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Domingo, 20 de diciembre de 2009

DVD > 1970: LA CéLEBRE PRESENTACIóN DE LEONARD COHEN EN LA ISLA DE WIGHT

Una voz en la oscuridad

600 mil personas iracundas y cebadas en una isla. Cinco días de música continuada. Artistas echados a abucheos y botellazos. Fuego en el escenario. Y la ímproba fortuna de tocar después de Hendrix. El 31 de agosto de 1970 a las 2 de la mañana, Leonard Cohen subió al escenario de la Isla de Wight e hipnotizó a la multitud con un susurro. Esa noche mítica, finalmente se edita en cd y dvd.

 Por Sylvie Simmons

Una sábana de jóvenes de pelo largo –600 mil, seis veces más que la población de la isla– se desplegaba sobre Afton Down y trepaba la colina bautizada Desolation Row en honor a la canción de Bob Dylan. La isla de Wight, a cuatro millas al sur de la costa inglesa, es un lugar plácido rodeado de yates y poblado por oficiales de la Marina retirados, pero durante los últimos cuatro días se estaba celebrando el tercer festival de música en la isla. Leonard Cohen sería el penúltimo acto, tocando después de Jimi Hendrix y Joan Baez y antes de Richie Havens. Era el 31 de agosto, el quinto y último día.

El mayor evento del rock inglés había comenzado como un modesto recital a beneficio del club de natación local en 1968, pero en el segundo año llegaron 150 mil personas a escuchar a una lista de músicos de lujo, que incluía a Bob Dylan tocando por primera vez desde su accidente de moto. Los organizadores prometieron superar ese evento en 1970. Y así fue: Los Who, Miles Davis, Los Doors, Donovan, Tiny Tim... y Leonard Cohen, cuya estrella estaba en ascenso y cuyo disco Songs From A Room ocupaba el 2º puesto de los charts.

Cohen aceptaría si Bob Johnston –productor de Dylan, Simon & Garfunkel, Johnny Cash, y de su disco– aceptaba ser su manager, su tecladista y encontrarle una banda. Johnston aceptó. Y partieron a Europa con algunos de los mejores sesionistas americanos. La banda no tenía nombre cuando arrancaron, pero al llegar a la isla ya se llamaba El Ejército, en honor a las batallas sostenidas durante la gira. En Alemania, un espectador había llegado a apuntar a Cohen con un arma. Y así llegaba.

La tensión en Afton Down crecía. Los organizadores esperaban 150 mil personas, quizás 200 mil. En cambio, llegaron 600 mil, muchas de los cuales aclararon que no tenían ninguna intención de pagar la entrada. Muchos acamparon en Desolation Row, pero los más militantes querían llegar hasta el escenario. No era que las entradas fueran caras: 3 libras, 7,20 dólares por cinco días de música. Murray Lerner, el documentalista norteamericano ganador de un Oscar por Festival, su trabajo sobre el Festival Folk de Newport, y contratado para registrar éste, dijo: “Eran chicos de clase media, pero había un conflicto entre lo comercial y el idealismo en la música. Los organizadores montaron vallas (‘campos de concentración psicodélicos’, era la frase) pero nada podía detenerlos”.

Incluso cuando los organizadores lo declararon un festival gratuito para evitar problemas, la tensión continuó en algunos sectores y hasta llegó al escenario. Mientras tocaba el grupo folk británico Pentangle, alguien subió, tomó el micrófono y largó una arenga política. A Kris Kristofferson le arrojaron botellas y lo echaron a fuerza de abucheos.

“Fue surrealista”, recuerda Kristofferson. “Creo que parte del problema es que no alcanzaban a oír. Los que estaban lejos empujaban, los que estaban cerca eran empujados. Nadie oía y abuchearon a todos. Salvo a Cohen.”

Con el correr del día, la situación se deterioró. Joan Baez, una veterana del movimiento de protesta, se ofreció a subir antes que Hendrix. “Mi música era más difícil de desafiar”, recuerda en el dvd. Pero como muestra Lerner, el público no duda en prender literalmente fuego a todo. Incluido, durante el show de Hendrix, el escenario.

Mientras las llamas bailaban sobre el escenario, Hendrix tocaba. Cohen y Bob Johnston miraban desde un costado. “Lo único que preocupaba a Leonard –recuerda Johnston– es que no había un piano o un órgano. Alguien lo había prendido fuego, así que yo no iba a poder tocar con él. Entonces me dijo: ‘Voy a estar por acá, durmiendo una siesta. Avisame cuando tengamos un piano o un órgano’.”

Y lo encontraron. Y alguien fue a despertar a Cohen. Kris Kristofferson, que se había quedado en la isla para ver a Cohen, recuerda verlo saliendo del trailer en pijama, sin ningún apuro.

Eran más de las 2 de la mañana cuando Cohen subió al escenario. El se había cambiado, pero el clima no. Sólo el cansancio atenuaba la agresividad. “Esa gente ahí afuera no dormía hacía días, habían aguantado la lluvia, habían echado músicos del escenario y se lo habían prendido fuego a Hendrix...”, dice Johnston. “Y entonces salió Leonard y empezó a cantar Like....... a.... bird...., tan despacio que había capturado al público. Nunca había escuchado algo así. Eso salvó el show y el festival.”

Antes de seguir, Cohen se dirigió a los cientos de miles de personas en la oscuridad a los que no podía ver. Les contó, con mucha calma, una historia que sonaba como una parábola y un cuento para chicos, y que era hipnótica y a la vez le tomaba la temperatura a la multitud. Contó cómo su padre lo llevaba al circo de chico. A Leonard no le gustaban demasiado los circos, pero disfrutaba el momento en que un hombre se paraba y le pedía a otros que encendieran un fósforo para ubicarlos en la oscuridad. ‘¿Le puedo pedir a cada uno de ustedes que encienda un fósforo –le preguntó Leonard a la audiencia– así puedo ver dónde están?”

La cámara de Lerner captura los primeros brillos en la oscuridad. No demasiados. Pero a medida que el show avanza, son cada vez más, hasta volverse infinitos al final del concierto. “Gracias a Dios –dice hoy Kristofferson–, porque quién sabe lo que hubieran hecho si no con ese fuego. Pero Leonard los capturó.”

Estas líneas son parte de uno de los textos incluidos en el cuadernillo

de la caja que incluye cd y dvd.

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