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Domingo, 31 de enero de 2010

CINE > TIERRA DE ZOMBIES Y VAMPIROS DE DíA: CóMO TRATA HOLLYWOOD DE RENOVAR A SUS MONSTRUOS CLáSICOS

No te mueras nunca

 Por Alfredo Garcia

Las últimas películas de terror demuestran que directores y guionistas ya no saben bien qué hacer con los monstruos. La crisis del cine de vampiros es un perfecto ejemplo de este problema: es lógico pensar que un género que viene filmándose hace un siglo se pueda agotar, pero el año pasado vimos una película como la segunda parte de la saga de Crepúsculo, donde los vampiros casi no usaban sus colmillos, sumando a este desperdicio de sangre tibia la aparición de unos hombres lobos que en vez de aullarle a la luna llena listos para perder toda inhibición se portaban como señoritos todo el film. Entre la falta de ideas típicamente hollywoodense, y la aparición de ideas indignas como ésta, resulta difícil encontrar auténticos renovadores del género.

Sin embargo actualmente hay en cartel dos títulos que intentan renovar el cine de terror, aunque esto signifique hacer que los vampiros beban su sangre diluida en el café. Uno de los films es Daybreakers, Vampiros de día (de los hermanos Michael y Peter Spierig), una curiosa distopía que vuelve a la idea de un mundo habitado por vampiros y sin humanos, la misma de la obra maestra de Richard Matheson Soy leyenda, el libro que inspiró el superclásico de zombies Night of the Living Dead, de George Romero (también filmada otras tres veces, una con Vincent Price, otra con Charlton Heston y la última vez, en la penosa versión con Will Smith), solo que en esta ocasión el planeta no es un desastre post apocalíptico, sino una sociedad organizada y bastante civilizada de vampiros, que no por eso son menos crueles. La otra película en cartel que intenta hacer algo nuevo con los mismos monstruos de siempre es Tierra de zombies (Zombieland, de Ruben Fleischer) al punto de incluir una larga serie de reglas para sobrevivir en un mundo infestado de muertos vivientes.

Hablando de reglas, algo positivo de ambos films es que justamente parten de la base de cumplirlas, respetando las bases que señala la tradición de los no muertos, para luego añadir sus invenciones y variantes propias. Esto se nota especialmente en Daybreakers, un curioso caso de producción australiana dirigida por dos hermanos nacidos en Alemania (los Spierig no son precisamente tan famosos como los Coen o los Wachowski, pero al menos esta película los ha puesto en el mapa de la industria del cine) que con su aire ochentista plantea un mundo donde casi no quedan humanos: la población del planeta se ha transformado en chupasangres, seres inmortales que fuman como murciélagos, ya que no le temen a los males del cigarrillo. Incluso pueden andar de día en redes de túneles diseñadas para que salgan a hacer sus actividades sin preocuparse por los rayos del sol, y hasta hay autos diseñados para movilizarse como en una especie de cripta sobre ruedas provista de cámaras de video para poder ver la carretera (gadget que da lugar a una de las más originales secuencias del film, una vertiginosa persecución de autos por el desierto australiano, ¡conducidos por vampiros que no pueden exponerse a la luz del sol!). En ese futuro draculesco, los pocos humanos que quedan son criados como ganado para alimentar con su sangre a la población mundial. El problema es que cada vez hay menos humanos, y por lo tanto, se acaba la comida. Ethan Hawke es un hematólogo contratado por el milllonario Sam Neill para encontrar un sustituto a la sangre humana, y Willem Dafoe es un atípico humano que puede aportar una solución inesperada al problema.

El género de los vampiros tiene una particularidad: como es muy difícil matar a un no muerto, las mejores escenas suelen ser las que describen la muerte del monstruo estelar. En este sentido, Daybreakers hace una variación interesante: los vampiros que se mueren de hambre por la falta de sangre y apelan al canibalismo tomando sangre de sus iguales se van transformando en abominables mutaciones más al estilo del viejo Nosferatu que de sus limpios y civilizados congéneres. Desde el poder totalitario, atrapan a estos mutantes y los arrastran a quemarse en la luz del sol en una muy buena escena desde lo dramático y lo visual (aunque desde o político da lugar a una metáfora un tanto obvia).

En cuanto a Zombieland, lo que se puede ver en la pantalla es una original comedia de zombies que en su prólogo asume como propia y luego supera la tradición del género al explicar varias de las principales reglas de supervivencia en un mundo de muertos vivos que enumera el nerd protagónico interpretado por Jesse Eisenberg (que en varios sentidos repite el papel de su anterior comedia sin zombies, Adventureland). Son muertos vivos hambrientos de carne humana al estilo Romero, pero rápidos como los de Danny Boyle; lo diferente son los pocos humanos que quedan deambulando por ahí, apenas cuatro. La vuelta de tuerca que aplica Ruben Fleischer es explicar las cualidades especiales que convirtieron a sus protagonistas en las únicos cuatro sobrevivientes y luego olvidarse de los muertos vivos para concentrar la trama en las tensas relaciones humanas de esos personajes. La película incluye una manera jamás vista de burlar a los zombies, consistente en maquillarse como muerto vivo y simular ser uno de ellos, fórmula que por lo que se ve aquí, podría funcionar bastante bien. La idea de enfocar los conflictos humanos más que las masacres de muertos vivos es un recurso que sirve para aportar algo nuevo sin romper las reglas del género, que finalmente es lo que el espectador espera encontrar en una película de tal o cual tipo de monstruo.

En este sentido, la película que no debería fallar al dogma de los monstruos de la Universal es la nueva versión del clásico The Wolfman de 1941 con Lon Chaney salvando al estudio al encarnar al lobisón Larry Talbot. Remake con pelos y señales, está dirigida por Joe Johnston y nos trae a Benicio del Toro como el licántropo estelar. Como la nueva The Wolf Man se estrena en la Argentina dentro de apenas un par de semanas, no falta mucho para saber si al menos los estudios Universal, los de Drácula y Frankenstein llegaron al siglo XXI sabiendo qué hacer con su redituable Hombre Lobo.

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