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Domingo, 1 de agosto de 2010

CINE > VINCERE: BELLOCCHIO FILMA LA VIDA OCULTA DE MUSSOLINI

Detrás de todo gran hombre

Marco Bellocchio, uno de los mejores directores italianos vivos, vuelve a los cines argentinos tras casi una década de ausencia, y lo hace con una película inesperada, extraña y arrolladora: la historia –hace poco revelada– del hijo oculto de Benito Mussolini y de la desconsolada historia de Ida Dalser, la mujer a la que hicieron pasar por loca con tal de esconderla.

 Por Mariano Kairuz

“¡Con las tripas del último Papa estrangularemos al último Rey!” Ahí está el futuro Duce, todavía un militante socialista al que no conoce nadie, gritando enardecido por las calles de Trento consignas que más tarde habrá de borronear y reescribir con similar furia. El joven Mussolini tiene una mirada que se irá desencajando más y más hasta convertirse en esa caricatura que testimonian las imágenes de archivo. Así arranca Vincere, la película con la que Marco Bellocchio sorprendió a todos en la Competencia Oficial de Cannes el año pasado: con un presagio de la locura que se apoderaría de Italia las siguientes tres décadas.

Con Vincere, Bellocchio (1939), uno de los mejores directores italianos de la generación de Bernardo Bertolucci, vuelve a los cines argentinos por primera vez en casi una década. Su regreso se abre paso como un huracán: una puesta operística, expansiva como un himno guerrero, atravesada por poderosas imágenes de archivo y una gráfica que remite a las formas avasallantes del futurismo. Pero aunque empieza como un relato de la locura en cierne del monstruo, la historia que cuenta la película es otra: no la biopic del Duce sino la historia real –desconocida hasta hace apenas unos años– de Ida Dalser, la mujer que fue una de las amantes de la juventud de Mussolini, que enloqueció por él, y que le dio un hijo que las versiones oficiales mantuvieron tan oculto como a ella. A la demencia en la mirada de Benito Mussolini, le sucede la de sus seguidores, y luego la que le inventaron (y en la que terminaron sumiendo) a Dalser quienes se encargaron de apartarla del entorno del Duce. Encerrada en un manicomio por más de una década, habiendo perdido todo contacto con su hijo, Dalser murió de un derrame cerebral en 1937, a los 57 años.

Bellocchio conoció esta historia hace unos años a través de un par de libros: La esposa de Mussolini, de Marco Zeni –el periodista que reveló todo el asunto hace una década–, y El hijo secreto del Duce, de Alfredo Pieroni, y del documental de la RAI El secreto de Mussolini, que intentó reconstruir el caso con las escasísimas evidencias disponibles (fotos, cartas, una entrevista a una sobrina de Dalser). Por lo que se sabe, Ida Dalser era la dueña de un salón de belleza de Milan cuando conoció a Mussolini en 1914, y él trabajaba en el periódico del Partido Socialista y ya era todo un agitador profesional. En las escenas iniciales de Vincere ella aparece hipnotizada por la personalidad intensa y la violencia apenas contenida de este hombre que todavía parecía no importar. La investigación de Zeni indica que de la pasional relación entre ambos nació en 1915 Benito Albino, mientras su padre estaba en el frente. En un principio, el futuro Duce reconoció su paternidad, pero más tarde, cuando ya se encontraba forjando su ascenso al poder (que completó en 1922), Isa lo descubrió casado con otra mujer, su esposa oficial, Rachele Guidi. Se cree que, para no poner en peligro la estratégica alianza que el Duce estableció con la Iglesia, a partir de ahí decidió sacudirse toda posible acusación de adulterio y escándalos por el estilo. Mussolini no mandó matar a Dalser (la película indica que la idea sí se le cruzó), pero en su lugar se la hizo pasar por loca, mientras el pueblo italiano se entregaba a la locura guerrera de su líder.

Bellocchio construye con fuerza su relato apoyándose principalmente en la gran Giovanna Mezzogiorno, quien interpreta a Dalser a lo largo de más de dos décadas. El recuento de su encierro da lugar a algunos momentos aterradores, como cuando, ante uno de sus insistentes pedidos de ayuda, una de las monjas que atienden el hospicio le responde: “Tienes un hijo del hombre al que todas las mujeres del país quieren como marido o como amante. Sé feliz con tu recuerdo”. Ese instante cruza la película con un escalofrío que recuerda al de esos films de usurpadores de cuerpos cuando los protagonistas descubren, con pavor, que todos a su alrededor han sido infectados (en este caso por el virus del fascismo); que ya no hay salida.

Pero más extraña es la manera en que Bellocchio retrata a Mussolini: el menos conocido Filippo Timi se caracteriza primero como el joven Benito, para después desaparecer y dar paso a su imagen de archivo, ya en el poder. A la fascinación romántica y erótica de Dalser la reemplaza la fascinación colectiva a través de la pantalla de cine, que magnifica la pose y los gestos ampulosos, cercanos al absurdo, que son los que quedaron de la imagen pública del Duce. Si hace unos años se discutió al film La caída por “humanizar” a Hitler mostrándolo como una persona verdadera y no una mera abstracción icónica del Mal, el desafío asumido por Vincere consistió en darle verosimilitud al retrato de un personaje que –ahí están las fotos, las filmaciones y sus increíbles discursos para probarlo– fue en la vida real una caricatura increíble. En los tramos finales, Timi reaparece dándole otra vuelta a la representación, interpretando esta vez a Benito hijo en su juventud, ya un poco alienado, convertido en un experto y obsesivo imitador de los gestos y el modo de hablar de su padre.

Si algo puede objetársele a Vincere es un ligero desequilibrio entre su segunda y su mucho más poderosa primera parte. Los 30 minutos iniciales se concentran en el intenso relato de los encuentros sexuales entre Ida y Benito; un torrente pasional representado en una refriega entre sábanas, ella totalmente entregada y él con la mirada en otro lado (probablemente en su futuro). Si Hitchcock confesaba que no sabía hacer films de época porque no conseguía imaginarse a personajes históricos yendo al baño, Bellocchio sí pudo imaginárselos por lo menos desnudos y en plena batalla carnal. La fuerza arrolladora de esas primeras imágenes conduce sin solución de continuidad a la escena en la que asistimos al principio de la caída en desgracia de Dalser. Ella, desnuda sobre la cama, le dice a su amante que lo ha vendido todo –el salón de belleza, el departamento, todo– para financiar la edición de Il Popolo d’Italia, órgano de difusión que apuntaló el ascenso del fascismo. Con todas sus pertenencias, y poco después con su salud y su vida, Dalser empezaba a pagar uno de los capítulos más oscuros de la historia europea del siglo XX.

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