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Domingo, 6 de diciembre de 2009

PERSONAJES > LETICIA BRéDICE, NINGUNA IMPOSTORA

La figurita difícil

 Por Juan Pablo Bertazza

Actriz, el discutido disco de Leticia Brédice, arranca con un extraño tema llamado “La videncia”: “Tenés que tener cuidado, Leticia. Si cantás, no vas a poder volver a ser actriz, porque nadie te va a creer”.

Hay muchos que estamos enamorados de ella y otros que no le prestan la suficiente atención. Pero todos le creemos. Tal vez porque es una mujer repleta de opuestos: su fotogenia imbatible ante la cámara, por un lado, y sus cicatrices de descontrol –ojeras, delgadez, mirada extraviada–, por el otro; su costado de actriz en serio, por un lado –empezó estudiando cuatro años en la escuela de teatro de Norman Briski– y su aura pop con aire de estrella de rock –fue tapa de Playboy, de Rolling Stone y escandalizó a todos metiéndose un dedo donde no correspondía durante una entrega de premios de MTV–, por el otro.

Nació en Villa Urquiza, hija de laburantes, y llegó a conocer el exceso, el glamour, la banalidad y todo eso para entender, en serio, que el lujo es vulgaridad pero, al mismo tiempo, la vulgaridad no es ningún lujo. Una mujer libre, cuya experiencia de maternidad la volvió también responsable y más sensata pero no por eso aburrida: ya hizo varios cortometrajes sobre violencia infantil que difundió en refugios de mujeres maltratadas y recibieron una mención en el Festival de Cine de Derechos Humanos en Barcelona, hizo una campaña de concientización sobre el aborto, estrenó su propia obra de teatro, La cola del avión, y está por sacar su segundo disco, BB Latinoamericana, con niños y mujeres primero.

Leticia Brédice es, sobre todo, una buena actriz que, cuando tropieza, es salvada por su indiscutible sensualidad. Su belleza es alucinante, desquiciada y empieza donde debería empezar toda belleza, por el nombre propio: Leticia Brédice –grave primero, esdrújula después– lleva un

látigo en su documento. Pero, a su vez, lo que termina de darle status de hermosa es que es una actriz en serio.

Claro que no todos la conocen por sus grandes actuaciones, sino por sus intervenciones. Pocos saben que a los diecisiete años ingresó, vía casting, al elenco de Años rebeldes, una coproducción ítalo-argentina que se estrenó en nuestro país en 1996 y le valió el Cóndor de Plata. Pocos recuerdan sus excelentes papeles en teatro –Marta Stutz, Seis personajes en busca de un autor, Panorama desde el puente–, y aquella puesta de Closer años antes de la película junto a Sbaraglia, Marrale y Susú Pecoraro.

Su fama está cimentada, en cambio, en dos grandes apariciones que tuvo en cine, en las cuales tal vez mostró todo pero no se mostró del todo: una fue en Cenizas del paraíso (1997). El personaje de Ana Muro, es tiempo de decirlo, eclipsó y superó con creces aquella célebre escena de Cecilia Dopazo marcándosele todo en la lluvia de Tango Feroz que había calentado a una generación. Lo que venía era algo más fuerte, más fuerte que el mismo amor: las escenas de la Brédice curtiéndose a medio elenco de Cenizas del paraíso. Tremendamente impactado, Piñeyro la reclutó también en Plata quemada (2000) y Kamchatka (2002). La otra pequeña gran aparición tuvo lugar en Nueve reinas (2000), en un secundario papel como hermana de Marcos. Los pocos minutos que aparecía en pantalla con ese hipnótico y sonriente andar no sólo la catapultaron a la fama sino que contribuyeron a la distracción que la película buscaba generar con su final sorpresa. En cambio, cuando mostró sus mayores dotes de actriz en ¿Sabés nadar? (1997) y Cómplices (1998), ambas producciones independientes, no le prestaron demasiada atención.

Es en televisión donde Leticia Brédice logró reunir mejor sus encantos histriónicos con su trabajo de actriz seria que sabe elegir muy bien sus papeles: actuaciones frescas y sólidas –como la bipolar de Locas de amor enamorada de su terapeuta– más intervenciones esporádicas y bellas como un relámpago en unitarios –Sin Condena; Los Especiales de Alejandro Doria; Tiempofinal o Mujeres asesinas, donde brilló en la piel de Perla, la mujer que rellenaba empanadas con carne de marido–. Ahora, otra vez en la tele, Leticia Brédice tal vez esté haciendo algo más que su mejor papel: el papel que explica toda su carrera, toda su belleza y su complejidad. Impostores (martes a las 23, por FX) –serie que arrancó hace un par de semanas, escrita y dirigida por Bruno Stagnaro, a partir de una idea original de Bielinsky, y que traduce a la pantalla chica en trece episodios independientes la idea de Nueve reinas– parece estar a su servicio. Calidad visual de nivel cinematográfico, trama glamorosa, versátil y algo delirante como lo es ella misma, y un elenco altísimo encabezado por Leonardo Sbaraglia y Federico Luppi. Ya el primer capítulo –titulado sugestivamente “La figurita difícil”, porque el jefe de la organización de estafadores la engaña para ponerla a prueba y reclutarla– dio señales de que la gran protagonista de la serie es su personaje de Vicky. Acaso porque Vicky es muy parecida a ella: bella, seductora, mentirosa pero a la vez leal; poderosa y avasallante pero a la vez frágil y vulnerable. Una mujer que, a pesar de los disfraces necesarios para encarar cada estafa, sigue siendo ella misma; una estafadora creíble. En esa gran estafa tendida por la Leticia Brédice de la realidad cayeron, platónicamente o no, hombres tan heterogéneos como Germán Palacios, Pablo Bossi –dueño de la productora Patagonik Group–, Alan Faena, Charly García y Francis Ford Coppola, que la reclutó para su argentinizada película Tetro (2009).

En Corazón iluminado –una extraña película de Héctor Babenco– el lunático personaje de Ana (que tranquilamente podría haberlo interpretado ella) confiesa que “los hombres se enamoran de las locas y se casan con las otras”. Leticia Brédice es la loca y la otra al mismo tiempo.

Impostores

martes a las 23 por canal FX.

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