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Domingo, 27 de junio de 2010

MúSICA > SOLITARIA FELICIDAD, EL PRIMER DISCO SOLISTA DE EZEQUIEL CUTAIA

Si una noche de invierno un viajero

Alguna vez fue contrabajista de la Orquesta Filarmónica del Colón, y más tarde, con su power trío Open 24, se dedicó al funk jazz más incendiario. Pero el presente de Ezequiel Cutaia –el hijo de Carlos, legendario integrante de La Máquina de Hacer Pájaros y Pescado Rabioso– es de búsqueda, viaje e introspección. Después de un viaje a la Patagonia concibió Solitaria felicidad, un disco psicodélico, misterioso e intimista. Y ahora reparte sus noches entre presentar estas canciones y atender Thelonious, el club de jazz que lleva adelante con su hermano Lucas desde hace diez años.

 Por Santiago Rial Ungaro

En el principio fue la palabra: el término “psicodélico” fue inventado en 1957 por Humphrey Osmond, un psiquiatra inglés amigote de Aldous Huxley (parece que fue el que le pasó unas dosis de mescalina que le inspiraron a escribir Las puertas de la percepción) y significa “lo que manifiesta la mente”. Esto fue 10 años antes de que la “psicodelia” irrumpiera en los ’60 como una lisérgica explosión de colores, ruido y furia que hizo que, desde entonces, se hablara de música, arte o incluso drogas psicodélicas. Es curioso que un disco como Solitaria felicidad de Ezequiel Cutaia, con su tapa y su estética sepia, sea psicodélico. Pero es así: se trata de un disco de música psicodélica... e intimista. “Para mí lo psicodélico tiene que ver con la manifestación del mundo interior. Y yo me siento identificado con eso. Walt Whitman, Rimbaud o Paris, Texas son psicodélicos y son solitaria felicidad.”

Ezequiel (de ahora en más Seca: le dicen así por su nombre y no por otra razón más o menos “psicodélica”) cuenta que tuvo un viaje a la Patagonia que definió esta búsqueda interior. “Curtí solitaria felicidad. Hice túnel. Este disco es un viaje, es sepia, y es también búhos, aves nocturnas, juegos de azar, cielos universales.” La enumeración, más que pretenciosa, se desprende naturalmente de este disco mágico, misterioso e introspectivo.

LA FELICIDAD COMO UN ROMPECABEZAS

Seca parece haber encontrado un punto, una clave para alcanzar un estado en el que la alquimia del verbo y la alquimia del sonido se encuentran.

“Para mí Solitaria felicidad es un viaje en la ruta yendo a un lugar al que nunca fuiste. Es como la sensación que se te produce en el cuerpo cuando viajás y la percepción está a flor de piel porque todo es nuevo. Como volver a tu casa después de tres meses y mirar los muebles y asombrarte de que esa sea tu casa.”

Con respecto a su banda anterior, Open 24 (un incendiario power trío de funk jazz que compartía con su hermano Lucas y el baterista Gómez, reemplazado luego por Javier Malosetti) hay un cambio drástico, casi extremo. “No hubo un punto de quiebre, algo que me haya dado un cachetazo. Creo que son cosas que dicta el corazón. Uno tiene todos los monstruos adentro, pero guardados. En la adolescencia yo estaba muy metido en la poesía de Rimbaud y en la música contemporánea, descubriendo cosas, pero después abandoné esa actitud. Ahora hay otra búsqueda interior.”

Otra característica psicodélica: el disco “pega”. De hecho hacía tiempo que no salía en estas pampas un disco que encapsulara así, que reprodujera la sensación de ir por un túnel hacia una cueva. El debut solista de Seca Cutaia es un disco adictivo, que da vuelta, pero hacia adentro.

La solitaria felicidad de Cutaia es, en verdad, una soledad de a dos: Sofía Medrano, poeta y también a cargo del diseño del disco, parece también haber hecho de musa. Y aunque el disco termine siendo un disco de canciones (“Eres también lo que has perdido” y “El cielo azul, mi condición y todo lo demás” o “Túnel” brillan con luz propia), hay un cierta atmósfera poética que termina definiendo las intenciones de Seca.

Compuesto e interpretado por Seca con apenas un par de colaboraciones (como la de su papá Carlos, el de Pescado Rabioso y La Máquina de Hacer Pájaros), el disco se fue armando “como un rompecabezas y como una pintura. Mientras lo iba haciendo lo miraba de afuera todo el tiempo”. Entrando y saliendo de este rompecabezas, Seca tocó el contrabajo, el bajo eléctrico, guitarras, teclados, cellos, acordeón, melódica, banjo, theremin, armónica, percusión, cajón y las austeras percusiones de unas escobillas, un charleston y unos platillos que hacen que el disco suene, a la vez, despojado y orquestal, colorido pero con ese tono sepia que también tiene la gráfica.

De todos modos, no se considera un multiinstrumentista: “Yo soy contrabajista. No me gusta decir que soy cantante, porque en realidad canto naturalmente mis canciones. Toco un poco el piano, pero son acordes, cositas...”. Hubo un tiempo, hace unos 15 años, en que Ezequiel se dedicó casi exclusivamente a tocar el contrabajo, llegando a tocar en la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón. “En un momento pensé en seguir estudiando, en viajar a Europa. Pero de repente me di cuenta de que estaba rodeado de gente que se dedicaba a tocar conciertos aburridísimos y súper virtuosos para contrabajo y ni sabían quién era Eric Satie”, sintetiza su desilusión.

EL CLUB Y EL CORAZON

Hoy por hoy, después de una década tocando con Open 24, lo suyo es Thelonius, quizás “el” club de jazz de Buenos Aires, que manejan junto a su hermano Lucas. “El club es una pasión, un amor a la música. Es un club de jazz. Nos mandamos como dos locos a armar esa historia y nos comimos muchos garrones, pero la aguantamos. Y la gente a la que le puede interesar algo así de a poco se fue enterando. Y en septiembre de este año cumplimos 10 años.” Cutaia asegura que la relación que tiene con la gente del ambiente del jazz es muy buena. “Y hay muchos artistas que ya son clásicos acá, como Scalandrun (el grupo de Pipi Piazzolla), Ernesto Jodos, que es casi también un fundador, Sergio Verdinelli, Guillermo Klein, Ricardo Cavalli.” Pero aunque Seca viva parte de la semana de noche, entre jams y tragos, su disco está más influenciado por el blues que por el jazz. “A mí el blues viejo me encanta. Me mato escuchando Muddy Waters, Son House, John Lee Hooker, Howling Wolf. Y el blues original es acústico, es música donde no hay batería. Para mí el blues después lo arruinaron: las vueltas no son como las vueltas de doce compases que después quedaron, sino que la métrica cambia según la letra. Hay un clic, pero no es perfecto: el corazón no bombea todo el tiempo igual. A los discos de blues los escuchás y ves que los cambios están donde a los tipos se les ocurre, y eso es lo que los pone en otro lugar. Y uno capaz que no se da cuenta de eso.”

Cutaia sí se dio cuenta y su disco tiene esas sutiles asimetrías que hacen que las canciones tengan su propia respiración, su propia lógica interna. Las cosas no aparecen donde tendrían que aparecer, el ritmo a menudo está en el pulso de la guitarra y las melodías fluyen en una armonía que no es monotonía. Y es que el contraste entre las performances explosivas de Open 24 y la banda con la que está presentando el disco (la misma de Juan Ravioli) es enorme. Una cosa es hacer un disco de blues abstracto y feliz. Pero... ¿cómo hacer para sentirse feliz tocando un disco solitario en público? “No pienso en eso. Creo que uno tiene que irradiar energía. La gente lo capta. A veces uno llama más la atención bajando el volumen que subiéndolo.”

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