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Domingo, 22 de agosto de 2010

ENTREVISTAS > MARIANA BARAJ PRESENTA SU PRIMER DISCO COMO COMPOSITORA

El ritmo de micorazón

Hace años que Mariana Baraj viene mezclando y metabolizando jazz, folklore, percusión, rock y canción. Pero con su quinto disco, Churita, da un salto mortal y cae mejor parada que nunca: presenta por primera vez sus canciones como solista. Antes de irse a Japón (y tener que volver para presentarse en Buenos Aires) habló en el empedrado de Palermo del pedregal que lleva adentro, del extraño y fabuloso camino que está haciendo y de los encuentros y propuestas que le van haciendo (incluido Arjona).

 Por Mariano del Mazo

El primer registro que tiene de la música es un acto escolar: patio en damero, gradas de madera, el piano vertical y la profesora cantando a viva voce la zamba de Ramón Navarro “Coplas del valle”: “Vengo desde Aimogasta, pa’ Las Pirquitas / traigo una flor del aire de las lomitas / pa’ mi tinogasteña, niña churita”. “El recuerdo es vago, pero tiene que ver con la felicidad que me dio cantar ese tema. La primera felicidad con el canto”, dice Mariana Baraj y arroja –si se pudiera– pistas del funcionamiento de su inconsciente: esa “niña churita” de la zambita andariega de Navarro quedó latente por casi cuatro décadas y ahora, 2010, la Baraj decide titular Churita su cuarto disco, el primero de composiciones propias. “Es una palabra hermosa, bien del Noroeste. Se usa para hombre y mujer, es alguien lindo, agradable, como buena onda.”

No pasa inadvertida Mariana Baraj: toda su fisonomía es de rasgos contundentes. Viene caminando por Uriarte y parecería que primero llegan sus ojos y después el resto del cuerpo. Tiene una sofisticación muy Palermo Soho, es cierto: una morocha argentina que de algún modo neutraliza, o mejor dicho domestica, su belleza silvestre a pura pilcha. Una morocha que también podría ser azteca o turca, con perfiles delineados a la manera de las princesas de Disney (entre Jasmin y la de La Princesa y el sapo) y que desde el atalaya de la singularidad de su talento se debate entre lo rural y lo urbano, la Quebrada de Humahuaca y el club de jazz, el pedregal y el empedrado de esta zona de la ciudad. Tensiones sorteadas a través de decisiones artísticas que, disco a disco, peldaño a peldaño, suenan sinceras. Aquí está, frente a un té, a horas de una gira por Japón y Corea del Sur. “De sólo pensarlo, de contar las horas de avión que me esperan, me angustio. Voy sola, allá me espera un productor francés. Pero al mismo tiempo estoy recontenta. Ese modo de vida tiene que ver con mis deseos más profundos. Y no hay nada peor que boicotear los deseos.”

Los deseos, parece, se van cumpliendo. El notable Churita es además el primer disco que produce íntegramente. Solita bancó los músicos, el arte de tapa, los atajos de la distribución, todo. Y, a la luz del nivel tanto de lo puramente musical como del envoltorio, la tarea debe haber sido titánica. El costo de la independencia. “Sí, fue desgastante. Pero al final te da un placer infinito.” La desmarcación, el blanco móvil, es otra de las habilidades que despliega en su música. Lumbre (02), Deslumbre (05), Margarita y Azucena (08) y ahora Churita exhiben los meandros estéticos de Mariana: percusión, jazz, jazz avant garde, folklore, canción. “Ahora ando más metida con los instrumentos armónicos, estoy tocando el piano y el charango, metí acordeones. Llegó la armonía a mi vida”, ríe apenas. ¿Alta ironía? La declarante se deja desmentir por muchas de sus letras: “Ese desierto que tiene tu corazón / se parece a la única flor que dio mi cardón” (“Churita”); “Nadie me espera, nadie me espera / Voy persiguiendo sin sentido tu querer” (“Nadie”); “Limpiá mi alma de toda maleza” (“Mismomar”), “A la orilla de tu río yo busco consuelo / y hasta el sauce se ha secado / se cansó de llorar” (“Orilla”).

“Haber cantado mis propios temas fue un cambio radical. La voz me salió diferente porque la exposición era otra. Fue un proceso, creo que bastante extraño. Porque generalmente si uno es intérprete es intérprete para toda la vida; o si uno compone, compone siempre. Es raro cruzar de bando. Para mí fue importante conversar sobre este tema con Teresa Parodi. Ella justo estaba haciendo Corazón de pájaro y también estaba incursionando en tierra desconocida, pero en sentido contrario: ella, terrible compositora, iba a ser intérprete de canciones ajenas. Teresa me ayudó, me dijo unas palabras muy lindas, me dijo que me mandara, que no tuviera miedo.” Y así salió Churita, quiebre en su carrera, con algunos temas bellísimos como el mismo “Churita”, disco atravesado por el seductor 6 x 8, alguna vidalita, alguna zamba y una instrumentación acústica con un criterio muy acotado, concentrado; hay mezcla pero sin hibridez; es –se nota– un disco pensado al detalle. Y corto: 30 minutos, 27 segundos. “Es el tiempo de estos tiempos. ¿Quién aguanta una hora, setenta minutos?”, razona.

PASADO Y PRESENTE

En “Nadie” y en “Mismomar” mete su voz de aguardiente Fernando Ruiz Díaz. ¿Crossover? ¿Mohín moderno? ¿Estrategia? Nada que ver. “A Fernando lo conozco desde hace muchísimo. Ocurre que el padre de mi hija Alma, de quien me separé hace un siglo, es el manager de Catupecu Machu. Siempre tuve un vínculo fuerte con la banda; también mi hermano Marcelo, el baterista. Fernando escuchó mi disco, que ya estaba medio cerrado, listo para editar, y quiso participar. Bueno, así fue. Siempre nos cruzábamos en los caminos y decíamos: ‘Tenemos que hacer algo’. Lo hicimos. Le dio un color particular al disco. Y además lo de Gaby (Gabriel Ruiz Díaz, hermano de Fernando y parte de la banda, que tuvo un accidente en 2006 y desde entonces está prácticamente inconsciente), que fue impresionante. Hay una historia en los pliegues de este álbum, que es muy fuerte. Hay mucho pasado con Catupecu. Si bien ni yo ni mi hermano llegamos a grabar en ningún disco, en la primera etapa de la banda estuvimos muy presentes. Yo compuse el primer tema de mi vida en el estudio de Catupecu, y lo grabé a solas con Gaby. Ahora me encontré en la misma situación y en el mismo exacto lugar, pero con Fernando. El asunto es que una vez terminado Churita se lo llevé a Gaby y se lo puse. Hay unas voces que metió Fernando que para mí tienen el alma de Gaby... En el instante en que se escuchan esas voces, Gaby me apretó la mano e hizo un movimiento como que quería incorporarse. Al rato llegó Fernando, hecho un torbellino como siempre, y le dice: ‘Gaby, vamos a escuchar el tema que grabé con la Negra’. Yo no dije nada. Gaby me volvió a apretar la mano, en el mismo lugar de la canción...”

Hija de Bernardo Baraj –ninguneado pionero de La Cueva, integrante de Alma y Vida y uno de los protagonistas del trío más mentado junto con Lito Vitale y Lucho González–, Mariana creció escuchando a –dice– “Coltrane, Steve Wonder, Beatles, más tango que folklore”. Sus padres se separaron cuando ella era adolescente, y hay algo que deja entrever que no cerró. Baraj vuelve a reír: “Años de diván... Hay causas que prescriben”.

En pareja con un salteño (así lo menta), tiene planeada una existencia más relajada y abandonar su covacha palermitana para vivir al menos la mitad del año en Salta, la linda. Después de un período sombrío y no muy lejano en el tiempo de enfermedades densas y tragedias que no vienen al caso, está asomando. Se la ve entera. Sedimentada, a años luz de la percusionista arrebatada de años ha. Gusta contar historias, como la de los Ruiz Díaz, en las que a la manera de Paul Auster el azar opera sobre el destino. “Hace un tiempo me llegó por mail una crítica de Lumbre publicada ¡en una revista de Eslovenia! Me comuniqué con la embajada, y conseguí que me la tradujeran. El periodista me elogiaba y me comparaba con Lila Downs. Al toque me salieron unos shows en Nueva York y di una serie de conciertos con una banda que me puso el productor: eran los músicos de Lila Downs. Me llamaron para hacer una gira con ella, pero no pudo ser...”

Musa inspiradora o algo así del diseñador Martín Churba, Mariana Baraj sabe lo que significa ese dato en el pasillito de los chismes y los prejuicios. ¿Quién no tiene derecho al discreto encanto de la frivolidad, en todo caso? “No sé si me critican porque trabajo con él, yo no me lo critico. Nadie menos frívolo que Martín. Es un artista muy contundente, que no da lugar a discusión. Soy una afortunada.” Cómo se conocieron enhebra, en el relato de Baraj, otra de sus tramas azarosas: “Fue en la etapa de Deslumbre. Yo estaba buscando vestuarista para la puesta de presentación del disco. Tenía una chica, pero poco antes del debut se fue a Ibiza. Quedamos en bolas. Le dije a María, mi manager de entonces: ‘Qué lindo sería trabajar con Martín Churba’, como quien dice ‘qué bueno sería cantar con Sting...’. Al otro día se comunicó por mail Martín, con un proyecto para viajar a Japón. Increíble”.

ESPIRITU INTACTO

Para el arte de Churita, Baraj pensó en ekekos. “El ekeko es una imagen que me viene de la niñez. Y además siempre me sentí un poco ekeko, muy cargada de cosas, andando de aquí para allá.” Churba le comentó que el fotógrafo Marcos López estaba trabajando con ekekos y hacia él fue ella. “A Marcos lo conozco hace tiempo. Discutimos la imagen del disco, los colores, la composición. El compone mucho. Me gusta cómo quedó.”

¿No te cansa la exposición, estar tan al frente, ser independiente?

–Sí, cansa. Pero se me va la vida en esto. Mirá: yo estuve audicionando frente a Youssou N’Dour y también canté con Julia Vilte, la coplera de la película Esa cajita que toco tiene boca y sabe hablar, de Lorena García. En los dos casos fue tocar el cielo con las manos. Fui parte de la banda de Julieta Venegas y acabo de tener un ofrecimiento de Ricardo Arjona. Y me doy cuenta de que ahora quiero estar sola.

¿En serio te llamó Arjona?

–Sí.

¿Y?

–Yo no tengo problemas en trabajar como sesionista, pero ahora me cuesta involucrarme en proyectos de otros.

Pero estamos hablando de Arjona...

–Es cierto. Puse la balanza. Y me dije: aceptar sería poner la energía en cosas importantes como lo económico, pero por otra parte me puede hacer daño al espíritu. Y dije no, gracias, paso.

Esa elegancia –en este caso para justificar la negativa al guatemalteco inefable– es la que debe haber advertido Martín Churba. Mariana Baraj sigue siendo “la niña churita” de la zamba, en la que se espejó en la escuela primaria como quien vislumbra la línea de la vida en la palma de la mano. Le agregó un vigoroso trazo citadino, ese que transforma lo folklórico en étnico. Por estos días debe estar embelesando a japoneses ávidos de exotismo; el 16 de septiembre actúa en el ND/Ateneo. Y después sigue. A girar por Brasil, a grabar un disco de música infantil en la Patagonia. No se advierte su techo. Ahora se va como vino: caminando por Uriarte. Ya lo dijo Alejandro del Prado: cuidado con esta gente, no se sabe qué pretende.

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