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Domingo, 3 de octubre de 2010

MúSICA > JAVIER CARDENAL DOMíNGUEZ, TANGO ENTRE LA CIUDAD Y LA PERIFERIA

Aires camperos

Abocado a la tarea de imprimirle al tango el vínculo con lo criollo que el tiempo se llevó, el cantor de 40 años se luce en Trío, su nuevo CD. Entrelazado con Hernán Reinaudo y Ariel Argañaraz, dos guitarristas de excepción, el canto de Domínguez va de la llamada música criolla hasta la tradición tanguística más pura, concretando una síntesis notable. Un cantor solista de cuño clásico, pero alejado de los estereotipos.

 Por Marcelo Pavazza

Como le sobran estirpe y talento para reeditar la figura señera del cantor nacional, Javier Cardenal Domínguez se desliza con delicadeza por el tránsito que lo acerca a los héroes de la categoría mientras, paradójicamente, desanda su camino.

Separado hace doce años del mundo de los demás por una tranquera, a unos seis kilómetros al oeste de la ciudad de Marcos Paz (el oeste del oeste), el mismo cantor que vivió su buena década y media en la esquina enloquecida de Sarmiento y Montevideo se hace cargo de esa migración que lo llevó a radicarse en pleno campo, y subvierte la dirección establecida por la tradición trasladando el tango y sus alrededores del campo a la ciudad, de la periferia al centro. Entonces, después de los discos con su cuarteto (2003) y con el grupo La Bagayera (2008), aparece Trío (Acqua Records), y todo parece cerrar. El cantor –que en la charla con Radar descarga muy rápidamente su apodo en una vieja broma del colegio secundario referida a un ocasional corte de pelo, soslayando la tentación de atribuirle propiedades premonitorias– oficializa aquí su ya conocido trabajo con el dúo de guitarras conformado por Hernán Reinaudo y Ariel Argañaraz. Las brazadas contracorriente de Domínguez se hunden con pertinencia en la intención de transmitir la tenaz indolencia del añejo estilo mientras la riqueza de los aportes hace el resto: de parte de Reinaudo-Argañaraz, arreglos compuestos (y tocados) con la idea de que todavía se pueden hacer cosas por el tango; de la suya, la interpretación impecable de un repertorio elegido con excelente gusto (una bella chamarrita de su autoría, un antiguo estilo, una milonga y un puñado de tangos).

La unión metaboliza perfectamente, ayudando a Domínguez a representar una idea de intérprete solista que no sólo lo planta en el casillero de los cantores nacionales sino que también lo aleja de cualquier estereotipo ubicado más allá o más acá de los límites del buen entendimiento. El álbum, además, posee una prehistoria lujosa: “Las zapadas que hacíamos con Ariel y Hernán en una serie de conciertos que compartí con el Chino Laborde y Alfredo Piro”, desentraña Domínguez. “La cosa empezó así –continúa–, con nosotros preguntándonos si eso que nos parecía tan bueno cuando nos juntábamos funcionaría igual a la hora de grabar. La idea era no ser un ‘cantante solista con acompañamiento’, sino más bien meterme adentro del dúo que ellos conforman. Hace años que venimos tocando juntos, y por eso el disco lleva el nombre de los tres, porque es bien de los tres.”

La voz de Cardenal, aquí más asentada y de rendimiento más parejo que en sus trabajos anteriores, decanta una argamasa posible: Hugo del Carril, Charlo, Edmundo Rivero, más algo de Raúl Berón y de Goyeneche centellean en el arte de alguien que además cree (y cree mucho) que nadie llega a cantor nacional si no pone los pies en el barro. La chamarrita “En tu cara”, que abre el disco, toda suya y muy zitarroseana, lo explica con sencillez y contundencia. En ella, Cardenal se define como un hombre feliz y enfocado. “Pasa la vida cantando; su corazón ya no está herido por nada”, canta, como depurado por la pertinacia de un paisaje constante, con cielo entero incluido. Su interpretación, entre el convencimiento y la ternura, parece ser parte del plan que viene urdiendo con la tranquilidad cotidiana como insumo principal.

Claro que si Domínguez se lleva bien con los aires camperos, el derrotero de su canto, en cambio, desafía ciertas exigencias del tango –ese mantener estirados los mimbres del conservadurismo como si fuera un rasgo que mereciera estar entre las cosas que lo van a sobrevivir– que su despreocupación disuelve apenas cruzan la frontera. Cantor nacional también se hace, parece gritar él, que a pesar de haber arrancado en las milongas del Parakultural y experimentado con el rock (además de haberse probado como guitarrista acompañante y haber cantado con varias orquestas y formaciones) ya es dueño de una manera inequívoca de abordar el género, hervida en el mismo caldo en el que se cuece eso llamado acervo. ¿Y todo por irse a vivir al campo? “No; pero siempre lo pensé así”, suspira. “Cuando vivís en el campo te das cuenta de que la ciudad te impone algo que, en realidad, no necesitás. Se te acentúa el gusto por lo sencillo. Yo ahora canto conociendo las cosas a las que les canto. Contacto con la vida cotidiana del lugar, algo que, a la hora de abordar un repertorio campero, me hace decir todo con mayor asidero. Gardel es el primer cantante de tango porque, además de todo lo que hizo, puso en el género todo el bagaje criollo que traía encima”, dice, y arriesga una teoría que sabe defender: “En la época del ‘40 eso desapareció. No es que me parezca que el bandoneón y las orquestas no representan al tango, pero a la hora de interpretar, me interesa mucho más defender esa parte, que es la que más me conmueve. El tango urbano es más quejoso; lo criollo, más anarquista: el gaucho no tiene empachos en decir que está enamorado de una china, por ejemplo. Además, la cosa campera está despojada de resentimientos”. Esto no significa que Domínguez esté peleado con el tango de más acá: en Trío también aparecen, transportados desde su gusto personal, temas como “Milonga triste”, “Marioneta” u “Olvido”. Y suenan junto a clásicos aun más instantáneos como “Soledad”, “Trenzas” y “Tal vez será su voz”. Pero el enfoque es distinto a lo conocido (“Debía serlo; si no, ¿qué sentido tiene volver a cantarlos?”, advierte Cardenal) porque la contemporaneidad de los arreglos le sale al cruce al molde clásico y desafectado del cantor para invertir en un sonido palpable, casi nuevo. Y que aleja al tango de la inveterada sospecha de ser menos un género vital que una música hecha con versiones de versiones.

El Trío estará actuando el sábado 9 de octubre a las 22 en Sanata BAR (Sarmiento esq. Sánchez de Bustamante). Gratis.

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Imagen: Nora Lezano
 
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