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Domingo, 14 de febrero de 2010

CINE > SE ESTRENA LA FALLIDA DESDE MI CIELO, DE PETER JACKSON

Lejos del paraíso

Para los admiradores de Peter Jackson y los fanáticos de la novela The Lovely Bones, el estreno de Desde mi cielo (título en español de libro y película) es una importante decepción. Fundamentalmente porque cuando se supo que el director de El señor de los anillos iba a hacerse cargo de la adaptación de la novela de Alice Sebold, bello y peculiar relato sobre una chica de 14 años violada y asesinada que ve seguir la vida sin ella desde su cielo personal, se pensó en el éxito seguro: Jackson era considerado el ideal para llevar adelante lo infilmable y ya había triunfado con desafíos similares. Pero algo falló. Y aquí se esbozan algunas pistas para tratar de entender qué salió mal.

 Por Mariano Kairuz

En 1999, la escritora norteamericana Alice Sebold publicó Lucky, un libro autobiográfico en el que narró la violación de la que fue víctima a los 18 años, y cómo lidió con esa traumática experiencia durante los siguientes años. Muy bien recibido por la crítica, el libro pasó inadvertido en su momento. Tres años más tarde, Sebold publicó su primera novela, Desde mi cielo (The Lovely Bones), el relato en primera persona de una chica muerta: Susie Salmon. Violada y asesinada por un vecino a los 14 años, Susie cuenta desde su purgatorio personal cómo se las arreglan sus seres queridos para seguir adelante tras su desaparición. Recibido en general bastante bien en su país, The Lovely Bones fue un best seller inesperado. Inesperado al menos por sus editores, mientras que una importante productora inglesa ya había comprado los derechos para su adaptación al cine cuando la novela recién estaba a medio escribir.

Cuando estuvo lista, y de pronto fue un éxito masivo, se reveló como uno de esos materiales literarios a los que se suele considerar infilmables. Pasaron siete años –y varios productores y al menos otro director a cargo del proyecto, la escocesa Lynne Ramsay, responsable de El viaje de Morvern– hasta que Desde mi cielo llegó a los cines, con Peter Jackson como guionista, productor y director. Protagonizada por Mark Wahlberg y Rachel Weisz (como los padres), Stanley Tucci (como el asesino), Susan Sarandon (como la abuela) y Soirse Ronan (la chica nominada al Oscar el año pasado por Expiación) como Susie, la película pasó por varias postergaciones y funciones piloto fallidas. Calculada para su estreno a mediados del año pasado y luego pospuesta hasta diciembre (plena temporada de caza de Oscar), no funcionó entre el público norteamericano y fue destrozada por la crítica de manera casi unánime.

Mi vida sin mí

La película tuvo que enfrentar enormes expectativas, en parte porque Peter Jackson fue quien pudo, después de más de dos décadas de vueltas en Hollywood, llevar al cine El Señor de los Anillos, a esas alturas la trilogía considerada lo infilmable por antonomasia. En su adaptación de la saga de Tolkien, Jackson demostró ser capaz no sólo de recortar y condensar tres ladrillos de incontables páginas, sino de dotar de emoción a un mundo nuevo en el que se estrellaban el imaginario histórico medieval y un espacio mítico saturado de criaturas fantásticas. Lo más cerca que había estado hasta entonces de salir triunfante de una misión semejante fue con su obra maestra Criaturas celestiales, y su febril encuentro entre lo imaginario y la muy sórdida realidad.

La “infilmabilidad” de Desde mi cielo se hace evidente desde las páginas iniciales del libro, que en la primera frase establece contundentemente su punto de vista narrativo: “Me llamo Salmon, como el pez; de nombre Susie. Tenía catorce años cuando me asesinaron, el 6 de diciembre de 1973”. A partir de ahí, Susie observa y describe desde su cielo el devenir de las vidas de aquellos a los que deja atrás: su familia, un amigo que pudo haber sido su primer novio, una chica rara e interesante a la que llegó a conocer poco antes de morir y, entre otros, a su asesino, el Sr. George Harvey. El primer desafío para cualquier director que quisiera llevar esta historia al cine era poder darle vida al relato de la descomposición familiar y al trance de la hermana de Susie (en quien, también al borde de la adolescencia, todos proyectarían la imagen de su hermana muerta). El seguimiento de estas vidas hechas pedazos convierte la narración en primera persona de su protagonista muerta en una dolorosa historia de iniciación que tiene lugar donde todo termina y empieza a cobrar forma algo de la vida que no fue, una proyección vicaria en las vidas de otros, y la terrible comprobación de que el mundo habrá de seguir andando sin ella; el temor a ser olvidada. Un material dramático denso que requería una enorme sensibilidad y eficacia narrativa para el drama que Jackson hasta ahora sólo había atinado a poner a prueba al filmar los universos adolescentes de Criaturas celestiales.

Otro gran problema que afrontaba Jackson en su adaptación visual era cómo mostrar ese cielo desde el cual Susie narra su historia. En realidad, se trata de un desafío común a casi toda adaptación: lo que en la letra impresa se presta muchas veces a una saludable ambigüedad, lo que puede ser un espacio elástico que cada lector completa con sus propias ideas y percepciones del mundo, puede, al ser plasmado en un diseño visual demasiado específico, quedar atrapado en una interpretación monolítica, perder expresividad, aplastarse y asfixiarse. Eso es un poco lo que le pasa –lo que más le han criticado a la película desde que se difundieron sus primeras imágenes– a Desde mi cielo. Si ya en la época de la publicación de la novela hubo quienes le achacaron a Sebold que su descripción del cielo –que según Susie no es sino una visión personal ideal de quien accede a él– era o bien un cliché seudorreligioso, o una visión demasiado pagana y muy categóricamente desprovista de Dios, su expresión cinematográfica a través de una obvia paleta digital, apastelada, se fosiliza en una postal new age. Hay múltiples explicaciones posibles para esta elección: si el cielo es esa idealización personal, el de la película podría perfectamente ser el cielo tal como llegó a imaginárselo una chica de 14 años en los ’70.

Pero incluso aceptado ese argumento, la película encuentra a continuación otro escollo mayor cuando aquello que en la letra se mantenía en un terreno fértil de posibilidades se resiste a ser condensado. Varias críticas norteamericanas dijeron que Jackson había convertido un drama familiar en un thriller; algunas reseñas incluso señalaron que lo que mejor consigue la película son sus efectivas escenas de suspenso. Y es cierto que –esto es una discusión inacabable pero ya demasiado vieja–- una adaptación es una adaptación, que un libro es un libro y una película es una película y que cada medio tiene sus propios modos de expresión, pero era justamente en el hecho de narrar un thriller de asesino serial desde el punto de vista de su víctima adolescente, con todos los giros genéricos que esto implica, lo que hacía a la novela tan auténtica, lo que le daba su indiscutible personalidad. También se le criticaron a The Lovely Bones (el libro) todos sus recursos “sentimentales”, que para sus detractores no hacían sino atenuar los aspectos más horribles del crimen que se relata, ahorrarles a sus lectores toda incomodidad. Pero el suspenso sobre el que trabaja la novela no es el suspenso policial: desde un primer momento sabemos quién es el asesino y cuáles fueron las circunstancias en que tuvo lugar el crimen. La angustia se desprende a partir de ahí, en parte, de la imposibilidad de su protagonista de hacer nada al respecto, ni ayudar a la policía a encontrar su cuerpo ni ejecutar su venganza. Y el drama se carga también sobre sus sobrevivientes que ya no tendrán consuelo, porque jamás tendrán el cuerpo de Susie. Apenas un codo, el gorro que le hizo su madre, y una importante cantidad de sangre deberán alcanzar para darla por muerta, se explica con discreción pero de manera suficientemente gráfica. Su familia deberá seguir adelante con esta certeza a medias. La novela sustituye la negrura del policial convencional por otro tipo de amargura, que hace sentir con fuerza. Y es ahí donde la película más parece fallar como adaptación: no tanto por suprimir elementos del libro –proceso inevitable–, como por no tener para ofrecer a cambio nada igual de poderoso en términos narrativos. La versión cinematográfica apenas nos entrega el gorro y la mención de la sangre, elude la escena central del crimen y la violación, que en el libro ocupa unas pocas pero muy claras y contundentes líneas. Luego se omite el asesinato en sí mismo, y ni siquiera se menciona el descuartizamiento de su cuerpo; en su lugar se utiliza un oscuro pero límpido recurso metonímico: mostrar la vieja caja fuerte en que el asesino guarda los restos de Susie. Cuando le preguntaron a Jackson acerca de la decisión de dejar afuera la violación, respondió que él y sus compañeras de adaptación y habituales coguionistas (su mujer Fran Walsh y Philippa Boyens) habían optado por hacer una película que una chica de la edad de Susie pudiera ver. “Había razones artísticas, morales y prácticas –dijo–. Los films son un medio poderoso, con su música, los efectos, la actuación, la edición, iluminación y el trabajo de cámara. Y mostrar el asesinato de una chica de 14 años, no importa cuán brevemente, alteraría completamente el equilibrio de la película. Sería una película que yo francamente no querría ver. Sería repulsivo.”

Tumba al ras de la tierra

En última instancia, el centro del problema con la adaptación de Desde mi cielo se encuentra más allá de todo lo anterior; de las discrepancias estéticas, y de la decisión de hacer el relato más tolerable a un público medio más amplio que el de los lectores del libro. En su recorte de los eventos narrados en la novela, se condensan diez años en apenas dos, desembocando en una confluencia de hechos poco feliz sobre el desenlace de la película –y quien no quiera saber nada del final debería abandonar esta nota acá mismo–. Si la otra crítica que se hizo a la novela fue por su presunta inclinación a “perdonar” al asesino, en su escena más fantástica, cuando el espíritu de Susie se canaliza brevemente en el cuerpo de Ruth (la chica rara y algo psíquica del colegio) y decide aprovecharlo para consumar su iniciación sexual con el chico que le gustaba en lugar de denunciar al asesino, que anda cerca, el libro le daba cierto sentido a esa consumación, en un intento por corregir el hecho de que el único sexo que la chica conoció en vida fue el de su brutal violación. Susie, que hasta ese momento se ha resistido a abandonar a sus seres queridos en la Tierra, comienza de esta manera a vivir su proceso de liberación. En la película, desprovista de la violación y reducido el contacto sexual a un casto beso, la liberación de Susie adquiere implicancias desafortunadas, porque en su afán de condensar, el guión hace coincidir con esos mismos instantes la decisión del asesino George Harvey de enterrar el baúl con el cadáver (algo que en la novela hace mucho antes) para huir del pueblo. Que una chica de la que no se ha encontrado un solo hueso ni pudo ser despedida correctamente y cuyo destino permanecerá como una incógnita para su familia y sus amigos empiece su proceso de liberación, su partida hacia su cielo definitivo, a partir del momento en que su asesino se decide a ponerla en la tierra, es una idea que se acerca peligrosamente a ese consuelo desprovisto de justicia que algunos le endilgaron con menos fundamento a la novela. En este contexto, el cielo luminoso que propone el film de Peter Jackson se vuelve una luz cegadora, una fuerza falsamente cauterizadora, difícilmente sanadora. Toda esa luz no encuentra su sentido en una película que no se anima lo suficiente a la oscuridad.

Y se hace muy difícil creer que hay un cielo cuando no nos muestran también que hay un infierno.

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