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Domingo, 30 de mayo de 2010

MúSICA > EL REGRESO DE ROKY ERICKSON

En las alturas

En 1966, Roky Erickson era parte de The 13th Floor Elevators, una de las bandas que definió la psicodelia. Pero, sólo seis años después, Roky lo había perdido todo: tras una condena por tenencia de marihuana, fue internado en un neuropsiquiátrico, del que salió con gravísimos trastornos mentales. Desde entonces hubo discos, una familia patética que no pudo ayudarlo, fascinación por los zombies y muchísima medicación. Pero ahora, a los 63 años, después de 15 de ausencia, Roky Erickson volvió a grabar con la banda Okkervil River y el resultado es un disco extraordinario llamado True Love Cast Out all Evil, donde cuenta su vida, sus obsesiones y su desdicha. Y donde, sobre todo, hace triunfar a la música sobre su propia leyenda.

 Por Rodrigo Fresán

Primavera en Nueva York, pero el aire rezuma sonidos otoñales y es sobre esos sonidos que se lee en todas las revistas y periódicos. Oigan: por un lado, el calculado retorno de los muertos vivientes (los Rolling Stones y el esperado relanzamiento de su Exile on Main Street, su hora más espontáneamente creativa); por el otro, el inesperado regreso del Gran Zombie Texano: Roky Erickson. Y es su flamante disco para el sello Anti –True Love Cast Out all Evil, acompañado por la banda Okkervil River, quienes ya habían rescatado con elegancia y originalidad y respeto a otro veterano, Levon “The Band” Helm– el que inspecciono mientras espero la llegada del novelista Wesley Stace (también y mejor conocido como el songwriter John Wesley Harding). Stace es –en mi opinión– el hombre más feliz del mundo, y es aún un poco más feliz cuando inspecciona el cuadernillo del CD que estoy leyendo. “¿Qué tienes ahí...? ¡Ah! ¡Glorioso! ¡El disco del año!”, exclama extático y sonriente Stace quien, en 1990, participó junto a nombres como R.E.M., ZZ Top, The Jesus and Mary Chain, Julian Cope y Primal Scream en el tributo When the Pyramid Meets the Eye. Stace grabó la gloriosa “If you Have Ghosts”, donde Erickson escribió y cantó y canta aquello de “si tienes fantasmas, lo tienes todo”.

Y, sí, Roky Erickson tiene fantasmas.

Muchos.

Empezando por el suyo propio.

Bajar

El esencial y muy gracioso The Rock Snob’s Dictionary de David Kamp y Steven Daily define a Roky Erickson (nacido Roger Kyndard Erickson, en Austin, 1947) como “la respuesta norteamericana a Syd Barrett” y “el Brian Wilson sureño”. Otros prefieren catalogarlo como “el gran valedor de la psicodelia Made in USA” y líder y cantante de una influyente banda texana con uno de los mejores y más precisos nombres en toda la historia del asunto: The 13th Floor Elevators. Es decir: Erickson y sus ascensores se detenían a tocar en ese piso que no suele existir en muchos edificios y, desde esa zona crepuscular y desconocida, sonaban como nadie. Hasta que Erickson sonó luego de haber impuesto un single fundamental: “You’re Gonna Miss me”. Escucharlo una y otra vez en el fundamental debut The Psychedelic Sounds of the 13th Floor Elevators (1966), completarlo con alguna buena recopilación (aconsejo I Have always Been here Before: The Roky Erikson Anthology, de 2005), y contemplarlo en acción en el imprescindible documental You Gonna Miss me de Keven McAlester. Allí, el recuento de una de las historias más infames del rock and roll: Erickson comienza a experimentar con química pura y dura (deja de contar cuando supera los 300 trips), pero lo que lo hunde es un simple joint. En 1969, el patrullero Vernon Sigler (Erickson era vigilado de cerca por la policía del condado, quien lo consideraba una pésima influencia) lo detiene al costado del camino, Erickson arroja el porro por la ventanilla, el patrullero lo recoge, marche preso y, enfrentándose a una condena de diez años por tenencia y consumo, alguien le sugiere al músico que la solución pasa por declararse inocente y, además, loco. Dicho y hecho –la idea era dar ejemplo– y allá va Erickson al Rusk State Hospital for the Criminally Insane donde le fríen el cerebro vuelta y vuelta a base de electroshocks y torazina, transformándolo en la versión ácida del McMurphy de Alguien voló sobre el nido del cucú. Para cuando Erickson “deja el edificio”, en 1972, ya no es el mismo que era cuando entró. Patti Smith le hace reverencias, Television versiona sus canciones, pero a Erickson lo único que le interesa son las películas de terror clase B y componer canciones con nombres como “Two Headed Red Dog”, “I Think of Demons”, “Creature with the Atom Brain”, “Don’t Shake me Lucifer”, “I Walked with a Zombie”, la ya citada “If you Have Ghosts”, “Bloody Hammer” o “Night of the Vampire” (explorar este período en el muy recomendable The Evil One a cargo de Roky Erickson and The Aliens, de 1981). Para 1982 anuncia que los extraterrestres andan tras él y le pide a un notario que atestigüe su condición extraterrestre, esperando así que los marcianos –que flotaban dentro de su cabeza– lo dejaran descansar en paz.

Stop

En 1995 se produce una especie de retorno con All that May Do my Rhyme (donde ya aparece la escalofriante y conmovedora “Please Judge”, que Erickson revisita y perfecciona ahora en True Love Cast Out all Evil), pero es, apenas, un ensayo general para una obra que no llega a estrenarse. El ambiente musical celebra su reaparición, pero Erickson (luego de escapar de una madre que piensa que su cura pasa por la oración non-stop) vacila y tiembla y no está listo y prefiere concentrarse en desenredar marañas legales, recibir tratamiento para su esquizofrenia y ponerse en manos de su hermana menor Sumner (intérprete de tuba en la Pittsburgh Symphony Orchestra y guardiana legal full time de Roky), quien, seguramente, sea la heroína secreta de toda la historia. De a poco comienza a ofrecer conciertos deslumbrantes e inciertos, pero nunca aburridos, mientras jóvenes como Kasabian o Mogwai o Jarvis “Pulp” Cocker hacían pública su deuda y admiración.

Y el 20 de abril de 2010 –quince años después de All that May Do my Rhyme– sale a la venta True Love Cast Out all Evil.

Y todo el mundo empieza a escribir y a hablar del disco.

Y yo me lo compro.

Y hablo.

Y escribo.

Subir

True Love Cast Out all Evil –no lo digo yo, lo dijeron otros, aunque lo reafirmo– es un álbum importante, y tan importante para la vida de Roky Erickson como el primer American Recordings o Time Out of Mind lo fueron para Johnny Cash y Bob Dylan, respectivamente: un regreso con gloria, una reinvención de un gran invento. Y un milagro impensable. Aquí –con aires de gótico sureño–, Erickson revisita viejas canciones y las hace nuevas, suma nuevas joyas junto a sus fans confesos y austinianos Okkervil River con Will Sheff al frente (y hasta desentierra takes registrados en el loquero con una guitarrita prestada) y las combina y reordena (por ahí oímos, en “Ain’t Blues so Sad”, cosas como “la electricidad me martilló a través de mi cabeza”) y acaba contando y cantando su vida. La crítica se ha rendido sin ofrecer resistencia: “El Pet Sounds de Erickson”, dice alguien. “Piensen en Wilco juntándose con Brian Eno”, propone otro. Y son muchos los que le profetizan un puñado de Grammy. Pero mejor decidan y definan ustedes a lo largo y ancho de los casi cuarenta y cinco minutos de estas doce canciones escogidas por Sheff entre sesenta posibilidades, donde aparecen todas las obsesiones de Erickson, incluyendo una escala en su faceta horror rock y poniéndole voz a un asesino serial en “John Lawman”. Pero tal vez lo más importante sea que –si se ignora la leyenda y la odisea que originaron todo esto– la música se eleva triunfal por sí misma. Lo explica muy bien el mismo Sheff en sus largas liner-notes para True Love Cast Out all Evil: “Yo soy un tipo cínico y por lo general no creo en milagros. Pero aun así, viendo de cerca lo que sucedió en la vida de Roky, me sorprendo a mí mismo predicando que su recuperación es algo real, que nada es inventado. Y que siendo parte de la historia, siendo una nota al pie de esa historia, me hace sentir humilde y pequeño, y que no está mal sentirse así. Roky es, al mismo tiempo, la persona más maldecida y bendecida que jamás he conocido. Cuesta imaginar todo lo que ha sufrido, y ha perdido cosas que ya nunca recuperará. El hecho de que esas cosas se hayan perdido para siempre es lo que hace que su historia sea tan triste y lo que te hace comprender que se trata de una historia real. Pero igualmente real es el hecho de que tenemos a Roky otra vez entre nosotros, y que es feliz, y que es divertido, y que es amable, y que está excitado por la vida, y es creativo y que, a los 63 años, ha grabado su primer disco en 15 años. Y todos esos hechos hacen que me sienta estúpido y nada cínico y puramente feliz. Y me siento muy orgulloso de poder estar aquí para verlo y oírlo”.

Y miren fijo las fotos en el cuadernillo. Allí está Erickson, como niño disfrazado en función escolar de Alicia en el País de las Maravillas, como joven y alucinada y alucinante promesa y, ahora, a los sesenta y tres años luz y sombra de edad, como veterano de una guerra privada. Y oyéndolo cantar “Forever” o “Think of as One”, o esa despedida que es “God’s Everywhere”, hasta podría afirmarse que la ha ganado. O, por lo menos, ha vuelto a casa, a su piso, a lo más alto.

Piso 13, por favor.

Todo lo que baja, sube.

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