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Domingo, 12 de septiembre de 2010

EVENTOS > LA EXPOSICIóN POR LOS 150 AñOS DE LA REVOLUCIóN DE MAYO QUE POCOS RECUERDAN

El futuro no llegó

En pleno desarrollismo, el gobierno de Frondizi tuvo que organizar los festejos por los 150 años de la Revolución de Mayo. Los tiempos para organizar una feria internacional eran ajustados, así que se puso en marcha una Exposición Nacional que desplegara los logros tecnológicos y comerciales del país de cara a un futuro próspero. Se alzó en las inmediaciones de la Facultad de Derecho, se montaron pabellones increíbles y hasta participaron IBM, con la primera megacomputadora, y la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos. Pero fue un fracaso rotundo, pocos la recuerdan y nada de todo aquello sobrevivió, con excepción de un anexo trasero del Museo de Bellas Artes y el puente de Figueroa Alcorta. Inaugurada recién en noviembre de 1960, Radar reconstruye lo poco que queda de su historia y sus pabellones de una modernidad perdida.

 Por Carlos Gradin

A mediados de 1959, el arquitecto César V. Janello fue convocado por el gobierno nacional encabezado por Arturo Frondizi. Se le pidió un informe, junto a un equipo de arquitectos provenientes de la Sociedad Central de Arquitectura y la Dirección Nacional de Arquitectura, con lineamientos para una gran exposición. Se acercaba la fecha del 150 Aniversario de la Revolución de Mayo, y el gobierno había decidido festejarlo con un evento dirigido al gran público.

Quedaba poco tiempo. En el detallado informe se evaluaba y descartaba la idea de organizar una Exposición Mundial o Continental, como la celebrada en Bruselas en 1958. Tres años hubiera sido el plazo mínimo para organizarla, y en cambio se optó por una Exposición Nacional a la que serían invitados otros países. La guiaría el espíritu de mostrar al mundo lo construido por Argentina en sus 150 años de historia, y el de mostrar a los argentinos las cosas que el mundo tenía para ofrecerles. “La Exposición puede marcar la necesidad de una nueva etapa futura”, rezaba el informe, que sugería a la “Argentina en el tiempo y en el mundo” como lema.

El Pabellón de Citroën Argentina

En septiembre de 1959 se estableció por decreto la constitución de la Comisión Nacional Ejecutiva. Aunque más modesta, la Exposición se inscribía en aquella tradición de Ferias Mundiales o Universales que desde mediados del siglo XIX, y con el ilustre antecedente de la Exposición del Centenario en la Buenos Aires de 1910, habían celebrado el progreso de la Industria y el Comercio, centros de peregrinación al “fetiche de la mercancía”, como las describía la ironía materialista de Walter Benjamin.

La Comisión eligió el mes de septiembre como fecha de inicio de la Exposición. Estaría ubicada en los alrededores de la Facultad de Derecho de la UBA y del Museo de Bellas Artes, rodeados de parques y galpones de trenes en desuso que se procedió a demoler. César V. Janello quedó a cargo de la Oficina de Arquitectura y Planeamiento.

Pero los problemas no se hicieron esperar. En los primeros meses de 1960 se vuelve evidente la falta de coordinación entre los organismos involucrados. La lentitud administrativa se suma a las dificultades para gestionar la importación de los materiales que traerían las delegaciones extranjeras. La falta de publicidad oficial, por último, volvía escaso el interés de empresas y gobiernos por participar. Luego de presentar un nuevo informe, Janello renuncia a su puesto en julio de 1960: “Se puede hacer arquitectura en la pobreza, en la carestía, pero no se puede hacer arquitectura en el caos y en la indefinición”, escribiría tiempo después.

Pese a todo, la Feria-Exposición del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo se abrió al público en noviembre de 1960. Consistía en una serie de pabellones fáciles de montar y desmontar, en los que abundaban el vidrio, el aluminio y el acero. Ofrecía al público la posibilidad de interiorizarse sobre productos e innovaciones de empresas argentinas y del exterior, y el trabajo de distintas reparticiones del Estado como la Secretaría de Comunicaciones, de Obras Públicas y de Cultura.

La obra de la Asociación de Bancos que celebraba el flujo financiero

La Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos instaló el stand que para muchos fue el más imponente, una enorme burbuja de “tela de nylon impregnada de vinilo e inflada por compresores de aire”. En su interior los visitantes podían seguir una narración audiovisual que explicaba las bondades de la fisión del átomo, incluyendo un reactor nuclear reproducido a escala, y auguraba el combustible que impulsaría “las naves espaciales del mañana”, según anotaba el diario La Nación.

El mismo sesgo visionario tenía la “cúpula geodésica” de aluminio de las Industrias Kaiser. Ideadas en los años ’50 por el arquitecto norteamericano Buckminster Fuller, estas cúpulas se habían hecho famosas por su capacidad para sostenerse sobre grandes superficies con materiales livianos y sin necesidad de soportes adicionales, como gigantescas cápsulas de metal que parecen albergar sobrevivientes de una guerra nuclear o de un fallido viaje interplanetario de revista pulp.

Hay algo decorativo en las imágenes de la Exposición. Parecen tomadas en el set de filmación de una película que, deliberadamente o no, se dispusiera a hacer un travelling irónico por una modernidad impostada, como la que Jaques Tati iba a retratar años más tarde en Playtime y Jean-Luc Godard en Alphaville, con sus ambientes esterilizados y diseñados con rigor geométrico.

La Exposición del Sesquicentenario abundaba en edificios con forma de prisma, como el de Shell Argentina, que parece la maqueta de un prolijo ingresante a la carrera de arquitectura o de un desquiciado origamista. Eternit, la empresa de materiales para la construcción, erigió una torre de tubos torneados en forma de helicoide, mientras que el stand de Citroën disponía un vertiginoso punto de fuga en forma de alerón para dar una escenografía adecuada a su Citroën 2CV, en cuyas ventanillas resulta cómico imaginar a Mafalda y cía. deslumbrados, o no tanto, por la pirotecnia visual de la Expo.

El Pabellón de Shell

Otras de las atracciones fueron el Pabellón del Aluminio y el de la fábrica de cristales Cristalplano, pero probablemente el aporte más extravagante haya sido el de la Asociación de Bancos de la República Argentina, que decidió participar en los festejos mediante un curioso monumento al dinero, o mejor dicho al flujo monetario. Lo componían cuatro monedas de metal de una tonelada y media cada una, que se erguían hasta una altura de 12 metros, dispuestas una sobre la otra pero sin tocarse entre sí, ya que la intención de los ingenieros era transmitir la impresión del movimiento en pleno vuelo, por lo que las monedas se hallaban sostenidas mediante un complejo sistema de cables de acero fijados al piso. En las caras de las monedas se hallaban grabadas las imágenes del Cabildo y de la Libertad, y de algún modo resumían el espíritu de la Exposición, el de una efeméride de la Patria celebrada con la vista puesta en el desarrollo económico del país, y relatada en la lengua de la modernización y los adelantos tecnológicos.

Pero la Exposición no tuvo éxito. El poco público y la escasa repercusión tal vez expliquen que hoy pocos la recuerden. Cuando las estructuras desmontables fueron retiradas, sólo tres obras quedaron en pie, destinadas a permanecer. El anexo trasero del Museo de Bellas Artes, en el que se presentó una muestra sobre la Historia del Arte argentino, y quedó incorporado como una sala más, y un teatro-auditorio al aire libre que de todas maneras también fue retirado y cuya ubicación original desconocemos. El puente para peatones sobre Figueroa Alcorta, por último, diseñado por César V. Janello, había sido pensado para facilitar la circulación del público y hoy es la única marca visible de la Exposición del Sesquicentenario, aunque muy pocos la asocien con ella.

No se sabe cuál fue el destino del ensueño tecnológico emanado de los pabellones portátiles de la Expo del Sesquicentenario, pero tal vez resuene en la mente de ocasionales militantes e historiadores, en su intento por desentrañar las encrucijadas del desarrollismo argentino, entre el peronismo ilegalizado y las extorsiones militares. El Archivo General de la Nación no tiene información disponible sobre la Exposición, y tampoco es fácil acceder a ella a través del escasísimo material consultable en la Hemeroteca del Congreso.

Si los despachos del Estado traspapelaron la Exposición de 1960, es justo que sea Google la única fuente capaz de dar con los dos números de las revistas de donde se extrajo el material de esta nota. Porque el otro gran atractivo de la Feria del Sesquicentenario fue la presentación del “Profesor Ramac” en el pabellón de IBM; la IBM Ramac 305 a la que IBM llevaba un par de años publicitando alrededor del mundo encarnando a un sabio profesor de historia al que chicos y grandes podían recurrir para saciar su curiosidad. Argucias del marketing para familiarizar a las masas con los pesados cerebros electrónicos que inauguraban la era de la información, todavía sin pantallas ni teclados y necesitados de un ayudante humano que hacía de puente entre ellas y los usuarios.

El “Profesor” medía 9m por 15m y lucía su título para hacer gala de la última novedad de la empresa: un disco rígido, el primero de la historia, con capacidad para 5 megas de información. 3000 preguntas cargaron en la memoria del pobre Profesor los empleados argentinos de IBM, para que pudiera responder sobre la historia de la Revolución de Mayo a tono con la Sesqui-Exposición. Y es sólo por deferencia de Google, otra vez, que es posible llegar al blog de un histórico empleado de la empresa (cnba55.blogspot.com), que recuerda el desengaño de los niños cuando se enteraban de que no debían hablarle a la máquina sino al hombre del delantal blanco, que les daba a elegir una pregunta de una lista impresa y esperar a que el Profesor imprimiera su respuesta. No tan distinto, en realidad, 50 años más tarde, a nosotros, ansiosos navegantes de la web, que volvemos a formularle a Google o Wikipedia esa pregunta que lleva generaciones desvelando a los argentinos: “¿Quién fue el Presidente de la Primera Junta?”

El Pabellón de las Industrias Kaiser

Terminada la Exposición, los balances de arquitectos y críticos fueron unánimes. Había sido un fracaso; puro formalismo arquitectónico más o menos logrado, pero que el desorden imperante había reducido a un montón de edificios desperdigados por el parque, carentes de guión ni mensaje discernible sobre la historia argentina. Un montón de “juguetes gigantescos”, según Juan Molina y Vedia en la revista Nuestra Arquitectura, a los que muy pocos visitaron. Una ocasión ideal para que Jorge Romero Brest ensayara algunas de sus ideas sobre un arte participativo y a la altura de los nuevos tiempos, porque “¿Cómo no va a desertar el hombre joven de los lugares de exposición –se preguntaba en la Revista de Arquitectura– cuando siente la necesidad imperiosa de actuar?”, atisbando, de algún modo, los happenings y demás veladas vanguardistas que albergaría tiempo después en el Instituto Di Tella. Dudas que lo llevaban a terminar su reseña de la Feria-Exposición con una recomendación a los organizadores, quienes “deberían comprender ante todo que los productos expuestos no serán vivientes mientras no se los presente de modo que pueda colaborar el público. Que se coma en el restaurant, que se beba en el bar, que se ande en bicicleta o en automóvil, que se desplace, que se pueda pensar y dialogar, reírse, llorar, etc., y entonces se verá al pueblo entero colmando los recintos, invadiéndolo todo con esa euforia que siente ‘el que no es nadie’ cuando se lo pone en situación de ‘sentirse alguien’”. Un antídoto para esa inercia desoladora que tantos describieron al evocar la frustrada Exposición, y que debió verse agudizada por otro evento de trascendencia histórica que ocurría simultánemente y a pocas cuadras de allí, en Avenida Libertador y Callao, donde el parque de atracciones más grande de Latinoamérica, el Ital Park, abría sus puertas y empezaba a ganarse ese lugar privilegiado en la memoria afectiva de sus miles de visitantes, que aún hoy recuerdan con fervor sus emblemáticas tardes de griterío, pochoclo y tren fantasma.

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