd o el Hombre del Chip? ¿En qué se parecen? ¿Qué dicen de la televisión y del país que los engendró?

 Por Soledad Barruti

Por qué no el “Gorila escritor” o el cartonero barítono. La Momia que ya no puede luchar en el ring y armó grupo musical también podría haber sido. Y ni hablar de los personajes montados especialmente por managers que, se supone, conocen la fórmula de la fama al dedillo. Por qué no le tocó a Guido Süller, que presenta al novio como el hijo para darle “la chechona” en cámara, o a Jacobo Winograd y sus sudorosas declaraciones, o a Mitch con ese currículum que destaca título de psicólogo de la UBA, de astrólogo, más actor, más cantante, más amante fugaz de Ricky Martin. Ellos –todos ellos y más– tienen cada tanto sus jornadas de fama; pero este año a ninguno terminó de tocarlo la varita. Porque el podio del mediático (ese que ya se mide tanto en horas cámara como en posts en el cyberespacio) lo están peleando cabeza a cabeza Ricardo Fort y Zulma Lobato, dos figuras tan contrapuestas como los márgenes de nuestra sociedad.

El es el excéntrico benjamín de la familia dueña de la fábrica de chocolates Felfort, un tipo tan irritante como Johnny Bravo, que puede estar en cuatro canales a la vez en casi cualquier momento de la franja horaria. Asegura que siempre, siempre quiso ser famoso. Dicen que tuvo de profesor de canto a Palito Ortega y que se le hubiera dado mucho antes, de no haber sido porque la discográfica que lo tenía con contrato lo cajoneó para lanzar a Ricky Martin; y porque su padre nunca apostó por él. Su primera oportunidad en los medios fue un triste play back en un viejo programa de Carmen Barbieri. Un tiempo después –a comienzos de este año– Chiche Gelblung lo redescubrió preguntándole “todo lo que usted quiere saber sobre un millonario en serio”. Y él, sin empacho, soltó todo. Y parece que al público le gustó, que “compró el personaje”; porque desde entonces Fort hace alarde de cómo gasta más de medio millón por mes. Dice y dicen que tiene una American Express Negra como la de Bill Gates y que nunca se viste por menos de diez mil dólares; que tiene dos Rolls Roys que “ni Madonna”; que alquiló un vientre para hacerse de dos mellizos a los que cuidan tres niñeras; que se sometió a 27 cirugías estéticas, incluidos implantes en los talones para sumar centímetros; y que en la fábrica de la familia casi no asoma la nariz, porque su vocación siempre fue ser artista. Y así, contando lo mismo, estuvo meses.

Pero su gran salto lo dio hace poco, cuando quedó como integrante estable del certamen El musical de tus sueños en un dudoso voto telefónico (dicen las malas lenguas que compró el call center para asegurarse los llamados que lo dejarían adentro). Como sea, hoy hace los picos más altos de la noche y un agradecido Tinelli –el mayor fabricante de famosos del país–- lo presenta como “mi amigo el multimillonario Fort”. Tiene reality propio en la madrugada de Canal 13, donde muestra cómo viaja por los hoteles más lujosos del mundo con un grupo de modelos pasados de hormonas y cinco patovicas que ofician de custodios, a los que maltrata cada vez que puede; y las vedettes del momento se pelean por meterse en su cama (desde Graciela Alfano hasta las ignotas ex secretarias de Sofovich). Sus planes son siempre ambiciosos. Antes de que lo tuvieran o no en cuenta para hacer temporada en Mar del Plata, invirtió sus millones, armó su compañía y empezó las tratativas para comprarse sus teatros, en la ciudad y en la costa, para que no le “rompan las pelotas”.

Ella, Zulma Lobato, apareció a principios de este año en la pantalla de Crónica Tv cuando fue atacada por policías y no encontraba un abogado que estuviera dispuesto a defenderla. Se supo que vivía en un garaje sin baño en Villa Ballester y que mendigaba entre sus vecinos cuando no le alcanzaba ni para comer. Sin maquillaje ni peluca, con sus siliconas de seis mil pesos hipotecadas, no perdió la oportunidad y habló de sus sueños truncados como actriz y cantante. Quiero ser vedette, dijo y, antes de tener alguien que compusiera sus propios temas, entonó “Resistiré” cada vez que pudo. La imagen provocaba esa risa cercana a la vergüenza que provocan los locos. Pero ella hizo oídos sordos. Rían, Sancho, tal vez se dijo –vaya uno a estar en su cabeza–, lo cierto es que mientras se le burlaban, Zulma siguió y siguió y grabó un disco y no dejó de hacer presentaciones públicas y privadas donde cantó y bailó como pudo o como se le dio la gana. Hasta que con peluca nueva y maquillaje y tapados regalados por las fans, cargando sus caniches en la cartera, se mudó del conurbano más marginal “con todo nuevo, como una reina” a la Capital. “Tenerme a mí es un negocio”, dijo un día y, asesorada finalmente por un letrado, empezó a derribar uno a uno a los que se pasaban de rosca con la gastada, mandándoles carísimas cartas documento (a Chiche, que mostró su vida “secreta”; a un vivo que hizo una canción contando su historia; y a sus depiladores, que le vendieron sus fotos semidesnuda a Los Profesionales de Siempre). Desacreditó su supuesta amistad con su primera entrevistadora y madrina de los medios, Anabela Ascar, echándole en cara que es ella quien le debe su fama y no al revés; y se cortó sola. El verano también la espera con show en La Feliz. No tan pretencioso como el de Fort, claro, pero que también dice tener lo suyo.

El, entonces, un auténtico exponente menemista del niño rico con tristeza, se emociona en cámara cuando lo eligen, cuando lo aplauden, cuando lo miran simplemente. Se siente querido como no se ha sentido nunca y lo cuenta y sí que da pena cuando se lo ve. Ella defiende con uñas y dientes su presente de dignidad –hasta le exigió plata a Tinelli a cambio de imitarla–, hace alarde de sus vestidos nuevos y sus remises y spas de canje, y de cómo duplica en ingresos a los de cualquier trabajador; lo repite orgullosa como una Cenicienta contemporánea por la que uno pediría al cielo para que el inevitable reloj se demore un poco más antes de marcarle las doce.

Ellos no se parecen a Guido Süller, ni a su novio, ni al Hombre del Chip. Ellos no se ríen de quienes son. No podrían jamás actuar más que de sí mismos. Son tan genuinos como trágicos, y es esa tragedia lo que los vuelve hipnóticos.

Y alguien tenía que cruzarlos. Ver qué hacen las criaturas ya crecidas cuando se ven a la cara. ¿Se reconocerían en algo? Porque mientras Fort invertía para seguir ascendiendo, alentado por esas voces que dice oír a cada paso que da (“A la gente le encanta mi estilo de vida. Me dicen: seguí así, seguí gastando”), Zulma aseguraba que ella ya había llegado al corazón de millones de argentinos dando nada más y nada menos que su autenticidad y “gran corazón”; y, finalmente, los dos se iban a encontrar en Mar del Plata.

Pero sucedió antes, hace pocos días: la microdosis de algo que puede extenderse o no pero que bien valió la pena. Ahí estaban ellos en cámara, una vez más, sin querer, dándole al público eso que no sabe que espera pero que cuando tiene disfruta. “No me comparen con Zulma porque hay una pequeña diferencia –pidió hace una semana Ricardo Fort–. Yo no creo que la gente admire a Zulma, se ríen de lástima. Nadie puede admirar a una persona como Zulma.” Zulma no tardó en responder a los que no tardaron en preguntarle: “No sé quién se cree ese estúpido –disparó–. Un tipo con cero talento que para hacerse publicidad tiene que pagarla. En cambio, yo no tengo que pagar. A mí el público me eligió por lo que soy. Y gracias a Dios soy una segunda Eva Perón porque llego al corazón de todos los argentinos”. A lo que le retrucaron: “Si vos sos Eva Perón, Ricardo Fort, ¿quién es?”. “Nada. Ricardo Fort es un sorete”, dijo ella.

¿Será que el público no se dio cuenta y los vio por separado pero los eligió juntos? Los extremos más extremos de cara a los espectadores mostrando nuevamente por qué son ellos y no cualquier otro: porque para estar en el podio del mediático no alcanza con ser bizarro, sino que también hay que anticiparse y superar vertiginosamente el límite que la realidad ya desbordó hace rato. O representar sin saber a los monstruos más ocultos del imaginario, esos que nadie se animaría ni siquiera a pronunciar; y quedarse el tiempo que sea necesario para que el minuto a minuto siga su curso, y todos podamos ver qué pasa.

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