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Domingo, 20 de junio de 2010

CINE > UNA RETROSPECTIVA DE RAYA MARTIN, EL NUEVO GENIO DE LOS FESTIVALES

Raya y punto

Con sólo 26 años, el filipino Raya Martin tiene una obra prolífica (7 largos, 5 cortos y 1 mediometraje), una consagración polémica que divide como nadie las aguas de la crítica (los unos lo consideran un genio arrollador, los otros un snob embustero) y ahora hasta una retrospectiva: desde el viernes 25 se puede ver en la Sala Lugones del San Martín su trabajo que parece no conocer límites. Para empezar, Independencia, donde fusiona el origen de su país y del cine clásico en una película impecable en más de un sentido.

 Por Hugo Salas

En un momento en que los festivales y el circuito de exhibición alternativo ofician de foro donde se dirime el consenso cinematográfico, pocos cineastas parecen aún capaces de dividir las aguas de la crítica como Raya Martin. Este filipino, que con sólo 26 años de edad ha realizado ya la friolera de siete largometrajes, cinco cortos y un medio (y todo esto, de 2004 a esta parte), es considerado tanto el joven genio del cine mundial como un farabute snob y embustero, divergencia de opiniones que lo coloca, holgado, en el viejo y conocido lugar de “cineasta controvertido”.

Varios parecen ser los motivos del desaguisado, pero uno de los fundamentales quizá sea la renuencia de este director a reconocer, en sus producciones, la frontera establecida de facto entre cine independiente o de autor (grosso modo, el de los festivales) y de arte o experimental (el de los museos y galerías). Si bien no se trata de una separación nítida y tajante –algún film experimental puede llegar a verse en los festivales, la inversa es aún más difícil–, para la mayor parte de la crítica la producción fílmica de Warhol no forma parte de la historia del cine sino de las artes plásticas, y bajo argumentos similares ha llegado a sostenerse, por ejemplo, que las películas de Derek Jarman o incluso Andrej Tarkovsky son “anticinematográficas”. Pues bien, Raya Martin puede pasar del conceptualismo a la narración o el registro figurativo (en ello parece residir esta frontera) no sólo de una película a la otra sino incluso dentro de la misma película, en un movimiento seductor y desconcertante que no vacila en reabsorber, al igual que hacen Guy Maddin y Apichatpong Weerasethakul, por nombrar a algunos de sus contemporáneos, los procedimientos olvidados del mal llamado cine “primitivo”.

En Independencia, este borramiento se extiende también hasta integrar la memoria del viejo cine de los estudios, con sus historias lineales, sus fondos pintados y su iluminación minuciosa, detallada, preciosista. No es casual que sea la primera ocasión en que es posible referir, con sencillez y sin metáforas, el argumento de una de sus películas: a comienzos del siglo XX, marcado en Filipinas por las guerras entre las potencias colonialistas, una anciana y su hijo buscan refugio en la selva; se les sumará luego una joven violada, que junto al hombre conformará el nuevo núcleo de una familia original. En esa trama sencilla, resuenan y se confunden las distintas aristas de la independencia que el título evoca (autodeterminación, separación, aislamiento, soledad), dando forma, de manera elegante y precisa, a una reflexión sobre los mitos originarios de la nación y el Estado radicalmente distante de cualquier panfletarismo o discurso celebratorio. La cuestión no es nueva. La obsesión por el origen, y sobre todo por los modos de representación y construcción del origen, resuenan en el cine de Raya Martin desde su primer largo, Una película corta sobre el Indio Nacional (2005), pasando por proyectos tan disímiles como La isla en el fin del mundo (2005), documental sobre la vida en la aislada Itbayat, o Autohystoria (2007), uno de sus trabajos más “conceptuales” hasta la fecha.

Pero ello no es todo. El de la nación y la historia no es el único origen que interesa a Martin sino también el del propio cine. De allí su interés por los procedimientos tempranos de la época “muda”, incesantemente contrastados por otros que no dejan de señalar su contemporaneidad y su inscripción en la era digital, y de allí también la necesidad de retornar a una etapa primigenia en que cine era todo lo que se filmaba, un momento en que las imágenes aún no estaban signadas por su inscripción en un género determinado y las actualidades convivían con las vistas, el slapstick y las variedades.

También en este sentido, Independencia supone otra vuelta de tuerca en la breve y prolífica carrera de este inusual director. Su estilo de estudio, su iluminación minuciosa y el carácter altamente esteticista en la representación de la naturaleza que por momentos refracta el primitivismo idílico de Murnau o el delirio barroco del exotismo de Sternberg, supone la reapropiación, por parte del “salvaje” Martin, de un modo de hacer cine que, sin ser el primero en términos históricos, supo constituirse como el grado cero del cine, prácticamente el cine por antonomasia: el de los estudios de Hollywood entre 1930 y 1950 (también denominado clásico). En aquel sistema dominante y de dominación, que coincide además con la inscripción nacional del invasor de la historia que se cuenta, este cineasta reinscribe la cuestión no sólo del relato de origen filipino, movimiento que de por sí constituiría una operación política interesante, sino también una pregunta por la constitución y el funcionamiento de la mirada, de la mano de un personaje –ni más ni menos que “el hombre”– cuya visión va desvaneciéndose al mismo tiempo que una proverbial tormenta arrasa con la historia, la familia, el núcleo, el espacio e incluso las convenciones fílmicas.

La escena final termina de establecer, de manera apabullante, el doble juego entre primitivismo y progreso, origen y porvenir, condición y consecuencia, por medio de un procedimiento extremadamente sencillo: aparece el color –que significó el fin de aquel blanco y negro estilizado de alto contraste y con él toda una estética, todo un modo de ser de la imagen–, pero aparece “pintado”, como en las viejas películas artesanales del período mudo. Una vez más, como suele ocurrir a lo largo de su filmografía, Raya Martin logra entonces una escena bella y al mismo tiempo acertada, precisa, justa, una reflexión sobre la materialidad del discurso fílmico que lo exime de necesitar defensores en cualquier debate.


La retrospectiva empieza el martes 22.

Las 19 funciones de Independencia serán el viernes 25 de junio y sábado 26 a las 14.30, 17, 19.30 y 22. El domingo 27 a las 22. El viernes 2 de julio a las 17 y 22. El sábado 3 y domingo 4 a las 14.30, 17, 19.30 y 22.

El resto de la programación puede consultarse en www.teatrosanmartin.com.ar

Entradas: $ 10 pesos (5 para jubilados y estudiantes).

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